radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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C a p í t u l o I X<br />
D<br />
La imagen <strong>de</strong> una culpa perversa, nefanda, vive en sus ojos; ese secreto semblante suyo<br />
refleja el talante <strong>de</strong> un corazón muy agitado.<br />
KING JOHN [26]<br />
ejamos las alegres escenas <strong>de</strong> París y volvemos a las lóbregas <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> pensamientos <strong>de</strong> Emily seguían siendo fieles a Valancourt. Pensando en él como en su única esperanza, recordó<br />
con cuidada exactitud todas las segurida<strong>de</strong>s y pruebas <strong>de</strong> su afecto, <strong>de</strong> las que había sido testigo; leyó una y otra vez las cartas que había recibido <strong>de</strong> él; pesó, con intensa inquietud, la fuerza <strong>de</strong> cada palabra<br />
que hablaba <strong>de</strong> su lealtad.<br />
Mientras tanto, Montoni había hecho una investigación estricta en relación con las extrañas circunstancias <strong>de</strong> su alarma, sin obtener información; y se vio obligado a aceptar la razonable suposición <strong>de</strong> que fue<br />
un truco malintencionado realizado por alguno <strong>de</strong> sus criados. Sus diferencias con madame Montoni, relativas a las propieda<strong>de</strong>s, se hicieron más frecuentes que nunca; la confinó totalmente a su propia<br />
habitación y no tuvo escrúpu<strong>los</strong> en amenazarla con una mayor severidad si insistía en no acce<strong>de</strong>r.<br />
Si hubiera consultado con su razón, se habría visto sorprendida por elegir la conducta que había adoptado. Habría comprendido el peligro <strong>de</strong> irritar con su continuada oposición a un hombre que se había<br />
manifestado como Montoni y a cuyo po<strong>de</strong>r se hallaba; totalmente sometida. También habría comprendido la extrema importancia que tenía para su futura seguridad conservar aquellas posesiones, que le<br />
permitirían vivir con in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Montoni, si en algún momento pudiera escapar a su inmediato control. Pero se orientaba por una guía más <strong>de</strong>cisiva que la <strong>de</strong> la razón; el espíritu <strong>de</strong> venganza, que la<br />
impulsaba a oponer violencia a la violencia, y obstinación a la obstinación.<br />
Totalmente confinada en la soledad <strong>de</strong> su cuarto, se veía ahora reducida a solicitar la compañía que había rechazado últimamente, ya que Emily era la única persona, excepto Annette, con la que se le<br />
permitía conversar.<br />
Generosamente ansiosa por su tranquilidad, Emily, no obstante, trató <strong>de</strong> persuadirla, cuando no pudo convencerla, y buscó todos <strong>los</strong> medios amables posibles para inducirle a evitar la aspereza <strong>de</strong> sus<br />
réplicas, que tanto irritaban a Montoni. El orgullo <strong>de</strong> su tía se suavizó a veces por la tierna voz <strong>de</strong> Emily e incluso en algunos momentos consi<strong>de</strong>ró sus atenciones afectuosas con buena voluntad.<br />
Las escenas <strong>de</strong> terrible contención, que Emily se vio frecuentemente obligada a presenciar, agotaron su ánimo más que cualquiera <strong>de</strong> las circunstancias que se habían presentado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong><br />
Toulouse. La gentileza y la bondad <strong>de</strong> sus padres, junto con las escenas <strong>de</strong> su anterior felicidad, acudían con frecuencia a su mente, como las visiones <strong>de</strong> un mundo mejor, mientras que las personas y<br />
circunstancias que pasaban ahora ante sus ojos excitaban tanto el terror como la sorpresa. No podía imaginar que existieran pasiones tan fuertes y tan variadas como las que conmovían a Montoni y que se<br />
hubieran concentrado en un solo individuo; sin embargo, lo que más la sorprendía era que, en las gran<strong>de</strong>s ocasiones, pudiera dominar esas pasiones, pese a ser tan salvaje, cuando se trataba <strong>de</strong> su interés, y que<br />
generalmente pudiera disimular en su rostro la actividad <strong>de</strong> su cerebro; pero le había visto ya <strong>de</strong>masiadas veces en momentos en <strong>los</strong> que no consi<strong>de</strong>raba necesario disimular su naturaleza, para <strong>de</strong>jarse engañar en<br />
tales ocasiones.<br />
Su vida parecía como el sueño <strong>de</strong> una imaginación <strong>de</strong>formada, o como una <strong>de</strong> esas ficciones atemorizadoras en las que a veces se recrea el genio <strong>de</strong> <strong>los</strong> poetas. La reflexión sólo producía lamentaciones, y la<br />
anticipación terror. ¡Cuántas veces <strong>de</strong>seaba «robar las alas <strong>de</strong> la alondra, y elevarse con el más fuerte viento», <strong>de</strong> modo que el Languedoc y el reposo pudieran ser suyos una vez más!<br />
Preguntó en varias ocasiones por la salud <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano, que no había muerto, pero Annette sólo recibía vagos informes sobre su estado <strong>de</strong> peligro y que el cirujano había dicho que nunca saldría vivo<br />
<strong>de</strong> la cabaña. Emily no podía evitar sentirse afectada por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que ella, aunque hubiera sido inocentemente, pudiera ser la causa <strong>de</strong> su muerte; y Annette, que no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> observar su emoción, la interpretó a<br />
su modo.<br />
Pero no tardó en suce<strong>de</strong>r algo que apartó totalmente la atención <strong>de</strong> Annette sobre este tema y <strong>de</strong>spertó la sorpresa y la curiosidad tan naturales en ella. Al llegar a la habitación <strong>de</strong> Emily un día, con el rostro<br />
lleno <strong>de</strong> importancia, dijo:<br />
—¿Qué pue<strong>de</strong> querer <strong>de</strong>cir todo esto, ma<strong>de</strong>moiselle Si me viera <strong>de</strong> nuevo a salvo en Languedoc, ¡no volverían a pillarme para ningún viaje! ¡Ya sé que es una cosa importante, verda<strong>de</strong>ramente, salir al<br />
extranjero y ver otros lugares! ¡Qué poco pensé en lo que iba a venir para llegar a estar en este viejo castillo, entre estas horribles montañas, con posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ser asesinada o, lo que es lo mismo, <strong>de</strong>gollada!<br />
—¿Qué quieres <strong>de</strong>cir con eso, Annette —dijo Emily, asombrada.<br />
—¡Ay! Os sorpren<strong>de</strong>réis, pero no lo creeréis, quizá hasta que os hayan asesinado también a vos. ¡No creeréis en el fantasma <strong>de</strong>l que os he hablado, aunque os muestre el verda<strong>de</strong>ro lugar don<strong>de</strong> suele<br />
aparecer! No os creeréis nada, ma<strong>de</strong>moiselle.<br />
—No, hasta que te expliques más razonablemente, Annette. ¿Qué quieres <strong>de</strong>cir ¡Hablas <strong>de</strong> asesinato!<br />
—¡Ay, ma<strong>de</strong>moiselle!, han venido para asesinamos a todos, quizá; pero, ¿qué significa explicar No me creeréis.<br />
Emily le pidió <strong>de</strong> nuevo que le relatara lo que había visto u oído.<br />
—¡Oh!, he visto bastante y he oído <strong>de</strong>masiado, como pue<strong>de</strong> probar Ludovico. ¡Pobre hombre! ¡También le asesinarán a él! ¡Qué poco lo podía pensar cuando me cantó aquel<strong>los</strong> dulces versos bajo mi<br />
ventana en Venecia!<br />
Emily la miró impaciente y con <strong>de</strong>sagrado.<br />
—Como iba diciendo, ma<strong>de</strong>moiselle, estas preparaciones en el castillo y esas gentes <strong>de</strong> aspecto extraño, que llegan aquí cada día, y el cruel comportamiento <strong>de</strong>l signor con mi señora, y las extrañas<br />
andanzas <strong>de</strong> él, todo esto, como le he dicho a Ludovico, no pue<strong>de</strong>n traer nada bueno. Y él, que guardara mi lengua. Sí, el signor está extrañamente alterado, le he dicho yo a Ludovico, en este tenebroso castillo,<br />
<strong>de</strong> como estaba en Francia, siempre tan alegre. Nadie era entonces tan galante con mi señora y él, a<strong>de</strong>más, podía sonreír a veces con un pobre criado. Recuerdo una vez que me dijo, cuando iba a salir <strong>de</strong>l<br />
vestidor <strong>de</strong> mi señora, «Annette, me dijo...»<br />
—No me importa lo que dijo el signor —interrumpió Emily—, sino que me digas <strong>de</strong> una vez lo que te ha alarmado.