radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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C a p í t u l o X V<br />
A<br />
¡Dulce es el aliento <strong>de</strong>l chaparrón primaveral,<br />
dulces <strong>los</strong> tesoros recogidos por las abejas,<br />
dulce el <strong>de</strong>sgranarse <strong>de</strong> la música, pero más dulce aún<br />
la sosegada, la pequeña voz <strong>de</strong> la gratitud!<br />
l día siguiente, la llegada <strong>de</strong> sus amigos revivió el ánimo <strong>de</strong> Emily, y La Vallée volvió a ser una vez más escenario <strong>de</strong> gentilezas sociales y elegante hospitalidad. La enfermedad y el terror que había sufrido se<br />
había llevado gran parte <strong>de</strong> la ligereza <strong>de</strong> Blanche, pero conservaba toda su afectuosa simplicidad, y, aunque aparecía menos floreciente, no era menos encantadora que antes. La <strong>de</strong>safortunada aventura en <strong>los</strong><br />
Pirineos había hecho que el con<strong>de</strong> estuviera muy ansioso por regresar a su casa y, tras poco más <strong>de</strong> una semana en La Vallée, Emily se preparó para salir con sus amigos hacia el Languedoc, asignando el<br />
cuidado <strong>de</strong> su casa, durante su ausencia, a Theresa. En la tar<strong>de</strong> anterior a su marcha su vieja sirvienta trajo <strong>de</strong> nuevo el anillo <strong>de</strong> Valancourt, y, con lágrimas, trató <strong>de</strong> que su señora lo aceptara, porque no había<br />
visto ni había oído <strong>de</strong> monsieur Valancourt <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche en que se lo entregó. Al <strong>de</strong>cir esto, su rostro expresó más alarma <strong>de</strong> la que se atrevía a manifestar; pero Emily, controlando su propia propensión al<br />
temor, consi<strong>de</strong>ró que probablemente había regresado a la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su hermano, y <strong>de</strong> nuevo rehusó aceptar el anillo, indicando a Theresa que lo conservara hasta que le viera, lo que prometió que haría pero<br />
con extrema in<strong>de</strong>cisión.<br />
Como estaba previsto, el con<strong>de</strong> De Villefort, con Emily y Blanche, salieron <strong>de</strong> La Vallée, y el mismo día por la tar<strong>de</strong> llegaron al Chateau-le-Blanc, don<strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa, Henri y monsieur Du Pont, cuyo<br />
encuentro allí sorprendió a Emily, <strong>los</strong> recibieron con alegría y felicitaciones. Se preocupó al observar que el con<strong>de</strong> seguía animando las esperanzas <strong>de</strong> su amigo, cuyo rostro manifestaba que su afecto no había<br />
cedido por la ausencia; y se sintió aún peor cuando, en la segunda tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su llegada, el con<strong>de</strong>, tras alejarla <strong>de</strong> Blanche, con la que estaba paseando, volvió a sacar el tema <strong>de</strong> las esperanzas <strong>de</strong><br />
monsieur Du Pont. La suavidad con la que al principio escuchó su intercesión le engañaron en cuanto a sus sentimientos y empezó a creer que había superado su afecto por Valancourt y que estaba dispuesta,<br />
finalmente, a pensar favorablemente en monsieur Du Pont. Cuando Emily le convenció <strong>de</strong> su error, él se aventuró con sus mejores <strong>de</strong>seos a promover lo que consi<strong>de</strong>raba la felicidad <strong>de</strong> dos personas a las que<br />
tanto estimaba, tratando <strong>de</strong> convencerla con gentileza <strong>de</strong> que aquel sufrimiento envenenaría la felicidad <strong>de</strong> sus años más valiosos.<br />
Al observar su silencio y la profunda preocupación <strong>de</strong> su rostro, concluyó diciendo:<br />
—No diré más ahora, pero seguiré creyendo, mi querida ma<strong>de</strong>moiselle St. Aubert, que no rechazaréis siempre a una persona tan profundamente estimable como mi amigo Du Pont.<br />
Le ahorró el dolor <strong>de</strong> contestar, apartándose <strong>de</strong> él, y se alejó algo contrariada con el con<strong>de</strong> por haber perseverado en apoyar una solicitud que había rechazado repetidamente, y se perdió en <strong>los</strong> recuerdos<br />
melancólicos que había revivido el tema, hasta que alcanzó sin darse cuenta <strong>los</strong> límites <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques que ro<strong>de</strong>aban el monasterio <strong>de</strong> Santa Clara. Al percibir lo lejos que había llegado. <strong>de</strong>cidió exten<strong>de</strong>r su<br />
paseo un poco más y preguntar por la aba<strong>de</strong>sa y por alguna <strong>de</strong> sus amigas entre las monjas.<br />
Aunque la tar<strong>de</strong> era ya algo avanzada, aceptó la invitación <strong>de</strong>l fraile, que abrió la puerta, y, <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> encontrarse con algunas <strong>de</strong> sus antiguas amista<strong>de</strong>s, procedió hacia el salón <strong>de</strong>l comedor. Al cruzar el<br />
césped que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el monasterio se extendía hasta el mar, se conmovió con el cuadro <strong>de</strong> reposo que mostraban algunos monjes, sentados en <strong>los</strong> claustros, que se extendía bajo las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles que<br />
coronaban el promontorio, don<strong>de</strong>, según meditaban sobre temas sagrados en la hora <strong>de</strong>l crepúsculo, no podían apartar en ocasiones su atención <strong>de</strong> la escena que les ro<strong>de</strong>aba, porque no era profano el mirar a la<br />
naturaleza ahora que se habían cambiado <strong>los</strong> brillantes colores <strong>de</strong>l día por <strong>los</strong> tintes sobrios <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Frente a <strong>los</strong> claustros había un viejo castaño, cuyas anchas ramas parecían enmarcar la completa<br />
magnificencia <strong>de</strong> la escena, que podía tentar el <strong>de</strong>seo a <strong>los</strong> placeres más mundanos; pero quieto, tras las hojas oscuras y extendidas, brillaba una amplia extensión <strong>de</strong>l océano y muchos barcos navegando,<br />
mientras a la <strong>de</strong>recha y a la izquierda <strong>los</strong> espesos bosques se extendían por las costas irregulares. En gran medida aquello había sido aceptado, tal vez para dar al recluido voluntario una imagen <strong>de</strong> <strong>los</strong> peligros y<br />
vicisitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida y para consolarle, ahora que había renunciado a sus placeres. Según Emily caminaba pensativa, consi<strong>de</strong>rando <strong>de</strong> cuántos sufrimientos se habría escapado si se hubiera quedado en la or<strong>de</strong>n<br />
y en aquel retiro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su padre, la campana <strong>de</strong> vísperas la hizo reaccionar, y <strong>los</strong> monjes se retiraron lentamente hacia la capilla, mientras ella, manteniéndose en su camino, entró en el vestíbulo, en<br />
el que reinaba un silencio inusual. También el salón contiguo estaba vacío y, puesto que sonaba la campana <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, creyó que las monjas se habían retirado a la capilla y se sentó para <strong>de</strong>scansar un momento<br />
antes <strong>de</strong> volver al castillo, don<strong>de</strong> el aumento <strong>de</strong> la oscuridad le hacía estar ansiosa por regresar.<br />
No habían pasado muchos minutos cuando una monja, entrando <strong>de</strong>prisa, preguntó por la aba<strong>de</strong>sa, y se retiraba sin reparar en Emily cuando ella se dio a conocer y supo que se iba a celebrar una misa por el<br />
alma <strong>de</strong> la hermana Agnes, que había empeorado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algún tiempo y pensaban que moriría.<br />
La hermana le dio algunos informes <strong>de</strong> su sufrimiento y <strong>de</strong> <strong>los</strong> horrores en <strong>los</strong> que se veía envuelta a veces, que había cedido a un hundimiento tan sombrío que ni las oraciones, en la que era acompañada por<br />
la hermandad, ni las afirmaciones <strong>de</strong> su confesor, habían tenido po<strong>de</strong>r para que reaccionara o para animar su mente con algún rayo momentáneo <strong>de</strong> consuelo.<br />
Emily escuchó <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles con extrema preocupación, y, recordando <strong>los</strong> gestos y las expresiones <strong>de</strong> horror <strong>de</strong> las que había sido testigo, junto con la historia <strong>de</strong> Agnes que le había comunicado la hermana<br />
Frances, su compasión se elevó a un grado muy doloroso. Como la tar<strong>de</strong> estaba muy avanzada, Emily no <strong>de</strong>seó verla o asistir a la misa, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar muchos recuerdos con la monja para sus viejas<br />
amigas, salió <strong>de</strong>l monasterio y regresó por <strong>los</strong> acantilados hacia el castillo, meditando sobre lo que acababa <strong>de</strong> oír hasta que al fin forzó a su mente a temas menos interesantes.<br />
El viento era fuerte cuando se acercaba al castillo y varias veces se <strong>de</strong>tuvo para escuchar su sonido sombrío, según barría el oleaje al fondo o gemía entre <strong>los</strong> árboles que la ro<strong>de</strong>aban, y, mientras <strong>de</strong>scansaba<br />
en una roca a poca distancia <strong>de</strong>l castillo y miraba las extensas aguas, contempló la suave sombra <strong>de</strong>l crepúsculo y pensó la siguiente <strong>de</strong>dicatoria:<br />
¡Invisibles, a través <strong>de</strong> la vasta bóveda <strong>de</strong>l cielo conducís vuestra ruta,<br />
sin que se sepa <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venís o adón<strong>de</strong> vais!<br />
¡Po<strong>de</strong>res <strong>misterios</strong>os! Oigo vuestro murmullo grave,<br />
hasta que sopla vuestro recio arrebato en mi asustado oído,<br />
y, ¡terrible!, parece <strong>de</strong>cir —¡Un Dios está cerca!<br />
Me gusta escuchar vuestras voces <strong>de</strong> medianoche flotando<br />
en la tremenda tormenta, que rueda por el océano,<br />
y, mientras su encantamiento controla a la airada ola,<br />
mezclarme con su tétrico rugir, y hundirme a lo lejos.<br />
Entonces, elevándose en el silencio, una nota más dulce,<br />
el canto fúnebre <strong>de</strong> <strong>los</strong> espíritus, que lamentan vuestras acciones.<br />
¡Una nota más dulce se <strong>de</strong>sliza a veces mientras duerme la galerna!<br />
Pero no tarda, ¡vuestros po<strong>de</strong>res invisibles!, vuestro <strong>de</strong>scanso, terminó,<br />
solemnes y lentos, os eleváis por el aire,<br />
habláis en las jarcias, y or<strong>de</strong>náis el miedo <strong>de</strong>l grumete,<br />
y el canto fúnebre <strong>de</strong>saparece ondulante —¡No se vuelve a oír!<br />
¡Oh! ¡Entonces <strong>de</strong>sapruebo vuestro terrible reino!<br />
A LOS VIENTOS<br />
GRAY