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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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será realmente tan difícil, lamento que se <strong>de</strong>ba a vos.<br />

—¡Muy bien!, sobrina, pero expresarse bien significa muy poco. Estoy dispuesta, en consi<strong>de</strong>ración a mi pobre hermano, a pasar por alto lo impropio <strong>de</strong> tu reciente conducta y tratar <strong>de</strong> cómo <strong>de</strong>be ser la <strong>de</strong><br />

tu futuro.<br />

Emily la interrumpió, rogándole que explicara a qué impropiedad se refería.<br />

—¡Qué impropiedad! La <strong>de</strong> recibir la visita <strong>de</strong> un amante <strong>de</strong>sconocido para tu familia —replicó madame Cheron, sin consi<strong>de</strong>rar la impropiedad <strong>de</strong> la que ella misma había sido culpable, al exponer a su<br />

sobrina a la posibilidad <strong>de</strong> una conducta tan errónea.<br />

El rostro <strong>de</strong> Emily se cubrió <strong>de</strong> rubor; el orgullo y la ansiedad oprimieron su corazón y hasta que pudo recuperarse no comprendió que las apariencias justificaban en cierta medida las sospechas <strong>de</strong> su tía.<br />

Hasta ese momento no pudo <strong>de</strong>cidir el intentar la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> su conducta que había sido tan inocente e impensada por su parte. Le contó cómo conocieron a Valancourt, las circunstancias en las que recibió el<br />

pistoletazo y su viaje juntos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquello, así como el modo acci<strong>de</strong>ntal en que se habían encontrado la tar<strong>de</strong> anterior. Reconoció que había solicitado permiso para dirigirse a su familia.<br />

—¿Y quién es ese joven aventurero —dijo madame Cheron—. ¿Qué es lo que preten<strong>de</strong><br />

—Eso es algo que <strong>de</strong>be explicar él mismo, señora —replicó Emily—, mi padre conocía a su familia y creo que es intachable.<br />

A continuación procedió a contarle lo que sabía <strong>de</strong> ella.<br />

—¡Oh!, <strong>de</strong>be tratarse <strong>de</strong>l hermano más joven—exclamó su tía—, y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, <strong>de</strong> un mendigo. ¡De verdad que es una bonita historia! ¡Y así que mi hermano tomó aprecio a este joven sólo unos pocos<br />

días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> conocerle! ¡Pero eso era tan suyo! En su juventud hablaba siempre <strong>de</strong> sus agrados y <strong>de</strong>sagrados, cuando nadie veía razones para ello. Con frecuencia se me ha ocurrido la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que las<br />

personas que él rechazaba eran mucho más agradables que las que admiraba, pero sobre gustos no hay nada escrito. Siempre se <strong>de</strong>jó influir por la cara <strong>de</strong> las personas, y yo, por mi parte, nunca he entendido ni<br />

comprendido ese ridículo entusiasmo. ¿Qué tiene que ver la cara <strong>de</strong> un hombre con su carácter ¿Qué pue<strong>de</strong> hacer un hombre <strong>de</strong> buen carácter para evitar tener un rostro <strong>de</strong>sagradable<br />

Con la última frase madame Cheron adoptó el aire <strong>de</strong> alguien que se felicita a sí mismo por haber hecho un gran <strong>de</strong>scubrimiento y creer que el tema quedaba in<strong>de</strong>fectiblemente zanjado.<br />

Emily, <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> terminar la conversación, le preguntó a su tía si aceptaría algún refrigerio, y madame Cheron la acompañó al castillo, pero sin abandonar el tema cuya discusión la complacía tanto y le<br />

permitía mostrar cierta severidad con su sobrina.<br />

—Siento tener que <strong>de</strong>cirte, sobrina —dijo, con una alusión que había hecho Emily relacionada con las fisonomías—, que tienes muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> prejuicios <strong>de</strong> tu padre, y entre el<strong>los</strong> el <strong>de</strong> las inmediatas<br />

preferencias por personas en razón <strong>de</strong> su aspecto. Creo percibir que te imaginas violentamente enamorada <strong>de</strong> ese joven aventurero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle conocido solamente durante unos días. ¡Había algo tan<br />

encantadoramente romántico en el modo en que os conocisteis!<br />

Emily contuvo las lágrimas, que temblaban en sus ojos, mientras dijo:<br />

—Cuando mi conducta merezca esa severidad, señora, haréis bien en ejercitarla; hasta entonces la justicia, ya que no la ternura, <strong>de</strong>be hacer que os contengáis. Nunca os he ofendido y ahora que he perdido<br />

a mis padres sois la única persona a la que puedo acudir para mi consuelo. Que no tenga que lamentar más que nunca esa pérdida <strong>de</strong> mis padres.<br />

Las últimas palabras quedaron casi ocultas por la emoción y rompió a llorar. Recordando la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y la ternura <strong>de</strong> St. Aubert, <strong>los</strong> días felices que había pasado en aquel ambiente, advertía más el<br />

contraste con el agrio y nada sentimental comportamiento <strong>de</strong> madame Cheron y con las horas futuras <strong>de</strong> mortificación a las que <strong>de</strong>bería someterse en su presencia. Se vio asaltada por tal grado <strong>de</strong> pesar que casi<br />

alcanzaba la <strong>de</strong>sesperanza. Madame Cheron, más ofendida por el reproche que implicaban las palabras <strong>de</strong> Emily que conmovida por el dolor que expresaban, no dijo nada que pudiera suavizar su pesar; pero,<br />

a pesar <strong>de</strong> un rechazo aparente a recibir a su sobrina, <strong>de</strong>seaba su compañía. El po<strong>de</strong>r era la pasión que la guiaba, y sabía que sería altamente gratificante el llevar a su casa a una joven huérfana, que no tendría<br />

recursos ante sus <strong>de</strong>cisiones y sobre la que podría ejercer sin control el humor caprichoso <strong>de</strong> cada momento.<br />

Al entrar en el castillo, madame Cheron le indicó que recogiera todo lo que consi<strong>de</strong>rara necesario llevarse a Toulouse, ya que su propósito era salir inmediatamente. Emily trató entonces <strong>de</strong> persuadirla para<br />

<strong>de</strong>morar el viaje, al menos hasta el día siguiente, y, al final, con muchas dificulta<strong>de</strong>s, lo consiguió.<br />

El día transcurrió en medio <strong>de</strong> <strong>los</strong> ejercicios <strong>de</strong> pequeñas tiranías por parte <strong>de</strong> madame Cheron y en un sentimiento <strong>de</strong>sgraciado y <strong>de</strong> anticipación melancólica por parte <strong>de</strong> Emily, quien, cuando su tía se<br />

retiró a su habitación por la noche, fue a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> las restantes <strong>de</strong> su querido y nativo hogar, que <strong>de</strong>jaba ahora sin saber por cuánto tiempo y para ir a un mundo en el que sería totalmente<br />

extraña. No podía evitar el presentimiento, que se le presentó con frecuencia aquella noche, <strong>de</strong> que jamás volvería a La Vallée. Después <strong>de</strong> pasar un largo tiempo en lo que había sido el estudio <strong>de</strong> su padre, y<br />

<strong>de</strong> seleccionar algunos <strong>de</strong> sus autores favoritos, para llevárse<strong>los</strong> con sus ropas, y <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>rramado muchas lágrimas, al sacudir el polvo <strong>de</strong> sus cubiertas, se sentó en su silla ante la mesa <strong>de</strong> lectura y se perdió<br />

en reflexiones melancólicas, hasta que Theresa abrió la puerta para comprobar si todo estaba en or<strong>de</strong>n, como era su costumbre antes <strong>de</strong> irse a la cama. Se <strong>de</strong>tuvo sorprendida al observar a su joven ama, que le<br />

hizo una seña para que entrara y le dio algunas instrucciones para que mantuviera el castillo listo para recibirla en cualquier momento.<br />

—¡Llegó el día en que <strong>de</strong>béis abandonarlo! —dijo Theresa—, creo que seríais más feliz aquí que a don<strong>de</strong> vais, si se pue<strong>de</strong> juzgar por las apariencias.<br />

Emily no contestó a este comentario; la angustiada Theresa procedió a expresarle cómo le afectaba su marcha, pero ella encontró cierto consuelo en el afecto sencillo <strong>de</strong> aquella pobre y vieja criada, a la que<br />

dio también algunas indicaciones sobre cómo <strong>de</strong>bería cuidarse durante su ausencia.<br />

Tras <strong>de</strong>spedir a Theresa para que se acostara, Emily recorrió las solitarias habitaciones <strong>de</strong>l castillo, <strong>de</strong>teniéndose especialmente en la que había sido la alcoba <strong>de</strong> su padre, cediendo a la melancolía, pero sin<br />

sentir dolorosas emociones y tras una última mirada a la habitación, se retiró a su propia cámara. Des<strong>de</strong> la ventana contempló el jardín que se extendía por <strong>de</strong>bajo, levemente iluminado por la luna, que se<br />

levantaba sobre las copas <strong>de</strong> las palmeras, y, al final, la belleza tranquila <strong>de</strong> la noche incrementó sus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r ante la dulzura dolorosa <strong>de</strong> aquel adiós a las sombras queridas <strong>de</strong> su infancia, hasta las que<br />

retrocedió su imaginación. Tras echarse por encima el ligero velo con el que solía pasear, salió silenciosa al jardín, y mirando hacia las ramas distantes, sintió la felicidad <strong>de</strong> respirar, una vez más, el aire <strong>de</strong><br />

libertad y <strong>de</strong> suspirar sin ser observada. El profundo reposo <strong>de</strong>l paisaje, <strong>los</strong> ricos aromas que traía la brisa, la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l ancho horizonte y el claro arco azul <strong>de</strong>l cielo, suavizaron y gradualmente elevaron su<br />

mente hasta la sublime complacencia, que convierte las vejaciones <strong>de</strong> este mundo en algo tan insignificante ante nuestros ojos, que pensamos si es que tienen po<strong>de</strong>r suficiente para preocupamos. Emily se olvidó<br />

<strong>de</strong> madame Cheron y <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su comportamiento, mientras sus pensamientos ascendían a la contemplación <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> mundos innumerables que reposan en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l éter, miles <strong>de</strong><br />

el<strong>los</strong> escondidos para el ojo humano y casi más allá <strong>de</strong>l vuelo <strong>de</strong> nuestra fantasía. Mientras su imaginación recorría las regiones <strong>de</strong>l espacio y aspiraba en la Primera Gran Causa, que está por encima y gobierna<br />

todo lo vivo, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su padre casi no la abandonó; pero era una i<strong>de</strong>a grata, ya que él se había ido hacia Dios en la confianza completa <strong>de</strong> una fe pura y santa. Siguió su camino a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> la<br />

terraza, <strong>de</strong>teniéndose según la memoria le traía un doloroso afecto o la razón le anticipaba el exilio al que sería llevada.<br />

La luna estaba alta sobre <strong>los</strong> bosques, tocando sus cumbres con luz amarilla y penetrando entre las hojas por las ramas más bajas; mientras en el rápido Garona el radiante temblor se oscurecía ligeramente<br />

por el vapor. Emily se quedó contemplando su brillo, escuchando el murmullo suave <strong>de</strong> su corriente y <strong>los</strong> más leves sonidos <strong>de</strong>l aire, según cruzaba a interva<strong>los</strong> las ramas <strong>de</strong> las palmeras. «¡Qué escena tan<br />

hermosa! ¡Cuántas veces la recordaré y la echaré <strong>de</strong> menos cuando esté lejos <strong>de</strong> aquí! ¡Cuántos acontecimientos pue<strong>de</strong>n ocurrir antes <strong>de</strong> que la vea <strong>de</strong> nuevo! ¡Oh, paz, sombras felices! ¡Escenarios <strong>de</strong> mi<br />

infancia feliz, <strong>de</strong> ternura paternal ahora perdidos para siempre! ¿Por qué tendré que <strong>de</strong>jaros En estos rincones podría seguir encontrando seguridad y reposo. ¡Dulces horas <strong>de</strong> mi infancia, tengo que <strong>de</strong>jar<br />

incluso vuestro último recuerdo! ¡No habrá para mí más objetos en <strong>los</strong> que po<strong>de</strong>r revivir estas impresiones!»<br />

Se secó entonces las lágrimas y mirando hacia arriba, sus pensamientos se elevaron <strong>de</strong> nuevo al sublime panorama que había estado contemplando; la misma complacencia divina volvió a afirmarse en su<br />

corazón y, suspirando, le inspiraron esperanza, confianza y resignación ante la voluntad <strong>de</strong> Dios, cuyas obras llenaban su mente con adoración.<br />

Emily echó una nueva mirada hacia <strong>los</strong> árboles y se sentó por última vez en un banco bajo su sombra, en el que había estado tantas veces con sus padres y en el que sólo unas horas antes había conversado<br />

con Valancourt. Al recordarle se abrió en su pecho una mezcla <strong>de</strong> sensaciones <strong>de</strong> estima, ternura y ansiedad. Con este recuerdo le vino el <strong>de</strong> su última confesión, que él había paseado con frecuencia cerca <strong>de</strong> su<br />

habitación por la noche, llegando incluso a pasar la cerca <strong>de</strong>l jardín, e inmediatamente cayó en la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que él pudiera estar en ese momento allí. El miedo a encontrárselo, particularmente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>claración que le había hecho, y <strong>de</strong> incurrir en la censura, que su tía podría manifestarle razonablemente si se supiera que se había encontrado con su amante, a esa hora, hizo que abandonara instantáneamente<br />

el árbol tan querido y que se dirigiera hacia el castillo. Echó una mirada inquieta a su alre<strong>de</strong>dor, <strong>de</strong>teniéndose con frecuencia un momento para examinar el camino lleno <strong>de</strong> sombras antes <strong>de</strong> aventurarse a<br />

continuar, pero lo cruzó sin percibir a persona alguna, hasta que al llegar al grupo <strong>de</strong> almendros, no lejos <strong>de</strong> la casa, se <strong>de</strong>tuvo en una última mirada al jardín y en el suspiro <strong>de</strong> otro adiós. Mientras sus ojos<br />

recorrían el paisaje, le pareció que una persona surgía <strong>de</strong> entre las ramas y pasaba lentamente por el corredor iluminado por la luna entre el<strong>los</strong>. Pero la distancia y la mínima luz no le permitieron juzgar con<br />

certeza si era su imaginación o la realidad. Continuó algún tiempo en el mismo sitio, hasta que en el silencio mortal oyó un sonido inesperado y un instante <strong>de</strong>spués le pareció distinguir pasos muy próximos a ella.<br />

Sin per<strong>de</strong>r un momento más en conjeturas corrió hacia el castillo. Al llegar se retiró a su cámara, don<strong>de</strong>, mientras cerraba la ventana, echó una mirada al jardín y <strong>de</strong> nuevo le pareció distinguir una figura<br />

moviéndose entre <strong>los</strong> almendros que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar. Se retiró inmediatamente y, aunque muy agitada, se sumió en el sueño refrescante <strong>de</strong> un corto olvido.

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