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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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contrario tendría menos escrúpu<strong>los</strong> en revelarlo, pero no puedo <strong>de</strong>cirte nada que pueda persuadirte a que accedas a mi solicitud.<br />

—Bien, señora —replicó Dorothée, tras una larga pausa durante la cual tuvo <strong>los</strong> ojos fijos en Emily—, parecéis tan interesada, y ese retrato y vuestro rostro me hacen pensar que tenéis razones para ello,<br />

por lo que confiaré en vos y os diré algunas cosas que nunca he contado a nadie que no fuera mi marido, aunque mucha gente las haya sospechado. Os hablaré también <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> mi señora<br />

y <strong>de</strong> mis propias sospechas, pero <strong>de</strong>béis prometerme primero por todos <strong>los</strong> Santos...<br />

Emily, interrumpiéndola, prometió solemnemente no revelar jamás lo que le confiara sin el consentimiento <strong>de</strong> Dorothée.<br />

—Está sonando la llamada para la cena, ma<strong>de</strong>moiselle —dijo Dorothée—, tengo que marcharme.<br />

—¿Cuándo te volveré a ver —preguntó Emily.<br />

Dorothée meditó un momento y <strong>de</strong>spués contestó:<br />

—Despertaré la curiosidad <strong>de</strong> la gente si se sabe que estoy mucho tiempo en vuestra habitación y tendría que lamentarlo, así que vendré cuando sepa que no puedo ser observada. Tengo mucho trabajo a lo<br />

largo <strong>de</strong>l día y mucho que <strong>de</strong>cir, por lo que si os parece bien, vendré cuando todos estén acostados.<br />

—Me parece muy bien —replicó Emily—, entonces, recuérdalo, esta noche.<br />

—No lo olvidaría —dijo Dorothée—, pero me temo que no podré venir esta noche, madame, porque se celebrará el baile <strong>de</strong> la vendimia, y será muy tar<strong>de</strong> cuando <strong>los</strong> criados se retiren a <strong>de</strong>scansar, ya que<br />

cuando se ponen a bailar, con el fresco <strong>de</strong>l ambiente, no lo <strong>de</strong>jan hasta por la mañana. Al menos eso era lo que se hacía en mis tiempos.<br />

—¡Ah! ¿Es hoy el baile <strong>de</strong> la vendimia —dijo Emily, con un profundo suspiro, recordando que fue en la víspera <strong>de</strong> aquel festival, el año anterior, cuando St. Aubert y ella llegaron a la vecindad <strong>de</strong>l<br />

Chateau-le-Blanc. Se <strong>de</strong>tuvo un momento, dominada por <strong>los</strong> recuerdos inesperados y, tras recobrarse, añadió—: Pero ese baile se hace en el bosque, por lo que no necesitarán <strong>de</strong> ti y podrás venir fácilmente.<br />

Dorothée replicó que estaba acostumbrada a asistir al baile <strong>de</strong> la vendimia y que no quería perdérselo:<br />

—Pero si puedo escaparme, lo haré —dijo.<br />

Emily corrió al comedor, don<strong>de</strong> el con<strong>de</strong> se comportó con la cortesía que es inseparable <strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra dignidad, y que la con<strong>de</strong>sa practicaba pocas veces, aunque su actitud hacia Emily era una excepción<br />

en sus costumbres. Pero, si no poseía esas virtu<strong>de</strong>s ornamentales, participaba <strong>de</strong> otras cualida<strong>de</strong>s que consi<strong>de</strong>raba valiosas. Había prescindido <strong>de</strong> la gracia <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>stia, pero sabía muy bien cómo manifestar<br />

su seguridad; sus maneras tenían poco <strong>de</strong> la dulzura temperada que es necesaria para que sea interesante el carácter femenino, pero podía ocasionalmente suplirlo con el afecto <strong>de</strong> su ánimo, que parecía hacerle<br />

triunfar sobre cualquier persona que se acercara a ella. En el campo, sin embargo, adoptaba generalmente una langui<strong>de</strong>z elegante, que la hacía parecer a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse cuando se leía una historia <strong>de</strong><br />

pesares ficticios; pero su rostro no sufría cambio alguno cuando seres vivos solicitaban su caridad, y su corazón no mostraba alteración alguna para proporcionarles consuelo inmediato. No se conmovía por <strong>los</strong><br />

más altos lujos ante <strong>los</strong> cuales la mente humana pue<strong>de</strong> ser sensible, pero su interior no cedía ante el rostro <strong>de</strong> la miseria.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, el con<strong>de</strong> y toda su familia, excepto la con<strong>de</strong>sa y ma<strong>de</strong>moiselle Beam, fueron a <strong>los</strong> bosques para presenciar la fiesta <strong>de</strong> <strong>los</strong> campesinos. La escena tenía lugar en un claro, en el que <strong>los</strong> árboles<br />

abiertos formaban un círculo ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> musgo, cubierto <strong>de</strong> sombra. De las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> viñedos, llenas <strong>de</strong> racimos, habían colgado cintas alegres, y bajo ellas mesas con fruta, vino, queso y otros alimentos<br />

rurales, y asientos para el con<strong>de</strong> y su familia. A poca distancia habían colocado unos bancos para <strong>los</strong> campesinos <strong>de</strong> más edad, aunque alguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> no pudo contenerse y se unió a la danza festiva, que<br />

comenzó poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ponerse el sol, cuando varios <strong>de</strong> más <strong>de</strong> sesenta años se unieron con tanta alegría y ligereza como <strong>los</strong> <strong>de</strong> dieciséis.<br />

Los músicos, que estaban sentados sobre la hierba, al pie <strong>de</strong> un árbol, parecían inspirados por el sonido <strong>de</strong> sus propios instrumentos, en su mayoría flautas y una especie <strong>de</strong> guitarra alargada. Detrás, <strong>de</strong> pie,<br />

un muchacho tocaba el tambor y bailaba solo, excepto cuando golpeaba alegremente el instrumento, y se mezclaba con <strong>los</strong> otros bailarines con gestos que <strong>de</strong>spertaban risas abiertas y animaban el espíritu rústico<br />

<strong>de</strong> la escena.<br />

El con<strong>de</strong> estaba encantado con la felicidad <strong>de</strong> la que era testigo, a la que su bondad había contribuido ampliamente, y Blanche se unió al baile con un joven caballero invitado <strong>de</strong> su padre. Du Pont solicitó la<br />

mano <strong>de</strong> Emily para unirse al grupo, pero su espíritu estaba <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong>primido para que le permitiera participar <strong>de</strong> aquella fiesta, que le traía el recuerdo <strong>de</strong>l año anterior, cuando aún vivía St. Aubert, y las<br />

escenas melancólicas que llegaron a continuación.<br />

Dominada por estos pensamientos, abandonó el lugar y paseó por el bosque, en el que la música lejana conmovió su mente melancólica. La luna lanzaba una luz amarilla entre las hojas y el aire era suave y<br />

fresco. Emily, perdida en sus pensamientos, siguió caminando, sin fijarse por dón<strong>de</strong>, hasta que advirtió que <strong>los</strong> sonidos se alejaban y se vio envuelta en el silencio que la ro<strong>de</strong>aba, roto a veces, únicamente por el<br />

ruiseñor.<br />

Notas fluidas que cierran <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l día.<br />

Poco <strong>de</strong>spués, se encontró en la avenida, en la que, en la noche <strong>de</strong> la llegada con su padre, Michael había intentado cruzar en busca <strong>de</strong> una casa, y que estaba tan abandonada y <strong>de</strong>solada como entonces, ya<br />

que el con<strong>de</strong> había estado <strong>de</strong>masiado ocupado en dirigir otras mejoras y había <strong>de</strong>sistido <strong>de</strong> dar ór<strong>de</strong>nes para que arreglaran aquella zona en la que el camino estaba medio <strong>de</strong>struido y <strong>los</strong> árboles lo cubrían en<br />

abundancia.<br />

Según lo contemplaba y revivía las emociones que había sentido allí anteriormente, recordó <strong>de</strong> pronto la figura que se había <strong>de</strong>slizado entre <strong>los</strong> árboles y que no atendió a las repetidas llamadas <strong>de</strong> Michael.<br />

Sintió una especie <strong>de</strong> miedo, porque no parecía improbable que aquel<strong>los</strong> bosques profundos sirvieran ocasionalmente <strong>de</strong> refugio a <strong>los</strong> bandidos. En consecuencia, se dio la vuelta y corría ya en su regreso junto a<br />

<strong>los</strong> bailarines, cuando oyó pasos que se aproximaban por la avenida. Al darse cuenta <strong>de</strong> que estaba <strong>de</strong>masiado lejos, pues no oía las voces ni la música <strong>de</strong> <strong>los</strong> campesinos, aceleró el paso, pero las personas que<br />

la seguían se le acercaron. Distinguió por fin la voz <strong>de</strong> Henri. Se <strong>de</strong>tuvo hasta que apareció. Él manifestó su sorpresa al encontrársela tan lejos <strong>de</strong> todos, y cuando le indicó que la luna la había engañado para<br />

alejarse más <strong>de</strong> lo que se proponía, una exclamación que salió <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios <strong>de</strong> su compañero le hizo creer que era Valancourt el que hablaba. ¡Y era él, verda<strong>de</strong>ramente! Su encuentro fue como pue<strong>de</strong> ser<br />

imaginado entre personas tan afectuosas y que llevaban tanto tiempo separados como el<strong>los</strong>.<br />

Con la alegría <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> momentos, Emily olvidó todos <strong>los</strong> sufrimientos pasados, y Valancourt, por su parte, pareció ignorar que existiera otra persona que no fuera Emily, mientras Henri fue espectador<br />

silencioso y sorprendido <strong>de</strong> la escena.<br />

Valancourt hizo mil preguntas, relativas a ella y a Montoni, que no era el momento <strong>de</strong> contestar, y Emily supo que su carta le había sido reenviada a París, ciudad que ya había abandonado para volver a<br />

Gascuña, don<strong>de</strong> regresó la carta, que finalmente le informó <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> Emily. De inmediato se encaminó al Languedoc. En el monasterio, don<strong>de</strong> ella había fechado la carta, comprobó con gran contrariedad<br />

que ya habían cerrado las puertas para toda la noche, y creyendo que no vería a Emily hasta la mañana siguiente, regresaba a la posada con intención <strong>de</strong> escribirle, cuando se encontró con Henri, al que había<br />

conocido en París, que le condujo hasta ella cuando pensaba y se lamentaba secretamente <strong>de</strong> que no la vería hasta el día siguiente.<br />

Los tres regresaron a la fiesta, don<strong>de</strong> Henri presentó a Valancourt al con<strong>de</strong>, quien, según le pareció, le recibió con menos complacencia <strong>de</strong> la que tenía por costumbre, pese a que no eran totalmente<br />

<strong>de</strong>sconocidos. No obstante, fue invitado a participar <strong>de</strong> las diversiones <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y. tras presentar sus respetos al con<strong>de</strong> y mientras <strong>los</strong> bailarines continuaban con su fiesta, se sentó junto a Emily y conversaron<br />

sin limitaciones. Las luces, que habían sido colgadas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles bajo <strong>los</strong> que se encontraban. le permitieron a Emily ver el rostro que con tanta frecuencia había tratado <strong>de</strong> recordar en su ausencia. y advirtió.<br />

con algún pesar, que no era el mismo que conocía. Conservaba el aire inteligente y el fuego <strong>de</strong> antes, pero había perdido mucho <strong>de</strong> su sencillez y, en cierta medida, <strong>de</strong> la abierta tolerancia que le había<br />

caracterizado. No obstante, seguía siendo un rostro interesante, pero Emily pensó que percibía a interva<strong>los</strong> contracciones <strong>de</strong> ansiedad y fijaciones melancólicas en <strong>los</strong> rasgos <strong>de</strong> Valancourt. A veces caía en una<br />

momentánea meditación y parecía inquieto por disipar un pensamiento; mientras otras, al fijar <strong>los</strong> ojos en Emily, cruzaba su mente una inesperada discreción. Por su parte, Valancourt comprobó la misma belleza<br />

y bondad que le habían encanuto en el rostro <strong>de</strong> Emily cuando la conoció. El color <strong>de</strong> su rostro había disminuido. pero permanecía toda su dulzura, que le hacía interesante que nunca por la leve expresión <strong>de</strong><br />

melancolía que en ocasiones se mezclaba con su sonrisa.<br />

Atendiendo sus ruegos, Emily le contó <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles importantes <strong>de</strong> lo que le había ocurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se marchó <strong>de</strong> Frania. y su mente se vio envuelta alternativamente por emociones <strong>de</strong> piedad y <strong>de</strong><br />

indignación cuando se enteró <strong>de</strong> todo lo que había sufrido por las villanías <strong>de</strong> Montoni. En más <strong>de</strong> una ocasión, cuando ella la hablaba <strong>de</strong> su comportamiento, cuya culpabilidad era más bien suavizada que<br />

exagerada en su narración, se levantaba <strong>de</strong> su asiento y paseaba, dominado aparentemente por reproches y resentimientos. Habló poco <strong>de</strong> sus sufrimientos y él escuchó inquieto <strong>los</strong> informes que se referían a la<br />

pérdida <strong>de</strong> las propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> madame Montoni y <strong>de</strong> lo poco que confiaba en recuperadas. Valancourt permaneció perdido en sus pensamientos hasta que algún secreto le hizo manifestarse lleno <strong>de</strong> angustia, y

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