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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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Según avanzaban lentamente se sorprendió al ver una llama que aparecía a interva<strong>los</strong> en la punta <strong>de</strong> la pica que llevaba Bertrand, que le recordó la que había observado en la lanza <strong>de</strong>l centinela, la noche que<br />

murió madame Montoni y que aquel hombre le dijo que era un augurio. El hecho pareció justificar la afirmación, y una impresión supersticiosa que quedaba en la imaginación <strong>de</strong> Emily que confirmaba el que<br />

apareciera en aquel momento. Pensó que se trataba <strong>de</strong> un augurio <strong>de</strong> su propio <strong>de</strong>stino, y vigiló cómo, sucesivamente, aparecía y <strong>de</strong>saparecía, en un conmovido silencio que fue interrumpido por Bertrand.<br />

—Encendamos la antorcha —dijo— y busquemos cobijo en el bosque; se acerca la tormenta, mira mi lanza.<br />

La extendió hacia <strong>de</strong>lante, con la llama luciendo en la punta.[30]<br />

—Vamos —dijo Ugo—, tú no serás uno <strong>de</strong> ésos que cree en augurios: hemos <strong>de</strong>jado en el castillo a algunos cobar<strong>de</strong>s que se pondrían pálidos al verlo. Por mi parte lo he comprobado tantas veces que sé<br />

que es sólo un augurio <strong>de</strong> tormenta y la tenemos aquí. Las nubes ya empiezan con <strong>los</strong> relámpagos.<br />

Emily se consoló con esta conversación <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> terrores <strong>de</strong> la superstición, pero aumentaron <strong>los</strong> <strong>de</strong> la razón, cuando, esperando mientras Ugo buscaba una piedra para hacer fuego, vio <strong>los</strong><br />

relámpagos sobre el bosque en el que iban a entrar, que iluminaron <strong>los</strong> duros rostros <strong>de</strong> sus acompañantes. Ugo no conseguía encontrar una piedra y Bertrand se impacientó porque <strong>los</strong> truenos sonaban con<br />

mayor fuerza en la distancia y <strong>los</strong> relámpagos se hacían más frecuentes. A veces, ponían al <strong>de</strong>scubierto <strong>los</strong> accesos más próximos <strong>de</strong>l bosque o <strong>de</strong>scubrían alguna abertura en sus copas, iluminando el suelo con<br />

esplendor, ya que el espeso follaje <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles mantenía el resto envuelto en profundas sombras.<br />

Ugo encontró finalmente una piedra y encendieron la antorcha. Los hombres <strong>de</strong>smontaron y, tras ayudar a Emily, condujeron las mulas hacia el bosque que bor<strong>de</strong>aba el valle por la izquierda, que se<br />

interrumpía con trozos <strong>de</strong> troncos y plantas salvajes que la obligaban a andar en círcu<strong>los</strong> para evitar<strong>los</strong>.<br />

No podía aproximarse al bosque sin experimentar un sentido más claro <strong>de</strong> su peligro. El profundo silencio, excepto cuando el viento se movía entre las ramas, las sombras impenetrables iluminadas<br />

parcialmente por <strong>los</strong> resplandores repentinos y el rayo rojo <strong>de</strong> la antorcha, que servía únicamente para hacer «visible la oscuridad», eran circunstancias que contribuían a renovar sus más terribles temores.<br />

También pensó, en aquel momento, que <strong>los</strong> rostros <strong>de</strong> sus conductores mostraban su fiereza más que <strong>de</strong> costumbre, mezclada con una exaltación que parecían intentar disimular. Acudió a su mente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

que la llevaban hacia el bosque para completar la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> Montoni con su asesinato. La terrible sugestión hizo brotar un gemido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> su corazón que sorprendió a sus acompañantes, que se<br />

volvieron rápidos hacia ella, y les preguntó por qué la llevaban allí, tratando <strong>de</strong> convencerles <strong>de</strong> que continuaran su camino por el valle que le parecía menos peligroso que el bosque, ante la tormenta.<br />

—No —dijo Bertrand—, sabemos muy bien dón<strong>de</strong> está el peligro. Ved cómo se abren las nubes por encima <strong>de</strong> nosotros. A<strong>de</strong>más po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>slizaos bajo <strong>los</strong> árboles sin correr el azar <strong>de</strong> ser vistos, si es<br />

que algún enemigo cruza por aquí. Por San Pedro y todos <strong>los</strong> Santos, tengo tanto valor como el que más, como muchos pobres diab<strong>los</strong> podrían asegurar si siguieran vivos, pero ¿qué podríamos hacer contra<br />

una tropa<br />

—¿De qué estás hablando —dijo Ugo enfadado—, ¿quién tiene miedo a una tropa Deja que vengan, aunque sean tantos como <strong>los</strong> que cabrían en el castillo <strong>de</strong>l signor. Les <strong>de</strong>mostraría lo que es luchar. A<br />

ti te <strong>de</strong>jaría en un escondite seguro y seco <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> pudieras mirar y verme en medio <strong>de</strong> la lucha. ¿Quién habla <strong>de</strong> miedo<br />

Bertrand replicó, con un tremendo juramento, que no le gustaban esas bromas, y se enredaron en una violenta disputa, que fue silenciada finalmente por el trueno, cuya profunda voz se oyó venir <strong>de</strong> lejos,<br />

rodando hasta que estalló sobre sus cabezas con ruidos que parecían sacudir la tierra hasta su centro. Los rufianes se <strong>de</strong>tuvieron y se miraron. Entre <strong>los</strong> grupos <strong>de</strong> árboles, <strong>los</strong> relámpagos se extendían e<br />

iluminaban el suelo y Emily miró hacia las montañas que parecían cubiertas <strong>de</strong> llamas lívidas. En aquel momento sintió, tal vez, menos miedo <strong>de</strong> la tormenta que <strong>de</strong> sus acompañantes, porque otros temores<br />

ocuparon su imaginación.<br />

Los hombres <strong>de</strong>scansaron bajo un enorme castaño y clavaron sus picas en el suelo, a cierta distancia, por sus extremos <strong>de</strong> hierro, en <strong>los</strong> que Emily observó repetidas veces la luz, y <strong>los</strong> volvieron hacia la<br />

tierra.<br />

—¡Me gustaría estar en el castillo <strong>de</strong>l signor! —dijo Bertrand—, no sé por qué nos ha enviado a este asunto. ¡Silencio! ¡Cómo suena esto por allá arriba! Casi estoy dispuesto a hacer <strong>de</strong> sacerdote y rezar.<br />

Ugo, ¿tienes un rosario<br />

—No —replicó Ugo—, <strong>de</strong>jo a <strong>los</strong> cobar<strong>de</strong>s como tú que lleven rosarios. Yo llevo la espada.<br />

—¡Te <strong>de</strong>be servir <strong>de</strong> mucho para luchar con la tormenta! —dijo Bertrand.<br />

Un nuevo trueno, que reverberó con tremendos ecos por las montañas, <strong>los</strong> silenció durante un momento. Según se alejaba, Ugo propuso que siguieran.<br />

—Estamos perdiendo el tiempo —dijo—, las ramas espesas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles nos cobijarán igual que este castaño.<br />

Emprendieron <strong>de</strong> nuevo el camino conduciendo las mulas entre <strong>los</strong> árboles y avanzando entre la hierba que ocultaba sus raíces llenas <strong>de</strong> nudos. El viento, cada vez más fuerte, competía con el trueno,<br />

pasando con furia entre las ramas y haciendo más brillante la llama roja <strong>de</strong> la antorcha, que lanzaba una luz más intensa por el bosque y les mostraba <strong>los</strong> lugares en que podían escon<strong>de</strong>rse <strong>los</strong> lobos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que<br />

Ugo había hablado antes.<br />

La fuerza <strong>de</strong>l viento pareció alejar la tormenta, y <strong>los</strong> truenos empezaron a oírse en la distancia hasta <strong>de</strong>saparecer. Tras avanzar entre <strong>los</strong> árboles durante casi una hora, en la que <strong>los</strong> elementos <strong>de</strong> la naturaleza<br />

habían vuelto al reposo, <strong>los</strong> viajeros, ascendiendo gradualmente se encontraron en un lado abierto <strong>de</strong> la montaña, con un ancho valle, extendiéndose a la luz <strong>de</strong> la luna, a sus pies, y por encima, el cielo azul con<br />

las finas nubes que quedaban tras la tormenta y que se perdían en el límite <strong>de</strong>l horizonte.<br />

Al salir <strong>de</strong>l bosque, el ánimo <strong>de</strong> Emily comenzó a revivir porque consi<strong>de</strong>ró que si aquel<strong>los</strong> hombres habían recibido la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>struirla, habrían ejecutado su bárbaro propósito en aquella solitaria zona <strong>de</strong><br />

la que acababan <strong>de</strong> salir, en la que su acto habría quedado oculto al ojo humano, consolándose con estas reflexiones y por el tranquilo comportamiento <strong>de</strong> sus guías. Emily, según procedían silenciosamente por<br />

una especie <strong>de</strong> cañada que se extendía por la falda <strong>de</strong>l bosque, que ascendía por la <strong>de</strong>recha, no pudo ignorar la belleza dormida <strong>de</strong>l valle al que se dirigían, sin una sensación momentánea <strong>de</strong> satisfacción. Su<br />

variedad con bosques y pastos se veía ro<strong>de</strong>ada por el norte y el este por el anfiteatro <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos, cuya silueta en el horizonte parecía rota por variadas y elegantes formas. Hacia el oeste y el sur, el paisaje<br />

se extendía hacia la Toscana.<br />

—Allí está el mar —dijo Bertrand, como si supiera que Emily estaba contemplando el paisaje—, allí hacia el oeste, aunque no podamos verlo.<br />

Emily percibió <strong>de</strong> inmediato el cambio climático <strong>de</strong>l salvaje y montañoso que había <strong>de</strong>jado y, según continuaban el <strong>de</strong>scenso, el aire se perfumó con el aroma <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> flores entre la hierba, <strong>de</strong>spierto por<br />

la reciente lluvia. Era tal la belleza <strong>de</strong>l paisaje que la ro<strong>de</strong>aba y tan en contraste con la triste gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l que había servido para tenerla confinada y las actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las gentes que se movían en él, que casi tuvo<br />

la impresión <strong>de</strong> verse <strong>de</strong> nuevo en La Vallée y se preguntó por qué Montoni la había enviado allí apenas sin creerse que hubiera elegido un lugar tan encantador para un cruel <strong>de</strong>stino. Sin embargo, era probable<br />

que no fuera el lugar, sino las personas que lo habitaban, a las que hubieran encomendado la ejecución sin riesgo <strong>de</strong> sus planes, cualesquiera que fuesen, lo que había <strong>de</strong>terminado su elección.<br />

Se aventuró <strong>de</strong> nuevo a preguntar si ya se encontraban cerca <strong>de</strong> su <strong>de</strong>stino y Ugo le dijo que no les quedaba mucho camino.<br />

—Sólo el bosque <strong>de</strong> castaños en el valle, allí, por el río, que reluce a la luz <strong>de</strong> la luna; me gustaría po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>scansar con un poco <strong>de</strong> buen vino y una loncha <strong>de</strong> jamón <strong>de</strong> Toscana.<br />

El ánimo <strong>de</strong> Emily se reanimó al saber que el viaje estaba a punto <strong>de</strong> concluir y miró el bosque <strong>de</strong> castaños en una apertura <strong>de</strong>l valle, a la orilla <strong>de</strong> una corriente.<br />

En poco tiempo alcanzaron la entrada en el bosque y percibió, entre las hojas, una luz en la ventana <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> campo en la distancia. Continuaron su camino por la orilla <strong>de</strong>l río, don<strong>de</strong> estaban <strong>los</strong><br />

árboles, que tapaban <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong> luna, pero a lo largo <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro, la luz, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> campo, iluminaba la corriente. Bertrand se apeó primero y Emily le oyó llamar a la puerta. Cuando ella se acercaba, la<br />

pequeña ventana superior, don<strong>de</strong> habían visto la luz, fue abierta por un hombre, que, tras preguntar qué era lo que querían, <strong>de</strong>scendió inmediatamente y les hizo pasar a un interior limpio y rústico, y llamó a su<br />

mujer para que dispusiera un refrigerio para <strong>los</strong> viajeros. Según aquel hombre hablaba en un aparte con Bertrand, Emily le contempló ansiosamente. Era un campesino alto, pero no robusto, <strong>de</strong> complexión<br />

media, con mirada algo inquisitiva. Su rostro no era <strong>de</strong> ésos que permiten ganarse la confianza <strong>de</strong> <strong>los</strong> jóvenes, y no había nada en su actitud que pudiera tranquilizar a un <strong>de</strong>sconocido.<br />

Ugo reclamó impaciente la cena en un tono que confirmaba que su autoridad era incuestionable.<br />

—Les esperaba hace una hora —dijo el campesino—, ya que había recibido una carta <strong>de</strong>l signor Montoni diciendo que estaríais aquí hace tres horas. Mi mujer y yo renunciamos a esperaros y nos fuimos a<br />

la cama. ¿Cómo habéis escapado <strong>de</strong> la tormenta<br />

—Bastante mal —replicó Ugo—, bastante mal, y vais a lograr que todo vaya también bastante mal aquí, a menos que os <strong>de</strong>is más prisa. Dadnos más vino y <strong>de</strong>jadnos ver lo que tenéis para comer.<br />

Los campesinos situaron todo en una mesa <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> el<strong>los</strong>; lo que su casa podía aportar, jamón, vino, higos y uvas <strong>de</strong> un tamaño y sabor que Emily había probado raramente.<br />

Después <strong>de</strong> tomar la cena, Emily fue conducida por la mujer <strong>de</strong>l campesino a una pequeña alcoba, don<strong>de</strong> le hizo algunas preguntas relativas a Montoni, a las que la mujer, que se llamaba Dorina, contestó<br />

con reserva, pretendiendo ignorar las pretensiones <strong>de</strong> su Excellenza al enviarla allí, pero reconociendo que s u marido había recibido un premio por ello. Dándose cuenta <strong>de</strong> que no podría obtener información<br />

alguna referente a su <strong>de</strong>stino, Emily <strong>de</strong>spidió a Dorina y se retiró a <strong>de</strong>scansar; pero todas las escenas <strong>de</strong>l pasado y las que imaginaba sobre su futuro se agolparon en su mente inquieta y conspiraron con <strong>los</strong><br />

sentidos impidiéndole dormir.

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