—No lo sabía, madame —replicó Emily—, pero el conocimiento <strong>de</strong> ello no me <strong>de</strong>tendrá en aconsejaros que adoptéis esa conducta, que necesita no sólo vuestra paz, sino, según me temo, vuestra seguridad. No <strong>de</strong>béis dudar por esa consi<strong>de</strong>ración ni un solo momento en renunciar a ellas. —¿Eres sincera, sobrina —¿Es posible que lo dudéis, madame Su tía pareció verse afectada. —No eres indigna <strong>de</strong> esas propieda<strong>de</strong>s, sobrina —dijo—, <strong>de</strong>seo conservarlas para ti. Me has mostrado una virtud que no esperaba. —¿Es posible que haya merecido vuestro reproche, madame —dijo Emily dolorida. —¡Reproche! —continuó madame Montoni—, he alabado tu virtud. —No es momento para hablar <strong>de</strong>l ejercicio <strong>de</strong> la virtud —prosiguió Emily—, porque no hay tentación alguna que vencer. —Sin embargo, monsieur Valancourt... —dijo su tía. —¡Oh, señora! —interrumpió Emily anticipándose a lo que podía <strong>de</strong>cirle—, no me hagáis que repare en ello, no me hagáis pensar en un <strong>de</strong>seo tan terriblemente egoísta —a continuación cambió <strong>de</strong> tema y siguió con madame Montoni hasta retirarse a su habitación para pasar la noche. A aquella hora el castillo estaba en absoluto silencio y todos sus habitantes, excepto ella, parecían haberse retirado a <strong>de</strong>scansar. Según recorría las amplias y solitarias galerías, polvorientas y silenciosas, sintió un temor y unas aprensiones sin saber exactamente por qué. Cuando entró por el pasillo, recordó el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la noche anterior, y se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ella una preocupación similar a la que había asaltado a Annette, pensando que le pudiera suce<strong>de</strong>r lo mismo, porque real o imaginado, le causaría el mismo efecto en su ánimo <strong>de</strong>bilitado. No sabía exactamente a qué habitación se había referido Annette, pero comprendió que sería alguna <strong>de</strong> las que habría <strong>de</strong> cruzar para llegar a la suya, y con una mirada temerosa hacia la oscuridad, avanzó ligera y con cuidado, llegando a una puerta, <strong>de</strong> la que procedía un leve ruido. Dudó y se <strong>de</strong>tuvo, y sus temores aumentaron <strong>de</strong> tal modo que no tuvo fuerzas para seguir. Creyó que se trataba <strong>de</strong> una voz humana y se reanimó, pero, un momento <strong>de</strong>spués, se abrió la puerta y una persona que le pareció que se trataba <strong>de</strong> Montoni se asomó, retrocediendo instantáneamente y cerrando <strong>de</strong> nuevo, aunque tuvo tiempo <strong>de</strong> ver a la luz <strong>de</strong> la lámpara que había en la habitación a otra persona, sentada en una actitud melancólica junto al fuego. Su terror <strong>de</strong>sapareció, pero dio paso a su asombro por la <strong>misterios</strong>a actitud secreta <strong>de</strong> Montoni y por el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> una persona que le visitaba a medianoche en una habitación que llevaba tanto tiempo cerrada, y <strong>de</strong> la que se contaban cosas tan extraordinarias. Mientras, continuaba así, en dudas, dispuesta a vigilar <strong>los</strong> movimientos <strong>de</strong> Montoni, al mismo tiempo que temiendo irritarle si lo <strong>de</strong>scubría, la puerta se abrió <strong>de</strong> nuevo con precaución y se cerró <strong>de</strong> inmediato como antes. Entonces avanzó sin hacer ruido hasta su cuarto, que estaba dos puertas más allá y, tras <strong>de</strong>jar su lámpara, volvió a un rincón oscuro <strong>de</strong>l pasillo para observar a aquella persona, vista a medias, y para asegurarse si se trataba efectivamente <strong>de</strong> Montoni. Esperó en silencio durante unos minutos, con <strong>los</strong> ojos fijos en la puerta, que se abrió <strong>de</strong> nuevo, apareciendo la misma persona, que efectivamente era Montoni. Salió con precaución, mirando a todos lados, cerró la puerta y siguió por el corredor. Poco <strong>de</strong>spués Emily oyó cómo cerraban con cerrojo por <strong>de</strong>ntro, y se retiró a su habitación asombrada <strong>de</strong> lo que había visto. Eran las doce. Al cerrar el ventanal oyó pasos en la terraza inferior, y vio con dificultad a varias personas que avanzaban y que pasaron por <strong>de</strong>bajo. Oyó ruido <strong>de</strong> armas y un momento <strong>de</strong>spués la contraseña. Recordó las ór<strong>de</strong>nes que había oído dar a Montoni, y teniendo en cuenta la hora, comprendió que eran <strong>los</strong> hombres que cambiaban la guardia <strong>de</strong>l castillo. Se quedó escuchando hasta que todo quedó en silencio y se retiró a dormir.
C a p í t u l o X A ¿Y no reposará en la muerte con la verdad <strong>de</strong> gratos susurros su alma <strong>de</strong>saparecida ¿No hume<strong>de</strong>cerá con lágrimas su tumba la mañana siguiente, Emily acudió temprano a la habitación <strong>de</strong> madame Montoni, que había dormido bien y estaba bastante recuperada. Su ánimo se había reconfortado con su salud y había revivido su resolución <strong>de</strong> oponerse a las exigencias <strong>de</strong> Montoni, aunque luchaba con sus temores, que Emily, que temblaba por las consecuencias <strong>de</strong> su continuada oposición, se <strong>de</strong>cidió a confirmar. Su tía, como ya se ha visto, era <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong> ser que disfrutaba con la contradicción, que le había enseñado, cuando las circunstancias <strong>de</strong>sagradables se habían ofrecido a su comprensión, a no tratar <strong>de</strong> llegar a la verdad, sino a buscar medios y argumentos con <strong>los</strong> que podían hacerles aparecer como falsos. Llevaba tanto tiempo sumida en esta propensión natura, que no tenía conciencia <strong>de</strong> poseerla. Las muestras <strong>de</strong> preocupación <strong>de</strong> Emily, <strong>de</strong>spertaron su orgullo, en lugar <strong>de</strong> alarmarla o convencerla <strong>de</strong> su juicio, y seguía confiando en el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> algún medio por el que pudiera evitar someterse a las peticiones <strong>de</strong> su marido. Consi<strong>de</strong>rando que si pudiera escapar <strong>de</strong>l castigo, podría enfrentarse a su po<strong>de</strong>r y, obteniendo una separación <strong>de</strong>finitiva, vivir confortablemente en las propieda<strong>de</strong>s que seguían siendo suyas, informó <strong>de</strong> esa posibilidad a su sobrina, quien coincidió en que sería la solución <strong>de</strong> su problema, pero dudó <strong>de</strong> la probabilidad <strong>de</strong> lograrlo. Le parecía imposible cruzar las puertas, aseguradas y guardadas como estaban, y el extremo peligro <strong>de</strong> confiar su proyecto a la indiscreción <strong>de</strong> un criado que pudiera traicionarla intencionadamente o <strong>de</strong>scubrirlo <strong>de</strong> modo acci<strong>de</strong>ntal. La venganza <strong>de</strong> Montoni sería imposible <strong>de</strong> contener si se <strong>de</strong>scubrían sus intenciones; y, aunque Emily <strong>de</strong>seaba tan profundamente conseguir su libertad y regresar a Francia, se preocupó únicamente <strong>de</strong> la seguridad <strong>de</strong> madame Montoni, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> aconsejarla que accediera a la petición sin peores ofensas. Las emociones encontradas continuaron anidando en el pecho <strong>de</strong> su tía, que no abandonaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer efectiva la oportunidad <strong>de</strong> escapar. Mientras estaba en ello, Montoni entró en la habitación, y, sin preocuparse por la indisposición <strong>de</strong> su esposa, dijo que venía a recordarle lo <strong>de</strong>saconsejable que era jugar con él y que le concedía únicamente hasta la tar<strong>de</strong> para <strong>de</strong>cidir si accedía a sus <strong>de</strong>mandas, o le obligaba, con su rechazo, a hacer que la trasladaran al torreón <strong>de</strong>l este. Añadió que un grupo <strong>de</strong> caballeros cenarían con él aquel día, y que esperaba que se sentara a la cabecera <strong>de</strong> la mesa, en la que Emily también <strong>de</strong>bería estar presente. Madame Montoni estaba a punto <strong>de</strong> negarse a ello también, pero consi<strong>de</strong>rando <strong>de</strong> pronto que su libertad durante aquel entretenimiento, aunque limitado, pudiera favorecer sus planes, con<strong>de</strong>scendió aparentando que lo hacía <strong>de</strong> mala gana, y Montoni, poco <strong>de</strong>spués, salió <strong>de</strong> la habitación. Su or<strong>de</strong>n conmovió a Emily con sorpresa y temores, que se vino abajo ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> verse expuesta a las miradas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos, como su imaginación le <strong>de</strong>cía que sería, y las palabras <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano, que volvieron a su mente, incrementaron dichos temores. Cuando se retiró a prepararse para la cena, se vistió incluso con más sencillez que <strong>de</strong> costumbre, para tratar <strong>de</strong> escapar a la observación <strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados. Una <strong>de</strong>cisión que no le sirvió <strong>de</strong> mucho porque al volver a la habitación <strong>de</strong> su tía, se encontró con Montoni, quien censuró lo que él llamaba su remilgada apariencia, e insistió en que <strong>de</strong>bía llevar el traje más espléndido que tuviera, e incluso el que le habían preparado para su proyectada boda con el con<strong>de</strong> Morano, que, como se <strong>de</strong>scubrió en ese momento, su tía se había cuidado <strong>de</strong> traer con ella <strong>de</strong> Venecia. Había sido hecho, no al estilo veneciano, sino conforme a la moda napolitana, para <strong>de</strong>stacar la silueta y la figura al máximo. Con él, sus hermosos rizos castaños se recogían negligentemente con perlas, cayendo <strong>de</strong>spués sobre la nuca. La simplicidad que había buscado madame Montoni en aquel vestido era espléndida y la belleza <strong>de</strong> Emily no había aparecido nunca tan cautivadora. Comprendía que la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Montoni no tenía otra intención que la ostentación <strong>de</strong> mostrar a su familia ricamente ataviada ante <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> <strong>los</strong> visitantes, y sólo su or<strong>de</strong>n absoluta pudo evitar que se negara a llevar un vestido que había sido diseñado con un propósito tan ofensivo y menos aún llevarlo en aquella ocasión. Al bajar las escaleras para cenar, las emociones <strong>de</strong> su mente le hicieron sonrojarse, aumentando el interés <strong>de</strong> su expresión. Por timi<strong>de</strong>z se había quedado en su habitación hasta el último momento, y, cuando entró en el salón, en el cual había sido dispuesta la cena, Montoni y sus invitados ya estaban sentados a la mesa. Se dirigió hacia don<strong>de</strong> estaba sentada su tía, pero Montoni hizo una señal con la mano y dos caballeros se pusieron en pie, para que se sentara entre el<strong>los</strong>. El mayor <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos era un hombre alto, con el rostro muy italiano, nariz aguileña y ojos oscuros penetrantes, que relampagueaban con fuego cuando se agitaba, y, que incluso en aquel<strong>los</strong> momentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, retenían algo <strong>de</strong> lo salvaje <strong>de</strong> las pasiones. Su cara era alargada y estrecha y su piel <strong>de</strong> un amarillo sedoso. El otro, que parecía tener unos cuarenta años, era muy distinto, aunque italiano, y su mirada era suave y penetrante; sus ojos, <strong>de</strong> un gris oscuro, pequeños y hundidos, su piel tostada por el sol y el contorno <strong>de</strong> su cara, aunque tendiendo a ovalado, irregular y mal formado. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa estaban sentados otros ocho invitados, vestidos con uniformes y que, más o menos, tenían una expresión salvaje, <strong>de</strong> intenciones perversas o <strong>de</strong> pasiones licenciosas. Emily <strong>los</strong> miró tímidamente, y, al recordar la escena <strong>de</strong> aquella mañana, casi se sintió ro<strong>de</strong>ada por bandidos, y al traer a su memoria la tranquilidad <strong>de</strong> su vida anterior, se sintió conmovida por la tristeza <strong>de</strong> su situación. El ambiente en el que se encontraban colaboraba en su fantasía. Era el viejo salón, tenebroso por el estilo <strong>de</strong> su arquitectura, por su gran tamaño y porque casi la única luz que les llegaba procedía <strong>de</strong> un gran ventanal gótico y por un par <strong>de</strong> puertas que, al estar abiertas, permitían una vista <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong>l oeste, tras las cuales asomaban las agrestes montañas <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos. El techo <strong>de</strong>l salón, con artesonado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, se apoyaba en tres puntos en columnas <strong>de</strong> mármol; tras éstas, una serie <strong>de</strong> columnatas le daban una extraña gran<strong>de</strong>za y se perdían en la semioscuridad. Las ligeras pisadas <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados, según venían hacia el<strong>los</strong>, resonaban en ligeros ecos, y sus figuras vistas imperfectamente en la oscuridad, sacudían la imaginación <strong>de</strong> Emily. Miraba alternativamente a Montoni, a sus invitados y a la escena que les ro<strong>de</strong>aba y entonces, recordando su querida provincia natal, su grato hogar y la sencillez y bondad <strong>de</strong> <strong>los</strong> amigos que había perdido, <strong>de</strong> nuevo la tristeza y la sorpresa se adueñaron <strong>de</strong> su mente.. Cuando sus pensamientos pudieron <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> estas consi<strong>de</strong>raciones, observó el aire <strong>de</strong> autoridad <strong>de</strong>l anfitrión, muy superior al que le había visto manifestar en otras ocasiones, aunque siempre se había distinguido por su arrogancia. En el comportamiento <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos había algo que sin llegar a ser servil mostraba el reconocimiento <strong>de</strong> su superioridad. Durante la cena, la conversación fue fundamentalmente sobre la guerra y la política. Hablaron con energía <strong>de</strong> Venecia, <strong>de</strong> sus peligros, <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong>l Dux reinante y <strong>de</strong> <strong>los</strong> principales senadores, y <strong>de</strong>spués hablaron <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> Roma. Al terminar, se levantaron y llenaron sus copas <strong>de</strong> vino <strong>de</strong>l jarro que tenían a su lado y bebieron. —¡Éxito para nuestras hazañas! —dijo Montoni llevándose la copa a <strong>los</strong> labios para el brindis, cuando inesperadamente empezó a salir el vino y, al separarla <strong>de</strong> él, se rompió en mil pedazos. Por su costumbre constante <strong>de</strong> utilizar un tipo <strong>de</strong> cristal veneciano que tenía la cualidad <strong>de</strong> romperse al ser escanciado en él un licor envenenado, la sospecha <strong>de</strong> que alguno <strong>de</strong> sus invitados había tratado <strong>de</strong> traicionarle, se le vino a la mente y or<strong>de</strong>nó que fueran cerradas todas las puertas. Sacó la espada y, mirando a su alre<strong>de</strong>dor a todos el<strong>los</strong>, que estaban en un silencio expectante, exclamó: —Hay un traidor entre nosotros. Los que sean inocentes que me ayu<strong>de</strong>n a <strong>de</strong>scubrir al culpable. La indignación se reflejó en <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> caballeros, que sacaron sus espadas; y madame Montoni, aterrorizada por lo que pudiera suce<strong>de</strong>r, intentó salir <strong>de</strong>l salón, pero recibió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su marido <strong>de</strong> que permaneciera allí. Sus últimas palabras no fueron audibles, porque todas las voces se levantaron al mismo tiempo. Su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que todos <strong>los</strong> criados <strong>de</strong>bían acudir fue obe<strong>de</strong>cida por fin, y todos <strong>de</strong>clararon <strong>de</strong>sconocer cualquier traición, protestas <strong>de</strong> lealtad que no podían ser creídas, ya que era evi<strong>de</strong>nte que el licor <strong>de</strong> Montoni, y sólo el suyo, había sido envenenado, por lo que alguien había <strong>de</strong>cidido atentar contra su vida, lo que no se habría podido llevar a cabo sin la complicidad <strong>de</strong>l criado que se había encargado <strong>de</strong> llevar las jarras <strong>de</strong> vino. Aquel hombre, junto con otro cuyo rostro <strong>de</strong>jaba traslucir la conciencia <strong>de</strong> su culpa o el temor al castigo, fueron enca<strong>de</strong>nados inmediatamente por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Montoni y confinados en una habitación fortificada que había sido utilizada anteriormente como prisión. Del mismo modo habría enviado a todos sus invitados, si no hubiera visto con claridad las consecuencias <strong>de</strong> tan extraño e injustificable proce<strong>de</strong>r. En consecuencia, por lo que se refería a el<strong>los</strong>, se limitó a jurar que ni un solo hombre cruzaría las puertas hasta que aquel asunto extraordinario hubiera sido investigado, y en ese momento hizo una señal a su esposa para que se retirara a sus habitaciones, indicando a Emily que la atendiera. Media hora <strong>de</strong>spués, apareció en el vestidor y Emily observó con terror las oscuras intenciones que reflejaba su rostro y le oyó hablar <strong>de</strong> su venganza contra su tía. —No te servirá <strong>de</strong> nada —dijo a su mujer— negar <strong>los</strong> hechos. Tengo pruebas <strong>de</strong> tu culpabilidad. Tu única oportunidad para lograr clemencia es una confesión completa. No hay esperanzas para el silencio o la falsedad. Tu cómplice ha confesado todo. El ánimo <strong>de</strong> Emily se sumió en el asombro al ver a su tía acusada <strong>de</strong> un crimen tan atroz, y por un momento no pudo admitir la posibilidad <strong>de</strong> su culpabilidad. La agitación <strong>de</strong> madame Montoni no le permitía SAYERS
- Page 2 and 3:
Ann Radcliffe (1764-1823) es la esc
- Page 4:
Título original: The Mysteries of
- Page 7 and 8:
El destino encaja en estas oscuras
- Page 9 and 10:
enseñarla a rechazar el primer imp
- Page 11 and 12:
¡Pero, silencio! ¡Aquí llega el
- Page 13 and 14:
C a p í t u l o I I M Podría reve
- Page 15 and 16:
C a p í t u l o I I I S ¡Oh, cóm
- Page 17 and 18:
La conversación se vio interrumpid
- Page 19 and 20:
Consiguió detener la salida de la
- Page 21 and 22:
C a p í t u l o V S Mientras en el
- Page 23 and 24:
C a p í t u l o V I P ¡No me inte
- Page 25 and 26:
Sin embargo, no se detuvo y avanzó
- Page 27 and 28:
C a p í t u l o V I I E Deja que a
- Page 29 and 30:
—Lo repito —dijo—, no tratar
- Page 31 and 32:
próxima al mismo. Emily comprendi
- Page 33 and 34:
cae alrededor silencioso y sobre el
- Page 35 and 36:
C a p í t u l o X A ¿Pueden ocurr
- Page 37 and 38: será realmente tan difícil, lamen
- Page 39 and 40: C a p í t u l o X I I L Un poder i
- Page 41 and 42: Madame Cheron tuvo una larga conver
- Page 43 and 44: preguntó con los ojos si podía ex
- Page 45 and 46: —He dejado el asunto enteramente
- Page 47 and 48: Con un candor que probaba cuál era
- Page 49 and 50: V O L U M E N I I
- Page 51 and 52: El fatigado viajero que, toda la no
- Page 53 and 54: C a p í t u l o I I Titania: Si pa
- Page 55 and 56: Abajo, a mil brazas de profundidad,
- Page 57 and 58: C a p í t u l o I I I M Es un gran
- Page 59 and 60: nuestros pensamientos, así Emily,
- Page 61 and 62: —Bueno —prosiguió Montoni—,
- Page 63 and 64: que, mientras vigilaba cómo se reu
- Page 65 and 66: C a p í t u l o I V E Y la pobre D
- Page 67 and 68: C a p í t u l o V E ¡Oscuro poder
- Page 69 and 70: manera de calentarse, aunque se hub
- Page 71 and 72: castillo para hacer compañía al v
- Page 73 and 74: inaccesibles. Mientras estaba apoya
- Page 75 and 76: Al abrir la puerta oyó voces, y po
- Page 77 and 78: La vehemencia con que lo dijo supus
- Page 79 and 80: C a p í t u l o V I I De lenguas a
- Page 81 and 82: mantuvo silenciosa, mientras madame
- Page 83 and 84: —Perdonadme, signor —dijo—, n
- Page 85 and 86: C a p í t u l o I X D La imagen de
- Page 87: —Me temo que pronto verás cumpli
- Page 91 and 92: Así transcurrieron las horas en so
- Page 93 and 94: C a p í t u l o X I E ¿Quién alz
- Page 95 and 96: C a p í t u l o X I A Entonces, oh
- Page 97 and 98: consideró además el aspecto salva
- Page 99 and 100: C a p í t u l o I E Os aconsejaré
- Page 101 and 102: sobre ella la inmediata venganza de
- Page 103 and 104: apartada del sueño fantasioso en q
- Page 105 and 106: de madame Montoni. Montoni, por fin
- Page 107 and 108: —Cuando os dejé, señora —repl
- Page 109 and 110: Cuando Emily comprendió que todos
- Page 111 and 112: en su cabeza como el efecto de un r
- Page 113 and 114: C a p í t u l o V I P ...si pudié
- Page 115 and 116: grupo de soldados a entrar en el ca
- Page 117 and 118: Según avanzaban lentamente se sorp
- Page 119 and 120: Prefiriendo la soledad de su cuarto
- Page 121 and 122: C a p í t u l o V I I I V Mi lengu
- Page 123 and 124: conciencia de que no debía ir a su
- Page 125 and 126: C a p í t u l o I X V Así, en el
- Page 127 and 128: Emily le siguió temblando más aú
- Page 129 and 130: —Así es, señor —replicó Emil
- Page 131 and 132: Tras conversar unos minutos con la
- Page 133 and 134: mi vida, le veré salir. ¡Oh!, ¿c
- Page 135 and 136: sobre enramadas y fuentes, valles y
- Page 137 and 138: temblorosa de ansiedad. A los pocos
- Page 139 and 140:
Dorothée movió la cabeza, y Emily
- Page 141 and 142:
contrario tendría menos escrúpulo
- Page 143 and 144:
—Sería una intención cruel el q
- Page 145 and 146:
C a p í t u l o I P Es todo el con
- Page 147 and 148:
C a p í t u l o I I V Vamos, llora
- Page 149 and 150:
Emily, al aproximarse los sonidos,
- Page 151 and 152:
En la habitación había muchos rec
- Page 153 and 154:
Entonces, según voy por la ilusió
- Page 155 and 156:
C a p í t u l o V I E ¡Vosotros.
- Page 157 and 158:
—No os puedo informar de eso —d
- Page 159 and 160:
eran famosos en Provenza. La bellez
- Page 161 and 162:
C a p í t u l o V I I I E Seas un
- Page 163 and 164:
creéis que merece la pena, venid a
- Page 165 and 166:
Controló sus pensamientos, pero no
- Page 167 and 168:
C a p í t u l o X I A ¡Ah, felice
- Page 169 and 170:
De la caza del hombre, del respland
- Page 171 and 172:
A poca distancia descubrieron un pa
- Page 173 and 174:
—Ahora sí debes hacerlo —prosi
- Page 175 and 176:
Emily sólo pudo replicar con un pr
- Page 177 and 178:
C a p í t u l o X I V A Llámale,
- Page 179 and 180:
las circunstancias que habían deci
- Page 181 and 182:
¡El lamento ruidoso ya no lleva vu
- Page 183 and 184:
Agnes explicara las razones de su p
- Page 185 and 186:
que era la única hija de sus padre
- Page 187 and 188:
C a p í t u l o X V I I D Entonces
- Page 189 and 190:
C a p í t u l o X I X L Ahora mi t
- Page 191:
[30] Alude a los experimentos del a