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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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—Me temo que pronto verás cumplidos tus <strong>de</strong>seos —replicó madame Montoni.<br />

—No, señora, <strong>de</strong> esos tipos <strong>de</strong> mal aspecto no interesa nada. Me refiero a jóvenes galantes, listos y alegres como Ludovico, que está siempre contándome historias tremendas que hacen reír. ¡Ayer mismo<br />

me contó una historia tan graciosa que ni ahora me puedo contener <strong>de</strong> reír! Me dijo...<br />

—Po<strong>de</strong>mos prescindir <strong>de</strong> esa historia —dijo su ama.<br />

—¡Ah! —continuó Annette—, ¡es que ve mucho más claro que <strong>los</strong> <strong>de</strong>más! Él compren<strong>de</strong> lo que quiere <strong>de</strong>cir el signor, sin saber una sola palabra <strong>de</strong>l asunto.<br />

—¿Qué quieres <strong>de</strong>cir —dijo madame Montoni.<br />

—Me dijo, pero la verdad es que me hizo prometer que no lo diría, y no le <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>ceré por nada <strong>de</strong>l mundo.<br />

—¿Qué es lo que te hizo promete que no dirías —preguntó su señora—, insisto en saberlo <strong>de</strong> inmediato. ¿Qué es lo que le prometiste no <strong>de</strong>cir<br />

—¡Oh, señora! —exclamó Annette—, ¡no lo diría por nada <strong>de</strong>l mundo!<br />

—Insisto en que me lo digas ahora mismo —dijo madame Montoni.<br />

Annette guardó silencio.<br />

—El signor será informado <strong>de</strong> esto directamente —prosiguió madame Montoni—, él te obligará a <strong>de</strong>cirlo.<br />

—Ha sido Ludovico el que lo ha dicho —contestó Annette—, pero por piedad, madame, no se lo digáis al signor y lo sabréis todo.<br />

Madame Montoni le aseguró que no lo diría.<br />

—Veréis, madame, Ludovico dice que el signor, mi amo, está..., está..., que está, él así lo cree, y todos, como sabéis, madame, son libres <strong>de</strong> pensar lo que quieran, que el signor, mi amo, está..., está...<br />

—¿Está qué —dijo su ama con impaciencia.<br />

—Que el signor, mi amo, va a ser..., un gran ladrón..., que va a robar por su cuenta; que va a ser (no estoy segura <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r lo que quiere <strong>de</strong>cir) va a ser..., capitán <strong>de</strong> ladrones.<br />

—¿Te has vuelto loca, Annette —dijo madame Montoni—. ¿O se trata <strong>de</strong> un truco para engañarme Dime ahora mismo lo que te ha dicho Ludovico, sin equivocaciones; ahora mismo.<br />

—¡Oh, madame! —exclamó Annette—, si esto es todo lo que voy a conseguir por <strong>de</strong>cir el secreto...<br />

Madame Montoni continuó insistiendo y Annette protestando, hasta que el propio Montoni apareció haciendo una señal a esta última para que saliera <strong>de</strong> la habitación, lo que hizo temblando por las posibles<br />

consecuencias <strong>de</strong> su historia. Emily también quiso retirarse, pero su tía la <strong>de</strong>tuvo pidiéndole que se quedara; y Montoni, que ya la había hecho testigo tantas veces <strong>de</strong> sus discusiones, no tuvo escrúpulo alguno en<br />

ello.<br />

—Insisto en saber ahora mismo, signor, qué significa todo esto —dijo su mujer—, ¿quiénes son esos hombres armados, que según me han dicho acaban <strong>de</strong> marcharse<br />

Montoni le contestó únicamente con una mirada <strong>de</strong> reproche; y Emily le susurró algo bajito a su tía.<br />

—No me importa —dijo madame Montoni—, lo sabré, y también para qué ha sido fortificado el castillo.<br />

—Vamos, vamos —dijo Montoni—, he venido por otros motivos. No se pue<strong>de</strong> seguir jugando conmigo. Necesito inmediata solución para lo que pido, esas propieda<strong>de</strong>s me <strong>de</strong>ben ser cedidas sin más<br />

<strong>de</strong>mora, o encontraré el camino...<br />

—Nunca renunciaré a ellas —interrumpió madame Montoni—, nunca servirán para tus propósitos. ¿Y cuáles son Lo sabré. ¿Esperas que el castillo sea atacado ¿Esperas a tus enemigos ¿Tendré que<br />

quedarme aquí para ser asesinada en un asedio<br />

—Firma <strong>los</strong> escritos —dijo Montooi—, y sabrás más.<br />

—¿Quién es el enemigo que va a venir —continuó su mujer—. ¿Te has puesto al servicio <strong>de</strong>l Estado ¿Voy a estar encerrada para morir<br />

—Eso es posible que suceda —dijo Montoni—, a menos que cedas a mi petición; porque, si insistes, no saldrás <strong>de</strong>l castillo hasta entonces.<br />

Madame Montoni estalló en una fuerte lamentación, que contuvo <strong>de</strong> inmediato, consi<strong>de</strong>rando que las afirmaciones <strong>de</strong> su marido podían ser únicamente trucos que empleaba para lograr que consintiera. Tras<br />

esta sospecha, le dijo también que sus propósitos no eran tan honorables como <strong>los</strong> <strong>de</strong> servir al Estado, y que estaba convencida <strong>de</strong> que había comenzado como capitán <strong>de</strong> bandidos, para unirse a <strong>los</strong> enemigos<br />

<strong>de</strong> Venecia, y asolar y <strong>de</strong>vastar el territorio.<br />

Montoni se quedó mirándola durante un momento con <strong>los</strong> ojos fijos, mientras Emily temblaba, y su esposa, por primera vez, pensó que había dicho <strong>de</strong>masiado.<br />

—Serás trasladada esta noche —dijo Montoni— al torreón <strong>de</strong>l este. Tal vez allí comprendas el peligro <strong>de</strong> ofen<strong>de</strong>r a un hombre que tiene po<strong>de</strong>res ilimitados sobre ti.<br />

Emily se echó a sus pies, y, con lágrimas <strong>de</strong> terror, intercedió por su tía, que sentada, temblando <strong>de</strong> miedo y <strong>de</strong> indignación, estaba en un momento dispuesta a seguir con sus acusaciones y al siguiente<br />

inclinada a unirse a las súplicas <strong>de</strong> Emily. Montoni no tardó en interrumpir <strong>los</strong> comentarios con un juramento, y al <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> Emily, <strong>de</strong>jando la capa en sus manos, ella cayó al suelo, con tal fuerza, que se<br />

dio un tremendo golpe en la frente. Pero él abandonó la habitación sin intentar ayudarla a levantarse, y reaccionó al oír un profundo gemido <strong>de</strong> madame Montoni, que continuó sin embargo sentada en su silla y<br />

que no había perdido el conocimiento. Emily corrió a ayudarla, y vio que tenía la mirada perdida y se revolvía en convulsiones.<br />

Le habló sin recibir respuesta y trajo agua. Cogiéndola <strong>de</strong> la cabeza se la ofreció en <strong>los</strong> labios, pero sus convulsiones aumentaron <strong>de</strong> tal modo que Emily se vio obligada a pedir ayuda. En su camino por el<br />

vestíbulo, en busca <strong>de</strong> Annette, se encontró con Montoni, al que informó <strong>de</strong> lo que había sucedido y le suplicó que regresara para ayudar a su tía; pero él se alejó silenciosamente, con una mirada <strong>de</strong> indiferencia,<br />

y salió a las murallas. Por fin encontró a Carlo y a Annette, y corrieron hacia el vestidor, don<strong>de</strong> encontraron a madame Montoni caída en el suelo con fuertes convulsiones. La levantaron y entre <strong>los</strong> tres la<br />

llevaron a la habitación contigua, <strong>de</strong>jándola en la cama. Por la fuerza <strong>de</strong> su agitación, necesitaron <strong>de</strong> toda su energía para contenerla. Annette temblaba y sollozaba, y Cario la miraba silencioso y piadosamente,<br />

mientras con sus débiles manos restregaba las <strong>de</strong> su ama, hasta que, volviendo la mirada hacia Emily, exclamó:<br />

—¡Dios mío!, signora, ¿qué es lo que suce<strong>de</strong><br />

Emily le miró con calma y vio que sus ojos se fijaban en <strong>los</strong> <strong>de</strong> ella; y Annette, que también se volvió para mirarla, dio un grito; la cara <strong>de</strong> Emily estaba llena <strong>de</strong> sangre, que continuaba cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

frente, pero su atención había estado tan concentrada en la escena que ni siquiera había sentido el dolor <strong>de</strong> la herida. Se llevó un pañuelo a la cara y, sin preocuparse por ella, continuó vigilando a madame<br />

Montoni, cuyas convulsiones iban cediendo hasta cesar, <strong>de</strong>jándola en una especie <strong>de</strong> atontamiento.<br />

—Mi tía <strong>de</strong>be quedarse en silencio —dijo Emily—, vete Cario; si necesitáramos tu ayuda, te haría llamar. Mientras, si tienes ocasión, habla con afecto <strong>de</strong> tu señora al signor.<br />

—¡He visto <strong>de</strong>masiado! —dijo Cario—, tengo muy poca influencia con el signor. Debéis ocuparos vos. No me gusta esa herida y tenéis mal aspecto.<br />

—Gracias, amigo mío, por tu consi<strong>de</strong>ración —dijo Emily sonriéndole amablemente—; la herida no tiene importancia, ha sido al caerme.<br />

Cario movió la cabeza con disgusto y salió <strong>de</strong> la habitación. Emily y Annette continuaron atendiendo a su tía.<br />

—¿Le dijo mi señora al signor lo que había dicho Ludovico —preguntó Annette en un susurro; pero Emily tranquilizó sus temores.<br />

—Sabía que esta discusión llegaría —continuó Annette—, supongo que el signor ha pegado a mi señora.<br />

—No, no, Annette, te equivocas, no ha pasado nada extraordinario.<br />

—Las cosas extraordinarias suce<strong>de</strong>n aquí tan a menudo, ma<strong>de</strong>moiselle, que ya no sorpren<strong>de</strong>n. Esta mañana ha llegado al castillo otro grupo <strong>de</strong> hombres malencarados.<br />

—¡Silencio!, Annette, molestarás a mi tía. Hablaremos <strong>de</strong> eso <strong>de</strong>spués.<br />

Continuaron en silencio hasta que madame Montoni dio un leve suspiro. Emily cogió su mano y le habló con suavidad, pero su tía la miró sin reconocerla y pasó bastante tiempo antes <strong>de</strong> que se diera cuenta<br />

que se trataba <strong>de</strong> su sobrina. Sus primeras palabras fueron para preguntar por Montoni, a lo que Emily respondió rogándole que levantara su ánimo y que estuviera callada, añadiendo que si quería hacerle llegar<br />

algún mensaje, ella se ocuparía <strong>de</strong> hacerlo.<br />

—No —dijo su tía con <strong>de</strong>smayo—, no, no tengo nada que <strong>de</strong>cirle. ¿Insiste en <strong>de</strong>cir que seré cambiada <strong>de</strong> habitación<br />

Emily contestó que no había dicho una palabra sobre el tema <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo expresó ante madame Montoni. Trató entonces <strong>de</strong> distraer su atención con otros temas, pero su tía no parecía escuchar lo que le<br />

<strong>de</strong>cía y siguió perdida en secretos pensamientos. Emily, tras traer algunos alimentos, la <strong>de</strong>jó al cuidado <strong>de</strong> Annette y se fue a buscar a Montoni, al que encontró en la parte más lejana <strong>de</strong> la muralla, conversando<br />

con un grupo <strong>de</strong> hombres como <strong>los</strong> que había <strong>de</strong>scrito Annette. Le ro<strong>de</strong>aban con gesto fiero, aunque dominados por él, mientras Montoni, que hablaba con vehemencia señalando <strong>los</strong> muros, no advirtió la<br />

llegada <strong>de</strong> Emily, que se mantuvo a cierta distancia, esperando a que él terminara <strong>de</strong> hablar, y observando involuntariamente la apariencia <strong>de</strong> un hombre, más salvaje que sus compañeros, que estaba apoyado en<br />

su pica y mirando por encima <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombros <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> a Montoni, al que escuchaba con especial atención. Aquel hombre aparentaba ser <strong>de</strong> baja condición, aunque sus miradas parecían no reconocer la<br />

superioridad <strong>de</strong> Montoni, como hacía el resto, y en ocasiones asumía un aire <strong>de</strong> autoridad que las maneras <strong>de</strong>cididas <strong>de</strong>l signor no conseguían refrenar. Unas pocas palabras <strong>de</strong> Montoni le llegaron con el viento;<br />

y, en el momento en que se apartaba <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> hombres, le oyó <strong>de</strong>cir, «entonces, esta tar<strong>de</strong>; comenzad la vigilancia al ponerse el sol».<br />

—A la puesta <strong>de</strong>l sol, signor —replicaron uno o dos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> y se alejaron.<br />

Emily se acercó a Montoni, que parecía <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> evitarla, y ella, aunque lo advirtió, tuvo el coraje <strong>de</strong> insistir. Volvió a interce<strong>de</strong>r por su tía, haciéndole saber sus sufrimientos y poniéndole <strong>de</strong> manifiesto <strong>los</strong><br />

peligros <strong>de</strong> exponerla a una habitación fría en su estado en aquel momento.<br />

—Sufre por su propia locura —dijo Montoni—, y no hay que tener piedad. Sabe muy bien cómo pue<strong>de</strong>n evitarse esos sufrimientos en el futuro. Si es llevada al torreón, será culpa suya. Que aprenda a ser<br />

obediente y firme <strong>los</strong> documentos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que ya me has oído hablar y no volveré a pensar en ello.<br />

Cuando Emily se atrevió a insistir en su petición, él mantuvo primero silencio y <strong>de</strong>spués la rechazó por intervenir en <strong>los</strong> asuntos <strong>de</strong> su matrimonio, <strong>de</strong>spidiéndola finalmente con esta confesión: No la<br />

trasladaría aquella noche, sino que lo <strong>de</strong>jaría para la siguiente, y que tuviera oportunidad <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar que <strong>de</strong>bía ce<strong>de</strong>rle sus propieda<strong>de</strong>s o quedar prisionera en el torreón <strong>de</strong>l este <strong>de</strong>l castillo, «don<strong>de</strong><br />

encontrará —añadió—, un castigo que no se espera».<br />

Emily corrió entonces a informar a su tía <strong>de</strong>l breve respiro y <strong>de</strong> la alternativa que la esperaba, a lo que ésta no hizo réplica alguna, pero se quedó pensativa, mientras Emily, consi<strong>de</strong>rando su extrema<br />

<strong>de</strong>bilidad, trató <strong>de</strong> calmarla orientando la conversación a otros temas. Aunque sus esfuerzos no tuvieron éxito, y madame Montoni se mantuvo en su <strong>de</strong>cisión por lo que se refiere al extremo <strong>de</strong> su problema,<br />

pareció disten<strong>de</strong>rse y Emily le recomendó, por su propia seguridad, que <strong>de</strong>bía someterse a la petición <strong>de</strong> Montoni.<br />

—No sabes lo que me aconsejas —dijo su tía—, ¿no te das cuenta <strong>de</strong> que todas esas propieda<strong>de</strong>s serán tuyas cuando muera, si insisto en mi negativa

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