¡Ah, feliz zagal, que reías por <strong>los</strong> valles, y con tu alegre caramillo hacías repicar las montañas! ¿Por qué abandonas tu cabaña, tus bosques y vientos con olor a tomillo, y a <strong>los</strong> amigos queridos, por la nada que trae la riqueza ¡Vas a <strong>de</strong>spertar el collar en <strong>los</strong> mares a la luz <strong>de</strong> la luna, oro veneciano tu ignorante fantasía proclama! Pese a estar fuera <strong>de</strong> casa, canta su sencillo villancico, y su paso se <strong>de</strong>tiene, cuando escala el límite <strong>de</strong> <strong>los</strong> Alpes. Una vez más se vuelve a ver el escenario <strong>de</strong> su niñez, lejos, abajo, en la distancia, según se alejan las nubes, divisa su cabaña entre las copas ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> pinos, <strong>los</strong> bosques familiares, el claro arroyo y <strong>los</strong> alegres pastos; y piensa en <strong>los</strong> amigos, y en <strong>los</strong> parientes que <strong>de</strong>jó, en las fiestas campesinas, en las danzas, y en las canciones; y se oye el tenue caramillo que dilata el viento, ¡sus tristes suspiros prolongan las notas distantes! Así iba el zagal, hasta que cayeron las sombras <strong>de</strong> la montaña, reduciendo el paisaje a su doliente perspectiva. ¿Debe <strong>de</strong>jar <strong>los</strong> valles que tanto ama ¿Pue<strong>de</strong> la riqueza ajena <strong>de</strong>leitar su corazón ¡No, valles felices!, vuestra rocas salvajes seguirán oyendo su caramillo, sonando ligero en la brisa <strong>de</strong> la mañana; seguirá llevando sus rebaños al riachuelo claro, y <strong>los</strong> vigilará <strong>de</strong> noche bajo <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong>l oeste. ¡Vete, oro veneciano, tu hechizo terminó! Y ahora su paso ligero busca la enramada <strong>de</strong> la llanura, don<strong>de</strong>, a través <strong>de</strong> las hojas, su cabaña aparece <strong>de</strong> nuevo, le conduce a amigos felices, y horas <strong>de</strong> júbilo. ¡Ah, feliz zagal!, que ríes por <strong>los</strong> valles y con tu alegre caramillo haces repicar las montañas, tu cabaña, tus bosques y tus vientos con olor a tomillo, y amigos queridos, ¡más regocijo que el que pue<strong>de</strong> traer la riqueza!
C a p í t u l o I I Titania: Si pacientemente bailaras a nuestro alre<strong>de</strong>dor y vieras nuestras fiestas a la luz <strong>de</strong> la luna, vendrías con nosotros. MIDSUMMER NIGHT'S DREAM A la mañana temprano, <strong>los</strong> viajeros iniciaron su camino hacia Turín. La esplendorosa llanura que se extien<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> Alpes hasta esa magnífica ciudad no estaba entonces, como ahora, cubierta por una avenida <strong>de</strong> árboles <strong>de</strong> casi quince kilómetros <strong>de</strong> extensión, sino por olivares, moreras y palmeras, bor<strong>de</strong>ados con viñedos, que se mezclaban con el paisaje pastoril por el que cruza el rápido Po, tras <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las montañas para encontrarse con el humil<strong>de</strong> Doria en Turín. Según avanzaban hacia la ciudad, <strong>los</strong> Alpes, vistos a cierta distancia, empezaron a mostrarse en toda su tremenda exaltación; cordillera tras cordillera en larga sucesión, sus puntos más altos se oscurecían en las colgantes nubes, a veces escondiéndose y otras subiendo muy por encima <strong>de</strong> ellas; mientras que las pendientes más bajas, distribuidas en formas fantásticas, parecían cubiertas <strong>de</strong> tonos azules y púrpura, según cambiaban <strong>de</strong> la luz a la sombra y parecían ofrecer nuevas escenas a la vista humana. Hacia el este se extendían las llanuras <strong>de</strong> Lombardía, con las torres <strong>de</strong> Turín elevándose en la distancia, y, más allá, <strong>los</strong> Apeninos recortándose en el horizonte. La magnificencia general <strong>de</strong> aquella ciudad, con sus iglesias y palacios surgiendo <strong>de</strong> la gran plaza, abriéndose al paisaje <strong>de</strong> <strong>los</strong> Alpes o <strong>los</strong> Apeninos distantes, era algo que Emily no sólo no había visto en Francia, sino que jamás hubiera imaginado. Montoni, que había estado con frecuencia en Turín y que estaba poco interesado en vistas <strong>de</strong> cualquier clase, no estuvo <strong>de</strong> acuerdo con la petición <strong>de</strong> su esposa <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bían recorrer alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> palacios, e indicó que estarían únicamente el tiempo necesario para tomar algún refrigerio y que se dirigirían inmediatamente, con toda la rapi<strong>de</strong>z posible, hacia Venecia. El aire <strong>de</strong> Montoni durante esta jornada era serio e incluso arrogante, y por lo que se refería a su trato con madame Montoni se mostró especialmente reservado, pero no se trataba <strong>de</strong> esa reserva <strong>de</strong> respeto, sino <strong>de</strong> orgullo y <strong>de</strong>scontento. De Emily no se preocupó en absoluto. Con Cavigni sus conversaciones eran comúnmente sobre temas políticos o militares, <strong>de</strong>bido al estado agitado <strong>de</strong> su país que <strong>los</strong> hacía <strong>de</strong> especial interés en aquel<strong>los</strong> momentos. Emily observó que cuando se mencionaba cualquier hazaña atrevida, <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Montoni perdían su ceño y se llenaban instantáneamente con el fulgor <strong>de</strong>l fuego; sin embargo, no perdía el aire astuto, por lo que pensó que ese fuego era más el brillo <strong>de</strong> la malicia que el <strong>de</strong>l valor, aunque este último parecía correspon<strong>de</strong>rse con el caballeroso aire <strong>de</strong> su figura, en lo que Cavigni, pese a sus maneras alegres y galantes, era inferior a él. Al entrar en la región <strong>de</strong> Milán, <strong>los</strong> caballeros cambiaron sus sombreros franceses por el gorro italiano <strong>de</strong> tela roja, recamada, y Emily se sintió algo sorprendida al observar que Montoni clavaba en el mismo el penacho militar, mientras Cavigni conservaba únicamente la pluma, que se llevaba normalmente. Pero al final comprendió que Montoni asumía la enseña <strong>de</strong> soldado por conveniencias y con objeto <strong>de</strong> pasar con más seguridad por un país dominado por partida <strong>de</strong> militares. Las <strong>de</strong>vastaciones <strong>de</strong> la guerra se hacían visibles con frecuencia en las hermosas llanuras <strong>de</strong>l país. Cuando <strong>los</strong> campos no habían tenido que quedar sin cultivar, aparecían pisoteados por <strong>los</strong> expoliadores; <strong>los</strong> viñedos doblados, <strong>los</strong> olivos caídos en el suelo e incluso las ramas <strong>de</strong> las moreras habían servido al enemigo para encen<strong>de</strong>r <strong>los</strong> fuegos que <strong>de</strong>struían las chozas y las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus propietarios. Emily retiró sus ojos con un suspiro <strong>de</strong> esos dolorosos vestigios hacia <strong>los</strong> Alpes <strong>de</strong>l Grison, que quedaban sobre el<strong>los</strong> hacia el norte y cuyas tremendas soleda<strong>de</strong>s podían ofrecer al perseguido un refugio. Con frecuencia <strong>los</strong> viajeros vieron grupos <strong>de</strong> soldados avanzando en la distancia, y sufrieron por experiencia en las pequeñas posadas <strong>de</strong>l camino la falta <strong>de</strong> provisiones y otros inconvenientes que eran en parte consecuencia <strong>de</strong> la guerra; pero en ningún momento se encontraron con motivos que justificaran una alarma para su seguridad inmediata y llegaron a Milán casi sin interrupciones, don<strong>de</strong> no se <strong>de</strong>tuvieron para admirar la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la ciudad o incluso para echar una mirada a su enorme catedral, que estaban construyendo. Más allá <strong>de</strong> Milán, el país presentaba el aspecto <strong>de</strong> una <strong>de</strong>vastación más grave, y aunque todo parecía estar en calma, el reposo era como el que la muerte impone en <strong>los</strong> humanos, que retiene la impresión <strong>de</strong> las últimas convulsiones. Hasta que no habían cruzado <strong>los</strong> límites al este <strong>de</strong>l Milanesado, <strong>los</strong> viajeros no se encontraron tropa alguna. Cuando anochecía, <strong>de</strong>scubrieron lo que parecía ser un ejército situado en las llanuras distantes, cuyos escudos y otras armas reflejaban <strong>los</strong> últimos rayos <strong>de</strong>l sol. Según avanzaba la columna por un lado <strong>de</strong>l camino que se estrechaba entre dos colinas, algunos <strong>de</strong> sus jefes, a caballo, aparecieron en un pequeño promontorio haciendo señales para la marcha. Mientras varios oficiales cabalgaban en línea <strong>de</strong> acuerdo con las señales que les habían comunicado <strong>los</strong> que estaban arriba, <strong>los</strong> otros, separados <strong>de</strong> la vanguardia, que había surgido en el paso, cabalgaban <strong>de</strong>scuidadamente por la llanura a cierta distancia <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la fuerza. Al aproximarse, Montoni distinguió las plumas que llevaban en sus gorros y <strong>los</strong> estandartes y libreas <strong>de</strong> <strong>los</strong> que les seguían, y reconoció que se trataba <strong>de</strong> un pequeño grupo <strong>de</strong> ejército, dirigido por el famoso capitán Utaldo, con el que tenía amistad personal al igual que con otros jefes. En consecuencia, dio ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> que <strong>los</strong> carruajes se colocaran a un lado <strong>de</strong>l camino para esperar su llegada y permitirles el paso. Les llegó entonces el sonido <strong>de</strong> una música marcial que se hacía gradualmente más intenso según se acercaban las tropas. Emily distinguió <strong>los</strong> tambores y las trompetas con el golpear <strong>de</strong> <strong>los</strong> platil<strong>los</strong> y <strong>de</strong> las armas que normalmente hacían sonar las pequeñas partidas en su marcha. Montoni, seguro <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong>l victorioso Utaldo, se inclinó por la ventanilla <strong>de</strong>l carruaje y dio un viva a su general mientras agitaba su gorra en el aire. Repitió su saludo al jefe, mientras algunos <strong>de</strong> sus oficiales, que cabalgaban a cierta distancia <strong>de</strong> las tropas llegaron al carruaje y saludaron a Montoni como a un viejo amigo. El jefe mandó <strong>de</strong>tener a la tropa mientras conversaba con Montoni, alegrándose <strong>de</strong>l encuentro. Emily comprendió, por lo que <strong>de</strong>cía, que se trataba <strong>de</strong> un ejército victorioso que volvía a su resi<strong>de</strong>ncia, mientras que <strong>los</strong> numerosos vagones que les acompañaban contenían las riquezas que habían hecho en la batalla, por <strong>los</strong> que se pediría un rescate cuando llegara la paz que se estaba negociando entre <strong>los</strong> estados vecinos. Los jefes se separarían al día siguiente y cada uno, tomando la parte que le correspondía <strong>de</strong>l botín, volvería con su propio ejército a su castillo. En consecuencia, sería una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> fiesta general poco .común para celebrar la victoria que habían alcanzado juntos y para <strong>de</strong>spedirse unos jefes <strong>de</strong> otros. Mientras <strong>los</strong> oficiales conversaban con Montoni, Emily <strong>los</strong> observó con admiración, conmovida por su fortaleza, su aire marcial, mezclado con el orgullo <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> días y por la elegancia <strong>de</strong> sus ropajes y <strong>los</strong> penachos <strong>de</strong> sus gorras, la casaca <strong>de</strong> armas, las fajas persas y las viejas capas españolas. Utaldo informó a Montoni <strong>de</strong> que su ejército iba a acampar para pasar la noche cerca <strong>de</strong> una ciudad que estaba a muy pocos kilómetros y le invitó a volver y participar en su fiesta, asegurando a las damas también que serían gratamente acomodadas; pero Montoni se excusó añadiendo que tenía el propósito <strong>de</strong> llegar a Verona aquella misma tar<strong>de</strong> y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un cambio <strong>de</strong> impresiones sobre el estado <strong>de</strong>l camino hasta aquella ciudad, se separaron. Los viajeros prosiguieron sin más interrupciones, pero habían pasado varias horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ponerse el sol cuando llegaron a Verona, cuyos hermosos alre<strong>de</strong>dores no pudo ver Emily hasta la mañana siguiente, cuando abandonando la hermosa ciudad a primera hora <strong>de</strong>l día, se encaminaron hacia Padua, don<strong>de</strong> embarcaron en el Brenta hacia Venecia. El paisaje había cambiado por completo. Ya no había vestigios <strong>de</strong> guerra, como <strong>los</strong> que habían asolado las llanuras <strong>de</strong>l Milanesado. Por el contrario, todo estaba en paz y elegancia. Las verdosas orillas <strong>de</strong>l Brenta mostraban un paisaje continuo <strong>de</strong> belleza, alegría y esplendor. Emily miró con admiración las villas <strong>de</strong> la nobleza veneciana, con sus pórticos frescos y sus columnatas, cubiertos con las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> álamos y <strong>los</strong> cipreses <strong>de</strong> majestuosa altura y frondoso verdor; en sus ricos naranjales, cuyos brotes perfumaban el aire y <strong>los</strong> expansivos sauces que agitaban sus hojas ligeras y cobijaban <strong>de</strong>l sol a grupos <strong>de</strong> gentes alegres cuya música traía la brisa a interva<strong>los</strong>. El chaval parecía exten<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Venecia a lo largo <strong>de</strong> todas aquellas encantadoras playas, y el río estaba cubierto <strong>de</strong> naves que se dirigían hacia la ciudad, exhibiendo la diversidad fantástica <strong>de</strong> las máscaras. Hacia la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> vieron con frecuencia grupos <strong>de</strong> danzantes bajo <strong>los</strong> árboles. Cavigni, mientras tanto, le informaba <strong>de</strong> <strong>los</strong> nombres <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> nobles propietarios <strong>de</strong> las villas por las que pasaban, añadiendo ligeros comentarios a sus personalida<strong>de</strong>s con más intención <strong>de</strong> entretener que <strong>de</strong> informar, exhibiendo su propio ingenio en lugar <strong>de</strong> atenerse a la verdad. Emily se entretenía a veces con su conversación, pero su alegría ya no divertía a madame Montoni, como antes. Se la veía a veces preocupada y Montoni mantenía su reserva habitual. Nada parecía colmar la admiración <strong>de</strong> Emily en aquella su primera impresión <strong>de</strong> Venecia, con sus isletas, palacios y torres elevándose sobre el mar, cuya clara superficie reflejaba el cuadro tembloroso <strong>de</strong> todos sus colores. El sol, hundiéndose en el oeste, teñía las olas y las montañas lejanas <strong>de</strong> Friuli, que bor<strong>de</strong>a las playas <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong>l Adriático, mientras en <strong>los</strong> pórticos <strong>de</strong> mármol y en las columnas <strong>de</strong> San' Marcos <strong>de</strong>spertaba las ricas luces y sombras <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Según avanzaban, se hacía más evi<strong>de</strong>nte la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la ciudad: sus terrazas, coronadas con airosas y majestuosas arquitecturas tocadas, como en aquel momento, con el esplendor <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong>l sol, daban la impresión <strong>de</strong> haber surgido <strong>de</strong>l Océano por la voluntad <strong>de</strong> manos humanas.
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