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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o I I<br />

Titania:<br />

Si pacientemente bailaras a nuestro alre<strong>de</strong>dor<br />

y vieras nuestras fiestas a la luz <strong>de</strong> la luna, vendrías con nosotros.<br />

MIDSUMMER NIGHT'S DREAM<br />

A<br />

la mañana temprano, <strong>los</strong> viajeros iniciaron su camino hacia Turín. La esplendorosa llanura que se extien<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> Alpes hasta esa magnífica ciudad no estaba entonces, como ahora, cubierta por<br />

una avenida <strong>de</strong> árboles <strong>de</strong> casi quince kilómetros <strong>de</strong> extensión, sino por olivares, moreras y palmeras, bor<strong>de</strong>ados con viñedos, que se mezclaban con el paisaje pastoril por el que cruza el rápido Po, tras<br />

<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las montañas para encontrarse con el humil<strong>de</strong> Doria en Turín. Según avanzaban hacia la ciudad, <strong>los</strong> Alpes, vistos a cierta distancia, empezaron a mostrarse en toda su tremenda exaltación;<br />

cordillera tras cordillera en larga sucesión, sus puntos más altos se oscurecían en las colgantes nubes, a veces escondiéndose y otras subiendo muy por encima <strong>de</strong> ellas; mientras que las pendientes más bajas,<br />

distribuidas en formas fantásticas, parecían cubiertas <strong>de</strong> tonos azules y púrpura, según cambiaban <strong>de</strong> la luz a la sombra y parecían ofrecer nuevas escenas a la vista humana. Hacia el este se extendían las llanuras<br />

<strong>de</strong> Lombardía, con las torres <strong>de</strong> Turín elevándose en la distancia, y, más allá, <strong>los</strong> Apeninos recortándose en el horizonte.<br />

La magnificencia general <strong>de</strong> aquella ciudad, con sus iglesias y palacios surgiendo <strong>de</strong> la gran plaza, abriéndose al paisaje <strong>de</strong> <strong>los</strong> Alpes o <strong>los</strong> Apeninos distantes, era algo que Emily no sólo no había visto en<br />

Francia, sino que jamás hubiera imaginado.<br />

Montoni, que había estado con frecuencia en Turín y que estaba poco interesado en vistas <strong>de</strong> cualquier clase, no estuvo <strong>de</strong> acuerdo con la petición <strong>de</strong> su esposa <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bían recorrer alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

palacios, e indicó que estarían únicamente el tiempo necesario para tomar algún refrigerio y que se dirigirían inmediatamente, con toda la rapi<strong>de</strong>z posible, hacia Venecia. El aire <strong>de</strong> Montoni durante esta jornada<br />

era serio e incluso arrogante, y por lo que se refería a su trato con madame Montoni se mostró especialmente reservado, pero no se trataba <strong>de</strong> esa reserva <strong>de</strong> respeto, sino <strong>de</strong> orgullo y <strong>de</strong>scontento. De Emily no<br />

se preocupó en absoluto. Con Cavigni sus conversaciones eran comúnmente sobre temas políticos o militares, <strong>de</strong>bido al estado agitado <strong>de</strong> su país que <strong>los</strong> hacía <strong>de</strong> especial interés en aquel<strong>los</strong> momentos. Emily<br />

observó que cuando se mencionaba cualquier hazaña atrevida, <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Montoni perdían su ceño y se llenaban instantáneamente con el fulgor <strong>de</strong>l fuego; sin embargo, no perdía el aire astuto, por lo que pensó<br />

que ese fuego era más el brillo <strong>de</strong> la malicia que el <strong>de</strong>l valor, aunque este último parecía correspon<strong>de</strong>rse con el caballeroso aire <strong>de</strong> su figura, en lo que Cavigni, pese a sus maneras alegres y galantes, era inferior a<br />

él.<br />

Al entrar en la región <strong>de</strong> Milán, <strong>los</strong> caballeros cambiaron sus sombreros franceses por el gorro italiano <strong>de</strong> tela roja, recamada, y Emily se sintió algo sorprendida al observar que Montoni clavaba en el mismo<br />

el penacho militar, mientras Cavigni conservaba únicamente la pluma, que se llevaba normalmente. Pero al final comprendió que Montoni asumía la enseña <strong>de</strong> soldado por conveniencias y con objeto <strong>de</strong> pasar<br />

con más seguridad por un país dominado por partida <strong>de</strong> militares.<br />

Las <strong>de</strong>vastaciones <strong>de</strong> la guerra se hacían visibles con frecuencia en las hermosas llanuras <strong>de</strong>l país. Cuando <strong>los</strong> campos no habían tenido que quedar sin cultivar, aparecían pisoteados por <strong>los</strong> expoliadores; <strong>los</strong><br />

viñedos doblados, <strong>los</strong> olivos caídos en el suelo e incluso las ramas <strong>de</strong> las moreras habían servido al enemigo para encen<strong>de</strong>r <strong>los</strong> fuegos que <strong>de</strong>struían las chozas y las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus propietarios. Emily retiró sus<br />

ojos con un suspiro <strong>de</strong> esos dolorosos vestigios hacia <strong>los</strong> Alpes <strong>de</strong>l Grison, que quedaban sobre el<strong>los</strong> hacia el norte y cuyas tremendas soleda<strong>de</strong>s podían ofrecer al perseguido un refugio.<br />

Con frecuencia <strong>los</strong> viajeros vieron grupos <strong>de</strong> soldados avanzando en la distancia, y sufrieron por experiencia en las pequeñas posadas <strong>de</strong>l camino la falta <strong>de</strong> provisiones y otros inconvenientes que eran en<br />

parte consecuencia <strong>de</strong> la guerra; pero en ningún momento se encontraron con motivos que justificaran una alarma para su seguridad inmediata y llegaron a Milán casi sin interrupciones, don<strong>de</strong> no se <strong>de</strong>tuvieron<br />

para admirar la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la ciudad o incluso para echar una mirada a su enorme catedral, que estaban construyendo.<br />

Más allá <strong>de</strong> Milán, el país presentaba el aspecto <strong>de</strong> una <strong>de</strong>vastación más grave, y aunque todo parecía estar en calma, el reposo era como el que la muerte impone en <strong>los</strong> humanos, que retiene la impresión<br />

<strong>de</strong> las últimas convulsiones.<br />

Hasta que no habían cruzado <strong>los</strong> límites al este <strong>de</strong>l Milanesado, <strong>los</strong> viajeros no se encontraron tropa alguna. Cuando anochecía, <strong>de</strong>scubrieron lo que parecía ser un ejército situado en las llanuras distantes,<br />

cuyos escudos y otras armas reflejaban <strong>los</strong> últimos rayos <strong>de</strong>l sol. Según avanzaba la columna por un lado <strong>de</strong>l camino que se estrechaba entre dos colinas, algunos <strong>de</strong> sus jefes, a caballo, aparecieron en un<br />

pequeño promontorio haciendo señales para la marcha. Mientras varios oficiales cabalgaban en línea <strong>de</strong> acuerdo con las señales que les habían comunicado <strong>los</strong> que estaban arriba, <strong>los</strong> otros, separados <strong>de</strong> la<br />

vanguardia, que había surgido en el paso, cabalgaban <strong>de</strong>scuidadamente por la llanura a cierta distancia <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la fuerza.<br />

Al aproximarse, Montoni distinguió las plumas que llevaban en sus gorros y <strong>los</strong> estandartes y libreas <strong>de</strong> <strong>los</strong> que les seguían, y reconoció que se trataba <strong>de</strong> un pequeño grupo <strong>de</strong> ejército, dirigido por el<br />

famoso capitán Utaldo, con el que tenía amistad personal al igual que con otros jefes. En consecuencia, dio ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> que <strong>los</strong> carruajes se colocaran a un lado <strong>de</strong>l camino para esperar su llegada y permitirles el<br />

paso. Les llegó entonces el sonido <strong>de</strong> una música marcial que se hacía gradualmente más intenso según se acercaban las tropas. Emily distinguió <strong>los</strong> tambores y las trompetas con el golpear <strong>de</strong> <strong>los</strong> platil<strong>los</strong> y <strong>de</strong><br />

las armas que normalmente hacían sonar las pequeñas partidas en su marcha.<br />

Montoni, seguro <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong>l victorioso Utaldo, se inclinó por la ventanilla <strong>de</strong>l carruaje y dio un viva a su general mientras agitaba su gorra en el aire. Repitió su saludo al jefe, mientras<br />

algunos <strong>de</strong> sus oficiales, que cabalgaban a cierta distancia <strong>de</strong> las tropas llegaron al carruaje y saludaron a Montoni como a un viejo amigo. El jefe mandó <strong>de</strong>tener a la tropa mientras conversaba con Montoni,<br />

alegrándose <strong>de</strong>l encuentro. Emily comprendió, por lo que <strong>de</strong>cía, que se trataba <strong>de</strong> un ejército victorioso que volvía a su resi<strong>de</strong>ncia, mientras que <strong>los</strong> numerosos vagones que les acompañaban contenían las<br />

riquezas que habían hecho en la batalla, por <strong>los</strong> que se pediría un rescate cuando llegara la paz que se estaba negociando entre <strong>los</strong> estados vecinos. Los jefes se separarían al día siguiente y cada uno, tomando la<br />

parte que le correspondía <strong>de</strong>l botín, volvería con su propio ejército a su castillo. En consecuencia, sería una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> fiesta general poco .común para celebrar la victoria que habían alcanzado juntos y para<br />

<strong>de</strong>spedirse unos jefes <strong>de</strong> otros.<br />

Mientras <strong>los</strong> oficiales conversaban con Montoni, Emily <strong>los</strong> observó con admiración, conmovida por su fortaleza, su aire marcial, mezclado con el orgullo <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> días y por la elegancia <strong>de</strong><br />

sus ropajes y <strong>los</strong> penachos <strong>de</strong> sus gorras, la casaca <strong>de</strong> armas, las fajas persas y las viejas capas españolas. Utaldo informó a Montoni <strong>de</strong> que su ejército iba a acampar para pasar la noche cerca <strong>de</strong> una ciudad<br />

que estaba a muy pocos kilómetros y le invitó a volver y participar en su fiesta, asegurando a las damas también que serían gratamente acomodadas; pero Montoni se excusó añadiendo que tenía el propósito <strong>de</strong><br />

llegar a Verona aquella misma tar<strong>de</strong> y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un cambio <strong>de</strong> impresiones sobre el estado <strong>de</strong>l camino hasta aquella ciudad, se separaron.<br />

Los viajeros prosiguieron sin más interrupciones, pero habían pasado varias horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ponerse el sol cuando llegaron a Verona, cuyos hermosos alre<strong>de</strong>dores no pudo ver Emily hasta la mañana<br />

siguiente, cuando abandonando la hermosa ciudad a primera hora <strong>de</strong>l día, se encaminaron hacia Padua, don<strong>de</strong> embarcaron en el Brenta hacia Venecia. El paisaje había cambiado por completo. Ya no había<br />

vestigios <strong>de</strong> guerra, como <strong>los</strong> que habían asolado las llanuras <strong>de</strong>l Milanesado. Por el contrario, todo estaba en paz y elegancia. Las verdosas orillas <strong>de</strong>l Brenta mostraban un paisaje continuo <strong>de</strong> belleza, alegría y<br />

esplendor. Emily miró con admiración las villas <strong>de</strong> la nobleza veneciana, con sus pórticos frescos y sus columnatas, cubiertos con las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> álamos y <strong>los</strong> cipreses <strong>de</strong> majestuosa altura y frondoso verdor;<br />

en sus ricos naranjales, cuyos brotes perfumaban el aire y <strong>los</strong> expansivos sauces que agitaban sus hojas ligeras y cobijaban <strong>de</strong>l sol a grupos <strong>de</strong> gentes alegres cuya música traía la brisa a interva<strong>los</strong>. El chaval<br />

parecía exten<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Venecia a lo largo <strong>de</strong> todas aquellas encantadoras playas, y el río estaba cubierto <strong>de</strong> naves que se dirigían hacia la ciudad, exhibiendo la diversidad fantástica <strong>de</strong> las máscaras. Hacia la<br />

caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> vieron con frecuencia grupos <strong>de</strong> danzantes bajo <strong>los</strong> árboles.<br />

Cavigni, mientras tanto, le informaba <strong>de</strong> <strong>los</strong> nombres <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> nobles propietarios <strong>de</strong> las villas por las que pasaban, añadiendo ligeros comentarios a sus personalida<strong>de</strong>s con más intención <strong>de</strong><br />

entretener que <strong>de</strong> informar, exhibiendo su propio ingenio en lugar <strong>de</strong> atenerse a la verdad. Emily se entretenía a veces con su conversación, pero su alegría ya no divertía a madame Montoni, como antes. Se la<br />

veía a veces preocupada y Montoni mantenía su reserva habitual.<br />

Nada parecía colmar la admiración <strong>de</strong> Emily en aquella su primera impresión <strong>de</strong> Venecia, con sus isletas, palacios y torres elevándose sobre el mar, cuya clara superficie reflejaba el cuadro tembloroso <strong>de</strong><br />

todos sus colores. El sol, hundiéndose en el oeste, teñía las olas y las montañas lejanas <strong>de</strong> Friuli, que bor<strong>de</strong>a las playas <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong>l Adriático, mientras en <strong>los</strong> pórticos <strong>de</strong> mármol y en las columnas <strong>de</strong> San'<br />

Marcos <strong>de</strong>spertaba las ricas luces y sombras <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Según avanzaban, se hacía más evi<strong>de</strong>nte la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la ciudad: sus terrazas, coronadas con airosas y majestuosas arquitecturas tocadas, como en<br />

aquel momento, con el esplendor <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong>l sol, daban la impresión <strong>de</strong> haber surgido <strong>de</strong>l Océano por la voluntad <strong>de</strong> manos humanas.

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