radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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que era la única hija <strong>de</strong> sus padres y here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la antigua casa <strong>de</strong> Udolfo, en el territorio <strong>de</strong> Venecia. Ésa fue la primera <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> su vida, y la que la llevó a todas las sucesivas, y que sus amigos, que<br />
<strong>de</strong>bieron haber contenido sus fuertes pasiones e instruirla suavemente en el arte <strong>de</strong> gobernarlas, las alimentaron con una temprana tolerancia. Pero cimentaban en ella sus propios fal<strong>los</strong>, ya que su conducta no era<br />
el resultado <strong>de</strong> un afecto natural, y, tanto cuando toleraban como cuando se oponían a las pasiones <strong>de</strong> su hija, satisfacían las propias. Así, la toleraban con <strong>de</strong>bilidad y la reprendían con violencia; su ánimo se<br />
exasperaba por su vehemencia en vez <strong>de</strong> ser corregido por su sabiduría, y sus oposiciones se convirtieron en batallas para la victoria en las que la <strong>de</strong>bida ternura <strong>de</strong> <strong>los</strong> padres y <strong>los</strong> <strong>de</strong>beres afectuosos <strong>de</strong> la hija<br />
eran igualmente olvidados. Como el orgullo <strong>de</strong>sarmaba pronto el resentimiento <strong>de</strong> sus padres, Laurentini se convenció <strong>de</strong> que lo había conquistado y sus pasiones se hicieron más fuertes con cada esfuerzo <strong>de</strong><br />
sus padres por dominarlas.<br />
La muerte <strong>de</strong> sus padres el mismo año la <strong>de</strong>jó a su propia discreción, en las peligrosas circunstancias que ro<strong>de</strong>an la juventud y la belleza. Le gustaba la compañía, disfrutaba con la admiración y <strong>de</strong>seaba la<br />
opinión <strong>de</strong>l mundo, cuando ésta contra<strong>de</strong>cía sus inclinaciones; tenía una vivacidad alegre y brillante y era señora <strong>de</strong> todas las artes <strong>de</strong> la fascinación. Su conducta era, como se podía esperar, consecuencia <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> sus principios y la fuerza <strong>de</strong> sus pasiones.<br />
Entre sus numerosos admiradores estaba el fallecido marqués De Villeroi, quien, en una gira por Italia, vio a Laurentini en Venecia, don<strong>de</strong> residía habitualmente, y se convirtió en su adorador apasionado.<br />
Igualmente cautivada por la figura y por <strong>los</strong> méritos <strong>de</strong>l marqués, que en aquel período era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> nobles más distinguidos <strong>de</strong> la corte francesa, supo tener el arte necesario para ocultarle <strong>los</strong> trazos peligrosos<br />
<strong>de</strong> su carácter y las culpas <strong>de</strong> su conducta, y él la pidió en matrimonio.<br />
Antes <strong>de</strong> que las nupcias se celebraran, se retiró al castillo <strong>de</strong> Udolfo, adon<strong>de</strong> la siguió el marqués, y don<strong>de</strong> su conducta, abandonando <strong>los</strong> principios que había asumido últimamente, le <strong>de</strong>scubrieron el<br />
precipicio sobre el que se encontraba. Una simple comprobación que hizo antes <strong>de</strong> que pensara que era necesaria, le convenció <strong>de</strong> que se había engañado con su carácter, y ella, que estaba <strong>de</strong>stinada a ser su<br />
esposa, pasó a ser su amante.<br />
Calmada en parte por estas promesas, aceptó que se marchara, y poco <strong>de</strong>spués su pariente, Montoni, que llegó a Udolfo, renovó la petición <strong>de</strong> su mano, que ella había rechazado antes y que volvió a negar.<br />
Mientras tanto, sus pensamientos estaban puestos constantemente en el marques De Villeroi, por el que surgió todo el <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong>l amor italiano, aumentado por la soledad en la que se confinó a sí misma, ya que<br />
había perdido el gusto por <strong>los</strong> placeres <strong>de</strong> la compañía y por <strong>los</strong> entretenimientos alegres. Sus únicos consue<strong>los</strong> eran suspirar y llorar ante una miniatura <strong>de</strong>l marqués; visitar las escenas que habían sido testigo <strong>de</strong><br />
su felicidad, poner todo su corazón al escribirle y contar las semanas, <strong>los</strong> días que habrían <strong>de</strong> pasar antes <strong>de</strong> que se cumpliera el período que él había mencionado para su probable regreso. Pero aquel período<br />
pasó sin que llegara, y semana tras semana se vieron sucedidas en dolorosa y casi intolerable expectación. Durante este tiempo, la fantasía <strong>de</strong> Laurentini, ocupada incesantemente por una sola i<strong>de</strong>a, se alteró, y<br />
todo su corazón, al estar <strong>de</strong>dicado a una sola persona, hizo que la vida le resultara odiosa cuando pensaba que lo había perdido.<br />
Pasaron varios meses en <strong>los</strong> que no tuvo noticia alguna <strong>de</strong>l marqués De Villeroi, y sus días se vieron marcados a interva<strong>los</strong> con el frenesí <strong>de</strong> la pasión y la tristeza <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperanza. Se apartó <strong>de</strong> todos <strong>los</strong><br />
visitantes, y en ocasiones permanecía en su habitación durante semanas, negándose a hablar con cualquier persona, excepto con su criada favorita, escribiendo borradores <strong>de</strong> cartas, leyendo una y otra vez las<br />
que había recibido <strong>de</strong>l marqués, llorando sobre su retrato y hablándole durante horas sin sentido, en reproches o en tono cariñoso, alternativamente.<br />
Finalmente, le llegó la noticia <strong>de</strong> que el marqués se había casado en Francia, y, tras sufrir todos <strong>los</strong> extremos <strong>de</strong> amor, ce<strong>los</strong> e indignación, tomó la resolución <strong>de</strong>sesperada <strong>de</strong> ir secretamente a ese país, y, si<br />
el informe resultaba verda<strong>de</strong>ro, intentar una profunda venganza. Sólo confió el plan <strong>de</strong>l viaje a su criada favorita, que habría <strong>de</strong> acompañarla. Tras reunir las joyas que había heredado <strong>de</strong> muchas ramas <strong>de</strong> su<br />
familia, que eran <strong>de</strong> un valor inmenso, y todo el dinero, que alcanzaba una gran suma, lo guardaron en un baúl, que fue llevado en secreto a una ciudad próxima, adon<strong>de</strong> acudió Laurentini con su única criada y<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> partieron a Ligorna, con <strong>de</strong>stino a Francia.<br />
Cuando, a su llegada al Languedoc, comprobó que el marqués De Villeroi se había casado hacía algunos meses, su <strong>de</strong>sesperación casi la privó <strong>de</strong> la razón, y alternativamente proyectó y abandonó la<br />
horrible <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> asesinar al marqués, a su esposa y a ella misma. Por fin procuró interponerse en su camino, con la intención <strong>de</strong> reprocharle su conducta y clavarse un puñal en su presencia. Cuando le vio <strong>de</strong><br />
nuevo, al encontrarse con el <strong>de</strong>stinatario <strong>de</strong> sus pensamientos y <strong>de</strong> su afecto durante largo tiempo, el resentimiento cedió ante el amor. Falló su <strong>de</strong>cisión, tembló en medio <strong>de</strong>l conflicto <strong>de</strong> emociones que<br />
asaltaron su corazón, y se <strong>de</strong>smayó.<br />
El marqués no estaba a prueba contra su belleza y sensibilidad. Toda la energía con la que la había amado regresó, porque había resistido a su pasión por pru<strong>de</strong>ncia más que por haberla superado con<br />
indiferencia, y, puesto que el honor <strong>de</strong> su familia no le permitía casarse con ella, había tratado <strong>de</strong> dominar su amor lográndolo hasta entonces con la selección <strong>de</strong> la que entonces era la marquesa, su esposa, a<br />
quien quiso al principio con un afecto templado y racional. Pero las suaves virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquella dama no le compensaban <strong>de</strong> la indiferencia <strong>de</strong> ella, que estaba presente a pesar <strong>de</strong> sus esfuerzos por ocultarlo, y<br />
llevaba tiempo sospechando que su afecto se dirigía a otra persona cuando Laurentini llegó al Languedoc. La artera italiana advirtió pronto que había recobrado su influencia sobre él y, aplacada por el<br />
<strong>de</strong>scubrimiento, <strong>de</strong>cidió vivir y emplear todos sus encantos para lograr su consentimiento para el acto diabólico que creía necesario para asegurar su felicidad. Condujo su proyecto con profundo disimulo y<br />
perseverancia paciente, y tras estrangular completamente el afecto <strong>de</strong>l marqués por su esposa, cuya bondad gentil y comportamiento sin pasión había cesado <strong>de</strong> agradarle, en contraste con el carácter cautivador<br />
<strong>de</strong> la italiana, procedió a <strong>de</strong>spertar en él <strong>los</strong> ce<strong>los</strong> <strong>de</strong>l orgullo, ya que no eran posibles <strong>los</strong> <strong>de</strong>l amor, e incluso le señaló la persona a la que afirmaba que la marquesa había sacrificado su honor. Laurentini había<br />
provocado primero que le hiciera la solemne promesa <strong>de</strong> no vengarse <strong>de</strong> su rival. Esto era una parte importante <strong>de</strong> su plan, porque sabía que si su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> venganza era contenido ante uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, se dirigiría<br />
con más violencia hacia el otro, y que podría entonces, tal vez, convencerle <strong>de</strong> cometer el acto horrible que le liberaría <strong>de</strong> la única barrera que le impedía hacerla su esposa.<br />
La inocente marquesa, mientras tanto, observaba con extremo pesar el cambio en el comportamiento <strong>de</strong> su marido. Se hizo reservado y pensativo en su presencia; su conducta era austera y a veces incluso<br />
ruda y la abandonaba durante muchas horas en las que lloraba por su falta <strong>de</strong> gentileza, y en las que hacía planes para recuperar su afecto. Su conducta le afligía aún más porque, obediente a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su<br />
C a p í t u l o X V I<br />
A<br />
Pero en estos casos<br />
seguimos teniendo aquí juicios; hemos dado<br />
instrucciones sangrientas, que, una vez indicadas, regresan<br />
para infestar al inventor; así incluso, la justicia administrada<br />
recomienda <strong>los</strong> ingredientes <strong>de</strong> nuestro cáliz envenenado<br />
a nuestros propios labios<br />
l gunas circunstancias <strong>de</strong> naturaleza extraordinaria apartaron a Emily <strong>de</strong> sus propios pesares, y excitaron emociones que participaban igualmente <strong>de</strong> la sorpresa y <strong>de</strong>l horror.<br />
Pocos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que muriera la signora Laurentini, fue abierto su testamento en el monasterio, en presencia <strong>de</strong> <strong>los</strong> superiores y <strong>de</strong> monsieur Bonnac, <strong>de</strong>scubriéndose que un tercio <strong>de</strong> sus propieda<strong>de</strong>s<br />
personales era legado al familiar superviviente más próximo <strong>de</strong> la fallecida marquesa De Villeroi y que Emily era esa persona.<br />
La aba<strong>de</strong>sa hacía tiempo que estaba al corriente <strong>de</strong>l secreto <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Emily, y <strong>de</strong>bido a aten<strong>de</strong>r la más <strong>de</strong>cidida petición <strong>de</strong> St. Aubert al fraile que le atendió en su lecho <strong>de</strong> muerte, su hija había<br />
permanecido ignorante <strong>de</strong> su relación con la marquesa. Pero algunas insinuaciones que se <strong>de</strong>ducían <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> la signora Laurentini durante su última entrevista con Emily, y una confesión <strong>de</strong> naturaleza<br />
extraordinaria dada por ella en sus últimas horas, habían hecho necesario que la aba<strong>de</strong>sa consi<strong>de</strong>rara que <strong>de</strong>bía hablar con su joven amiga sobre el tema que anteriormente no se había atrevido a tocar. Con este<br />
propósito había pedido verla a la mañana siguiente a su entrevista con la monja. La indisposición <strong>de</strong> Emily había impedido la proyectada conversación; pero ahora, tras haber sido examinado el testamento,<br />
recibió una llamada que obe<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> inmediato y fue informada <strong>de</strong> <strong>los</strong> acontecimientos que la afectaron tan po<strong>de</strong>rosamente. Como la narración <strong>de</strong> la aba<strong>de</strong>sa fue, sin embargo, <strong>de</strong>ficiente en algunos <strong>de</strong>talles, <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> que el lector pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear ser informado, y la historia <strong>de</strong> la monja está materialmente conectada con el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la marquesa De Villeroi, omitiremos la conversación que tuvo lugar en el salón <strong>de</strong>l convento<br />
y mezclaremos nuestro informe en una breve historia <strong>de</strong><br />
LAURENTINI DI UDOLFO<br />
MACBETH