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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o V<br />

C<br />

El reloj <strong>de</strong> medianoche ha dado la hora; y escuchad, ¡la campana<br />

<strong>de</strong> la Muerte suena <strong>de</strong>spacio! ¿Oís las notas profundas<br />

Ahora se <strong>de</strong>tiene; y ahora con creciente toque <strong>de</strong> difuntos,<br />

esparce por el ventarrón <strong>de</strong>l valle su tétrico sonido.<br />

uando Montoni fue informado <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su esposa, y consi<strong>de</strong>ró que había muerto sin acce<strong>de</strong>r a firmar lo que era tan necesario para el logro <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos, ningún sentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>cencia contuvo la<br />

expresión <strong>de</strong> su resentimiento. Emily evitó ansiosamente su presencia, y veló, durante dos días y dos noches, con cortos intermedios, el cuerpo <strong>de</strong> su difunta tía. Su mente, profundamente impresionada por el<br />

<strong>de</strong>sgraciado <strong>de</strong>stino que había sufrido, olvidó todas sus faltas, las injusticias y su imperiosa conducta para con ella, y recordó únicamente sus sufrimientos con la más tierna compasión. Sin embargo, en algunos<br />

momentos no pudo evitar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su extraña vanidad, que había sido tan fatal para su tía y que la había envuelto a ella misma en un laberinto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias, <strong>de</strong>l que no veía medio alguno <strong>de</strong> escapar, como<br />

había sido su matrimonio con Montoni. Pero, cuando consi<strong>de</strong>raba esta circunstancia, se veía envuelta «más en pesar que en ira», más con el propósito <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r a la lamentación que al reproche.<br />

En sus cuidados piadosos no fue molestada por Montoni, quien no solo evitó la habitación en la que yacían <strong>los</strong> restos <strong>de</strong> su esposa, sino toda la zona <strong>de</strong>l castillo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la misma, como si temiera el<br />

contagio <strong>de</strong> la muerte. Parecía que no había dado ór<strong>de</strong>nes respecto al funeral y Emily empezó a temer que tuviera la intención <strong>de</strong> ofrecer un nuevo insulto a la memoria <strong>de</strong> madame Montoni; pero <strong>de</strong> estos<br />

temores se vio liberada cuando, en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l segundo día, Annette le informó <strong>de</strong> que el entierro se celebraría aquella noche. Sabía que Montoni no asistiría, y resultaba tan <strong>de</strong>solador para ella pensar que <strong>los</strong><br />

restos <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sgraciada tía pasarían a la tumba sin que algún pariente o algún amigo le ofreciera <strong>los</strong> últimos ritos, que <strong>de</strong>cidió que no sería apartada por consi<strong>de</strong>ración alguna <strong>de</strong> cumplir este <strong>de</strong>ber. De otro<br />

modo se habría sentido hundida ante la situación <strong>de</strong> seguir<strong>los</strong> hasta la fría tumba, a la que serían llevados por hombres cuyo aire y cuyos rostros parecían <strong>los</strong> <strong>de</strong> unos asesinos, a la medianoche en silencio y en<br />

privado, hora que había elegido Montoni para ello, tal vez para olvidar las reliquias <strong>de</strong> una mujer cuya dura conducta había contribuido al menos a <strong>de</strong>struirla.<br />

Emily, temblorosa por el temor y el dolor, ayudada por Annette, preparó el cuerpo para el entierro y, tras envolverlo en la mortaja <strong>de</strong> cera y cubrirlo con una sábana, se quedaron velándolo hasta pasada la<br />

medianoche, cuando oyeron <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres que habrían <strong>de</strong> llevarla a su cama en la tierra. Con gran<strong>de</strong>s dificulta<strong>de</strong>s Emily se sobrepuso a su emoción, cuando, al abrirse la puerta <strong>de</strong> la habitación, sus<br />

rostros sombríos quedaron iluminados por las antorchas que llevaban, y dos <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, sin hablar, apoyaron el cuerpo en sus hombros, mientras el tercero <strong>los</strong> precedía con la luz y <strong>de</strong>scendieron hacia la tumba,<br />

que estaba en el sótano más bajo <strong>de</strong> la capilla entre <strong>los</strong> muros <strong>de</strong>l castillo.<br />

Tuvieron que cruzar dos patios, hacia el ala este <strong>de</strong>l castillo, anejos a la capilla, que estaba como ésta en ruinas. El silencio y lo sombrío <strong>de</strong> <strong>los</strong> patios no tenían po<strong>de</strong>r para impresionar a Emily, preocupada<br />

con i<strong>de</strong>as mucho más tristes; y casi no oyó <strong>los</strong> bajos y <strong>de</strong>smayados sonidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> pájaros nocturnos que anidaban entre las fortificaciones en ruinas, no percibió el aleteo <strong>de</strong> <strong>los</strong> murciélagos que se cruzaron<br />

varias veces en su camino. Pero, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> entrar en la capilla y pasar entre las columnas; <strong>los</strong> hombres se <strong>de</strong>tuvieron ante unos escalones que conducían a una puerta baja y su compañero <strong>de</strong>scendió para<br />

<strong>de</strong>scorrer <strong>los</strong> cerrojos, vio <strong>de</strong>sdibujado el terrible abismo que había más allá, el cuerpo <strong>de</strong> su tía llevado por aquel<strong>los</strong> escalones y la figura con aspecto rufianesco que estaba en pie al final <strong>de</strong> <strong>los</strong> mismos para<br />

recibirlo, y toda su fortaleza se perdió en la emoción <strong>de</strong> un terror y una <strong>de</strong>sesperación inexpresable. Se volvió para apoyarse en Annette, que estaba llena <strong>de</strong> frío y temblando, y se quedó tanto tiempo en lo alto<br />

<strong>de</strong> la escalera que <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong> la antorcha empezaron a <strong>de</strong>sdibujarse entre las columnas <strong>de</strong> la capilla y <strong>los</strong> hombres más allá <strong>de</strong> su vista. En ese momento, las sombras que las ro<strong>de</strong>aron <strong>de</strong>spertaron otros<br />

miedos, y el sentido <strong>de</strong> lo que consi<strong>de</strong>raba su <strong>de</strong>ber le permitió superar las dudas, <strong>de</strong>scendió hasta el sótano, siguiendo el eco <strong>de</strong> las pisadas y la débil luz que rompía la oscuridad, hasta el chirrido lejano <strong>de</strong> una<br />

puerta distante que se abría para recibir el cuerpo, que <strong>de</strong> nuevo la conmovió.<br />

Tras una nueva pausa, siguió su camino y, según entraba en el sótano, vio entre <strong>los</strong> arcos, a cierta distancia, a <strong>los</strong> hombres que <strong>de</strong>positaban el cuerpo en el suelo al lado <strong>de</strong> una fosa abierta, don<strong>de</strong> había<br />

otros hombres <strong>de</strong> Montoni y un sacerdote, al que no advirtió, hasta que comenzó el servicio fúnebre; entonces, al levantar la vista <strong>de</strong>l suelo, vio la venerable figura <strong>de</strong>l fraile, y le oyó en voz baja, tan solemne<br />

como afectada, realizar el servicio <strong>de</strong> difuntos. En el momento en que introdujeron en la tierra el cuerpo, la escena adquirió tintes tan sombríos que quizá sólo <strong>los</strong> lápices <strong>de</strong> Domenichino [28] podrían haberle<br />

hecho justicia. El aspecto fiero y la ropa rústica <strong>de</strong> <strong>los</strong> condottieri, inclinados con sus antorchas sobre la fosa, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cual iba <strong>de</strong>scendiendo el cuerpo, formaban un tremendo contraste con la venerable<br />

figura <strong>de</strong>l monje, envuelto en su larga vestidura negra, con el capuchón echado hacia atrás <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto su pálido rostro, en el cual relucía la luz <strong>de</strong> una aflicción soportada por la piedad, y las pocas<br />

gue<strong>de</strong>jas grises que el tiempo había marcado en sus sienes; a su lado estaba la débil figura <strong>de</strong> Emily, que se apoyaba en Annette, con el rostro medio cubierto por un velo fino que caía sobre su cuerpo, y su<br />

rostro dulce y hermoso con un gesto tan solemne que soportaba todo sin lágrimas, mientras veía entrar por última vez en la tierra a su única pariente y amiga. Los reflejos, que asomaban entre <strong>los</strong> arcos <strong>de</strong>l<br />

sótano eran, aquí y allá, la iluminación <strong>de</strong> <strong>los</strong> lugares en <strong>los</strong> que otros cuerpos habían sido enterrados recientemente, y la oscuridad general que había más allá habría bastado a la imaginación <strong>de</strong> cualquier<br />

espectador para crear escenas más horribles incluso que la <strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> la fosa en la que <strong>de</strong>saparecía la <strong>de</strong>sacertada y <strong>de</strong>safortunada madame Montoni.<br />

Cuando terminó el servicio, el fraile miró a Emily con atención y sorpresa y pareció que <strong>de</strong>seaba hablar con ella, pero se contuvo por la presencia <strong>de</strong> <strong>los</strong> condottieri, quienes, según se dirigían en su camino<br />

<strong>de</strong> regreso hacia <strong>los</strong> patios, se entretenían con bromas sobre aquella sagrada misión que el fraile soportó en silencio, solicitando únicamente ser conducido <strong>de</strong> nuevo sin peligros a su convento, y que Emily oyó<br />

con preocupación e incluso con horror. Cuando llegaron al patio, el monje la bendijo, y, tras lanzarle una mirada piadosa, se volvió hacia la entrada, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres le acompañaron con una antorcha,<br />

mientras Annette, portando otra, acompañó a Emily a su cuarto.<br />

La apariencia <strong>de</strong>l fraile y la expresión <strong>de</strong> dulce compasión con la que le había mirado, habían interesado a Emily, quien, aunque había sido ante sus súplicas por lo que Montoni había consentido en permitir<br />

que un sacerdote ofreciera <strong>los</strong> últimos rituales a su fallecida esposa, no sabía nada <strong>de</strong> aquella persona, hasta que Annette le informó en aquel momento, indicándole que pertenecía a un monasterio situado entre<br />

las montañas, a pocas millas <strong>de</strong> distancia. El superior, que miró a Montoni y a sus hombres, no sólo con aversión, sino con terror, probablemente había temido ofen<strong>de</strong>rle negándose a su solicitud, y, por ello,<br />

había or<strong>de</strong>nado a un monje que oficiara el funeral, quien, con el espíritu caritativo <strong>de</strong> un cristiano, había superado sus dudas para entrar tras <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> aquel castillo, por el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> realizar lo que<br />

consi<strong>de</strong>raba que era su <strong>de</strong>ber y, como la capilla había sido construida sobre tierra sagrada, no se había opuesto a celebrarlo con motivo <strong>de</strong>l fallecimiento <strong>de</strong> madame Montoni.<br />

Emily pasó varios días en total reclusión, en un estado <strong>de</strong> ánimo que se <strong>de</strong>batía entre el terror por sí misma y el dolor por la <strong>de</strong>saparecida. Al final, se <strong>de</strong>cidió a hacer nuevos esfuerzos para persuadir a<br />

Montoni <strong>de</strong> que le permitiera regresar a Francia. Las razones que pudiera tener para <strong>de</strong>tenerla, casi no se atrevía a conjeturarlas; pero era bien cierto que ésas eran sus intenciones, y la total negativa que le había<br />

dado anteriormente ante su propuesta <strong>de</strong> marchar le <strong>de</strong>jaba pocas esperanzas <strong>de</strong> que accediera a ello ahora. Pero el horror que su presencia le inspiraba hizo que difiriera día tras día la mención <strong>de</strong>l tema; y por<br />

fin se vio acosada en su inactividad al recibir un mensaje <strong>de</strong> él indicándole que <strong>de</strong>seaba verla a <strong>de</strong>terminada hora. Nació en ella la esperanza <strong>de</strong> que estuviera dispuesto a renunciar, ahora que su tía había<br />

<strong>de</strong>saparecido, a la autoridad que había usurpado sobre ella, hasta que recordó que las propieda<strong>de</strong>s, causa <strong>de</strong> tantos problemas, habían pasado a ser suyas, y entonces temió que Montoni estuviera preparado<br />

para emplear alguna estratagema con objeto <strong>de</strong> obtenerlas, y <strong>de</strong> que la <strong>de</strong>tendría como prisionera hasta que lo lograra. Este pensamiento, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>sanimarla, <strong>de</strong>spertó todos sus po<strong>de</strong>res latentes <strong>de</strong><br />

fortaleza hacia la acción; y las propieda<strong>de</strong>s, que tan <strong>de</strong> buena gana habría entregado para asegurar la paz <strong>de</strong> su tía, no las entregaría a Montoni aunque fuera a costa <strong>de</strong> sus propios sufrimientos. También<br />

pensando en Valancourt <strong>de</strong>cidió conservarlas, puesto que les permitirían una mejor situación con la que esperaba asegurar el bienestar <strong>de</strong> su vida futura. Al pensar en ello, cedió a la ternura <strong>de</strong> las lágrimas, y<br />

anticipó en su pensamiento las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> aquel momento en que, con generosidad afectuosa, pudiera <strong>de</strong>cirle que eran suyas. Vio la sonrisa que asomaría a su rostro, la mirada afectuosa que le diría al instante<br />

tanto <strong>de</strong> su alegría como <strong>de</strong> su agra<strong>de</strong>cimiento y, en ese momento, creyó que podría soportar cualquier sufrimiento que el malvado espíritu <strong>de</strong> Montoni pudiera estar preparando para ella. Recordó entonces, por<br />

primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su tía, <strong>los</strong> documentos relativos a las propieda<strong>de</strong>s en cuestión y <strong>de</strong>cidió buscar<strong>los</strong> tan pronto como concluyera su entrevista con Montoni.<br />

Con estas resoluciones se encontró con él a la hora establecida, y esperó a conocer sus intenciones antes <strong>de</strong> insistir en su petición. Con él estaban Orsino y otro oficial, y ambos próximos a una mesa,<br />

cubierta con papeles que Montoni estaba examinando.<br />

—Te he mandado llamar, Emily —dijo Montoni levantando la cabeza—, para que seas testigo <strong>de</strong> un asunto, una transacción que realizo con mi amigo Orsino. Todo lo que precisamos <strong>de</strong> ti es que firmes en<br />

este papel.<br />

Cogió uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> que había en la mesa, dijo algo ininteligible y lo puso <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella, ofreciéndole una pluma. Emily lo cogió, y estaba a punto <strong>de</strong> escribir cuando las intenciones <strong>de</strong> Montoni se presentaron<br />

MASON

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