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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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castillo para hacer compañía al viejo Carlo y a su mujer, que la recomendaron <strong>de</strong>spués al signor y se quedó a vivir aquí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces) ... Caterina estaba sentada con el<strong>los</strong> en el zaguán pequeño, cuando dijo<br />

Carlo: «Me gustaría tostar algunos higos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que tenemos en la <strong>de</strong>spensa, pero está lejos y soy <strong>de</strong>masiado viejo para ir por el<strong>los</strong>. Tú, Caterina, que eres joven y ligera, podrías traer algunos, ya que el fuego es<br />

un buen lugar para tostar<strong>los</strong>. Están en una esquina <strong>de</strong> la <strong>de</strong>spensa, al final <strong>de</strong> la galería norte; toma, coge la lámpara y cuida, según subes la gran escalera, que el viento que entra por el tejado no te la apague».<br />

Así que Caterina cogió la lámpara... ¡Silencio!, ma<strong>de</strong>moiselle. ¡Estoy segura <strong>de</strong> haber oído ruido!<br />

Emily, a la que Annette había llenado con sus propios temores, escuchó atentamente, pero todo estaba silencioso, y Annette prosiguió:<br />

—Caterina fue a la galería norte, que es ese pasillo que pasamos antes <strong>de</strong> llegar a éste. Según iba con la lámpara en la mano, sin pensar en nada... ¡Ahí está, otra vez! —exclamó Annette <strong>de</strong> pronto—, ¡lo he<br />

vuelto a oír! ¡No son fantasías, ma<strong>de</strong>moiselle!<br />

—¡Silencio! —dijo Emily temblando.<br />

Se quedaron escuchando, sentadas y sin moverse. Emily oyó un ligero golpe dado contra el muro. Lo oyeron varias veces. Annette dio un grito y la puerta <strong>de</strong> la habitación se abrió lentamente. Era Caterina<br />

que venía a <strong>de</strong>cirle a Annette que la señora la necesitaba. Emily, aunque se dio cuenta <strong>de</strong> quién era, no pudo sobreponerse <strong>de</strong> inmediato a su terror; mientras Annette, medio llorando y riendo, regañó a Caterina<br />

por haberlas asustado; pero también estaba asustada por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que hubiera podido escuchar lo que hablaban. Emily, afectada profundamente por las informaciones <strong>de</strong> Annette, no estaba dispuesta a<br />

quedarse sola en aquel estado <strong>de</strong> ánimo, pero, para evitar el molestar a madame Montoni y para no traicionar su <strong>de</strong>bilidad, luchó para sobreponerse a sus temores y se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Annette por aquella noche.<br />

Cuando se vio sola, sus pensamientos volvieron a la extraña historia <strong>de</strong> la signora Laurentini y <strong>de</strong>spués a su propia situación, en las montañas salvajes y solitarias <strong>de</strong> un país extranjero, en el castillo, y en<br />

manos <strong>de</strong> un hombre para el que sólo unos pocos meses antes era totalmente <strong>de</strong>sconocida, un hombre que ya había ejercido una autoridad usurpada sobre ella, y cuyo carácter contemplaba con terror,<br />

aparentemente justificado por <strong>los</strong> temores <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Sabía que aquel hombre tenía inventiva suficiente para la ejecución <strong>de</strong> cualquier proyecto y temió que su corazón estuviera vacío <strong>de</strong> sentimientos al<br />

extremo <strong>de</strong> llevar a<strong>de</strong>lante cualquier empresa que pudiera sugerirle su propio interés. Hacía tiempo que venía observando la infelicidad <strong>de</strong> madame Montoni y había sido testigo a menudo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sdén y el<br />

lamentable comportamiento que recibía <strong>de</strong> su marido. A estos hechos, que se reunían para causarle una profunda preocupación, se añadían ahora aquel<strong>los</strong> miles <strong>de</strong> terrores que existen sólo en las imaginaciones<br />

activas y que <strong>de</strong>safían tanto a la razón como al frío análisis.<br />

Emily recordó todo lo que le había contado Valancourt el día anterior <strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong> Languedoc en relación con Montoni y también su intención <strong>de</strong> disuadirla a aventurarse a aquel viaje. Sus temores se le<br />

habían presentado con frecuencia como proféticos y ahora parecían confirmarse. Su corazón, al recordar la figura <strong>de</strong> Valancourt, se sumió en un vano pesar, pero la razón no tardó en consolarla, ya que, aunque<br />

débil al principio, acabó adquiriendo vigor con la reflexión. Consi<strong>de</strong>ró que, fueran <strong>los</strong> que fueran sus sufrimientos, no le complicaría con su <strong>de</strong>sgracia y que <strong>de</strong> ese modo en sus futuras penas se vería al menos<br />

libre <strong>de</strong> autorreproches.<br />

Su melancolía se veía acompañada <strong>de</strong> <strong>los</strong> siniestros silbidos <strong>de</strong>l viento por el pasillo y por todo el castillo. Las llamas <strong>de</strong> <strong>los</strong> troncos se habían extinguido hacía tiempo y se quedó sentada con <strong>los</strong> ojos fijos en<br />

las brasas, hasta que una ráfaga, que barrió por el pasillo e hizo temblar puertas y ventanas, la asustó, ya que su violencia hizo que se moviera la silla en la que estaba sentada, y la puerta que conducía hacia el<br />

pasadizo <strong>de</strong> la escalera se abrió a medias. Su curiosidad y sus temores se <strong>de</strong>spertaron <strong>de</strong> nuevo. Cogió la lámpara y se dirigió hacia <strong>los</strong> escalones quedándose en la duda <strong>de</strong> si bajar o no. De nuevo el profundo<br />

silencio y lo siniestro <strong>de</strong>l lugar la vencieron y <strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>jarlo para otra ocasión, cuando la luz <strong>de</strong>l día le pudiera ayudar en su registro. Cerró la puerta y puso contra ella una <strong>de</strong>fensa más fuerte.<br />

Se retiró a la cama, <strong>de</strong>jando la lámpara encendida sobre la mesa; pero su luz tenebrosa, en lugar <strong>de</strong> disipar sus temores, <strong>los</strong> incrementaba, ya que sus rayos inciertos le hacían ver sombras en las cortinas y<br />

en la remota oscuridad <strong>de</strong> la habitación. El reloj <strong>de</strong>l castillo dio la una antes <strong>de</strong> que cerrara <strong>los</strong> ojos para dormir.

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