«¡Oh, Ellen, Ellen! ¡No volveremos a encontrarnos!» ¡Los relámpagos, que se esparcen por la vasta profundidad espumosa, <strong>los</strong> renovados truenos, según redoblan por el cielo, <strong>los</strong> fuertes, recios vientos, que se arrastran por el oleaje, hacen temblar el ánimo firme, espantan al alma más brava! ¡Ah! ¡Cuánto vale el afanoso quehacer <strong>de</strong> <strong>los</strong> marinos! ¡El cordaje tirante se rompe, el mástil se ha rajado! Los gritos <strong>de</strong> terror se esparcen por el aire, se pier<strong>de</strong>n <strong>de</strong>spués en la distancia. ¡El barco es lanzado contra las rocas! ¡Furiosas sobre el naufragio pasan las olas sumergidas, la tripulación impotente se hun<strong>de</strong> en el rugiente océano! Las débiles inflexiones <strong>de</strong> Henry tiemblan en un golpe <strong>de</strong> aire. «¡Adiós, amor mío! ¡Nunca volveremos a encontrarnos!» A veces, en la calma y en el silencio <strong>de</strong>l atar<strong>de</strong>cer, cuando las brisas <strong>de</strong>l verano se <strong>de</strong>tienen en las olas, ¡se oye una voz triste al <strong>de</strong>rramar su dulce soledad sobre la tumba <strong>de</strong>l pobre Henry! Ya veces, a medianoche, se oyen melodías etéreas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la sepultura, don<strong>de</strong> yace la sombra <strong>de</strong> Ellen; ¡el canto fúnebre no es temido por las doncellas <strong>de</strong>l poblado, porque el alma <strong>de</strong> <strong>los</strong> enamorados guarda la sombra sagrada!
Tras conversar unos minutos con la aba<strong>de</strong>sa, la con<strong>de</strong>sa se levantó para irse. Era el momento que Blanche había soñado con la máxima expectación, la cumbre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que había contemplado el país <strong>de</strong> la hadas <strong>de</strong> la felicidad y admirado todo su encanto. ¿Era el momento para lágrimas <strong>de</strong> arrepentimiento Sí, así era. Se volvió con el rostro alterado a sus jóvenes compañeras que habían acudido a <strong>de</strong>spedirla y ¡lloró! Incluso a la madre aba<strong>de</strong>sa, tan firme y tan solemne, la saludó con un cierto grado <strong>de</strong> pena que sólo una hora antes le habría parecido imposible llegar a sentir. Es momento <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar con qué contrariedad nos separamos incluso <strong>de</strong> <strong>los</strong> lugares que no nos agradan cuando sabemos que es para siempre. Volvió a besar a las pobres monjas, y a continuación siguió a la con<strong>de</strong>sa, alejándose <strong>de</strong>l lugar con lágrimas cuando esperaba haberlo hecho sólo con sonrisas. La presencia <strong>de</strong> su padre y otros <strong>de</strong>talles, ya en el camino, atrajeron su atención y disiparon las sombras que la tierna conmoción habían lanzado sobre su ánimo. Sin escuchar la conversación que mantenían la con<strong>de</strong>sa y su amiga, ma<strong>de</strong>moiselle Bearn, Blanche permaneció sentada perdida en gratos sueños, según contemplaba las nubes silenciosas por el cielo azul, ocultando el sol a veces y alargando las sombras y <strong>de</strong>jándole al <strong>de</strong>scubierto con toda su fuerza. El viaje continuó proporcionándole <strong>de</strong>leites inexpresables, porque <strong>los</strong> nuevos paisajes <strong>de</strong> la naturaleza se abrían a su vista y su fantasía se llenó con imágenes alegres C a p í t u l o X V ¡Oh! ¡El júbilo <strong>de</strong> <strong>los</strong> proyectos jóvenes, dibujados en la mente con <strong>los</strong> relucientes y cálidos colores que <strong>de</strong>rrama la fantasía sobre cosas que aún no conocen, cuando todo es nuevo, y ¡todo es hermoso! DRAMAS SACROS olvemos ahora al Languedoc y a mencionar al con<strong>de</strong> De Villefort, el noble que sucedió en una propiedad al marqués De Villeroi, situada cerca <strong>de</strong>l monasterio <strong>de</strong> Santa Clara. Se recordará que este castillo no estaba habitado cuando St. Aubert y su hija estuvieron en aquella zona, y que el primero se conmovió profundamente al saber que se encontraba tan cerca <strong>de</strong>l Chateau-le-Blanc, un lugar sobre el que el viejo La Voisin había hecho <strong>de</strong>spués algunas insinuaciones que <strong>de</strong>spertaron la curiosidad <strong>de</strong> Emily. Fue al comienzo <strong>de</strong>l año 1584, el mismo en que murió St. Aubert, cuando Francis Beauveau, con<strong>de</strong> De Villefort, tomó posesión <strong>de</strong> la casa y <strong>los</strong> extensos dominios llamados Chateau-Ie-Blanc, situados en la provincia <strong>de</strong> Languedoc, en las costas <strong>de</strong>l Mediterráneo. Esta propiedad, que durante varios sig<strong>los</strong> había pertenecido a su familia, pasaba a sus manos a la muerte <strong>de</strong> su pariente, el marqués De Villeroi, que había sido en <strong>los</strong> últimos tiempos un hombre <strong>de</strong> carácter reservado y austero, circunstancia que junto con <strong>los</strong> <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> su profesión, que le habían llevado con frecuencia a <strong>los</strong> campos <strong>de</strong> batalla, habían impedido cualquier grado <strong>de</strong> intimidad con su primo el con<strong>de</strong> De Villefort. Durante muchos años habían sabido muy poco el uno <strong>de</strong>l otro, y el con<strong>de</strong> había recibido la primera noticia <strong>de</strong> su muerte, sucedida en una parte distante <strong>de</strong> Francia, al mismo tiempo que <strong>los</strong> documentos que le concedían la posesión <strong>de</strong>l dominio Chateau-le-Blanc; pero hasta el año siguiente no <strong>de</strong>cidió visitar la propiedad, estableciendo que pasaría allí el otoño. Con frecuencia recordaba el ambiente <strong>de</strong>l Chateau-le-Blanc, engran<strong>de</strong>cido con <strong>los</strong> toques que una imaginación calenturienta aporta a <strong>los</strong> placeres juveniles, ya que, muchos años antes, cuando aún vivía la marquesa, y a una edad en la que la imaginación es particularmente sensible a las impresiones <strong>de</strong> alegría y entretenimiento, había visitado aquel lugar, y, aunque había pasado mucho tiempo entre las vejaciones y problemas <strong>de</strong> <strong>los</strong> asuntos públicos que con <strong>de</strong>masiada frecuencia corroen el corazón y oscurecen el gusto, las sombras <strong>de</strong> Languedoc y la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> <strong>los</strong> distantes paisajes nunca habían sido recordados por él con indiferencia. Durante muchos años el castillo había estado abandonado por el fallecido marqués y, al estar habitado únicamente por un viejo criado y su mujer se encontraba en clara <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia. La supervisión <strong>de</strong> las reparaciones que eran necesarias para convertirlo en una resi<strong>de</strong>ncia confortable habían sido el principal motivo para que el con<strong>de</strong> pasara <strong>los</strong> meses otoñales en Languedoc, y ni las protestas ni las lágrimas <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa, porque en situaciones extremas hasta podía llorar, fueron suficientemente po<strong>de</strong>rosas para hacerle <strong>de</strong>sistir <strong>de</strong> su <strong>de</strong>terminación. La con<strong>de</strong>sa se preparó, por ello, a obe<strong>de</strong>cer sus ór<strong>de</strong>nes, que no pudo modificar, y a renunciar a las animadas reuniones <strong>de</strong> París —don<strong>de</strong> su belleza no tenía generalmente rival y ganaba el aplauso al que su agu<strong>de</strong>za no recurría— por la sombría estancia en <strong>los</strong> bosques, la solitaria gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> las montañas, las solemnidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> patios góticos y las largas y prolongadas galerías en las que sólo resuenan <strong>los</strong> pasos solitarios <strong>de</strong> las personas <strong>de</strong> la casa o el sonido regular <strong>de</strong>l enorme reloj que contempla todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto. Des<strong>de</strong> estas melancólicas expectaciones trató <strong>de</strong> consolarse recogiendo todo lo que había oído relativo a las alegres cosechas <strong>de</strong> las llanuras <strong>de</strong> Languedoc, pero nada podía compensarla <strong>de</strong> la alegre melodía <strong>de</strong> las danzas parisinas, y la vista <strong>de</strong> las fiestas rústicas <strong>de</strong> <strong>los</strong> campesinos poco podía aportar a su corazón, en el que incluso <strong>los</strong> sentimientos <strong>de</strong> una tolerancia común habían <strong>de</strong>caído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía largo tiempo por la corrupción <strong>de</strong>l lujo. El con<strong>de</strong> tenía un hijo y una hija, fruto <strong>de</strong> un matrimonio anterior, quienes, según <strong>de</strong>cidió, <strong>de</strong>berían acompañarle al sur <strong>de</strong> Francia. Henri, que tenía veinte años, estaba en el ejército francés, y Blanche, que aún no había cumplido dieciocho, había estado confinada en un convento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el segundo matrimonio <strong>de</strong> su padre. La con<strong>de</strong>sa, que no había tenido la habilidad suficiente ni inclinación para vigilar la educación <strong>de</strong> su hijastra, había aconsejado este paso, y el temor a la superior belleza <strong>de</strong> Blanche le había impelido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces a servirse <strong>de</strong> cualquier medio para que se prolongara su reclusión. En consecuencia, recibió una nueva mortificación al saber que no seguiría dominándole en este aspecto, pero le produjo algún consuelo consi<strong>de</strong>rar que aunque Blanche saliera <strong>de</strong> su convento, las sombras <strong>de</strong> su estancia en el campo ocultarían con un velo su belleza <strong>de</strong> la mirada pública. La mañana en la que iniciaron el viaje <strong>los</strong> postillones se <strong>de</strong>tuvieron en el convento por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> para recoger a Blanche, cuyo corazón latía emocionado ante el panorama <strong>de</strong> novedad y <strong>de</strong> libertad que se le abría. Según se acercaba el tiempo <strong>de</strong> su salida, su impaciencia había aumentado <strong>de</strong> tal modo que la última noche, en la que contó cada campanada <strong>de</strong> cada hora, le pareció la más tediosa <strong>de</strong> las que había vivido. Por fin llegó la luz <strong>de</strong> la mañana, sonó la campana <strong>de</strong> maitines, oyó a las monjas que bajaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus celdas y saltó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su almohada para dar la bienvenida al nuevo día, que la emanciparía <strong>de</strong> las severida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l claustro y la introduciría en un mundo en el que <strong>los</strong> placeres sonreían y la bonanza era ben<strong>de</strong>cida; en el que, en resumen, sólo reinaban el placer y la satisfacción! Cuando oyó la campana <strong>de</strong> la gran puerta <strong>de</strong> entrada y el sonido que siguió <strong>de</strong> las ruedas <strong>de</strong>l carruaje, corrió con el corazón palpitante a la ventana, y al ver el coche <strong>de</strong> su padre en el patio, bailó con pasos etéreos por el pasillo, don<strong>de</strong> tropezó con una monja que le traía un recado <strong>de</strong> la aba<strong>de</strong>sa. Un momento <strong>de</strong>spués se encontró en el refectorio, y en presencia <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa, que le pareció un ángel que la conducía a la felicidad. Pero las emociones <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa al contemplarla no latieron al unísono con las <strong>de</strong> Blanche, que estaba más hermosa que nunca, porque su rostro, animado por la sonrisa iluminada <strong>de</strong> la alegría, resplan<strong>de</strong>cía con la belleza <strong>de</strong> la felicidad inocente.
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