radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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Agnes explicara las razones <strong>de</strong> su pregunta. La aba<strong>de</strong>sa habría retirado a Emily <strong>de</strong> la habitación, que, <strong>de</strong>tenida por un fuerte interés, repitió sus ruegos.<br />
—Traedme ese cofrecillo, hermana —dijo Agnes—, os lo mostraré. Lo único que tenéis que hacer es miraros en ese espejo y lo veréis. Estoy segura <strong>de</strong> que sois su hija, un parecido semejante no se<br />
encuentra nunca entre <strong>los</strong> parientes más próximos.<br />
La monja trajo el cofrecillo y Agnes le indicó cómo tenía que abrirlo. Cogió entonces una miniatura, en la que Emily percibió el exacto parecido con el retrato que había encontrado entre <strong>los</strong> papeles <strong>de</strong> su<br />
padre. Agnes extendió la mano para cogerlo, lo miró profundamente durante unos momentos en silencio, y <strong>de</strong>spués con el rostro cubierto por una profunda <strong>de</strong>sesperanza, elevó sus ojos al cielo y rezó. Al<br />
terminar, entregó la miniatura a Emily:<br />
—Conservadlo —dijo—, os lo entrego porque creo que es vuestro <strong>de</strong>recho. Observé frecuentemente el parecido que tenéis, pero nunca hasta hoy se mostró tan po<strong>de</strong>rosamente en mi conciencia. No os<br />
alejéis, hermana, no os llevéis el cofrecillo, hay otro retrato que <strong>de</strong>bo mostraros.<br />
Emily tembló llena <strong>de</strong> expectación y <strong>de</strong> nuevo la aba<strong>de</strong>sa trató <strong>de</strong> hacerla salir.<br />
—Agnes sigue alterada —dijo—, os daréis cuenta <strong>de</strong> cómo fantasea. Cuando está así dice cualquier cosa y no tiene escrúpu<strong>los</strong>, como habéis comprobado, en acusarse <strong>de</strong> <strong>los</strong> crímenes más horribles.<br />
Emily pensó, no obstante, que percibía algo más que locura en la inconsistencias <strong>de</strong> Agnes, cuya mención <strong>de</strong> la marquesa y el haber mostrado su retrato le habían interesado <strong>de</strong> tal modo que <strong>de</strong>cidió obtener<br />
más información, si era posible, en relación con el asunto.<br />
La monja regresó con el cofrecillo, y Agnes le señaló un cajón secreto, <strong>de</strong>l que sacó otra miniatura.<br />
—Esta es —dijo Agnes, mostrándoselo a Emily—, que os sirva al menos <strong>de</strong> lección para vuestra vanidad; mirad este retrato y tratad <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir algún parecido entre cómo era y cómo soy.<br />
Emily recibió impaciente la miniatura, que casi no había podido contemplar, y que estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar caer con sus manos temblorosas. Se parecía al retrato <strong>de</strong> la signora Laurentini, que había visto<br />
anteriormente en el castillo <strong>de</strong> Udolfo, la dama que había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> un modo tan <strong>misterios</strong>o y que se sospechaba que había sido asesinada por Montoni.<br />
Asombrada y silenciosa, Emily continuó mirando alternativamente a la miniatura y a la monja moribunda, tratando <strong>de</strong> encontrar un parecido entre ambas, que ya no existía.<br />
—¿Por qué me miráis tan insistentemente —dijo Agnes, confundiendo la naturaleza <strong>de</strong> las emociones <strong>de</strong> Emily.<br />
—He visto este rostro anteriormente —dijo Emily, al fin—, ¿se parecía realmente a vos<br />
—Hacéis bien en formular esa pregunta —replicó la monja—, pero en otro tiempo se consi<strong>de</strong>raba que tenía un asombroso parecido conmigo. Miradme bien y ved en lo que me ha convertido la<br />
culpabilidad. Entonces yo era inocente, las pasiones malvadas <strong>de</strong> mi naturaleza dormían. ¡Hermana! —añadió solemnemente, alargando su mano fría y húmeda a Emily, que tembló a su contacto—, ¡hermana!,<br />
tened cuidado <strong>de</strong> las primeras tolerancias con las pasiones. ¡Tened cuidado <strong>de</strong> la primera! Su avance, si no se controla entonces, es rápido, su fuerza es incontrolable, nos conduce no sabemos adón<strong>de</strong>, tal vez a<br />
la comisión <strong>de</strong> <strong>de</strong>litos, ¡para <strong>los</strong> que años y años <strong>de</strong> rezo y penitencia no sirven <strong>de</strong> nada! Pue<strong>de</strong> ser tal la fuerza incluso <strong>de</strong> una sola pasión que se sobrepone a cualquier otra y anula cualquier otra posibilidad <strong>de</strong><br />
acercamiento al corazón. Nos posee como un <strong>de</strong>monio y nos lleva a <strong>los</strong> actos <strong>de</strong> mayor perversidad, haciéndonos insensibles a la piedad y a la conciencia. Y, cuando ha cumplido sus propósitos, como un<br />
verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>monio, nos abandona a la tortura <strong>de</strong> esos sentimientos, cuyo po<strong>de</strong>r había suspendido, no aniquilado, a las torturas <strong>de</strong> la compasión, el remordimiento y la conciencia. Entonces nos <strong>de</strong>spertamos<br />
cómo <strong>de</strong> un sueño y percibimos un nuevo mundo a nuestro alre<strong>de</strong>dor, que contemplamos con asombro y horror, pero el hecho ya está cometido. Ni todos <strong>los</strong> po<strong>de</strong>res <strong>de</strong>l cielo y <strong>de</strong> la tierra unidos pue<strong>de</strong>n<br />
borrarlo, ¡y <strong>los</strong> espectros <strong>de</strong> la conciencia no nos <strong>de</strong>jarán! ¿Qué significan la gran<strong>de</strong>za, la riqueza, la misma salud frente al lujo <strong>de</strong> una conciencia pura, la salud <strong>de</strong>l alma, y qué <strong>los</strong> sufrimientos <strong>de</strong> la pobreza,<br />
contrariedad y <strong>de</strong>sesperación, frente a la angustia <strong>de</strong> un alma afligida ¡Oh! ¡Cuánto ha pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que participé <strong>de</strong> ese lujo! Creo que he sufrido <strong>los</strong> dolores más agonizantes <strong>de</strong> la naturaleza humana, en el<br />
amor, <strong>los</strong> ce<strong>los</strong> y la <strong>de</strong>sesperación, pero esos dolores eran fáciles <strong>de</strong> soportar, comparados con las manchas <strong>de</strong> la conciencia que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces he soportado. Disfruté también <strong>de</strong> lo que se llama la dulce<br />
venganza, pero fue algo transitorio, expiraba incluso con el objeto que la provocaba. Recordad, hermana, que las pasiones son tanto <strong>los</strong> actos <strong>de</strong>l vicio como <strong>de</strong> la fortuna, <strong>de</strong> las que todo pue<strong>de</strong> brotar,<br />
conforme las hayamos cultivado. ¡Desgraciados <strong>los</strong> que nunca supieron el arte <strong>de</strong> gobernarlas!<br />
—¡Infeliz! —dijo la aba<strong>de</strong>sa—, ¡y mal informada <strong>de</strong> nuestra santa religión!<br />
Emily escuchó a Agnes en silencio inquieto, mientras seguía examinando la miniatura y confirmaba su opinión <strong>de</strong> su extraordinario parecido con el retrato <strong>de</strong> Udolfo.<br />
—Esta cara me resulta familiar —dijo, <strong>de</strong>seando llevar a la monja a que diera una explicación, pero temiendo <strong>de</strong>scubrir <strong>de</strong>masiado abruptamente que conocía Udolfo.<br />
—Os equivocáis —replicó Agnes—, nunca habéis visto antes ese retrato.<br />
—No —replicó Emily—, pero he visto uno extremadamente parecido.<br />
—Imposible —dijo Agnes, a la que ya po<strong>de</strong>mos llamar señora Laurentini.<br />
—Fue en el castillo <strong>de</strong> Udolfo —continuó Emily, mirándola fijamente.<br />
—¡De Udolfo! —exclamó Laurentini—, ¡<strong>de</strong> Udolfo, en Italia!<br />
—El mismo —replicó Emily.<br />
—Entonces me conocéis —dijo Laurentini—, y sois la hija <strong>de</strong> la marquesa.<br />
Emily se quedó profundamente sorprendida ante esta inesperada afirmación.<br />
—Soy la hija <strong>de</strong>l fallecido monsieur St. Aubert —dijo—, y la señora que habéis nombrado me es totalmente <strong>de</strong>sconocida.<br />
—Eso es al menos lo que creéis —prosiguió Laurentini.<br />
Emily le preguntó qué razones podía tener para pensar lo contrario.<br />
—El parecido familiar que mostráis —dijo la monja—. Como es sabido, la marquesa estaba en relaciones con un caballero <strong>de</strong> Gascuña en el tiempo en que aceptó la mano <strong>de</strong>l marqués por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su<br />
padre. ¡Infeliz mujer <strong>de</strong> <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>sgraciado!<br />
Emily, recordando la extrema emoción con la que St. Aubert había reaccionado ante la mención <strong>de</strong>l nombre <strong>de</strong> la marquesa, habría recibido una impresión superior a la <strong>de</strong> la sorpresa <strong>de</strong> no haber tenido<br />
confianza en su integridad. Como era así, no pudo, ni por un momento creer en lo que insinuaban las palabras <strong>de</strong> Laurentini. Sin embargo, seguía fuertemente interesada en ellas y suplicó que las explicara con<br />
más <strong>de</strong>talle.<br />
—No presionéis en ese tema —dijo la monja—, ¡es <strong>de</strong>masiado terrible para mí! ¡Cómo podría borrarlo <strong>de</strong> mi memoria!<br />
Suspiró profundamente y, tras una pausa, preguntó a Emily cómo había <strong>de</strong>scubierto su nombre.<br />
—Por vuestro retrato en el castillo <strong>de</strong> Udolfo, con el que esta miniatura guarda un sorpren<strong>de</strong>nte parecido —replicó Emily.<br />
—¡Queréis <strong>de</strong>cir que habéis estado en Udolfo! —dijo la monja con profunda emoción—. ¡Qué escenas revive en mi fantasía la mención <strong>de</strong> ese nombre, escenas <strong>de</strong> felicidad, <strong>de</strong> sufrimiento y <strong>de</strong> horror!<br />
En ese momento, el terrible espectáculo <strong>de</strong>l que Emily había sido testigo en una <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong>l castillo acudió a su mente y tembló mientras fijaba su mirada en la monja y se repetía sus recientes<br />
palabras, <strong>de</strong> que «<strong>los</strong> que años y años <strong>de</strong> rezos y penitencia no pue<strong>de</strong>n borrar la locura <strong>de</strong>l asesinato». Se convenció <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía atribuirlas a otra causa que no fuera la <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lirio. Conmovida por el horror que<br />
casi la privaba <strong>de</strong> su conciencia, creyó que estaba mirando a una asesina; todo el comportamiento <strong>de</strong> Laurentini parecía confirmar tal suposición, aunque Emily seguía perdida en un laberinto <strong>de</strong> perplejida<strong>de</strong>s, y,<br />
no sabiendo cómo plantear las preguntas que pudieran conducir a la verdad, sólo podía indicarlas con frases a medias.<br />
—Vuestra inesperada marcha <strong>de</strong> Udolfo —dijo.<br />
Laurentini gimió.<br />
—Los informes que corrieron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> el<strong>los</strong> —continuó Emily—, la habitación <strong>de</strong>l lado oeste, el tenebroso velo, lo que éste oculta!... Cuando se cometen asesinatos...<br />
La monja tembló.<br />
—¡Ahí está <strong>de</strong> nuevo! —dijo, tratando <strong>de</strong> incorporarse, mientras con la mirada fija parecía seguir a algo por la habitación—, ¡sal <strong>de</strong> la tumba! ¡Cómo! ¡Sangre, sangre también! ¡No había sangre, no pue<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong>cir eso! ¡No sonrías, no sonrías tan misericordiosamente!<br />
Laurentini cayó envuelta en convulsiones al pronunciar las últimas palabras, y Emily, incapaz <strong>de</strong> seguir soportando el horror <strong>de</strong> la escena, salió corriendo <strong>de</strong> la habitación y envió a algunas monjas para que<br />
atendieran a la aba<strong>de</strong>sa.<br />
Blanche y las internas, que estaban en el salón, se reunieron alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> Emily, y alarmadas por su actitud y por su rostro aterrorizado, la hicieron cientos <strong>de</strong> preguntas, que evitó contestando que creía que<br />
la hermana Agnes se estaba muriendo. Recibieron este informe como explicación suficiente <strong>de</strong> su terror y cambiaron sus preocupaciones, con lo que, finalmente, Emily se pudo recuperar en parte. Sin embargo<br />
estaba tan conmovida por las terribles revelaciones, y tan sorprendida y llena <strong>de</strong> dudas por las palabras <strong>de</strong> la monja que no era capaz <strong>de</strong> conversar y habría abandonado el convento inmediatamente, <strong>de</strong> no<br />
haber sido por su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> saber si Laurentini podría superar el último ataque. Tras esperar algún tiempo, fue informada <strong>de</strong> que habían cesado las convulsiones y que Laurentini parecía recobrarse. Emily y<br />
Blanche se marchaban, cuando apareció la aba<strong>de</strong>sa, que, llevando a un lado a la primera, le dijo que tenía algo importante que comunicarle, pero que por ser tar<strong>de</strong> no la <strong>de</strong>tendría y le solicitó que la viera al día<br />
siguiente.<br />
Emily prometió visitarla y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirse, regresó con Blanche hacia el castillo, que se lamentó <strong>de</strong> lo tar<strong>de</strong> que era y <strong>de</strong> lo sombrío que estaba el bosque, ya que la quietud y oscuridad que las<br />
ro<strong>de</strong>aban, la hizo sensible al temor, aunque iba con ellas una criado para protegerlas. Emily estaba <strong>de</strong>masiado sumida en el horror <strong>de</strong> la escena <strong>de</strong> la que acababa <strong>de</strong> ser testigo para sentirse afectada por la<br />
solemnidad <strong>de</strong> las sombras. Por fin, fue arrancada <strong>de</strong> sus pensamientos por Blanche, que le indicó que a cierta distancia, en el oscuro sen<strong>de</strong>ro por el que avanzaban, había dos personas caminando lentamente.<br />
Era imposible evitarlas sin a<strong>de</strong>ntrarse en alguna parte más oculta <strong>de</strong>l bosque, adon<strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos podrían seguirlas fácilmente; pero todos sus temores <strong>de</strong>saparecieron cuando Emily distinguió la voz <strong>de</strong><br />
monsieur Du Pont, y advirtió que su compañero era el caballero que había visto en el monasterio y que estaba conversando con tal ánimo que no advirtió inmediatamente que se aproximaban. Cuando Du Pont<br />
se unió a las damas, el <strong>de</strong>sconocido se <strong>de</strong>spidió y siguieron hasta el castillo, don<strong>de</strong> el con<strong>de</strong>, al enterarse <strong>de</strong> que monsieur Bonnac era conocido suyo, el triste motivo <strong>de</strong> su visita a Languedoc, y que estaba<br />
alojado en una posada <strong>de</strong>l pueblo, rogó a monsieur Du Pont que le invitara al castillo.<br />
Este último estaba encantado <strong>de</strong> hacerlo y, superados <strong>los</strong> escrúpu<strong>los</strong> <strong>de</strong> reserva que hicieron que monsieur Bonnac dudara en aceptar la invitación, acudieron, don<strong>de</strong> la amabilidad <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> y la animación<br />
<strong>de</strong> su hijo se concentraron para disipar la tristeza que pesaba sobre el ánimo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido. Monsieur Bonnac era oficial en el servicio francés y parecía tener unos cincuenta años. Era alto y <strong>de</strong>cidido, su<br />
comportamiento había recibido las enseñanzas <strong>de</strong> las buenas maneras, y en su rostro había algo <strong>de</strong> interesante nada común; porque su cara, que en su juventud le había hecho sin duda notablemente atractivo,