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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o V I I<br />

E<br />

Disfruta <strong>de</strong>l rocío cargado <strong>de</strong> miel <strong>de</strong>l sueño ligero;<br />

tú no tienes imágenes; ni fantasías<br />

que proporcionan profundos cuidados al cerebro <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres;<br />

por ello, tu sueño es tan puro.<br />

SHAKESPEARE<br />

l con<strong>de</strong>, que había dormido muy poco durante la noche, se levantó temprano, ansioso por hablar con Ludovico, y acudió a las estancias <strong>de</strong>l lado norte. Al haber sido cerrada la puerta exterior la noche<br />

anterior, se vio obligado a llamar con fuerza para po<strong>de</strong>r entrar. Ni sus llamadas ni su voz fueron oídas, pero, consi<strong>de</strong>rando la distancia que había <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta hasta la alcoba en la que estaba Ludovico, que<br />

probablemente dormía, no se sorprendió al no recibir respuesta y, abandonando el lugar, se dirigió a dar un paseo.<br />

Era una mañana otoñal y gris. El sol, asomando sobre Provenza, proporcionaba sólo una luz débil ya que sus rayos luchaban contra la bruma que ascendía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mar y flotaba pesadamente sobre las<br />

copas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, que estaban cubiertos con <strong>los</strong> variados tintes <strong>de</strong>l otoño. La tormenta había pasado, pero las olas estaban aún violentamente agitadas, y su discurrir estaba marcado por largas líneas <strong>de</strong><br />

espuma, mientras que la calma impedía el movimiento <strong>de</strong> las velas <strong>de</strong> <strong>los</strong> barcos, cerca <strong>de</strong> la costa, que levaban anclas para su marcha. La tristeza y la tranquilidad <strong>de</strong> la hora resultaron agradables al con<strong>de</strong> y<br />

prosiguió su camino por el bosque, sumido en profundos pensamientos.<br />

Emily también se levantó temprano y dio su acostumbrado paseo por el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l promontorio que asomaba sobre el Mediterráneo. Su mente no estaba ocupada por <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong>l castillo y era<br />

Valancourt el tema <strong>de</strong> sus tristes pensamientos, ya que no se había acostumbrado a recordarle con indiferencia, a pesar <strong>de</strong> que su juicio le reprochaba constantemente por su afecto, que seguía anidando en su<br />

corazón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que la estima hubiera <strong>de</strong>saparecido. El recuerdo le traía con frecuencia su mirada al marcharse y el tono <strong>de</strong> su voz cuando le dio su último adiós. Asociaciones acci<strong>de</strong>ntales le trajeron a la<br />

memoria estos recuerdos con peculiar energía y lloró por ello lágrimas amargas.<br />

Al llegar a la atalaya se sentó en <strong>los</strong> escalones rotos, sumida en la melancolía, y contempló las olas, a medias ocultas por la bruma, según llegaban hasta la costa y salpicaban las rocas inferiores. Su triste<br />

murmullo y la niebla que ro<strong>de</strong>aba el acantilado daba una especial solemnidad a la escena que armonizaba así con su estado <strong>de</strong> ánimo y siguió sentada con <strong>los</strong> recuerdos <strong>de</strong>l pasado hasta que se hicieron tan<br />

dolorosos que abandonó abruptamente el lugar. Al cruzar por la pequeña puerta <strong>de</strong> entrada <strong>de</strong> la atalaya vio unas letras grabadas en la piedra y se <strong>de</strong>tuvo para examinarlas. Aunque parecía que habían sido<br />

cortadas con ru<strong>de</strong>za con un cuchillo, <strong>los</strong> caracteres le resultaron familiares y reconoció al fin la mano <strong>de</strong> Valancourt. Leyó, con temblorosa ansiedad, las siguientes líneas, tituladas<br />

¡En esta medianoche solemne! En este acantilado solitario,<br />

bajo <strong>los</strong> muros <strong>de</strong>solados <strong>de</strong> esta atalaya,<br />

don<strong>de</strong> formas místicas espantan al que las mira,<br />

<strong>de</strong>scanso y contemplo abajo el <strong>de</strong>sierto profundo,<br />

mientras a través <strong>de</strong> la tormenta la luz fría <strong>de</strong> la luna<br />

brilla en la ola. Invisibles, <strong>los</strong> vientos <strong>de</strong> la noche,<br />

con fuerza turbulenta y <strong>misterios</strong>a, barren las ondas,<br />

y tétrico ruge el oleaje, a lo lejos.<br />

En las pausas tranquilas <strong>de</strong> las rachas, oigo<br />

la voz <strong>de</strong> espíritus, elevándose dulces y lentas,<br />

y a veces sus formas aparecen entre las nubes.<br />

Pero, ¡silencio! ¿Qué grito <strong>de</strong> muerte viene con el viento,<br />

y, en el rayo distante, qué vacilante velero<br />

se pliega a la tormenta —Ahora ¡hun<strong>de</strong> la señal <strong>de</strong> miedo!<br />

¡Ah! ¡Infelices marineros!— ¡El día no volverá<br />

a abrir sus alegres ojos a vuestra luz en su camino!<br />

NAUFRAGIO<br />

De aquellas líneas se <strong>de</strong>ducía que Valancourt había visitado la torre; que probablemente había estado allí la noche anterior, que había sido como él la <strong>de</strong>scribía, y que había abandonado el edificio muy tar<strong>de</strong>,<br />

ya que no hacía mucho que había estado iluminado y sin luz era imposible que hubiera grabado aquellas letras. Era incluso probable que pudiera estar aún en <strong>los</strong> jardines.<br />

Según pasaban estas reflexiones rápidamente por la mente <strong>de</strong> Emily, <strong>de</strong>spertaron gran variedad <strong>de</strong> emociones contradictorias y casi dominaron su ánimo; pero su primer impulso fue evitarle, e,<br />

inmediatamente, abandonando la atalaya, regresó con paso rápido hacia el castillo. Según avanzaba recordó la música que había oído últimamente en la torre, con la figura que se le había aparecido, y, en aquel<br />

momento <strong>de</strong> agitación se inclinó a creer que había visto y oído entonces a Valancourt; pero otros recuerdos no tardaron en convencerla <strong>de</strong> su error. Al llegar a la parte más espesa <strong>de</strong>l bosque percibió a una<br />

persona que paseaba lentamente a cierta distancia y su imaginación, conmovida por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Valancourt, imaginó que se trataba <strong>de</strong> él. La persona avanzaba con pasos más rápidos y antes <strong>de</strong> que pudiera<br />

recobrarse para evitarle, habló, reconociendo en ese momento la voz <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> que expresaba su sorpresa por encontrarla paseando a hora tan temprana e hizo un débil esfuerzo por arrancarla <strong>de</strong> su amor por<br />

la soledad. Pronto se convenció <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong> un tema <strong>de</strong> preocupación y cambiando su tono, le manifestó sus excusas. Emily, comprendiendo la razón que tenía en lo que había dicho, no pudo contener<br />

sus lágrimas y él cambió el tema <strong>de</strong> la conversación. Expresó su sorpresa por no haber recibido aún noticias <strong>de</strong> su amigo, el abogado <strong>de</strong> Avignon, en respuesta a sus preguntas en relación con las propieda<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> madame Montoni, y, con la intención <strong>de</strong> animar a Emily, manifestó sus esperanzas <strong>de</strong> que pudiera reclamarlas, mientras que ella sentía que contribuirían muy poco a la felicidad <strong>de</strong> su vida, cuando Valancourt<br />

ya no figuraba entre sus intereses.<br />

Cuando regresaron al castillo, Emily se retiró a su aposento, y el con<strong>de</strong> De Villefort a la puerta <strong>de</strong> las estancias <strong>de</strong>l lado norte. Seguía cerrada, pero, <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>spertar a Ludovico, renovó sus llamadas,<br />

más fuerte que antes, que se vieron seguidas por un total silencio. Al comprobar que sus esfuerzos por ser oído eran inútiles, comenzó a temer que le hubiera ocurrido algún acci<strong>de</strong>nte a Ludovico, cuyo terror por<br />

algún ser imaginario podría haberle privado <strong>de</strong> <strong>los</strong> sentidos. En consecuencia, abandonó el lugar con la intención <strong>de</strong> llamar a, sus criados para que forzaran la puerta y oyó que algunos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> se movían en el<br />

piso inferior <strong>de</strong>l castillo.<br />

A las preguntas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> sobre si habían visto u oído a Ludovico, replicaron llenos <strong>de</strong> temor que ninguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> se había acercado al lado norte <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior.<br />

—Entonces es que duerme profundamente —dijo el con<strong>de</strong>—, y como hay tal distancia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esta puerta, que está cerrada, para po<strong>de</strong>r entrar será necesario que la forcemos. Traed alguna herramienta y<br />

seguidme.<br />

Los criados se quedaron mudos y quietos, y hasta que no tuvo reunida a casi toda la servidumbre las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> no fueron obe<strong>de</strong>cidas. Mientras tanto, Dorothée les informó <strong>de</strong> la existencia <strong>de</strong> una<br />

puerta que daba al pasillo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el rellano <strong>de</strong> la gran escalera que conducía a la antecámara <strong>de</strong>l salón, y que al estar mucho más cerca <strong>de</strong> la alcoba era probable que Ludovico pudiera <strong>de</strong>spertarse si intentaban<br />

abrirla. Allí acudió el con<strong>de</strong>, pero sus gritos fueron tan ineficaces en esta puerta como lo habían sido en la más remota. Preocupado ya por Ludovico, estaba dispuesto a golpear en la puerta con una herramienta,<br />

cuando observó su singular belleza y retuvo el golpe. A simple vista parecía hecha <strong>de</strong> ébano por lo oscuro <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra y por la suavidad <strong>de</strong> su superficie, pero resultó ser únicamente <strong>de</strong> alerce, cuyos bosques

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