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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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Bamardine, el portero, negó la acusación con el rostro tan firme que Montoni no podía creer que fuera culpable, aunque no acertaba a compren<strong>de</strong>r cómo podía ser inocente. Finalmente, el hombre fue<br />

<strong>de</strong>spedido y el culpable no fue <strong>de</strong>tectado.<br />

Montoni se dirigió entonces a las habitaciones <strong>de</strong> su esposa, a las que Emily llegó poco <strong>de</strong>spués. Al encontrar<strong>los</strong> discutiendo, se dispuso a abandonar la habitación, pero su tía la hizo volver, expresándole<br />

sus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> que se quedara.<br />

—Serás testigo —dijo— <strong>de</strong> mi oposición. Ahora, señor, repetid la or<strong>de</strong>n que con tanta frecuencia he rehusado obe<strong>de</strong>cer.<br />

Montoni se volvió con gesto sombrío hacia Emily, gritándole que abandonara la habitación, mientras su mujer insistía en que se quedara. Emily <strong>de</strong>seaba escapar <strong>de</strong> aquella escena, aunque también estaba<br />

ansiosa <strong>de</strong> servir a su tía, pero temía la cólera que apuntaba en <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Montoni.<br />

—Sal <strong>de</strong> la habitación —dijo con voz <strong>de</strong> trueno.<br />

Emily obe<strong>de</strong>ció y salió a la muralla, <strong>de</strong> la que habían <strong>de</strong>saparecido <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos, y continuó meditando sobre el <strong>de</strong>sgraciado matrimonio <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> su padre y en su propia situación, ocasionada<br />

por la ridícula impru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su tía, a la que siempre había <strong>de</strong>seado respetar y querer. La conducta <strong>de</strong> madame Montoni había hecho imposible ambas cosas, pero su corazón generoso se veía afectado por su<br />

<strong>de</strong>sconsuelo y, avivada su piedad, olvidó el injurioso trato que había recibido <strong>de</strong> ella.<br />

Según paseaba por la muralla, Annette apareció por la puerta <strong>de</strong>l vestíbulo, miró con precaución a su alre<strong>de</strong>dor, y se acercó a ella.<br />

—Querida ma<strong>de</strong>moiselle, os he estado buscando por todo el castillo —dijo—. Si me seguís, os mostraré un cuadro.<br />

—i Un cuadro! —exclamó Emily, dando un respingo.<br />

—Sí, un retrato <strong>de</strong> la difunta señora <strong>de</strong> este castillo. Cario me acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que era ella y pensé que os resultaría curioso verlo. Como sabéis, ma<strong>de</strong>moiselle, es algo que no podría <strong>de</strong>cirle a mi señora...<br />

—Y por ello —dijo Emily sonriendo— tienes que <strong>de</strong>círselo a alguien...<br />

—Sí, ma<strong>de</strong>moiselle, ¿qué se pue<strong>de</strong> hacer en un sitio como éste, si no se pue<strong>de</strong> hablar Si estuviera en un calabozo me <strong>de</strong>jarían hablar, me serviría <strong>de</strong> consuelo, aunque si lo hiciera sería sólo a <strong>los</strong> muros.<br />

Vamos, no perdamos tiempo, permitidme que os muestre el retrato.<br />

—¿Está cubierto con un velo —dijo Emily, tras una pausa.<br />

—¡Querida ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Annette mirando fijamente al rostro <strong>de</strong> Emily—, ¿por qué os ponéis pálida ¿Estáis enferma<br />

—No, Annette, estoy bien, pero no <strong>de</strong>seo ver ese retrato, regresa al vestíbulo.<br />

—¿Cómo, no queréis ver a la señora <strong>de</strong> este castillo —dijo la muchacha—, ¿la señora que <strong>de</strong>sapareció tan extrañamente Yo habría corrido hasta la montaña más lejana que se pueda ver por lograrlo.<br />

Porque esta extraña historia es lo único que me preocupa <strong>de</strong> este viejo castillo, aunque hace que tiemble cada vez que pienso en ello.<br />

—Sí, Annette, te gusta todo lo maravil<strong>los</strong>o. Pero, ¿no sabes que, a menos que te guar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esa inclinación, acabará conduciéndote a la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> la superstición<br />

Annette sonrió ante la observación <strong>de</strong> Emily, que podía temblar con temores imaginados, como ella misma, y escuchar casi con el mismo entusiasmo la narración <strong>de</strong> historias <strong>misterios</strong>as. Annette insistió en<br />

su petición<br />

—¿Estás segura <strong>de</strong> que es un cuadro —dijo Emily—, ¿lo has visto, ¿está tapado con un velo<br />

—¡Virgen Santa!, ma<strong>de</strong>moiselle, sí, no, sí. Estoy segura <strong>de</strong> que es un cuadro. Lo he visto, y no está tapado con un velo.<br />

El tono y la mirada <strong>de</strong> sorpresa que acompañó a su respuesta <strong>de</strong>spertó en Emily un sentido <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia que ocultó su emoción con una sonrisa e hizo un gesto a Annette para que la condujera hasta el<br />

cuadro. Estaba en una sala oscura, unida a la parte <strong>de</strong>l castillo habitada por <strong>los</strong> criados. Había otros retratos colgados en las pare<strong>de</strong>s, cubiertos como éste con polvo y telarañas.<br />

—Ése es, ma<strong>de</strong>moiselle —dijo Annette, en voz baja, señalando.<br />

Emily avanzó y contempló el cuadro. Representaba a una señora en la flor <strong>de</strong> la juventud y la belleza; su aspecto era hermoso y noble, <strong>de</strong> expresión fuerte, pero tenía poco <strong>de</strong> la dulzura cautivadora que<br />

Emily prefería y menos aún <strong>de</strong> la suavidad pensativa que tanto le gustaba. Su rostro hablaba el lenguaje <strong>de</strong> la pasión más que el <strong>de</strong>l sentimiento. La altanera impaciencia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia y no la plácida melancolía<br />

<strong>de</strong> un espíritu herido y resignado.<br />

—¿Cuántos años han pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que esta señora <strong>de</strong>sapareció, Annette —preguntó Emily.<br />

—Veinte años, poco más o menos, según me han dicho. Hace mucho tiempo.<br />

Emily continuó mirando el retrato.<br />

—Creo —continuó Annette— que el signor <strong>de</strong>bería tenerlo colgado en mejor lugar, y no en esta vieja cámara. A mi enten<strong>de</strong>r, <strong>de</strong>bería colocar el retrato <strong>de</strong> una señora, ' que le proporcionó todas estas<br />

riquezas en la mejor habitación <strong>de</strong>l castillo. Pero pue<strong>de</strong> tener buenas razones para hacer lo que hace, y se dice que ha perdido tanto su riqueza como su gratitud. Pero ¡silencio, ni una palabra! —añadió Annette,<br />

poniéndose el <strong>de</strong>do índice en <strong>los</strong> labios.<br />

Emily estaba <strong>de</strong>masiado sumida en sus pensamientos para oír lo que <strong>de</strong>cía.<br />

—Ésta es una hermosa señora. Estoy segura —continuó Annette— <strong>de</strong> que el señor no tendría que avergonzarse <strong>de</strong> ponerla en una gran habitación, en la que tiene colgado el cuadro cubierto con un velo. —<br />

Emily se volvió a mirarla—. En cualquier caso, se la vería tan poco como aquí, porque ya me he dado cuenta <strong>de</strong> que la puerta está siempre cerrada.<br />

—Salgamos <strong>de</strong> esta habitación —dijo Emily—, y permíteme que te advierta <strong>de</strong> nuevo, Annette, que tengas cuidado con lo que comentas, y que no digas nunca que has visto ese retrato.<br />

—¡Santa madre! —exclamó Annette—, no es ningún secreto. ¡Todos <strong>los</strong> criados ya lo han visto!<br />

Emily se quedó sorprendida.<br />

—¿Cómo es posible —dijo—. ¡Lo han visto! ¿Cuándo ¿Cómo<br />

—Querida ma<strong>de</strong>moiselle, eso no tiene nada <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>nte; todos somos mucho más curiosos que vos.<br />

—Me ha parecido que has dicho que la puerta está siempre cerrada —dijo Emily.<br />

—Si fuera así —replicó Annette, mirando a su alre<strong>de</strong>dor—, ¿cómo podríamos estar aquí <strong>de</strong>ntro<br />

—¡Oh!, te refieres a este cuadro —dijo Emily, recobrando la calma—, bien Annette, aquí no hay nada más que me interese. Vámonos.<br />

Cuando Emily cruzaba hacia su habitación, vio a Montoni que bajaba al vestíbulo y se dirigió al vestidor <strong>de</strong> su tía, en don<strong>de</strong> la encontró sola y llorando, dolorida y resentida según se adivinaba en su rostro.<br />

El orgullo contenía sus quejas. Juzgando la disposición <strong>de</strong> Emily por la suya y ante la conciencia <strong>de</strong> lo que su trato para con ella merecía, estaba convencida <strong>de</strong> que sus pesares serían un triunfo para su sobrina<br />

en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar su simpatía, <strong>de</strong> que no la compa<strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> que no sentía piedad por ella. Desconocía la ternura y la tolerancia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Emily, que había aprendido a olvidar sus propias injurias ante<br />

las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> su enemigo. Los sufrimientos <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, quienes quieran que fueran, <strong>de</strong>spertaban <strong>de</strong> inmediato su compasión, disipando cualquier oscura nube que hubiera ocultado en su mente la bondad<br />

con la pasión o el prejuicio.<br />

Los sufrimientos <strong>de</strong> madame Montoni se elevaron, finalmente, por encima <strong>de</strong> su orgullo, y, cuando Emily hubo entrado en su habitación, se habría confiado a ella <strong>de</strong> no haber estado prevenida por la<br />

presencia <strong>de</strong> su marido. Ahora que ya no se veía contenida por ello, expresó todas sus quejas a su sobrina.<br />

—¡Oh, Emily! —exclamó—, soy la más <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> las mujeres. ¡Soy tratada con la máxima crueldad! ¿Quién, con todos mis propósitos <strong>de</strong> felicidad, habría pensado en un <strong>de</strong>stino tan fatal como éste<br />

¿Quién habría pensado, cuando me casé con un hombre como el signor, que lamentaría mi <strong>de</strong>cisión Pero no hay modo <strong>de</strong> juzgar qué es lo mejor, ¡no hay modo <strong>de</strong> saber qué es lo que nos conviene! Los<br />

proyectos más resplan<strong>de</strong>cientes cambian con frecuencia, <strong>los</strong> juicios más ciertos pue<strong>de</strong>n engañar." ¿Quién podía haber predicho, cuando me casé con el signor, que me arrepentiría <strong>de</strong> mi generosidad<br />

Emily pensó que podía haberlo visto, pero no fue una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su triunfo. Se sentó en una silla cerca <strong>de</strong> su tía, cogió su mano, y, con una <strong>de</strong> esas miradas <strong>de</strong> apasionada compasión, que pue<strong>de</strong>n caracterizar el<br />

rostro <strong>de</strong> un ángel guardián, le habló en <strong>los</strong> tonos más tiernos. Pero esto no sirvió <strong>de</strong> mucho con madame Montoni, cuya impaciencia por hablar la hacían incapaz <strong>de</strong> escuchar. Quería quejarse, no ser consolada;<br />

y a través <strong>de</strong> sus exclamaciones quejumbrosas Emily conoció las circunstancias concretas <strong>de</strong> su aflicción.<br />

—¡Hombre <strong>de</strong>sagra<strong>de</strong>cido! —dijo madame Montoni—, me ha engañado en todos <strong>los</strong> aspectos. Me ha sacado <strong>de</strong> mi país y apartado <strong>de</strong> mis amigos, encerrándome en este viejo castillo. ¡Aquí espera<br />

obligarme a hacer todo lo que <strong>de</strong>see! Pero <strong>de</strong>scubrirá que se ha confundido, <strong>de</strong>scubrirá que no hay amenazas que puedan alterar... ¡Quién lo habría creído! ¿Quién podía suponer que un hombre <strong>de</strong> su familia y<br />

apariencia <strong>de</strong> riqueza no tenía absolutamente fortuna alguna No, ¡no tiene un céntimo suyo! Lo hice todo por mejorar. Pensé que era un hombre <strong>de</strong> posición, <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s propieda<strong>de</strong>s. En otro caso nunca me<br />

habría casado con él. ¡Desagra<strong>de</strong>cido, ladino! Se <strong>de</strong>tuvo para tomar aliento.<br />

—Querida señora, recomponeos —dijo Emily—, el signor pue<strong>de</strong> que no sea tan rico como vos teníais razones para suponer, pero seguro que no es muy pobre, puesto que este castillo y la mansión <strong>de</strong><br />

Venecia son suyos. ¿Puedo preguntaros cuáles son las circunstancias que particularmente os afectan<br />

—¡Qué circunstancias! —exclamó madame Montoni con resentimiento—, ¿no es suficiente que ya haga tiempo que ha gastado toda su fortuna en el juego y el que haya perdido lo que le di y que ahora<br />

quiere obligarme a firmar 1o que me queda (por fortuna la parte más importante <strong>de</strong> mis propieda<strong>de</strong>s quedó a mi nombre) para que 1o pueda per<strong>de</strong>r también o tirarlo en empresas absurdas que nadie compren<strong>de</strong><br />

más que él ¿No es suficiente<br />

—Sí, así es —dijo Emily—, pero <strong>de</strong>béis recordar, querida señora, que yo no sabía nada <strong>de</strong> todo eso.<br />

—¿Y no es suficiente —prosiguió su tía— que esté absolutamente arruinado, que esté profundamente hundido en <strong>de</strong>udas y que ni este castillo ni la mansión <strong>de</strong> Venecia serían suyos si todas sus <strong>de</strong>udas,<br />

honorables y <strong>de</strong>shonestas, fueran pagadas<br />

—Me <strong>de</strong>jáis sorprendida con lo que me <strong>de</strong>cís, madame —dijo Emily.<br />

—¿Y no es suficiente —interrumpió madame Montoni— que me haya tratado con negligencia, con crueldad, porque me niego a ce<strong>de</strong>r mis propieda<strong>de</strong>s y en lugar <strong>de</strong> estar atemorizada por sus amenazas le<br />

<strong>de</strong>safío <strong>de</strong>cididamente y le reprocho su vergonzosa conducta Pero lo he soportado todo, tú lo sabes, sobrina, nunca he pronunciado una palabra <strong>de</strong> queja, hasta ahora. ¡No! ¡Nada se pue<strong>de</strong> imponer a mi<br />

disposición! Yo, que mis únicas faltas son el tener <strong>de</strong>masiada generosidad, <strong>de</strong>masiada con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, me veo enca<strong>de</strong>nada para toda la vida a tan vil, engañoso y monstruo cruel.<br />

La necesidad <strong>de</strong> respirar obligó a madame Montoni a <strong>de</strong>tenerse. Si algo podría haber hecho sonreír a Emily en aquel<strong>los</strong> momentos habría sido el discurso <strong>de</strong> su tía, expresado en un tono <strong>de</strong> voz ligeramente<br />

por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l grito y con la vehemencia <strong>de</strong> gestos y <strong>de</strong> guiños que lo hacían parecer burlesco. Emily vio que sus <strong>de</strong>sgracias no admitían consuelo, y aparte <strong>de</strong> <strong>los</strong> términos <strong>de</strong> comentarios superficiales se

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