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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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en su cabeza como el efecto <strong>de</strong> un relámpago. Tembló, <strong>de</strong>jó caer la pluma, y rehusó firma lo que no había leído. Montoni simulo reír ante sus escrúpu<strong>los</strong>, y, cogiendo <strong>de</strong> nuevo el papel, pretendió leerlo; pero<br />

Emily, que seguía temblando dándose cuenta <strong>de</strong>l peligro en el que se encontraba, y que estaba asombrada <strong>de</strong> que su propia credulidad hubiera estado a punto <strong>de</strong> traicionarla, se negó <strong>de</strong>finitivamente a firmar<br />

cualquier papel. Durante un tiempo, Montoni se mantuvo en su disimulo sobre lo ridículo <strong>de</strong> su rechazo; pero, cuando advirtió por su firme perseverancia que se había dado cuenta <strong>de</strong> sus propósitos, cambió <strong>de</strong><br />

actitud y le hizo una señal para que le siguiera a otra habitación. Allí le dijo que había estado dispuesto a evitarse y a evitarla el problema <strong>de</strong> una batalla inútil, en un asunto en el que su voluntad era la justicia y en<br />

el que prefería persuadirla a obligarla a cumplir con su <strong>de</strong>ber.<br />

—Yo, como esposo <strong>de</strong> la fallecida signora Montoni —añadió—, soy el here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> todo lo que ella poseía; las propieda<strong>de</strong>s, en consecuencia, que se negó a ce<strong>de</strong>rme en vida no pue<strong>de</strong>n ser retenidas por<br />

más tiempo, y por tu propia seguridad no te engañaría respecto a la absurda afirmación que te hizo una vez en mi presencia, indicando que esas propieda<strong>de</strong>s serían tuyas, si moría sin habérmelas cedido. Sabía<br />

muy bien en aquel momento que no tenía po<strong>de</strong>res para evitarlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte; y creo que tú tienes sentido suficiente para no provocar mi rencor planteando una reclamación injusta. No tengo por<br />

costumbre el halago y, en consecuencia, recibirás como una manifestación sincera que te hago, que posees una comprensión muy superior a las personas <strong>de</strong> tu sexo; y que no tienes ninguna <strong>de</strong> esas lamentables<br />

flaquezas que con frecuencia marcan el carácter femenino, como son la avaricia o el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r, que hacen que las mujeres disfruten al contra<strong>de</strong>cir y al burlarse cuando no pue<strong>de</strong>n conquistar. Si no me<br />

equivoco en tu disposición y en tu ánimo, no mostrarás que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>s a esos errores comunes <strong>de</strong> tu sexo.<br />

Montoni hizo una pausa; y Emily permaneció silenciosa y expectante, ya que le conocía <strong>de</strong>masiado bien para creer que hubiera con<strong>de</strong>scendido a tal elogio a menos que pensara que con ello podría conseguir<br />

lo que era <strong>de</strong> su interés; y, aunque había olvidado mencionar la vanidad entre las flaquezas <strong>de</strong> las mujeres, era evi<strong>de</strong>nte que consi<strong>de</strong>raba que era una <strong>de</strong> las predominantes, puesto que había <strong>de</strong>cidido someterla a<br />

ella su comprensión <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> su propio sexo.<br />

—Con este punto <strong>de</strong> vista —prosiguió Montoni—, no puedo creer que te opongas, cuando sabes que no pue<strong>de</strong>s vencer, o que <strong>de</strong>sees vencer o ambicionar propiedad alguna cuando no tienes la justicia <strong>de</strong><br />

tu lado. Sin embargo, consi<strong>de</strong>ro a<strong>de</strong>cuado informarte <strong>de</strong> la alternativa. Si adoptas una <strong>de</strong>cisión justa sobre el tema, te será permitido regresar a Francia custodiada con seguridad en un breve plazo; pero, si eres<br />

tan infeliz como para <strong>de</strong>jarte engañar por las últimas afirmaciones <strong>de</strong> la signora, quedarás como mi prisionera hasta que te convenzas <strong>de</strong> tu error.<br />

Emily, con toda calma, dijo:<br />

—No soy tan ignorante, signor, <strong>de</strong> las leyes referentes a este asunto, para <strong>de</strong>jarme confundir por las afirmaciones <strong>de</strong> cualquier persona. La ley, en su estado presente, me conce<strong>de</strong> las propieda<strong>de</strong>s en<br />

cuestión, y mi propia mano no traicionará nunca mi <strong>de</strong>recho.<br />

—Parece que me he confundido en mi opinión sobre ti —manifestó Montoni con gesto sombrío—, hablas alocada y presuntuosamente sobre un tema que no entien<strong>de</strong>s. Por una vez, estoy dispuesto a<br />

perdonar tu total ignorancia; la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> tu sexo, también, <strong>de</strong> la que, eso parece, no estás exenta, reclama alguna tolerancia; pero, si insistes en esta postura, habrás <strong>de</strong> temerlo todo <strong>de</strong> mi justicia.<br />

—De vuestra justicia, signor —prosiguió Emily—, no tengo nada que temer, sólo esperanzas.<br />

Montoni la miró humillado y meditó lo que iba a <strong>de</strong>cir.<br />

—Compruebo que eres lo suficientemente débil —prosiguió— para dar crédito a esa ociosa afirmación a la que he aludido. Lo lamento por ti; por lo que se refiere a mí, tiene pocas consecuencias. Tu<br />

credulidad sólo pue<strong>de</strong> castigarte a ti misma; y <strong>de</strong>bo sentir únicamente esa <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> ánimo, que te conduce a <strong>los</strong> sufrimientos que me obligas a preparar para ti.<br />

—Tal vez <strong>de</strong>scubráis, signor —dijo Emily, con contenida dignidad—, que la fortaleza <strong>de</strong> mi ánimo es igual a la justicia <strong>de</strong> mi causa, y que puedo soportarlo todo con fortaleza, cuando se trata <strong>de</strong> resistir la<br />

opresión.<br />

—Hablas como una heroína —dijo Montoni airado—, veremos si pue<strong>de</strong>s sufrir como una <strong>de</strong> ellas.<br />

Emily guardó silencio y él salió <strong>de</strong> la habitación.<br />

Al recordar que se había resistido pensando en Valancourt, sonrió complacida ante las amenazas <strong>de</strong> sufrimiento, y se retiró hacia el lugar que su tía le había señalado como <strong>de</strong>positario <strong>de</strong> <strong>los</strong> documentos<br />

relativos a las propieda<strong>de</strong>s, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> encontró como le había <strong>de</strong>scrito; y, puesto que no conocía un lugar mejor para ocultar<strong>los</strong> que aquel mismo, <strong>los</strong> volvió a colocar en su sitio, sin examinar su contenido,<br />

temerosa <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>scubierta mientras intentaba una lectura cuidadosa.<br />

Volvió una vez más a su propio cuarto solitario, y allí pensó <strong>de</strong> nuevo en la última conversación con Montoni, y en <strong>los</strong> males que podría esperar por oponerse a su voluntad. Pero su po<strong>de</strong>r no le parecía<br />

terrible a su imaginación como él había intentado. Un orgullo sagrado se había adueñado <strong>de</strong> su corazón y le enseñaba a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> la presión <strong>de</strong> la injusticia, y a glorificarse en el sufrimiento tranquilo <strong>de</strong>l mal,<br />

por una causa en la que también estaba mezclado su interés por Valancourt. Por primera vez sintió en toda su extensión su propia superioridad sobre Montoni y rechazó la autoridad que hasta entonces había<br />

temido.<br />

Según estaba sentada meditando le llegó una carcajada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la terraza, y, al acercarse al ventanal, vio, con inexpresable sorpresa, a tres damas, vestidas con galas <strong>de</strong> Venecia, paseando con varios<br />

caballeros por <strong>de</strong>bajo. Los contempló con tanto asombro que le hizo permanecer en la ventana, sin preocuparse por ser observada, hasta que el grupo pasó bajo ella. Una <strong>de</strong> ellas miró hacia arriba y <strong>de</strong>scubrió<br />

el rostro <strong>de</strong> la signora Livona, cuyo comportamiento le había encantado el día <strong>de</strong> su llegada a Venecia, y que había sido presentada en la cena <strong>de</strong> Montoni. Este <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong>spertó en ella una emoción <strong>de</strong><br />

alegría; porque alegría y consuelo era saber que una persona, <strong>de</strong> talante tan gentil como parecía tener la signora Livona, estaba cerca <strong>de</strong> ella; sin embargo, había algo tan extraordinario en el hecho <strong>de</strong> que<br />

estuviera en el castillo, en aquellas circunstancias y, evi<strong>de</strong>ntemente, por lo <strong>de</strong>senvuelto <strong>de</strong> su aire, por su propio consentimiento, que le surgió una dolorosa sospecha relativa a su conducta. Pero el pensamiento<br />

le causó tanta conmoción a Emily, cuyo afecto había ganado la conducta <strong>de</strong> la signora, y todo ello parecía tan improbable, cuando lo recordaba, que rechazó la i<strong>de</strong>a inmediatamente.<br />

A la llegada <strong>de</strong> Annette, le preguntó por la presencia <strong>de</strong> aquellas personas y la muchacha estaba tan interesada en hablarle <strong>de</strong> ello como Emily <strong>de</strong> enterarse.<br />

—Acaban <strong>de</strong> llegar, ma<strong>de</strong>moiselle —dijo Annette—, con dos signors <strong>de</strong> Venecia, y me ha alegrado mucho ver <strong>de</strong> nuevo caras cristianas. Pero, ¿por qué habrán venido hasta aquí ¡Deben estar locos para<br />

venir por propia voluntad a un lugar como éste! Sin embargo, así han venido, porque parecen muy contentas.<br />

—¿Han sido, tal vez, hechas prisioneras —preguntó Emily.<br />

—¡Prisioneras! —exclamó Annette—, no, <strong>de</strong> ninguna manera, ma<strong>de</strong>moiselle. Ellas no. Recuerdo muy bien a una <strong>de</strong> Venecia. Fue una o dos veces a la mansión <strong>de</strong>l signor, lo recordaréis, ma<strong>de</strong>moiselle, y se<br />

<strong>de</strong>cía, pero no creía una palabra <strong>de</strong> ello..., se <strong>de</strong>cía que al signor le gustaba más <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>bería. «Entonces —dije yo—, ¿por qué, traerla a la casa don<strong>de</strong> está mi señora» «Muy cierto —dijo Ludovico; pero<br />

me miró como si él también supiera algo más.<br />

Emily <strong>de</strong>seaba que Annette se enterara <strong>de</strong> quiénes eran aquellas señoras, así como <strong>de</strong> todo lo que se refería a ellas; y <strong>de</strong>spués cambió <strong>de</strong> tema y habló <strong>de</strong> su Francia distante.<br />

—¡Ah, ma<strong>de</strong>moiselle! ¡No volveremos nunca a verla! —dijo Annette casi llorando—, ¿por qué empren<strong>de</strong>ría el camino<br />

Emily trató <strong>de</strong> consolarla y animarla con unas esperanzas en las que ella casi no creía.<br />

—¿Cómo pudisteis, ma<strong>de</strong>moiselle, <strong>de</strong>jar Francia y abandonar también a monsieur Valancourt —dijo Annette sollozando—, estoy segura <strong>de</strong> que si Ludovico hubiera estado en Francia, nunca le habría<br />

<strong>de</strong>jado.<br />

—Entonces, ¿por qué te lamentas <strong>de</strong> haber salido <strong>de</strong> Francia —dijo Emily, tratando <strong>de</strong> sonreír—, puesto que si te hubieras quedado allí nunca habrías conocido a Ludovico.<br />

—¡Ah, ma<strong>de</strong>moiselle! ¡Cómo me gustaría salir <strong>de</strong> este horrible castillo, serviros en Francia y no preocuparme <strong>de</strong> nada más!<br />

—Gracias, mi buena Annette, por tu afectuosa consi<strong>de</strong>ración. Llegará un tiempo, espero, en el que puedas recordar la expresión <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>seo con satisfacción.<br />

Annette se marchó a cumplir con sus obligaciones, y Emily buscó per<strong>de</strong>r el sentido <strong>de</strong> sus propias preocupaciones en las escenas visionarias <strong>de</strong>l poeta; pero tuvo que lamentar una vez más la fuerza<br />

irresistible <strong>de</strong> las circunstancias sobre <strong>los</strong> gustos y <strong>los</strong> po<strong>de</strong>res <strong>de</strong> la mente, y que aquello requería un ánimo tranquilo para ser sensible incluso a <strong>los</strong> placeres abstractos <strong>de</strong>l intelecto. El entusiasmo <strong>de</strong>l genio, con<br />

todas las <strong>de</strong>scripciones, se le presentaba ahora frío y pálido. Pensativa, mirando hacia el libro que tenía ante ella, exclamó involuntariamente: «¿Son éstos, verda<strong>de</strong>ramente, <strong>los</strong> poemas que me han causado con<br />

tanta frecuencia un placer exquisito ¿Dón<strong>de</strong> estaba el encanto ¿En mi mente, o en la imaginación <strong>de</strong>l poeta En ambos —dijo haciendo una pausa—. Pero el fuego <strong>de</strong>l poeta es inútil si la mente <strong>de</strong> su lector no<br />

se atempera a la suya, aunque pueda ser inferior en fortaleza».<br />

Emily habría tratado <strong>de</strong> luchar contra aquella ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> pensamientos, porque le habría aliviado <strong>de</strong> unas reflexiones más dolorosas, pero comprobó una vez más que el pensamiento no pue<strong>de</strong> ser siempre<br />

controlado por la voluntad, y la suya volvió a consi<strong>de</strong>rar su propia situación.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, al no atreverse a bajar a la muralla, don<strong>de</strong> se podía ver expuesta a la ruda mirada <strong>de</strong> <strong>los</strong> asociados <strong>de</strong> Montoni, paseó por la galería a la que daba su habitación. Al llegar a uno <strong>de</strong> sus extremos,<br />

oyó sonidos distantes <strong>de</strong> diversiones y risas. Era la turbulencia <strong>de</strong> una exp<strong>los</strong>ión salvaje, no la controlada alegría temperada, y parecía provenir <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong>l castillo ocupada habitualmente por Montoni. Tales<br />

sonidos, en aquel momento, cuando sólo habían pasado unos pocos días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su tía, la afectaron particularmente, pese a que se correspondían con la conducta reciente <strong>de</strong> Montoni.<br />

Al escuchar, creyó distinguir voces femeninas, mezcladas con las risas, y esto confirmó sus peores sospechas, relativas a la personalidad <strong>de</strong> la signora Livona y sus acompañantes. Era evi<strong>de</strong>nte que no habían<br />

sido llevadas allí <strong>de</strong> forma obligada y se encontraban ahora en una zona salvaje y remota <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos, ro<strong>de</strong>adas <strong>de</strong> hombres que Emily consi<strong>de</strong>raba poco menos que rufianes, y como sus compañeras, entre<br />

las escenas <strong>de</strong> vicio, ante las que su alma se encogió con horror. En aquel momento, las escenas <strong>de</strong>l presente y <strong>de</strong>l futuro se abrieron a su imaginación, entre ellas la imagen <strong>de</strong> Valancourt cediendo a su influencia<br />

y su <strong>de</strong>cisión se vio sacudida por el temor. Creyó que comprendía todos <strong>los</strong> horrores que Montoni preparaba para ella y tembló ante el encuentro con una venganza sin remordimientos como él le podía infligir.<br />

Casi <strong>de</strong>cidió ce<strong>de</strong>r las disputadas propieda<strong>de</strong>s en cuanto se lo pidiera, con lo cual se vería segura y libre; pero <strong>de</strong> nuevo, el recuerdo <strong>de</strong> Valancourt se adueñó <strong>de</strong> su corazón y la empujó a apartarse <strong>de</strong> toda<br />

duda.<br />

Continuó paseando por la galería hasta que la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>jó caer su luz incierta y melancólica y se hizo más profunda la oscuridad <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s cubiertas <strong>de</strong> roble que la ro<strong>de</strong>aban, mientras que la distante<br />

perspectiva <strong>de</strong>l corredor se llenó <strong>de</strong> sombras y sólo permitía ver la luz pálida que entraba por la ventana que había al final <strong>de</strong>l mismo.<br />

De <strong>los</strong> vestíbu<strong>los</strong>, salones y pasil<strong>los</strong> <strong>de</strong> abajo, le llegaban <strong>los</strong> débiles ecos <strong>de</strong> las carcajadas a interva<strong>los</strong> y hacían más temerosa la quietud que la ro<strong>de</strong>aba. Emily, sin embargo, no estaba dispuesta a regresar a<br />

su triste habitación, y como Annette no había llegado aún siguió paseando por la galería. Al cruzar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la habitación, don<strong>de</strong> en una ocasión anterior se había atrevido a levantar el velo que<br />

le <strong>de</strong>scubrió un espectáculo tan horrible que <strong>de</strong>spués no había podido recordar sin verse asaltada por emociones in<strong>de</strong>scriptibles, aquel recuerdo volvió <strong>de</strong> nuevo. Se unía ahora a reflexiones más terribles que<br />

entonces por la actitud <strong>de</strong> Montoni, y al correr para abandonar la galería, oyó pasos tras ella. Podrían ser <strong>los</strong> <strong>de</strong> Annette; pero, al volverse temerosa para mirar, vio, a través <strong>de</strong> la oscuridad, una figura alta que<br />

la seguía, y todos <strong>los</strong> horrores <strong>de</strong> aquella habitación se mezclaron en su mente. Un momento <strong>de</strong>spués fue agarrada por las manos <strong>de</strong> una persona y oyó una voz profunda que murmuraba a su oído.<br />

Cuando tuvo fuerzas para hablar o para emitir sonidos articulados, preguntó quién la <strong>de</strong>tenía.

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