radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
¡Pero, silencio! ¡Aquí llega el sonido <strong>de</strong>l viento entre las copas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, ahora <strong>de</strong>saparece, y qué solemne es el silencio que le sigue! ¡Ahora vuelve <strong>de</strong> nuevo la brisa! Es como la voz <strong>de</strong> un ser<br />
supernatural, la voz <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques, que cuida <strong>de</strong> el<strong>los</strong> durante la noche. ¿Qué luz es aquella Ya se ha ido. Y vuelve a brillar, cerca <strong>de</strong> las raíces <strong>de</strong> ese castaño. ¡Mira!<br />
—Admiras tanto la naturaleza —dijo St. Aubert—, y sabes tan poco <strong>de</strong> sus apariciones, que no te has dado cuenta <strong>de</strong> que era una luciérnaga. Pero vamos, da unos pocos pasos, y tal vez veamos a las<br />
hadas. Suelen ir juntas. Las luciérnagas les prestan su luz, y ellas las encantan con música y danzas. ¿No las ves saltando por ahí Emily se echó a reír.<br />
—Bien, padre mío —dijo—, ya que te permites esa broma, me anticipo y casi me atrevo a repetirte unos versos que compuse una tar<strong>de</strong> entre estos mismos árboles.<br />
—No —replicó St. Aubert—, retira ese casi y escuchemos qué fantasías han estado rondando por tu cabeza. Si la luciérnaga te ha dado algo <strong>de</strong> su magia, no tendrás que envidiar la <strong>de</strong> las hadas.<br />
—Si tienen fuerza suficiente para merecer tu aprobación —dijo Emily—, no tendré que envidiarlas. Los versos <strong>los</strong> he escrito en una medida que pensé que correspondía al tema, pero me temo que son<br />
<strong>de</strong>masiado irregulares.<br />
St. Aubert continuó silencioso hasta que llegaron al castillo, don<strong>de</strong> su esposa se había retirado a sus habitaciones. La langui<strong>de</strong>z y el <strong>de</strong>sánimo que la habían oprimido últimamente, y que había logrado superar<br />
por la llegada <strong>de</strong> sus invitados, volvía ahora con mayor intensidad. Al día siguiente aparecieron síntomas <strong>de</strong> fiebre. St. Aubert, que había mandado llamar al médico, fue informado <strong>de</strong> que su trastorno era <strong>de</strong>bido<br />
a una fiebre <strong>de</strong> la misma naturaleza <strong>de</strong> la que él se acababa <strong>de</strong> recuperar. No había duda <strong>de</strong> que se le había contagiado la infección durante el tiempo en que estuvo atendiéndole, y que <strong>de</strong>bido a la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong><br />
su constitución no había superado la enfermedad inmediatamente. La tenía en sus venas y le causaba la pesada langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la que se venía aquejando. St. Aubert, cuya ansiedad por su esposa oscureció<br />
cualquier otra preocupación, retuvo al médico en casa. Recordó <strong>los</strong> sentimientos y las reflexiones que tanto le habían afectado el día que visitaron por última vez el pabellón <strong>de</strong> pesca en compañía <strong>de</strong> madame St.<br />
Aubert, y tuvo el presentimiento <strong>de</strong> que aquella enfermedad sería fatal. Se lo ocultó a ella y a su hija, a la que se imponía reanimar con esperanzas. El médico, al ser preguntado por St. Aubert sobre su opinión<br />
relativa a la enfermedad, contestó que el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> circunstancias <strong>de</strong> las que no podía estar seguro. Madame St. Aubert parecía tener una opinión más concreta, pero sus ojos sólo expresaron leves<br />
indicios.<br />
Con frecuencia <strong>los</strong> <strong>de</strong>jaba fijos en sus inquietos amigos con acentos <strong>de</strong> piedad y <strong>de</strong> ternura, como si anticiparan la pena que les esperaba, y parecían <strong>de</strong>cir que era sólo por el<strong>los</strong>, por sus sufrimientos, por <strong>los</strong><br />
que le pesaba la vida. Al séptimo día, la enfermedad hizo crisis. El médico asumió un aire <strong>de</strong> preocupación que ella advirtió y tomó como pretexto, en un momento en que su familia había salido <strong>de</strong> la habitación,<br />
para <strong>de</strong>cirle que se daba cuenta <strong>de</strong> que su muerte se aproximaba.<br />
—No tratéis <strong>de</strong> engañarme —dijo ella—, siento que no podré sobrevivir mucho más. Estoy preparada para ello. Des<strong>de</strong> hace mucho lo he esperado. Teniendo en cuenta que no voy a vivir mucho, no<br />
¡Qué grata es la sombra mate <strong>de</strong> la luciérnaga<br />
en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> verano, cuando ha cesado la fresca lluvia;<br />
cuando se <strong>de</strong>rraman <strong>los</strong> rayos amaril<strong>los</strong>, y centellea en la ciénaga,<br />
y la luz la <strong>de</strong>vora rápida en el aire limpio!<br />
Pero más bonita, más bonita aún, cuando el sol se oculta para <strong>de</strong>scansar,<br />
y viene el crepúsculo, con las hadas tan alegres<br />
y ligeras por el paseo <strong>de</strong>l bosque, don<strong>de</strong> las flores, <strong>de</strong>sprevenidas<br />
no inclinan sus altas cabezas bajo su alegre juego.<br />
Con <strong>los</strong> sonidos más suaves <strong>de</strong> la música, bailan sin cesar,<br />
hasta que la luz <strong>de</strong> la luna <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> entre las hojas trémulas<br />
y las proyecta en el suelo, y se encaminan al cenador,<br />
al cenador embrujado, en el que se queja el ruiseñor.<br />
Entonces ya no baila, hasta que concluye su triste canción,<br />
y, silenciosas como la noche, asisten a su funeral;<br />
y a menudo, cuando sus notas moribundas alcanzan su piedad,<br />
prometen <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>los</strong> mortales todos sus recintos sagrados.<br />
Cuando, abajo entre las montañas, se oculta la estrella <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong><br />
y la luna voluble abandona su esfera <strong>de</strong> sombras,<br />
¡qué tristes estarían, aunque sean hadas,<br />
si yo, con mi luz pálida, no me acercara!<br />
Pero, aunque estarían tristes, ¡son ingratas con mi amor!<br />
Porque, con frecuencia, cuando al viajero le llega la noche en su camino,<br />
y yo centelleo en su sen<strong>de</strong>ro, y le guiaría por la arboleda,<br />
me envuelven en sus mágicos hechizos para <strong>de</strong>sviarle;<br />
y <strong>de</strong>jarle en el lodo, hasta que todas las estrellas se apagan,<br />
mientras, en formas muy extrañas, saltan por el suelo,<br />
y, lejos en el bosque, producen un grito <strong>de</strong>smayado,<br />
¡hasta que me enojo <strong>de</strong> nuevo en mi celda, por temor al sonido!<br />
Pero, mira cómo todos <strong>los</strong> duen<strong>de</strong>s vienen danzando en corro,<br />
con el alegre, alegre caramillo, y el tambor, y el cuerno,<br />
y la pan<strong>de</strong>reta tan ligera, y el laúd con armoniosa cuerda:<br />
van dando vueltas al roble hasta que asome la mañana.<br />
Allí abajo, en la ciénaga, dos amantes se escon<strong>de</strong>n, para evitar a la reina <strong>de</strong> las hadas,<br />
que frunce el ceño ante sus promesas <strong>de</strong> matrimonio, y tiene ce<strong>los</strong> <strong>de</strong> mí,<br />
que ayer por la tar<strong>de</strong> <strong>los</strong> alumbré, por el césped con rocío,<br />
para buscar la flor púrpura con cuyo jugo se liberan <strong>los</strong> hechizos.<br />
y ahora, para castigarme, hace que se aleje la banda festiva,<br />
con el alegre, alegre caramillo, y el tambor, y el laúd;<br />
y si serpenteo cerca <strong>de</strong>l roble moverá su varita mágica,<br />
y cesará para mí la danza, y la música quedará muda.<br />
¡Oh, si tuviera la flor púrpura cuyas hojas <strong>de</strong>shacen sus encantamientos,<br />
y supiera sacar el jugo corno <strong>los</strong> duen<strong>de</strong>s, y lanzarlo al viento,<br />
ya no sería su esclava, ni el engaño <strong>de</strong>l viajero,<br />
y ayudaría a todos <strong>los</strong> amantes fieles, y no temería a las hadas!<br />
Pero pronto el vapor <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques se alejará,<br />
la inconsistente luna se apagará y <strong>de</strong>saparecerán las estrellas,<br />
entonces se pondrán tristes, aunque sean hadas,<br />
¡si yo, con mi luz pálida, no me acerco!<br />
LA LUCIÉRNAGA<br />
Pensara lo que pensara St. Aubert <strong>de</strong> las estrofas, no podía negar a su hija el placer <strong>de</strong> que creyera que las aprobaba; y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su comentario, se sumió en <strong>los</strong> recuerdos y siguieron paseando en<br />
silencio.<br />
Un débil y erróneo rayo<br />
brillando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la imperfecta superficie <strong>de</strong> las cosas,<br />
medio <strong>de</strong>spedía una imagen en el ojo forzado,<br />
mientras que bosques ondulados, y pueb<strong>los</strong>, y arroyos,<br />
y rocas, y cumbres <strong>de</strong> montañas, que retienen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre<br />
el brillo ascen<strong>de</strong>nte, se unen en una escena flotante, incierta si se mira [7].