04.01.2015 Views

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C a p í t u l o V I<br />

P<br />

...si pudiéramos oír la recogida <strong>de</strong>l rebaño guardado en su vallado aprisco,<br />

o el sonido <strong>de</strong>l caramillo pastoril con interrupciones <strong>de</strong> flauta,<br />

o la llamada <strong>de</strong>l albergue, o el gallo <strong>de</strong>l pueblo<br />

valorando en la vigilia <strong>de</strong> la noche sus emplumadas damas,<br />

sería algún alivio, alguna pequeña animación<br />

en este cerrado calabozo <strong>de</strong> innumerables cepos.<br />

or la mañana, Emily se liberó <strong>de</strong> sus temores gracias a Annette, que acudió muy temprano. «Ocurrieron cosas importantes en el castillo anoche, ma<strong>de</strong>moiselle —dijo nada más entrar en la habitación—,<br />

¡cosas importantes <strong>de</strong> verdad! ¿No os asustasteis, ma<strong>de</strong>moiselle, al no verme»<br />

—Me preocupé por ambas, por ti y por mí —replicó Emily—. ¿Qué te impidió venir<br />

—Se lo dije, pero no me hizo caso. No fue culpa mía, ma<strong>de</strong>moiselle, ya que no pu<strong>de</strong> salir. Ese pícaro <strong>de</strong> Ludovico me encerró <strong>de</strong> nuevo.<br />

—¡Te encerró! —dijo Emily con <strong>de</strong>sagrado—. ¿Por qué permites que Ludovico te encierre<br />

—¡Cielo Santo! —exclamó Annette—. ¡Qué puedo hacer! ¿Si echa la llave a la puerta, ma<strong>de</strong>moiselle, y se la lleva, cómo puedo salir a menos que salte por la ventana No me importaría si <strong>los</strong> ventanales no<br />

estuvieran tan altos; ya es difícil subirse a el<strong>los</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego supongo que se pue<strong>de</strong> uno romper la cabeza si se cae. Pero, ¡vaya barullo que hubo anoche en el castillo!, algo <strong>de</strong>béis haber oído <strong>de</strong><br />

ello.<br />

—¿Qué pasó, disputaron <strong>de</strong> nuevo —dijo Emily.<br />

—No, ma<strong>de</strong>moiselle, no hubo lucha, pero como si lo fuera, porque no creo que hubiera un solo signor sobrio; y lo que es más, tampoco ninguna <strong>de</strong> esas señoras. Pensé cuando las vi al principio que todas<br />

esas finas sedas y finos ve<strong>los</strong>..., pero, ma<strong>de</strong>moiselle, no eran nada bueno como yo pensaba.<br />

—¡Dios mío! —exclamó Emily—. ¿Qué será <strong>de</strong> mí<br />

—¡Ay, ma<strong>de</strong>moiselle, Ludovico dijo lo mismo pensando en mí! ¡Dios mío! —dijo Annette—. «¿Qué va a ser <strong>de</strong> ti si andas por el castillo en medio <strong>de</strong> todos esos signors borrachos» «¡Oh! —dije yo—,<br />

sólo quiero ir a la habitación <strong>de</strong> mi señorita, y sólo tengo que pasar por el gran vestíbulo, subir la escalera <strong>de</strong> mármol y cruzar la galería norte y el ala oeste <strong>de</strong>l castillo y estar allí en un minuto». «¿Eso es todo<br />

—dijo él—.<br />

¿Y qué es lo que te pue<strong>de</strong> ocurrir si te encuentras a cualquiera <strong>de</strong> esos nobles caballeros en el camino» «Bueno —dije yo—, si crees que hay algún peligro, entonces, ven conmigo y guárdame; nunca tengo<br />

miedo cuando estás a mi lado». «¡Cómo! —dijo él—, ¿cuando casi no me he recobrado <strong>de</strong> una herida me voy a poner en medio para recibir otra Porque si alguno <strong>de</strong> esos caballeros te encuentra, se<br />

enfrentarán a mí directamente. No, no, haremos un camino más corto que ese <strong>de</strong> ir por la escalera <strong>de</strong> mármol y por la galería norte hacia el ala oeste <strong>de</strong>l castillo, porque te quedarás aquí, Annette, y no saldrás<br />

esta noche <strong>de</strong> la habitación». Así que, ante eso yo le dije...<br />

—Vamos, vamos —dijo Emily impaciente y ansiosa <strong>de</strong> preguntarle por otro tema—, ¿así que te encerró<br />

—Sí, lo hizo, ma<strong>de</strong>moiselle, a pesar <strong>de</strong> todo lo que yo dije en contra; y Caterina y yo y él estuvimos allí toda la noche. Pocos porque allí llegó el signor Verezzi gruñendo por el pasillo, como un toro<br />

enloquecido, y confundió el cuarto <strong>de</strong> Ludovico con el <strong>de</strong> Cario. Trató <strong>de</strong> echar la puerta abajo y pidió más vino, porque se habían bebido todas las jarras y se moría <strong>de</strong> sed. Así que nos quedamos quietos<br />

como la noche para que pensara que no había nadie en la habitación; pero el signor era más astuto que el mejor <strong>de</strong> nosotros y seguía llamando a la puerta: «¡Sal, mi viejo héroe! —dijo—, no hay enemigos en la<br />

puerta, no tienes que ocultarte; sal mi valiente signor Steward». En ese momento Cario abrió su puerta y salió con una jarra en la mano; tan pronto como el signor le vio, se calmó al máximo y le siguió con tanta<br />

naturalidad como va un perro <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un carnicero que lleve un trozo <strong>de</strong> carne en su cesta. Todo esto lo vi por el agujero <strong>de</strong> la cerradura. «Bien, Annette —dijo Ludovico guaseándose—, ¿te <strong>de</strong>jo salir»<br />

«Oh, no —dije yo—, en modo alguno».<br />

—Tengo que hacerte algunas preguntas sobre otro asunto —interrumpió Emily bastante preocupada por aquella historia—. ¿Sabes si hay algún prisionero en el castillo y si están confinados en este lado <strong>de</strong>l<br />

edificio<br />

—No era así, ma<strong>de</strong>moiselle —replicó Annette—, cuando el primer grupo regresó <strong>de</strong> las montañas, y el último no ha vuelto aún, así que no sé si han hecho prisioneros; pero se les espera para esta noche o<br />

mañana, y quizá me entere entonces.<br />

Emily le preguntó si en algún momento había oído a <strong>los</strong> criados hablar <strong>de</strong> prisioneros.<br />

—¡Ah, ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Annette jocosamente—, me atrevería a <strong>de</strong>cir que estáis pensando en monsieur Valancourt y en que pue<strong>de</strong> haber venido con <strong>los</strong> ejércitos que, según dices, proce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> nuestro<br />

país, para luchar contra este estado, y que se ha encontrado con algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>l castillo y que ha sido hecho prisionero. ¡Oh Señor! ¡Qué contenta me sentiría si así fuera!<br />

—¿De verdad te pondrías contenta —dijo Emily en tono <strong>de</strong> reproche.<br />

—Seguro que sí —replicó Annette—, ¿y no lo estaríais vos también al ver al signor Valancourt No conozco a ningún chevalier que me guste más. Siento por él una gran consi<strong>de</strong>ración.<br />

—No se pue<strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> tu consi<strong>de</strong>ración —dijo Emily—, puesto que <strong>de</strong>seas verle prisionero.<br />

—¡Oh, no, ma<strong>de</strong>moiselle!, no por verle prisionero, sino contenta <strong>de</strong> encontrarle <strong>de</strong> nuevo. Hace unas noches soñé, soñé que le veía entrar en el patio <strong>de</strong>l castillo con otros seis en su carruaje, con su casaca<br />

y su espada, como el señor que es.<br />

Emily no pudo evitar una sonrisa ante las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Annette sobre Valancourt, y repitió su pregunta sobre si había oído a <strong>los</strong> criados hablar <strong>de</strong> prisioneros.<br />

—No, ma<strong>de</strong>moiselle —replicó—, nunca; y últimamente no han hecho otra cosa que hablar <strong>de</strong> la aparición que ha estado paseando por la noche por las murallas y que ha asustado tan terriblemente a <strong>los</strong><br />

centinelas. Dicen que se acercó a el<strong>los</strong> como una llamarada y que todos cayeron en fila hasta que lograron recuperarse. Para entonces hacía <strong>de</strong>saparecido y sólo vieron <strong>los</strong> viejos muros <strong>de</strong>l castillo, así que se<br />

ayudaron como pudieron. No le creeréis, ma<strong>de</strong>moiselle, aunque os muestre el mismísimo cañón por el que suele aparecer.<br />

—¿Y eres tan simple, Annette —dijo Emily, sonriendo ante las curiosas exageraciones <strong>de</strong> <strong>los</strong> hechos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que ella misma había sido testigo—, como para dar crédito a esas historias<br />

—¡Darles crédito! Nadie en el mundo pue<strong>de</strong> persuadirme <strong>de</strong> lo contrario. ¡Roberto y Sebastián y media docena más <strong>de</strong> centinelas se cayeron redondos. La verdad es que no era el momento para eso, me<br />

dije a mí misma, no había necesidad <strong>de</strong> ello, porque dije yo, cuando viene el enemigo, buen papel hacen <strong>los</strong> centinelas si se caen al suelo, todos en fila. El enemigo no será tan civilizado quizá para marcharse,<br />

como un fantasma, y <strong>de</strong>jarles que se ayu<strong>de</strong>n unos a otros a levantarse, sino que se lanzaría sobre el<strong>los</strong>, con cortes y golpes, hasta levantar<strong>los</strong>, pero muertos. No, no, dije yo, hay una razón en todo. Aunque yo<br />

me habría caído redonda al suelo, eso no vale para el<strong>los</strong>, sólo para mí, porque no es asunto mío mirar con fiereza y luchar en las batallas.<br />

Emily trató <strong>de</strong> corregir la <strong>de</strong>bilidad supersticiosa <strong>de</strong> Annette, aunque no podía dominar <strong>de</strong>l todo la suya; a lo que esta última replicó únicamente:<br />

—No, ma<strong>de</strong>moiselle, no creeréis nada; sois casi tan mala como el mismo signor, que se soliviantó cuando le dijeron lo que había ocurrido, y juró que el primer hombre que repitiera aquella necedad, sería<br />

metido en el calabozo en el torreón este. Se trataba <strong>de</strong> un duro castigo por el solo hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir una necedad, como él lo llamó, pero me atreví a <strong>de</strong>cir que tenía otras razones para llamarlo así que las vuestras.<br />

Emily la miró con <strong>de</strong>sagrado y no contestó. Según meditaba recordando la aparición que tanto la había alarmado últimamente y al consi<strong>de</strong>rar el aspecto <strong>de</strong> la figura que se había situado frente a su ventana,<br />

se sintió inclinada por un momento a creer que había sido Valancourt la persona a la que había visto. Sin embargo, si había sido él, por qué no le habló cuando había tenido la oportunidad <strong>de</strong> hacerlo, y, si estaba<br />

prisionero en el castillo, ¿cómo podía conseguir salir a pasear por la muralla Tampoco estaba en condiciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir si el músico y la figura que había visto eran la misma persona, o, si lo eran, si se trataba<br />

<strong>de</strong> Valancourt. Sin embargo, <strong>de</strong>seaba que Annette tratara <strong>de</strong> enterarse <strong>de</strong> si había algún prisionero en el castillo y también <strong>de</strong> sus nombres.<br />

—¡Oh, querida ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Annette—, olvidé hablaros <strong>de</strong> lo que me preguntasteis sobre las señoras, como ellas se llaman a sí mismas, que acaban <strong>de</strong> llegar a Udolfo. Que la signora Livona, a la<br />

MILTON

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!