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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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y hermosas.<br />

En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l séptimo día <strong>los</strong> viajeros llegaron a <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l Chateau-le-Blanc, cuya belleza romántica impresionó profundamente la imaginación <strong>de</strong> Blanche, que contempló con sorpresa sublime las<br />

montañas <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pirineos que había visto en la distancia durante el día y que se elevaban ahora a pocas leguas con sus escarpadas la<strong>de</strong>ras e inmensos precipicios. Los rayos <strong>de</strong>l sol poniente, que teñían las<br />

nevadas cumbres con un tono rosado, caían sobre <strong>los</strong> puntos más bajos con variados colores, mientras el tono azul <strong>de</strong>l cielo, que ocultaba <strong>los</strong> rincones oscurecidos, daba la fuerza <strong>de</strong>l contraste al esplendor <strong>de</strong><br />

la luz. Por el sur aparecía el Mediterráneo, transparente como el cristal y azul como <strong>los</strong> cie<strong>los</strong> que reflejaba, y sobre su superficie, las naves, cuyas velas blancas recogían <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong>l sol y daban animación a la<br />

escena. En un alto promontorio, bañado por las aguas <strong>de</strong>l Mediterráneo, estaba la mansión <strong>de</strong> su padre, casi oculta a la vista por <strong>los</strong> bosques <strong>de</strong> pinos, robles y castaños, que cubrían por un lado la elevación y<br />

que se extendían hacia las llanuras; mientras que, por el otro, se alargaban a consi<strong>de</strong>rable distancia por la costa.<br />

Según Blanche se aproximaba aparecieron las líneas góticas <strong>de</strong> aquella vieja mansión. Primero un torreón almenado, elevándose por encima <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles; <strong>de</strong>spués, el arco <strong>de</strong> una inmensa puerta <strong>de</strong><br />

entrada, situada tras el<strong>los</strong> y, en su fantasía, se vio aproximándose al castillo, como se suele contar en viejas historias, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> caballeros contemplan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las almenas a un campeón que, vestido con una<br />

armadura negra, acu<strong>de</strong> con sus compañeros a rescatar a la dama <strong>de</strong> sus sueños <strong>de</strong> la opresión <strong>de</strong> su rival; un tipo <strong>de</strong> leyendas a las que una o dos veces había tenido acceso en la biblioteca <strong>de</strong>l convento que,<br />

como muchas otras pertenecientes a <strong>los</strong> monjes, estaba llena <strong>de</strong> esas reliquias <strong>de</strong> la ficción romántica.<br />

Los carruajes se <strong>de</strong>tuvieron a la entrada que conducía a <strong>los</strong> dominios <strong>de</strong>l castillo, pero que estaba cerrada. La gran campana que en otro tiempo había servido para anunciar la llegada <strong>de</strong> forasteros, había<br />

caído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su lugar y uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados gateó por una parte <strong>de</strong>rruida <strong>de</strong>l muro para informar a <strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> su señor.<br />

Blanche, apoyada en la ventanilla <strong>de</strong>l carruaje, se sumergió en las emociones dulces y suaves que <strong>de</strong>spertaban las horas y el escenario. El sol se había ocultado y el crepúsculo comenzaba a oscurecer las<br />

montañas, mientras que las aguas distantes, reflejando <strong>los</strong> últimos rayos <strong>de</strong>l oeste, parecían una línea <strong>de</strong> luz extendiéndose por el horizonte. El leve murmullo <strong>de</strong> las olas, rompiendo en la playa, llegó con la brisa<br />

y, <strong>de</strong> cuando en cuando, el tono melancólico <strong>de</strong> <strong>los</strong> remos se oía débilmente a lo lejos. Pudo sumergirse en estos pensamientos, ya que <strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más lo estaban en temas <strong>de</strong> su propio interés. La con<strong>de</strong>sa,<br />

recordando con contrariedad <strong>los</strong> alegres entretenimientos que había <strong>de</strong>jado en París, contempló con disgusto lo que le parecían bosques y agreste soledad <strong>de</strong> aquel escenario. Los sentimientos <strong>de</strong> Henri eran<br />

similares a <strong>los</strong> <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa. Lanzó un profundo suspiro pensando en las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> la capital, y al recordar a una dama, que según creía, había logrado su afecto y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego fascinaba su imaginación;<br />

pero el lugar que le ro<strong>de</strong>aba y el modo <strong>de</strong> vida al que se acercaba tenían al menos para él el encanto <strong>de</strong> la novedad y su contrariedad se vio suavizada por las alegres expectativas <strong>de</strong> la juventud.<br />

Tras ser abiertas las puertas, el carruaje avanzó lentamente bajo <strong>los</strong> frondosos castaños que casi ocultaban <strong>los</strong> restos <strong>de</strong>l día, siguiendo lo que había sido un camino, pero que estaba ahora cubierto por<br />

vegetación y que podía seguirse por <strong>los</strong> límites marcados por <strong>los</strong> árboles a ambos lados y que se extendía casi media milla hasta llegar al castillo. Era la misma avenida por la que St. Aubert y Emily entraron<br />

cuando llegaron con la esperanza <strong>de</strong> encontrar una casa en la que les pudieran recibir para pasar la noche y que abandonaron tan abruptamente al darse cuenta <strong>de</strong> lo abandonado <strong>de</strong>l lugar y por una figura que el<br />

postillón había imaginado que era la <strong>de</strong> un ladrón.<br />

—¡Qué lugar tan <strong>de</strong>solado! —exclamó la con<strong>de</strong>sa mientras el carruaje penetraba más profundamente por el bosque—, ¡no puedo creer, señor, que pretendáis pasar todo el otoño en este bárbaro lugar!<br />

Deberíamos haber traído una copa con las aguas <strong>de</strong>l Leteo para que el recuerdo <strong>de</strong> escenas más agradables pudiera suavizar la dureza natural <strong>de</strong> éstas.<br />

—Me dirigen las circunstancias, señora —dijo el con<strong>de</strong>—, pero este bárbaro lugar ha estado habitado por mis antepasados.<br />

El carruaje se <strong>de</strong>tuvo en el castillo, en el que, a la puerta <strong>de</strong>l gran vestíbulo, apareció el viejo mayordomo y <strong>los</strong> criados parisinos que habían sido enviados para preparar el lugar, esperando a recibir a su<br />

señor. La con<strong>de</strong>sa advirtió entonces que el edificio no estaba construido totalmente en estilo gótico, sino que tenía adiciones <strong>de</strong> fechas más mo<strong>de</strong>rnas; sin embargo, el amplio y tenebroso vestíbulo en el que ya<br />

había entrado era totalmente gótico, y <strong>los</strong> suntuosos tapices que colgaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros y que con la oscuridad no pudo distinguir, reflejaban escenas <strong>de</strong> viejos romances provenzales. Una ventana gótica,<br />

ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> clematis y eglatinas que se extendían hacia el sur, llevaba la mirada, puesto que las contraventanas estaban abiertas, a través <strong>de</strong> una sombra verdosa, a un jardín que se prolongaba hacia <strong>los</strong> oscuros<br />

bosques que colgaban <strong>de</strong> un promontorio. Más allá aparecían las aguas <strong>de</strong>l Mediterráneo extendiéndose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sur al este, don<strong>de</strong> se perdían en el horizonte; mientras que hacia el noreste se mezclaban con las<br />

playas <strong>de</strong>l Languedoc y Provenza, enriquecidas con árboles, alegres con <strong>los</strong> viñedos y extensos pastos; y hacia el su<strong>de</strong>ste, por <strong>los</strong> majestuosos Pirineos, que se ocultaban a la mirada tras la creciente oscuridad.<br />

Blanche, al cruzar el vestíbulo, se <strong>de</strong>tuvo un momento para observar el paisaje que oscurecía el crepúsculo pero que aún no ocultaba. Pero no tardó en <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> la complacencia que le había producido,<br />

pues la con<strong>de</strong>sa, <strong>de</strong>scontenta con todo lo que la ro<strong>de</strong>aba e impaciente por comer y <strong>de</strong>scansar, avanzó rápidamente hacia un amplio salón cuyas ventanas estrechas y su techo cubierto con artesonado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong> ciprés daban un aspecto sombrío, que <strong>los</strong> sillones y sofás <strong>de</strong> terciopelo ver<strong>de</strong>, adornados con oro, habían servido en otro tiempo para suavizar.<br />

Mientras la con<strong>de</strong>sa solicitaba un refrigerio, el con<strong>de</strong>, acompañado por su hijo, marchó a ver otras partes <strong>de</strong>l castillo, y Blanche continuó contrariada como testigo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scontento y <strong>de</strong>l malhumor <strong>de</strong> su<br />

madrastra.<br />

—¿Cuánto tiempo has vivido en este lugar <strong>de</strong>solado —dijo la señora al viejo mayordomo que acudió para aten<strong>de</strong>rla.<br />

—Más <strong>de</strong> veinte años, su señoría, que se cumplirán en la próxima fiesta <strong>de</strong> San Jerónimo.<br />

—¿Cómo es posible que hayas vivido aquí tanto tiempo y a<strong>de</strong>más casi solo Según creo el castillo ha estado cerrado durante años.<br />

—Sí, señora, lo ha estado durante muchos años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l señor, el con<strong>de</strong>, que fue a la guerra. Pero hace más <strong>de</strong> veinte años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que yo y mi marido entramos a su servicio. La casa es tan<br />

gran<strong>de</strong> y ha tan solitaria últimamente que nos sentíamos perdidos en ella y, pasado algún tiempo, nos fuimos a vivir a la cabaña que hay al final <strong>de</strong>l bosque, cerca <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> arrendatarios, y veníamos a<br />

echar una mirada al castillo <strong>de</strong> tiempo en tiempo. Cuando mi señor regresó a Francia <strong>de</strong> la guerra se sintió a disgusto aquí, y ya no vivió más, y estuvo conforme con que nos quedáramos en la cabaña. ¡Cómo ha<br />

cambiado el castillo! ¡Cómo se preocupaba por él mi difunta ama! La recuerdo muy bien cuando vino recién casada, y lo <strong>de</strong>licada que era. Ahora, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo <strong>de</strong>jado abandonado tanto tiempo, está en<br />

<strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia. ¡Esos días no volverán!<br />

La con<strong>de</strong>sa pareció algo ofendida por la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> su simplicidad y <strong>de</strong>l modo con que aquella vieja criada echaba <strong>de</strong> menos otros tiempos. Dorothée añadió:<br />

—El castillo va a ser habitado <strong>de</strong> nuevo y animado, pero por nada <strong>de</strong>l mundo me quedaría a vivir en él sola.<br />

—No creo que se haga el experimento —dijo la con<strong>de</strong>sa, contrariada porque su silencio no había sido capaz <strong>de</strong> contener la locuacidad <strong>de</strong> la vieja ama <strong>de</strong> llaves, que ahora se ocupaba en aten<strong>de</strong>r al con<strong>de</strong><br />

que había regresado. Explicó que había visto una parte <strong>de</strong>l castillo, comprobando que requería consi<strong>de</strong>rables reparaciones y algunos cambios antes <strong>de</strong> que fuera perfectamente confortable como lugar <strong>de</strong><br />

resi<strong>de</strong>ncia.<br />

—Siento que sea así, señor —replicó la con<strong>de</strong>sa.<br />

—¿Por qué<br />

—Porque el lugar no os compensará <strong>de</strong> las molestias, aunque se tratara <strong>de</strong> un paraíso, ya que está a una distancia insufrible <strong>de</strong> París.<br />

El con<strong>de</strong> no contestó, pero paseó abruptamente hacia una ventana.<br />

—Hay ventanas, mi señor, pero no sirven para entretenerse o para que entre luz; muestran sólo escenas dé la naturaleza salvaje.<br />

—No sé qué queréis <strong>de</strong>cir, señora —dijo el con<strong>de</strong>—, al llamarlo naturaleza salvaje. ¿Merecen ese nombre esas llanuras, esos bosques o esa expansión <strong>de</strong>l agua<br />

—Esas montañas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, mi señor —prosiguió la con<strong>de</strong>sa señalando a <strong>los</strong> Pirineos—, y este castillo, aunque no sea un trabajo <strong>de</strong> la naturaleza <strong>de</strong>snuda, es, para mi gusto <strong>de</strong> un arte salvaje.<br />

El con<strong>de</strong> se puso ligeramente rojo.<br />

—Este lugar, señora, es obra <strong>de</strong> mis antepasados —dijo—, y me permitiréis que os diga que vuestra conversación en este momento no <strong>de</strong>scubre ni buen gusto ni buenas maneras.<br />

Blanche, alterada por la discusión, que parecía aumentar hasta algo más serio, se levantó para abandonar la habitación, cuando entró la amiga <strong>de</strong> su madre. La con<strong>de</strong>sa, manifestando el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver sus<br />

habitaciones, se retiró atendida por ma<strong>de</strong>moiselle Beam.<br />

Como aún no era totalmente <strong>de</strong> noche, Blanche aprovechó la oportunidad para explorar nuevos rincones y, tras salir <strong>de</strong>l salón, cruzó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el vestíbulo a una amplia galería cuyos muros estaban <strong>de</strong>corados<br />

con pilastras <strong>de</strong> mármol, en las que se apoyaba un techo ojival <strong>de</strong>corado con un fino trabajo <strong>de</strong> mosaico. A través <strong>de</strong> un ventanal distante, en el que parecía terminar la galería, se veían las nubes <strong>de</strong> color<br />

púrpura <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y un paisaje cuyo aspecto ligeramente velado por el crepúsculo ya no era claramente distinguible, sino que se amalgamaba en una gran masa que se extendía hasta el horizonte, sólo coloreada<br />

con un tinte solemne <strong>de</strong> color gris.<br />

La galería <strong>de</strong>sembocaba en un salón, al que pertenecía la ventana que se veía a través <strong>de</strong> la puerta abierta; pero la oscuridad creciente sólo le permitió a Blanche una vista imperfecta <strong>de</strong> esta habitación, que<br />

daba la impresión <strong>de</strong> ser magnífica y <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rna arquitectura, aunque se había visto afectada por el <strong>de</strong>terioro general o nunca había sido concluida con propiedad. Los ventanales, que eran numerosos y<br />

amplios, <strong>de</strong>scubrían el paisaje que se presentó ante la imaginación <strong>de</strong> Blanche como encantador, por lo que se mantuvo algún tiempo tratando <strong>de</strong> penetrar en la oscuridad gris y dibujar bosques y montañas<br />

imaginarias, valles y ríos, bajo la noche. Sus sensaciones se vieron apoyadas, más que interrumpidas, por el ladrido distante <strong>de</strong> un perro guardián, y por la brisa que agitaba el ligero follaje <strong>de</strong> <strong>los</strong> matorrales. De<br />

cuando en cuando, durante un momento, aparecía entre <strong>los</strong> árboles la luz <strong>de</strong> una cabaña, y, finalmente, se oyó muy lejos la campana <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> un convento que se perdía en el aire. Cuando se retiró y alejó<br />

sus pensamientos <strong>de</strong> aquella feliz contemplación, quedó impresionada por la penumbra y por el silencio <strong>de</strong>l salón. Buscó la puerta que conducía a la galería y siguió durante largo tiempo por un oscuro pasillo que<br />

la condujo a un vestíbulo distinto <strong>de</strong>l que había visto antes. Por la luz <strong>de</strong>l crepúsculo que entraba por un pórtico abierto pudo distinguir que se trataba <strong>de</strong> una habitación ligera y <strong>de</strong> etérea arquitectura, y que el<br />

pavimento era <strong>de</strong> mármol blanco; pilares <strong>de</strong>l mismo material soportaban el techo, que se elevaba en arcos construidos al estilo árabe. Mientras Blanche se <strong>de</strong>tuvo en <strong>los</strong> escalones <strong>de</strong>l pórtico, la luna se elevó<br />

sobre el mar y <strong>de</strong>scubrió parcialmente las bellezas <strong>de</strong> la elevación en la que se encontraba, don<strong>de</strong> la hierba, excesivamente crecida, cubría todo hasta <strong>los</strong> bosques que casi ro<strong>de</strong>aban el castillo, extendiéndose<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el lado sur <strong>de</strong>l promontorio hasta el mismo margen <strong>de</strong>l océano. Más allá <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques, hacia el norte, se veía la extensa superficie <strong>de</strong> las planicies <strong>de</strong> Languedoc; y, hacia el este, el paisaje que había<br />

visto <strong>de</strong> modo impreciso anteriormente, con las torres <strong>de</strong> un monasterio, iluminadas por la luna, asomando por encima <strong>de</strong> las ramas oscuras.<br />

Un tinte suave y en sombras que cubría la escena, las olas que se ondulaban a la luz <strong>de</strong> la luna y su leve murmullo en la playa, fueron circunstancias que unidas elevaron el ánimo poco acostumbrado <strong>de</strong><br />

Blanche al entusiasmo.<br />

«He vivido tanto tiempo en este mundo glorioso —se dijo— y nunca hasta ahora había visto cosas semejantes, nunca había experimentado estas sensaciones. Cualquier muchacha campesina, en las tierras<br />

<strong>de</strong> mi padre, ha contemplado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia el rostro <strong>de</strong> la naturaleza; ha corrido, en libertad, sus agrestes y románticos campos, mientras yo he estado encerrada en un claustro sin po<strong>de</strong>r ver estas hermosas<br />

apariciones que fueron pensadas para encantar a todos <strong>los</strong> ojos y para <strong>de</strong>spertar todos <strong>los</strong> corazones. ¿Cómo es posible que las pobres monjas y <strong>los</strong> frailes sientan el fervor íntegro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción, si nunca han<br />

visto salir el sol, o ponerse Nunca, hasta esta tar<strong>de</strong>, he sabido lo que es la verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>voción, porque nunca antes <strong>de</strong> hoy había visto <strong>de</strong>saparecer el sol más allá <strong>de</strong> la vasta tierra. Mañana, por primera vez en

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