mientras en la distancia surgen indicios <strong>de</strong> calma. Y así, engaño las horas solitarias, aliviando el corazón <strong>de</strong>l marinero <strong>de</strong>l barco hundido, hasta que la tormenta retira el oleaje, y por el este asoma el día brillante. Por ello, Neptuno me arrastra rápido a las rocas <strong>de</strong>l fondo, con ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> coral, hasta que toda la tormenta ha pasado, y <strong>los</strong> marineros ahogados lloran en vano. Quienquiera que seas que gustas <strong>de</strong> mi canción, ven, cuando <strong>los</strong> rayos rojos <strong>de</strong>l ocaso tiñen la ola, hasta las arenas tranquilas, "don<strong>de</strong> juegan las hadas, allí, en <strong>los</strong> mares tibios, me gusta bañarme.
C a p í t u l o I I I M Es un gran observador, y ve todo a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> actos <strong>de</strong>l hombre: no le gustan las comedias, no escucha la música; sonríe rara vez; y sonríe <strong>de</strong> tal modo, como si se burlara <strong>de</strong> sí mismo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñara su espíritu que pue<strong>de</strong> llegar a sonreír por cualquier cosa. Hombres como él nunca tendrán el corazón tranquilo, mientras contemplen a alguien más gran<strong>de</strong> que el<strong>los</strong> mismos. JULIUS CAESAR ontoni y su acompañante no regresaron a casa hasta muchas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el amanecer hubiera iluminado el Adriático. Los alegres grupos, que habían bailado toda la noche en la plaza <strong>de</strong> San Marcos, se dispersaron antes <strong>de</strong> la mañana, como muchos espíritus. Montoni había estado ocupado; su alma no se <strong>de</strong>jaba llevar fácilmente por <strong>los</strong> placeres. Le gustaban las energías <strong>de</strong> las pasiones; las dificulta<strong>de</strong>s y las tempesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida, que <strong>de</strong>struyen la felicidad <strong>de</strong> otros, le levantaban y parecían fortalecer su mente permitiéndole <strong>los</strong> más altos entretenimientos <strong>de</strong> que era capaz su naturaleza. Sin algo por lo que sintiera un fuerte interés, la vida para él era poco más que un sueño; y, cuando fallaba el tema real que pudiera interesarle, lo sustituía con otros artificiales, hasta que la costumbre cambiaba su naturaleza y <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> ser irreales. De esta clase era su hábito <strong>de</strong> jugar, que había adquirido, primero, con el propósito <strong>de</strong> liberarse <strong>de</strong> la inanición, pero que había pasado a alcanzar el ardor <strong>de</strong> la pasión. En esta ocupación había pasado la noche con Cavigni y un grupo <strong>de</strong> jóvenes, que tenían más dinero que rango, y más vicio que cualquiera <strong>de</strong> las otras condiciones. Montoni <strong>de</strong>spreciaba a la mayoría por la inferioridad <strong>de</strong> su talento y no por sus inclinaciones viciosas y se asoció con el<strong>los</strong> para convertir<strong>los</strong> en instrumento <strong>de</strong> sus propósitos. Sin embargo, algunos tenían habilida<strong>de</strong>s superiores y unos pocos eran admitidos por Montoni en su intimidad, pero incluso ante el<strong>los</strong> mantenía un aire reservado y altivo, que, mientras imponía la sumisión en <strong>los</strong> <strong>de</strong> mente débil y tímida, <strong>de</strong>spertaba un odio profundo en <strong>los</strong> más fuertes. Tenía, naturalmente, muchos y encarnizados enemigos; pero el rencor <strong>de</strong>l odio que <strong>de</strong>spertaba probaba el alto grado <strong>de</strong> su fuerza; y como el po<strong>de</strong>r era su máxima ambición, se veía glorificado más por ser odiado <strong>de</strong> lo que podría haberse sentido <strong>de</strong> ser estimado. Des<strong>de</strong>ñaba el sentimiento templado <strong>de</strong> la estima y se habría <strong>de</strong>spreciado a sí mismo si pensara que era capaz <strong>de</strong> sentirse halagado por ello. Entre <strong>los</strong> pocos a <strong>los</strong> que distinguía, estaban <strong>los</strong> signors [21] Bertolini, Orsino y Verezzi. El primero era un hombre <strong>de</strong> temperamento alegre, <strong>de</strong> fuertes pasiones, disipado y <strong>de</strong> gran extravagancia, pero generoso, valiente y confiado. Orsino era reservado y altivo, le gustaba más el po<strong>de</strong>r que la ostentación, <strong>de</strong> temperamento cruel y <strong>de</strong>sconfiado, rápido en sentirse herido e incansable en la venganza; astuto y escurridizo en <strong>los</strong> intereses <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, paciente e infatigable en la ejecución <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>signios. Tenía un dominio perfecto <strong>de</strong> su rostro y <strong>de</strong> sus pasiones en las que <strong>de</strong>stacaban el orgullo, la venganza y la avaricia y, cuando se trataba <strong>de</strong> satisfacerlas, pocas consi<strong>de</strong>raciones tenían fuerza suficiente para <strong>de</strong>tenerle, pocos obstácu<strong>los</strong> se oponían a la profundidad <strong>de</strong> sus estratagemas. Este hombre era el favorito <strong>de</strong> Montoni. Verezzi era un hombre <strong>de</strong> cierto talento, <strong>de</strong> exaltada imaginación, esclavo <strong>de</strong> sus pasiones. Era alegre, voluptuoso y temerario; sin embargo, no tenía perseverancia o verda<strong>de</strong>ro valor y en todos sus actos se veía dominado por el egoísmo. Rápido para sus proyectos y sanguíneo en sus esperanzas <strong>de</strong> éxito, era el primero en comenzar y en abandonar, no sólo en sus propios planes sino también en <strong>los</strong> <strong>de</strong> las <strong>de</strong>más personas. Lleno <strong>de</strong> orgullo e impetuoso, se revolvía contra toda subordinación; no obstante, <strong>los</strong> que conocían bien su carácter y la irregularidad <strong>de</strong> sus pasiones, podían conducirle como a un niño. Esos fueron <strong>los</strong> amigos que Montoni presentó a su familia y en su mesa al día siguiente <strong>de</strong> su llegada a Venecia. Acudieron otros nobles venecianos, el con<strong>de</strong> Morano y la signora Livona, que Montoni presento a su m ujer como dama <strong>de</strong> distinguido mérito y que, al visitarles por la mañana para darles la bienvenida a Venecia, le pidieron que se quedara a la fiesta. Madame Montoni recibió, con poca satisfacción, <strong>los</strong> cumplidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> signors. No le agradaban, porque eran <strong>los</strong> amigos <strong>de</strong> su marido; <strong>los</strong> odiaba, porque creía que habían contribuido a retenerle hasta tan tar<strong>de</strong> aquella mañana; y <strong>los</strong> envidiaba, porque, consciente <strong>de</strong> su propio <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> influencia, estaba convencida <strong>de</strong> que Montoni prefería su compañía a la suya. El rango <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano le proporcionaba tal distinción que madame Montoni prefirió <strong>de</strong>dicarse a él. La altivez <strong>de</strong> su rostro y sus maneras, la ostentosa extravagancia <strong>de</strong> su vestido, porque aún no había adoptado las ropas venecianas, formaban un sorpren<strong>de</strong>nte contraste con la belleza, mo<strong>de</strong>stia, dulzura y sencillez <strong>de</strong> Emily, que observaba con más atención que satisfacción a <strong>los</strong> asistentes. Sin embargo, la belleza y el fascinante comportamiento <strong>de</strong> la signora Livona, atrajeron su atención, mientras que la dulzura <strong>de</strong> su acento y el aire gentil y amable <strong>de</strong>spertaron en Emily un grato afecto, como hacía mucho tiempo que no sentía. Con la brisa fresca <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> el grupo se embarcó en la góndola <strong>de</strong> Montoni, dirigiéndose al mar. El tono rojizo <strong>de</strong>l sol que se ocultaba seguía cubriendo las olas y las aguas hacia el oeste, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> últimos rayos melancólicos expiraban lentamente, mientras el azul oscuro <strong>de</strong>l éter empezó a titilar con las estrellas. Emily se sentó, <strong>de</strong>jándose llevar por emociones pensativas y dulces. La suavidad <strong>de</strong> las aguas, sobre las que se <strong>de</strong>slizaban, <strong>los</strong> reflejos <strong>de</strong> un nuevo cielo y el temblor <strong>de</strong> las estrellas sobre las olas, con las siluetas <strong>de</strong> sombras <strong>de</strong> torres y pórticos, conspiraban con la tranquilidad <strong>de</strong> la hora, interrumpida únicamente por el cruzar <strong>de</strong> las olas o las notas <strong>de</strong> alguna música distante, hasta elevar aquellas emociones al entusiasmo. Según escuchaba el sonido medido <strong>de</strong> <strong>los</strong> remos, y <strong>los</strong> remotos murmul<strong>los</strong> que traía la brisa, su mente recordó a St. Aubert y a Valancourt, y las lágrimas asomaron a sus ojos. Los rayos <strong>de</strong> la luna, fortalecidos cuando las sombras se hacían más profundas, no tardaron en cubrir su rostro con un brillo plateado, que estaba parcialmente tapado por un ligero velo negro, dándole una dulzura inimitable. Era el perfil <strong>de</strong> una Madona, con la sensibilidad <strong>de</strong> una Magdalena y la mirada pensativa, enturbiada con una lágrima que resbalaba por su mejilla y que confirmaba la expresión <strong>de</strong> su carácter. El último eco <strong>de</strong> la música distante <strong>de</strong>sapareció en el aire cuando la góndola se vio envuelta por las olas y el grupo <strong>de</strong>cidió hacer su propia música. El con<strong>de</strong> Morano, que estaba sentado al lado <strong>de</strong> Emily y que la había estado observando en silencio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía rato, sacó el laúd y pasó la mano por las cuerdas, mientras su voz <strong>de</strong> tenor las acompañaba en un rondó lleno <strong>de</strong> tierna tristeza. Se le podría haber aplicado aquella hermosa exhortación <strong>de</strong> un poeta inglés, si hubiera existido entonces: ¡Tañe, mi señor, pero toca las cuerdas con suavidad religiosa! Enseña a <strong>los</strong> sonidos a langui<strong>de</strong>cer en el oído sordo <strong>de</strong> la noche hasta que la Melancolía se levante <strong>de</strong> su lecho, y la Indiferencia <strong>de</strong>spierte su atención al concierto. Con tales po<strong>de</strong>res <strong>de</strong> expresión el con<strong>de</strong> cantó el siguiente Suave como aquel rayo plateado, que duerme sobre la corriente temblorosa <strong>de</strong>l Océano; suave como el aire, que arrastra ligero aquella vela, que se hincha con orgullo majestuoso. Suave como la nota que escapa al oleaje que muere en las playas distantes, o trinar <strong>de</strong> versos, que se sumergen remotos. ¡Así <strong>de</strong> suave mi pecho exhala mi suspiro! Fiel como la ola al rayo <strong>de</strong> Cynthia, fiel como el bajel a la brisa, fiel como el alma al vaivén <strong>de</strong> la música, RONDÓ
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