—Me pregunto, ma<strong>de</strong>moiselle, ¿por qué llaman a esta habitación la cámara doble —dijo Annette mientras Emily inspeccionaba todo en silencio y vio que era tan espaciosa como todas las que había visto y que, como muchas <strong>de</strong> ellas, tenía <strong>los</strong> muros forrados <strong>de</strong> alerce negro. La cama y otros muebles eran muy viejos y tenían un aire <strong>de</strong> noble gran<strong>de</strong>za como todos <strong>los</strong> que había visto en el castillo. Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> altos ventanales, que abrió, estaba sobre el muro, pero la vista más allá quedaba oculta por la oscuridad. En presencia <strong>de</strong> Annette, Emily trató <strong>de</strong> animarse y <strong>de</strong> contener las lágrimas que <strong>de</strong> vez en cuando asomaban a sus ojos. Deseaba preguntar para cuándo esperaban al con<strong>de</strong> Morano, pero se contuvo pensando en que no <strong>de</strong>bía hacer a una sirviente preguntas innecesarias y menos que se refirieran a la familia. Mientras tanto, <strong>los</strong> pensamientos <strong>de</strong> Annette estaban sumidos en otro tema; sentía especial atracción por todo lo maravil<strong>los</strong>o y había oído comentarios relacionados con el castillo que gratificaban altamente sus inclinaciones. Aunque había sido aconsejada <strong>de</strong> que no lo mencionara, su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hacerlo era <strong>de</strong>masiado fuerte y a cada momento estaba al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> contar lo que había oído. Para ella resultaba un severo castigo tener noticia <strong>de</strong> algunas circunstancias extrañas y verse obligada a ocultarlo; pero sabía que Montoni podía imponerle uno mucho más severo y temió incurrir en ello al ofen<strong>de</strong>rle. Caterina trajo algunos leños, y las llamas dispersaron durante un momento la tristeza <strong>de</strong> la habitación. Le dijo a Annette que su señora había preguntado por ella, y Emily se vio una vez más sola con sus tristes pensamientos. Su corazón no se había endurecido aún lo suficiente contra las <strong>de</strong>scorteses maneras <strong>de</strong> Montoni, y estaba casi tan conmovida como la primera vez en que le dio muestras <strong>de</strong> ellas. La ternura y ,el afecto a <strong>los</strong> que siempre había estado acostumbrada hasta que perdió a sus padres la habían hecho particularmente sensible a cualquier tipo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scortesía, y aún no se había acostumbrado a soportarla. Para ocupar su tiempo con otros temas que no fueran <strong>los</strong> que le pesaban profundamente en su ánimo, se puso en pie, examinando <strong>de</strong> nuevo su habitación y el mobiliario. Según la recorría, pasó por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una puerta que no estaba cerrada <strong>de</strong>l todo. Al darse cuenta <strong>de</strong> que no era la que había utilizado para entrar, acercó la luz para <strong>de</strong>scubrir a dón<strong>de</strong> conducía. Al abrirla y avanzar, casi cayó en un escalón que iniciaba una escalera entre dos muros <strong>de</strong> piedra. Sintió curiosidad por saber dón<strong>de</strong> llevaba y se inquietó más todavía al comprobar que comunicaba directamente con su habitación; pero en su presente estado <strong>de</strong> ánimo, sintió que necesitaba más valor para aventurarse sola por aquella oscuridad. Cerró la puerta y trató <strong>de</strong> asegurarla, comprobando que no tenía cerrojo alguno por el lado <strong>de</strong> su habitación, pese a que había visto dos en el lado opuesto. Consiguió remediar en parte el <strong>de</strong>fecto colocando una pesada silla apoyada en la puerta; sin embargo, su preocupación no cedió ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dormir sola en aquella habitación perdida, con una puerta abierta a algún lugar que <strong>de</strong>sconocía y que no podía ser perfectamente cerrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro. En algún momento <strong>de</strong>seó haber pedido a madame Montoni que hubiera permitido que Annette se quedara con ella toda la noche, pero <strong>de</strong>sechó la i<strong>de</strong>a ante el temor <strong>de</strong> que la solicitud hubiera puesto al <strong>de</strong>scubierto lo que se juzgaría como temor infantil, y también para no aumentar <strong>los</strong> temores <strong>de</strong> Annette. Sus tristes reflexiones no tardaron en ser interrumpidas por unos pasos en el corredor, y se alegró al ver a Annette que entraba con algo para cenar, enviada por madame Montoni. En la mesa que había junto al fuego hizo que se sentara también la sirviente y cenara con ella. Cuando concluyeron el ligero refrigerio, Annette, animada por su con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia y tras echar un leño en el fuego, acercó una silla a Emily y dijo: —¿Habéis oído, ma<strong>de</strong>moiselle, lo <strong>de</strong>l extraño acci<strong>de</strong>nte que hizo al signor amo <strong>de</strong> este castillo —¿Cuál es esa historia extraordinaria que tienes que contarme —dijo Emily, ocultando la curiosidad que le ocasionaban las insinuaciones <strong>misterios</strong>as que había oído anteriormente sobre el asunto. —Estoy enterada <strong>de</strong> todo, ma<strong>de</strong>moiselle —dijo Annette, echando una mirada por la habitación y acercándose más a Emily—. Bene<strong>de</strong>tto me lo dijo durante el viaje. Decía: «Annette, ¿qué es lo que sabes <strong>de</strong> ese castillo al que nos dirigimos» «No sé nada, señor Bene<strong>de</strong>tto —dije yo—, ¿por qué no me lo contáis» «Pero, tienes que saber guardar un secreto o no te lo diré por nada <strong>de</strong>l mundo»; por ello prometí no <strong>de</strong>cirlo, ya que dicen que al signor no le gusta que se hable <strong>de</strong> ello. —Si has prometido guardar el secreto —dijo Emily—, lo mejor es que cumplas lo ofrecido. Annette hizo una pausa y dijo <strong>de</strong>spués: —¡Oh!, pero a vos, ma<strong>de</strong>moiselle, a vos os lo puedo contar sin peligro. Lo sé. —Por supuesto que lo guardaré para mí, Annette —dijo Emily, sonriendo. Annette replicó muy seria que confiaba en ello y prosiguió: —Este castillo, seguro que lo sabéis, ma<strong>de</strong>moiselle, es muy viejo y muy fuerte. Según dicen, ha soportado muchos asedios. Pero no ha sido siempre <strong>de</strong>l signor Montoni, ni <strong>de</strong> su padre. Pero, por alguna que otra ley, tenía que pasar a las manos <strong>de</strong>l signor, si la señora moría soltera. —¿Qué señora —dijo Emily. —Todavía no he llegado a eso —replicó Annette—, es <strong>de</strong> esa señora <strong>de</strong> la que voy a hablaros, ma<strong>de</strong>moiselle. Como iba diciendo, esa señora vivía en el castillo y todo estaba muy bien dispuesto, como podéis suponer. El signor solía venir con frecuencia a verla. Estaba enamorado <strong>de</strong> ella y ofreció casarse, porque aunque eran algo parientes, el asunto no tenía importancia. Pero ella estaba enamorada <strong>de</strong> otra persona y no quería aceptarlo, lo que le enfadó muchísimo, según dicen, y ya sabéis, ma<strong>de</strong>moiselle, qué <strong>de</strong>sagradable se pone cuando está enfadado. Tal vez ella le vio en algún momento <strong>de</strong> esos y por tanto <strong>de</strong>cidió no aceptar. Pero, como iba diciendo, ella era muy infeliz y estaba siempre melancólica, y todo eso durante mucho tiempo, y... ¡Virgen Santa! ¿Qué ha sido ese ruido ¿No habéis oído algún sonido —Ha sido el viento —dijo Emily—, pero sigue con tu historia. —Como iba diciendo... , ¿dón<strong>de</strong> estaba .. , como iba diciendo, estuvo triste y melancólica durante mucho tiempo, y solía pasear por la terraza, ahí bajo las ventanas, sola, ¡y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> llorar! Habría sido bueno para vuestro corazón haberla oído. Quiero <strong>de</strong>cir, no bueno, sino que os habría hecho llorar también, según me han dicho. —Todo eso está muy bien, Annette, pero cuéntame el tema <strong>de</strong> tu historia. —Todo a su <strong>de</strong>bido tiempo. Lo que os he contado lo había oído antes, en Venecia, pero lo que viene ahora no lo he sabido hasta hoy. Todo pasó hace muchos años, cuando el signor Montoni era muy joven. La señora, la llamaban signora Laurentini, era muy hermosa, pero solía tener gran<strong>de</strong>s arrebatos, también, a veces, como el signor. Al darse cuenta <strong>de</strong> que ella no le correspondía, ¿que hizo él ¡Abandonar el castillo y no volver durante mucho tiempo!, pero para ella daba igual. Era igual <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgraciada cuando él estaba como cuando se fue, hasta que una tar<strong>de</strong>... ¡Santo San Pedro!, ma<strong>de</strong>moiselle — gritó Annette—, mirad esa lámpara, ¡ved que su llama es azul! Miró llena <strong>de</strong> temor por toda la habitación. —¡No seas ridícula! —dijo Emily—, ¿por qué te <strong>de</strong>jas llevar por esas fantasías Te ruego que me acabes <strong>de</strong> contar tu historia, estoy impaciente. Annette seguía con <strong>los</strong> ojos fijos en la lámpara y prosiguió bajando la voz. —Dicen que una tar<strong>de</strong>, cerca <strong>de</strong>l fin <strong>de</strong> año, pue<strong>de</strong> que fuera a mediados <strong>de</strong> septiembre, creo yo, o comienzo <strong>de</strong> octubre; podría incluso ser noviembre, ya que también entonces es a finales <strong>de</strong>l año, pero no lo puedo <strong>de</strong>cir con certeza, porque tampoco el<strong>los</strong> me lo han dicho así. No obstante, fue en la última parte <strong>de</strong>l año, cuando esta señora se fue paseando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el castillo hasta <strong>los</strong> bosques que hay <strong>de</strong>bajo, como había hecho antes con frecuencia, sola, acompañada únicamente por su doncella. El viento era frío y movía las hojas por el suelo, silbando <strong>de</strong>smayadamente entre esos gran<strong>de</strong>s y viejos castaños por <strong>los</strong> que hemos pasado, ma<strong>de</strong>moiselle, según nos acercábamos al castillo... Bene<strong>de</strong>tto me <strong>los</strong> ha mostrado mientras hablaba... el viento era frío, y la doncella trató <strong>de</strong> persuadirla para que regresaran. Pero no le hizo caso, porque le gustaba pasear por el bosque a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y si las hojas caían a su alre<strong>de</strong>dor, mucho mejor. »Bien; vieron cómo entraba en el bosque, pero vino la noche y no regresó; las diez, las once, dieron las doce y ¡la señora no vino! Bien, <strong>los</strong> criados pensaron que lo más seguro es que hubiera sufrido algún acci<strong>de</strong>nte y acudieron a buscarla. Registraron todo a lo largo <strong>de</strong> la noche, pero no pudieron encontrarla, ni vieron señales <strong>de</strong> ella. Des<strong>de</strong> aquel día hasta hoy, ma<strong>de</strong>moiselle, no se ha sabido nada más <strong>de</strong> ella. —¿Es cierto, Annette —dijo Emily totalmente sorprendida. —¡Cierto, ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Annette con una mirada <strong>de</strong> terror—; sí, es verdad. Pero también dicen —añadió bajando la voz—, también dicen que la signora ha sido vista varias veces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces paseando por el bosque y alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l castillo durante la noche; varios <strong>de</strong> <strong>los</strong> más viejos criados, que se quedaron aquí durante algún tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquello, <strong>de</strong>claran haberla visto. Des<strong>de</strong> entonces ha sido vista por algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> vasal<strong>los</strong> que han venido al castillo por la noche. Cario, el viejo mayordomo, dice que podría contar muchas cosas, si quisiera. —¡Eso es contradictorio, Annette! —dijo Emily—, dices que no se ha sabido nada <strong>de</strong> ella y, ¡sin embargo, que la han visto! —Todo esto me lo han contado como un gran secreto —prosiguió Annette sin prestar atención a la observación—, y estoy segura, ma<strong>de</strong>moiselle, que no seréis capaz <strong>de</strong> obligarme a mí o a Bene<strong>de</strong>tto a contároslo <strong>de</strong> nuevo. Emily guardó silencio y Annette repitió su última frase. —No tienes que temer indiscreción alguna por mi parte —replicó Emily—, y permíteme que te aconseje, mi buena Annette, que tú también <strong>de</strong>bes ser discreta y que no <strong>de</strong>bes mencionar nunca que lo has contado a persona alguna. El signor Montoni, como has dicho, pudiera enfadarse si se entera <strong>de</strong> ello. Pero, ¿qué investigaciones hicieron en relación con la señora —¡Oh!, muchísimas, verda<strong>de</strong>ramente, ma<strong>de</strong>moiselle, porque el signor reclamó el castillo <strong>de</strong> inmediato, por tratarse <strong>de</strong>l here<strong>de</strong>ro más próximo, y dicen que <strong>los</strong> jueces, o <strong>los</strong> senadores, o alguien parecido, dijo que no podía tomar posesión <strong>de</strong> él hasta que hubieran pasado muchos años, siempre que la señora no fuera encontrada y que cuando fuera como si estuviera muerta, el castillo sería suyo, y así es ahora. Pero la historia se comentó por todas partes y se contaron <strong>de</strong>talles muy extraños que no os diré. —Todo sigue siendo raro, Annette —dijo Emily sonriendo y apartando <strong>de</strong> su mente lo que imaginaba—. Pero, cuando la signora Laurentini fue vista cerca <strong>de</strong>l castillo, ¿nadie habló con ella —¡Hablar con ella! —gritó Annette aterrorizada—; no, naturalmente que no. —¿Por qué no —preguntó Emily <strong>de</strong>seando conocer más <strong>de</strong>talles. —¡Virgen Santa! ¡Hablar con un espíritu! —¿Por qué <strong>de</strong>dujeron que se trataba <strong>de</strong> un espíritu, a menos que se acercaran a ella y hubieran tratado <strong>de</strong> hablarle —¡Oh, ma<strong>de</strong>moiselle, no os lo puedo <strong>de</strong>cir! ¿Cómo podéis hacer esas preguntas Nadie la vio venir o salir <strong>de</strong>l castillo; y estaba en un lugar en un momento y al minuto siguiente en otra parte <strong>de</strong>l castillo. A<strong>de</strong>más, nunca habló. Si estaba viva, ¿qué podía hacer en el castillo si nunca habló Varias partes <strong>de</strong>l castillo se han caído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, por esa misma razón. —¿Por qué, por qué nunca habló —dijo Emily tratando <strong>de</strong> reír para ahuyentar el miedo que había empezado a atenazarla. —No, ma<strong>de</strong>moiselle, no —replicó Annette algo enfadada—, sino porque algo había sido visto en esas partes. También dicen que hay una vieja capilla junto al lado oeste <strong>de</strong>l castillo en la que a medianoche ¡se pue<strong>de</strong>n oír gemidos! ¡La sola i<strong>de</strong>a hace temblar! Y se han visto cosas extrañas allí... —Por favor, Annette, <strong>de</strong>jemos estas tontas historias —dijo Emily. —¡Tontas historias, ma<strong>de</strong>moiselle! Os diré algo, si queréis, que me ha contado Caterina. Era una noche fría <strong>de</strong> invierno cuando Caterina... (según me ha dicho, solía venir con frecuencia entonces por el
castillo para hacer compañía al viejo Carlo y a su mujer, que la recomendaron <strong>de</strong>spués al signor y se quedó a vivir aquí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces) ... Caterina estaba sentada con el<strong>los</strong> en el zaguán pequeño, cuando dijo Carlo: «Me gustaría tostar algunos higos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que tenemos en la <strong>de</strong>spensa, pero está lejos y soy <strong>de</strong>masiado viejo para ir por el<strong>los</strong>. Tú, Caterina, que eres joven y ligera, podrías traer algunos, ya que el fuego es un buen lugar para tostar<strong>los</strong>. Están en una esquina <strong>de</strong> la <strong>de</strong>spensa, al final <strong>de</strong> la galería norte; toma, coge la lámpara y cuida, según subes la gran escalera, que el viento que entra por el tejado no te la apague». Así que Caterina cogió la lámpara... ¡Silencio!, ma<strong>de</strong>moiselle. ¡Estoy segura <strong>de</strong> haber oído ruido! Emily, a la que Annette había llenado con sus propios temores, escuchó atentamente, pero todo estaba silencioso, y Annette prosiguió: —Caterina fue a la galería norte, que es ese pasillo que pasamos antes <strong>de</strong> llegar a éste. Según iba con la lámpara en la mano, sin pensar en nada... ¡Ahí está, otra vez! —exclamó Annette <strong>de</strong> pronto—, ¡lo he vuelto a oír! ¡No son fantasías, ma<strong>de</strong>moiselle! —¡Silencio! —dijo Emily temblando. Se quedaron escuchando, sentadas y sin moverse. Emily oyó un ligero golpe dado contra el muro. Lo oyeron varias veces. Annette dio un grito y la puerta <strong>de</strong> la habitación se abrió lentamente. Era Caterina que venía a <strong>de</strong>cirle a Annette que la señora la necesitaba. Emily, aunque se dio cuenta <strong>de</strong> quién era, no pudo sobreponerse <strong>de</strong> inmediato a su terror; mientras Annette, medio llorando y riendo, regañó a Caterina por haberlas asustado; pero también estaba asustada por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que hubiera podido escuchar lo que hablaban. Emily, afectada profundamente por las informaciones <strong>de</strong> Annette, no estaba dispuesta a quedarse sola en aquel estado <strong>de</strong> ánimo, pero, para evitar el molestar a madame Montoni y para no traicionar su <strong>de</strong>bilidad, luchó para sobreponerse a sus temores y se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Annette por aquella noche. Cuando se vio sola, sus pensamientos volvieron a la extraña historia <strong>de</strong> la signora Laurentini y <strong>de</strong>spués a su propia situación, en las montañas salvajes y solitarias <strong>de</strong> un país extranjero, en el castillo, y en manos <strong>de</strong> un hombre para el que sólo unos pocos meses antes era totalmente <strong>de</strong>sconocida, un hombre que ya había ejercido una autoridad usurpada sobre ella, y cuyo carácter contemplaba con terror, aparentemente justificado por <strong>los</strong> temores <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Sabía que aquel hombre tenía inventiva suficiente para la ejecución <strong>de</strong> cualquier proyecto y temió que su corazón estuviera vacío <strong>de</strong> sentimientos al extremo <strong>de</strong> llevar a<strong>de</strong>lante cualquier empresa que pudiera sugerirle su propio interés. Hacía tiempo que venía observando la infelicidad <strong>de</strong> madame Montoni y había sido testigo a menudo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sdén y el lamentable comportamiento que recibía <strong>de</strong> su marido. A estos hechos, que se reunían para causarle una profunda preocupación, se añadían ahora aquel<strong>los</strong> miles <strong>de</strong> terrores que existen sólo en las imaginaciones activas y que <strong>de</strong>safían tanto a la razón como al frío análisis. Emily recordó todo lo que le había contado Valancourt el día anterior <strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong> Languedoc en relación con Montoni y también su intención <strong>de</strong> disuadirla a aventurarse a aquel viaje. Sus temores se le habían presentado con frecuencia como proféticos y ahora parecían confirmarse. Su corazón, al recordar la figura <strong>de</strong> Valancourt, se sumió en un vano pesar, pero la razón no tardó en consolarla, ya que, aunque débil al principio, acabó adquiriendo vigor con la reflexión. Consi<strong>de</strong>ró que, fueran <strong>los</strong> que fueran sus sufrimientos, no le complicaría con su <strong>de</strong>sgracia y que <strong>de</strong> ese modo en sus futuras penas se vería al menos libre <strong>de</strong> autorreproches. Su melancolía se veía acompañada <strong>de</strong> <strong>los</strong> siniestros silbidos <strong>de</strong>l viento por el pasillo y por todo el castillo. Las llamas <strong>de</strong> <strong>los</strong> troncos se habían extinguido hacía tiempo y se quedó sentada con <strong>los</strong> ojos fijos en las brasas, hasta que una ráfaga, que barrió por el pasillo e hizo temblar puertas y ventanas, la asustó, ya que su violencia hizo que se moviera la silla en la que estaba sentada, y la puerta que conducía hacia el pasadizo <strong>de</strong> la escalera se abrió a medias. Su curiosidad y sus temores se <strong>de</strong>spertaron <strong>de</strong> nuevo. Cogió la lámpara y se dirigió hacia <strong>los</strong> escalones quedándose en la duda <strong>de</strong> si bajar o no. De nuevo el profundo silencio y lo siniestro <strong>de</strong>l lugar la vencieron y <strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>jarlo para otra ocasión, cuando la luz <strong>de</strong>l día le pudiera ayudar en su registro. Cerró la puerta y puso contra ella una <strong>de</strong>fensa más fuerte. Se retiró a la cama, <strong>de</strong>jando la lámpara encendida sobre la mesa; pero su luz tenebrosa, en lugar <strong>de</strong> disipar sus temores, <strong>los</strong> incrementaba, ya que sus rayos inciertos le hacían ver sombras en las cortinas y en la remota oscuridad <strong>de</strong> la habitación. El reloj <strong>de</strong>l castillo dio la una antes <strong>de</strong> que cerrara <strong>los</strong> ojos para dormir.
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