El con<strong>de</strong> accedió a su oferta, mientras <strong>los</strong> criados, al enterarse, se miraron unos a otros llenos <strong>de</strong> duda y sorpresa, y Annette, aterrorizada por la seguridad <strong>de</strong> Ludovico, trató con ruegos y lágrimas <strong>de</strong> disuadirle <strong>de</strong> su propósito. —Eres un tipo extraño —dijo el con<strong>de</strong>, sonriendo—, piensa bien lo que te pue<strong>de</strong>s encontrar antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidirte a ello. No obstante, si te mantienes en tu <strong>de</strong>cisión, aceptaré tu oferta y tu intrepi<strong>de</strong>z será premiada. —No <strong>de</strong>seo premios, su excellenza —replicó Ludovico—, sino vuestra aprobación. Vuestra excellenza ya ha sido suficientemente bueno conmigo; pero <strong>de</strong>seo tener armas, para igualar a mi enemigo, en caso <strong>de</strong> que aparezca. —Tu espada no te podrá <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r contra un fantasma —replicó el con<strong>de</strong>, echando una mirada irónica a <strong>los</strong> otros criados—, ni <strong>los</strong> barrotes o <strong>los</strong> cerrojos; porque <strong>los</strong> espíritus, como sabes, pue<strong>de</strong>n escurrirse a través <strong>de</strong> las cerraduras tan fácilmente como por una puerta. —Dadme una espada, mi señor —dijo Ludovico—, y haré caer a todos <strong>los</strong> espíritus que me ataquen en un mar rojo. —Bien —dijo el con<strong>de</strong>—, tendrás una espada y también ánimos, y tus bravos compañeros tal vez coraje suficiente para permanecer otra noche en el castillo, al menos hoy en que toda la malicia <strong>de</strong>l espectro se concentra en ti. La curiosidad alternó con el miedo en la imaginación <strong>de</strong> varios criados que <strong>de</strong>cidieron esperar a que Ludovico realizara su hazaña. Emily se sorprendió y se preocupó cuando se enteró <strong>de</strong> sus intenciones, y se sintió inclinada a mencionar lo que había contemplado en las habitaciones <strong>de</strong>l lado norte, porque no podía liberarse <strong>de</strong> <strong>los</strong> temores por la seguridad <strong>de</strong> Ludovico, aunque su razón le <strong>de</strong>cía que todo era absurdo. Sin embargo, la necesidad <strong>de</strong> ocultar el secreto que le había sido confiado por Dorothée y que hubiera obligado a mencionar que habían visitado secretamente aquella zona, le obligó a mantenerse en silencio, y trató únicamente <strong>de</strong> calmar a Annette, que estaba convencida <strong>de</strong> que Ludovico sería <strong>de</strong>struido y que se vio menos afectada por <strong>los</strong> esfuerzos consolatorios <strong>de</strong> Emily que por el comportamiento <strong>de</strong> Dorothée, que, cada vez que se mencionaba el nombre <strong>de</strong> Ludovico, suspiraba y elevaba <strong>los</strong> ojos al cielo.
C a p í t u l o V I E ¡Vosotros. dioses <strong>de</strong> lo seguro y <strong>de</strong>l sue ño profundo!, cuyo suave dominio rige sobre este castillo, y sitúa a su alre<strong>de</strong>dor todo su amplio silencio, perdonadme, si mi pluma temblorosa expone lo que nunca antes fue cantado en baladas mortales. l con<strong>de</strong> dio ór<strong>de</strong>nes para que se abrieran las habitaciones <strong>de</strong>l lado norte y fueran preparadas para recibir a Ludovico; pero Dorothée, recordando lo que había visto últimamente, temió obe<strong>de</strong>cer, y ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros criados se atrevió a aventurarse hasta allí, por lo que siguieron cerradas hasta el momento en que Ludovico tuvo que retirarse para pasar la noche, momento que todo el servicio esperaba con impaciencia. Después <strong>de</strong> la cena, Ludovico, por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, se reunió con él en su cuarto, don<strong>de</strong> estuvieron so<strong>los</strong> casi media hora. Al marcharse, su señor le entregó una espada. —Ha sido utilizada en peleas mortales —dijo el con<strong>de</strong> jocosamente—, tú la usarás honorablemente, sin duda, en una espiritual. Mañana quiero que me digas que no queda ni un solo fantasma en el castillo. Ludovico la recibió con una respetuosa inclinación. —Seréis obe<strong>de</strong>cido, mi señor —dijo—, lograré que ningún espectro altere la paz <strong>de</strong> este castillo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esta noche. Regresaron entonces al comedor, en don<strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> les esperaban para acompañarles, y también a Ludovico, hasta la puerta <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong>l lado norte, y Dorothée, a quien habían pedido las llaves, se las entregó a Ludovico, que abrió el camino, seguido por la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> habitantes <strong>de</strong>l castillo. Al llegar a la escalera trasera, varios <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados se <strong>de</strong>tuvieron y se negaron a seguir avanzando, pero el resto continuó hasta el último rellano, que por su amplitud permitió que todos lo ro<strong>de</strong>aran mientras metía la llave en la cerradura, lo que contemplaron con enorme curiosidad como si estuviera realizando algún rito mágico. Ludovico, que no estaba acostumbrado a la cerradura, no podía dar vuelta a la llave. y Dorothée, que se había quedado atrás, fue llamada y su mano abrió la puerta lentamente. Tras echar una mirada a la habitación polvorienta, tuvo un escalofrío y se echó hacia atrás. Ante esta señal <strong>de</strong> alarma, gran parte <strong>de</strong>l grupo corrió escaleras abajo, y el con<strong>de</strong>, Henri y Ludovico se quedaron so<strong>los</strong> para continuar su marcha, entrando inmediatamente en la habitación. Ludovico, con la espada <strong>de</strong>snuda, que acababa <strong>de</strong> sacar <strong>de</strong> la vaina, el con<strong>de</strong> con la lámpara y Henri con un cesto con algunas provisiones para el valeroso aventurero. Después <strong>de</strong> mirar por la primera habitación, en la que nada parecía justificar la alarma, pasaron a la segunda y, al encontrarse todo tranquilo, prosiguieron a la tercera con paso más <strong>de</strong>cidido. El con<strong>de</strong> tuvo entonces ánimo para sonreír tras la alteración que había sufrido por la reacción <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más y le preguntó a Ludovico en qué habitación pasaría la noche. —Hay varias habitaciones <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ésta, su excellenza —dijo Ludovico señalando una puerta—, y en una <strong>de</strong> ellas hay una cama, según dicen. Allí pasaré la noche, y cuando me canse <strong>de</strong> vigilar podré echarme un poco. —Excelente —dijo el con<strong>de</strong>—; sigamos. Como ves, aquí no hay nada, sino pare<strong>de</strong>s sucias y muebles viejos. He estado tan ocupado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegué al castillo que es la primera vez que las veo. Recuerda <strong>de</strong>cir mañana al ama <strong>de</strong> llaves que abra estas ventanas. Las cortinas <strong>de</strong> damasco están hechas pedazos. Haré que las quiten y que se lleven estos muebles viejos. —¡Señor! —dijo Henri—, aquí hay una butaca tan llena <strong>de</strong> polvo que más que otra cosa recuerda las que hay en el Louvre. —Sí —dijo el con<strong>de</strong>, <strong>de</strong>teniéndose un momento para contemplarla—, hay una larga historia relativa a este sillón, pero no tengo tiempo ahora <strong>de</strong> contarla. Prosigamos. Son más habitaciones <strong>de</strong> las que pensaba, y han pasado muchos años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que las vi por primera vez. Pero ¿dón<strong>de</strong> está la alcoba <strong>de</strong> la que hablabas, Ludovico Éstas sólo son antecámaras <strong>de</strong>l gran salón. Las recuerdo cuando estaban en todo su esplendor. —La cama, mi señor —replicó Ludovico—, según me dijeron, está en una habitación <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l salón, y en ella concluye todo. —¡Oh!, éste es el salón —dijo el con<strong>de</strong>, según entraban en una habitación muy espaciosa, en la que Emily y Dorothée habían <strong>de</strong>scansado. Estuvo un momento contemplando las reliquias <strong>de</strong> una gran<strong>de</strong>za pasada, la tapicería suntuosa; <strong>los</strong> sofás largos y bajos <strong>de</strong> terciopelo, con <strong>los</strong> bastidores picados y sucios; el suelo cubierto con pequeños cuadritos <strong>de</strong> mármol, en cuyo centro había una rica alfombra; las ventanas con vidrieras, y <strong>los</strong> espejos venecianos, <strong>de</strong> un tamaño y una calidad que no correspondía a <strong>los</strong> que se hacían en aquel tiempo en Francia, que reflejaban, por todos lados, la enorme habitación. Habían reflejado también anteriormente escenas alegres y brillantes, ya que había sido la habitación principal <strong>de</strong>l castillo y allí se habían celebrado las reuniones <strong>de</strong> la marquesa que formaron parte <strong>de</strong> sus festivida<strong>de</strong>s nupciales. Si el arte <strong>de</strong> un mago hubiera podido reconstruir aquel<strong>los</strong> grupos <strong>de</strong>saparecidos, muchos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> incluso <strong>de</strong> la tierra, que en alguna ocasión cruzaron ante <strong>los</strong> brillantes espejos, ¡qué cuadro tan variado y contrastado habrían exhibido con el presente! Ahora, en lugar <strong>de</strong> las luces brillantes y <strong>de</strong> <strong>los</strong> grupos espléndidos y entretenidos, reflejaban únicamente <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> una triste lámpara, que sostenía el con<strong>de</strong> y que con dificultad mostraba las tres solitarias figuras que continuaban recorriendo la habitación, y las pare<strong>de</strong>s llenas <strong>de</strong> polvo que las ro<strong>de</strong>aba. —¡Ah! —dijo el con<strong>de</strong> a Henri, <strong>de</strong>spertando <strong>de</strong> su sueño—, ¡cómo ha cambiado todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo vi por última vez! Entonces era joven y la marquesa vivía sus mejores años; había aquí otras muchas personas, también, que ya no están en este mundo. Ahí estaba la orquesta; aquí nos movíamos en grupos, las pare<strong>de</strong>s hacían eco <strong>de</strong> la danza. Ahora sólo <strong>de</strong>vuelven una débil voz e incluso, ¡no será oída por mucho tiempo! Hijo mío, recuerda que yo también fui joven como tú y que <strong>de</strong>berás morir como <strong>los</strong> que te han precedido, como aquel<strong>los</strong> que cantaban y bailaban en esta habitación en otro tiempo alegre, olvidando que <strong>los</strong> años están hechos <strong>de</strong> momentos y que cada paso que daban les conducía más cerca <strong>de</strong> la tumba. Pero estas consi<strong>de</strong>raciones son inútiles, casi diría criminales, a menos que nos enseñen a preparaos para la eternidad, puesto que, <strong>de</strong> otro modo, nublarán nuestra felicidad presente, sin guiaos hacia la futura. Pero <strong>de</strong>jemos esto, sigamos. Ludovico abrió la puerta <strong>de</strong> la alcoba, y el con<strong>de</strong>, al entrar, se estremeció con la apariencia funeraria que se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong> su oscuridad. Se acercó a la cama con emoción solemne, y al comprobar que estaba cubierta con un paño mortuorio negro <strong>de</strong> terciopelo, se <strong>de</strong>tuvo: —¿Qué es esto —dijo contemplándolo. —He oído, mi señor —dijo Ludovico acercándose y mirando las cortinas—, que la señora marquesa De Villeroi murió en esta habitación y permaneció aquí hasta que fue sacada para ser enterrada, lo que pue<strong>de</strong> explicar, signor, la presencia <strong>de</strong> este paño. El con<strong>de</strong> no replicó, y se quedó unos momentos sumergido en sus pensamientos, evi<strong>de</strong>ntemente, muy afectado. Entonces, volviéndose a Ludovico le preguntó en tono muy serio si pensaba que su coraje le permitiría permanecer allí toda la noche. —Si lo dudas —añadió el con<strong>de</strong>—, no te avergüences <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo. Te liberaré <strong>de</strong> tu compromiso sin exponerte a las burlas <strong>de</strong> tus compañeros. Ludovico hizo una pausa; el orgullo, y algo parecido al miedo, parecían <strong>de</strong>batirse en su pecho; sin embargo, el orgullo alcanzó la victoria; se puso colorado y cesó en sus dudas. —No, mi señor —dijo—, seguiré a<strong>de</strong>lante con lo que he empezado y os agra<strong>de</strong>zco vuestra consi<strong>de</strong>ración. Encen<strong>de</strong>ré fuego en esa chimenea y con <strong>los</strong> buenos ánimos que obtendré <strong>de</strong> esa cesta, no dudo que saldré a<strong>de</strong>lante. —Que así sea —dijo el con<strong>de</strong>—, pero ¿cómo superarás el tedio <strong>de</strong> la noche si no vas a dormir —Cuando esté cansado, mi señor —replicó Ludovico—, no tendré miedo <strong>de</strong> dormirme. Mientras, tengo un libro que me servirá <strong>de</strong> entretenimiento. —Bien —dijo el con<strong>de</strong>—, espero que nada te moleste, pero si algo serio te preocupa durante la noche, acu<strong>de</strong> a mi habitación. Tengo <strong>de</strong>masiada confianza en tu buen sentido y en tu coraje para creer que puedas asustarte sin motivo o conmoverte por la tristeza <strong>de</strong> esta habitación, o por su situación alejada, para que puedas llenarte <strong>de</strong> terrores imaginarios. Mañana te daré las gracias por un servicio importante. Estas habitaciones serán abiertas y el servicio se convencerá <strong>de</strong> su error. Buenas noches, Ludovico, ven a verme por la mañana temprano y recuerda lo último que te he dicho. —Lo haré, mi señor. Buenas noches a vuestra excellenza, permitidme que os acompañe con la luz. Iluminó el camino <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> y Henri a través <strong>de</strong> las habitaciones hasta la puerta exterior. En el rellano <strong>de</strong> la escalera había una lámpara abandonada por uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados asustados, y Henri, tras cogerla, volvió a <strong>de</strong>sear buenas noches a Ludovico, quien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber correspondido respetuosamente al <strong>de</strong>seo, cerró la puerta tras el<strong>los</strong> y echó la llave. Al regresar a la alcoba examinó las habitaciones por las THOMSON
- Page 2 and 3:
Ann Radcliffe (1764-1823) es la esc
- Page 4:
Título original: The Mysteries of
- Page 7 and 8:
El destino encaja en estas oscuras
- Page 9 and 10:
enseñarla a rechazar el primer imp
- Page 11 and 12:
¡Pero, silencio! ¡Aquí llega el
- Page 13 and 14:
C a p í t u l o I I M Podría reve
- Page 15 and 16:
C a p í t u l o I I I S ¡Oh, cóm
- Page 17 and 18:
La conversación se vio interrumpid
- Page 19 and 20:
Consiguió detener la salida de la
- Page 21 and 22:
C a p í t u l o V S Mientras en el
- Page 23 and 24:
C a p í t u l o V I P ¡No me inte
- Page 25 and 26:
Sin embargo, no se detuvo y avanzó
- Page 27 and 28:
C a p í t u l o V I I E Deja que a
- Page 29 and 30:
—Lo repito —dijo—, no tratar
- Page 31 and 32:
próxima al mismo. Emily comprendi
- Page 33 and 34:
cae alrededor silencioso y sobre el
- Page 35 and 36:
C a p í t u l o X A ¿Pueden ocurr
- Page 37 and 38:
será realmente tan difícil, lamen
- Page 39 and 40:
C a p í t u l o X I I L Un poder i
- Page 41 and 42:
Madame Cheron tuvo una larga conver
- Page 43 and 44:
preguntó con los ojos si podía ex
- Page 45 and 46:
—He dejado el asunto enteramente
- Page 47 and 48:
Con un candor que probaba cuál era
- Page 49 and 50:
V O L U M E N I I
- Page 51 and 52:
El fatigado viajero que, toda la no
- Page 53 and 54:
C a p í t u l o I I Titania: Si pa
- Page 55 and 56:
Abajo, a mil brazas de profundidad,
- Page 57 and 58:
C a p í t u l o I I I M Es un gran
- Page 59 and 60:
nuestros pensamientos, así Emily,
- Page 61 and 62:
—Bueno —prosiguió Montoni—,
- Page 63 and 64:
que, mientras vigilaba cómo se reu
- Page 65 and 66:
C a p í t u l o I V E Y la pobre D
- Page 67 and 68:
C a p í t u l o V E ¡Oscuro poder
- Page 69 and 70:
manera de calentarse, aunque se hub
- Page 71 and 72:
castillo para hacer compañía al v
- Page 73 and 74:
inaccesibles. Mientras estaba apoya
- Page 75 and 76:
Al abrir la puerta oyó voces, y po
- Page 77 and 78:
La vehemencia con que lo dijo supus
- Page 79 and 80:
C a p í t u l o V I I De lenguas a
- Page 81 and 82:
mantuvo silenciosa, mientras madame
- Page 83 and 84:
—Perdonadme, signor —dijo—, n
- Page 85 and 86:
C a p í t u l o I X D La imagen de
- Page 87 and 88:
—Me temo que pronto verás cumpli
- Page 89 and 90:
C a p í t u l o X A ¿Y no reposar
- Page 91 and 92:
Así transcurrieron las horas en so
- Page 93 and 94:
C a p í t u l o X I E ¿Quién alz
- Page 95 and 96:
C a p í t u l o X I A Entonces, oh
- Page 97 and 98:
consideró además el aspecto salva
- Page 99 and 100:
C a p í t u l o I E Os aconsejaré
- Page 101 and 102:
sobre ella la inmediata venganza de
- Page 103 and 104: apartada del sueño fantasioso en q
- Page 105 and 106: de madame Montoni. Montoni, por fin
- Page 107 and 108: —Cuando os dejé, señora —repl
- Page 109 and 110: Cuando Emily comprendió que todos
- Page 111 and 112: en su cabeza como el efecto de un r
- Page 113 and 114: C a p í t u l o V I P ...si pudié
- Page 115 and 116: grupo de soldados a entrar en el ca
- Page 117 and 118: Según avanzaban lentamente se sorp
- Page 119 and 120: Prefiriendo la soledad de su cuarto
- Page 121 and 122: C a p í t u l o V I I I V Mi lengu
- Page 123 and 124: conciencia de que no debía ir a su
- Page 125 and 126: C a p í t u l o I X V Así, en el
- Page 127 and 128: Emily le siguió temblando más aú
- Page 129 and 130: —Así es, señor —replicó Emil
- Page 131 and 132: Tras conversar unos minutos con la
- Page 133 and 134: mi vida, le veré salir. ¡Oh!, ¿c
- Page 135 and 136: sobre enramadas y fuentes, valles y
- Page 137 and 138: temblorosa de ansiedad. A los pocos
- Page 139 and 140: Dorothée movió la cabeza, y Emily
- Page 141 and 142: contrario tendría menos escrúpulo
- Page 143 and 144: —Sería una intención cruel el q
- Page 145 and 146: C a p í t u l o I P Es todo el con
- Page 147 and 148: C a p í t u l o I I V Vamos, llora
- Page 149 and 150: Emily, al aproximarse los sonidos,
- Page 151 and 152: En la habitación había muchos rec
- Page 153: Entonces, según voy por la ilusió
- Page 157 and 158: —No os puedo informar de eso —d
- Page 159 and 160: eran famosos en Provenza. La bellez
- Page 161 and 162: C a p í t u l o V I I I E Seas un
- Page 163 and 164: creéis que merece la pena, venid a
- Page 165 and 166: Controló sus pensamientos, pero no
- Page 167 and 168: C a p í t u l o X I A ¡Ah, felice
- Page 169 and 170: De la caza del hombre, del respland
- Page 171 and 172: A poca distancia descubrieron un pa
- Page 173 and 174: —Ahora sí debes hacerlo —prosi
- Page 175 and 176: Emily sólo pudo replicar con un pr
- Page 177 and 178: C a p í t u l o X I V A Llámale,
- Page 179 and 180: las circunstancias que habían deci
- Page 181 and 182: ¡El lamento ruidoso ya no lleva vu
- Page 183 and 184: Agnes explicara las razones de su p
- Page 185 and 186: que era la única hija de sus padre
- Page 187 and 188: C a p í t u l o X V I I D Entonces
- Page 189 and 190: C a p í t u l o X I X L Ahora mi t
- Page 191: [30] Alude a los experimentos del a