04.01.2015 Views

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

padre, había aceptado su mano aunque no había <strong>de</strong>positado su afecto en otro, cuya amable disposición habría asegurado su felicidad, según tenía razones para creer. Laurentini lo había <strong>de</strong>scubierto poco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su llegada a Francia y había hecho amplio uso <strong>de</strong> ello en sus propósitos referidos al marqués, a quien presentó el asunto como una aparente prueba <strong>de</strong> infi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> su esposa, para que con la ira<br />

<strong>de</strong>sesperada <strong>de</strong>l honor herido, accediera a <strong>de</strong>struir a su mujer. Le fue administrado un veneno lento. y cayó víctima <strong>de</strong> <strong>los</strong> ce<strong>los</strong> y astucias <strong>de</strong> Laurentini y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>bilidad culpable <strong>de</strong> su marido.<br />

Pero el momento <strong>de</strong>l triunfo <strong>de</strong> Laurentini, el momento en el que esperaba que se completaran todos sus <strong>de</strong>seos, fue únicamente el comienzo <strong>de</strong> un sufrimiento que no la abandonó hasta la hora <strong>de</strong> su muerte.<br />

La pasión <strong>de</strong> venganza, que en parte la había estimulado para la comisión <strong>de</strong> aquel acto atroz, murió en el mismo momento en que fue satisfecho y la <strong>de</strong>jó con <strong>los</strong> horrores <strong>de</strong> la piedad insuperable y <strong>de</strong>l<br />

remordimiento, que habría emponzoñado probablemente todos <strong>los</strong> años que se había prometido a sí misma con el marqués De Villeroi, si sus esperanzas <strong>de</strong> casarse con él se hubieran cumplido. Pero él también<br />

<strong>de</strong>scubrió que el momento <strong>de</strong> su venganza era el <strong>de</strong> su remordimiento y se <strong>de</strong>testó como cómplice en aquel crimen. El sentimiento que había confundido por el <strong>de</strong> convicción ya no existía, y se quedó<br />

sorprendido y <strong>de</strong>solado cuando no quedó prueba alguna <strong>de</strong> la infi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> su esposa, sino que había sufrido el castigo <strong>de</strong> su culpabilidad. Cuando le informaron <strong>de</strong> que estaba muriendo, tuvo la seguridad<br />

inesperada <strong>de</strong> su inocencia, y ni siquiera la solemne afirmación que ella le hizo en su última hora fue capaz <strong>de</strong> superar la convicción <strong>de</strong> su conducta sin culpa.<br />

En <strong>los</strong> primeros momentos <strong>de</strong>l horror <strong>de</strong>l remordimiento y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación se sintió inclinado a entregarse, junto con la mujer que le había llevado a aquel abismo <strong>de</strong> culpabilidad, en manos <strong>de</strong> la justicia;<br />

pero, cuando el paroxismo <strong>de</strong> su sufrimiento fue superado, modificó sus intenciones. A Laurentini la vio sólo una vez <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquello y fue para acusarla <strong>de</strong> instigadora <strong>de</strong> su crimen y para <strong>de</strong>cirle que no le<br />

quitaría la vida con la condición <strong>de</strong> que pasara el resto <strong>de</strong> sus días en oración y penitencia. Dominada por la contrariedad, al recibir el aborrecimiento <strong>de</strong>l hombre por el que no había tenido escrúpu<strong>los</strong> <strong>de</strong><br />

manchar su conciencia con sangre humana, y conmovida por el horror <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito que había cometido, renunció al mundo y se retiró al monasterio <strong>de</strong> Santa Clara, como víctima espantosa <strong>de</strong> una pasión no<br />

contenida.<br />

El marqués, inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su esposa, abandonó el Chateau-le-Blanc, al que nunca regresó, y trató <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el sentimiento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>lito en el tumulto <strong>de</strong> la guerra o en las<br />

disipaciones <strong>de</strong> una capital; pero sus esfuerzos fueron vanos; una profunda <strong>de</strong>sesperación le conmovió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, <strong>de</strong> la que ni sus más íntimos amigos pudieron rescatarle, y murió finalmente ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> un<br />

horror casi igual al que había sufrido Laurentini. El médico, que había observado la singular apariencia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>safortunada marquesa tras su muerte, había sido sobornado para que guardara silencio, y como <strong>los</strong><br />

comentarios <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados no llegaron más allá <strong>de</strong>l murmullo, el asunto no fue nunca investigado. No se sabe si aquel<strong>los</strong> comentarios llegaron al padre <strong>de</strong> la marquesa, y, si fue así, si las dificulta<strong>de</strong>s<br />

para obtener alguna prueba impidieron que persiguiera al marqués De Villeroi. Pero su muerte fue profundamente lamentada por algunos miembros <strong>de</strong> su familia, y particularmente por su hermano, monsieur St.<br />

Aubert, ya que ésta era la relación que existía entre el padre <strong>de</strong> Emily y la marquesa; y no hay dudas <strong>de</strong> que sospechó <strong>de</strong> las razones <strong>de</strong> su muerte. Se cruzaron muchas cartas entre el marqués y él poco <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su querida hermana, cuyo contenido es <strong>de</strong>sconocido, pero hay razones para creer que se referían a la causa <strong>de</strong> su muerte; y éstos fueron <strong>los</strong> papeles, junto con algunas cartas <strong>de</strong> la marquesa en<br />

las que confiaba a su hermano las causas <strong>de</strong> su infelicidad, que St. Aubert había pedido solemnemente a su hija que <strong>de</strong>struyera, y su ansiedad por su tranquilidad hacía probable que impidiera que llegara a<br />

conocer la triste historia a la que aludían. Había sido tal su aflicción con la muerte <strong>de</strong> su hermana favorita, cuyo infeliz matrimonio había <strong>de</strong>spertado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio su más tierna piedad, que nunca pudo oír su<br />

nombre o mencionárselo a sí mismo tras su muerte, excepto a madame St. Aubert. Había ocultado cuidadosamente su historia y su nombre a Emily, cuya sensibilidad temía que se viera afectada al extremo <strong>de</strong><br />

que había permanecido ignorante hasta entonces <strong>de</strong> que fuera familia <strong>de</strong> la marquesa De Villeroi, y por este motivo había suplicado el silencio <strong>de</strong> su única hermana superviviente, madame Cheron, que había<br />

observado escrupu<strong>los</strong>amente su ruego.<br />

St. Aubert había llorado sobre algunas <strong>de</strong> las últimas cartas patéticas <strong>de</strong> la marquesa cuando fue visto por Emily, en la víspera <strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong> La Vallée, y fue su retrato lo que acarició tan tiernamente. Su<br />

<strong>de</strong>sastrosa muerte explica la emoción que <strong>de</strong>jó traslucir al oír que La Voisin mencionaba su nombre y su petición <strong>de</strong> ser enterrado cerca <strong>de</strong>l sepulcro <strong>de</strong> <strong>los</strong> Villeroi, don<strong>de</strong> habían sido <strong>de</strong>positados <strong>los</strong> restos <strong>de</strong><br />

la marquesa, pero no <strong>los</strong> <strong>de</strong> su marido, que fue enterrado cuando murió en el norte <strong>de</strong> Francia.<br />

El confesor que atendió a St. Aubert en sus últimos momentos le reconoció como hermano <strong>de</strong> la difunta marquesa, y St. Aubert, en su ternura por Emily, le suplicó que ocultara el hecho e hizo lo mismo con<br />

la aba<strong>de</strong>sa, a cuyo cuidado la recomendó particularmente; peticiones que habían sido exactamente observadas.<br />

Laurentini, a su llegada a Francia había ocultado cuidadosamente su nombre y familia, y para mejor disfrazar su historia real, había provocado, al entrar en el convento, la que circulaba, que había sido<br />

contada por la hermana Frances y es probable que la aba<strong>de</strong>sa, que no presidía el convento cuando fue novicia fuera también totalmente ignorante <strong>de</strong> la verdad. El profundo remordimiento que se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> la<br />

mente <strong>de</strong> Laurentini, junto con <strong>los</strong> sufrimientos <strong>de</strong> su pasión contrariada, ya que seguía amando al marqués, volvieron a <strong>de</strong>sequilibrarla y, tras <strong>los</strong> primeros paroxismos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, su ánimo se vio envuelto<br />

<strong>de</strong> una melancolía pesada y silenciosa, que tuvo pocas interrupciones con sus ataques <strong>de</strong> frenesí, hasta el momento <strong>de</strong> su muerte. Durante muchos años, su único entretenimiento fue pasear por <strong>los</strong> bosques<br />

próximos al monasterio, en las solitarias horas <strong>de</strong> la noche y tocar su instrumento favorito, al que en ocasiones unía el tono encantador <strong>de</strong> su voz, en las arias más solemnes y melancólicas <strong>de</strong> su país nativo,<br />

moduladas por todos <strong>los</strong> sentimientos energéticos que yacían en su corazón. El médico que la atendía recomendó a la superiora que le permitiera hacerlo como único medio <strong>de</strong> tranquilizar su mente alterada, y<br />

había paseado en las solitarias horas <strong>de</strong> la noche, con la criada que la acompañó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Italia; pero como esa tolerancia estaba contra las reglas <strong>de</strong>l convento, se mantuvo lo más secreta posible, y así la música<br />

<strong>misterios</strong>a <strong>de</strong> Laurentini se había combinado con otros hechos para producir la creencia <strong>de</strong> que no sólo el castillo, sino su vecindad, estaban embrujados.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ingresar en la santa comunidad, y antes <strong>de</strong> que mostrara allí cualquier síntoma <strong>de</strong> locura, hizo testamento, en el que, tras legar una parte consi<strong>de</strong>rable al convento, dividió el resto <strong>de</strong> sus<br />

propieda<strong>de</strong>s personales, <strong>de</strong> las que sus joyas eran muy valiosas, entre la esposa <strong>de</strong> monsieur Bonnac, que era una dama italiana pariente suya y el superviviente más próximo <strong>de</strong> la fallecida marquesa De Villeroi.<br />

Como Emily St. Aubert era no sólo la más próxima, sino la única pariente, este legado pasaba a ella y explicaba así todo el misterio <strong>de</strong> la conducta <strong>de</strong> su padre.<br />

El parecido entre Emily y su <strong>de</strong>safortunada tía había sido observado frecuentemente por Laurentini y había ocasionado el comportamiento singular que la alarmó anteriormente; pero fue en la hora <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> la monja cuando su conciencia perpetuó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la marquesa haciéndola más sensible que nunca y, en su frenesí, creyó que no se trataba <strong>de</strong> un parecido con la persona a la que ella había herido,<br />

sino el mismo original. La extraña afirmación que siguió al recobrar su sentido, <strong>de</strong> que Emily era hija <strong>de</strong> la marquesa De Villeroi, surgió <strong>de</strong> la sospecha <strong>de</strong> que lo fuera porque, sabiendo que su rival, cuando se<br />

casó con el marqués, estaba enamorada <strong>de</strong> otra persona, no tuvo escrúpu<strong>los</strong> en creer que había sacrificado su honor, como el suyo, a una pasión irresistible.<br />

No obstante, Laurentini era inocente <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito <strong>de</strong>l que Emily había sospechado por su enloquecida confesión <strong>de</strong> asesinato y <strong>de</strong> que hubiera sido realizado en Udolfo, y se había engañado en relación con el<br />

espectáculo que le había producido tal horror, al extremo <strong>de</strong> convencerla, por un momento, <strong>de</strong> atribuir <strong>los</strong> terrores <strong>de</strong> la monja a la conciencia <strong>de</strong> un asesinato cometido en el castillo.<br />

Se recordará que en una <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong> Udolfo estaba colgado un velo negro, cuya peculiar si tuación había excitado la curiosidad <strong>de</strong> Emily, y que tras levantarlo le había llenado <strong>de</strong> horror porque en<br />

lugar <strong>de</strong>l cuadro que esperaba ver, en un entrante <strong>de</strong>l muro, había una figura humana <strong>de</strong> espantosa pali<strong>de</strong>z, en toda su longitud, vestida con <strong>los</strong> hábitos <strong>de</strong> la tumba. Lo que añadía horror al espectáculo era que el<br />

rostro aparecía en parte consumido y <strong>de</strong>sfigurado por gusanos, que eran visibles en el rostro y en las manos. Se podría afirmar que ninguna persona podría contemplar dos veces aquello. Como se recordará,<br />

Emily, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la primera mirada, había <strong>de</strong>jado caer el velo y su terror había impedido provocar un nuevo sufrimiento como el que había experimentado. Si se hubiera atrevido a mirar <strong>de</strong> nuevo, su engaño y<br />

sus temores habrían <strong>de</strong>saparecido al mismo tiempo y habría comprobado que la figura que estaba ante ella no era humana sino construida con cera. Su historia es en parte extraordinaria, aunque haya otros<br />

ejemp<strong>los</strong> en <strong>los</strong> informes <strong>de</strong> la fiera severidad que la superstición <strong>de</strong> <strong>los</strong> monjes ha infligido a veces a la humanidad. Un miembro <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Udolfo, que había cometido algunas ofensas contras las<br />

prerrogativas <strong>de</strong> la iglesia, había sido con<strong>de</strong>nado a la penitencia <strong>de</strong> contemplar durante ciertas horas <strong>de</strong>l día una imagen <strong>de</strong> cera construida para recordar el cuerpo humano en el estado al que se ve reducido tras<br />

la muerte. Esta penitencia, que servía como recordatorio <strong>de</strong> la condición a la que él mismo habría <strong>de</strong> llegar, había sido establecida para castigar el orgullo <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> Udolfo, que había exasperado el <strong>de</strong> la<br />

iglesia romana. No sólo había observado esta penitencia supersticiosa que creía que era para obtener el perdón <strong>de</strong> todos sus pecados, sino que había dispuesto en su testamento que sus <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong>berían<br />

conservar la imagen, con el castigo <strong>de</strong> que <strong>de</strong>berían ce<strong>de</strong>r a la iglesia una parte <strong>de</strong> sus dominios y que pudieran también beneficiarse <strong>de</strong> la humillación moral que suponía. En consecuencia, la figura se había<br />

conservado en el muro <strong>de</strong> la cámara, pero sus <strong>de</strong>scendientes no habían observado la penitencia a la que él <strong>de</strong>seaba sumarles.<br />

La imagen era tan horriblemente natural que no es sorpren<strong>de</strong>nte que Emily la confundiera con el original que trataba <strong>de</strong> producir, sobre todo consi<strong>de</strong>rando <strong>los</strong> informes extraordinarios que había recibido en<br />

relación con la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> la última dama <strong>de</strong>l castillo y por su experiencia <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> Montoni, que la llevó a creerle el asesino <strong>de</strong> la signora Laurentini o que había contribuido a su muerte.<br />

La situación en la que lo había <strong>de</strong>scubierto, le produjo al principio sorpresa y perplejidad; pero la vigilancia <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> la habitación en la que aquello estaba <strong>de</strong>positado, que fueron posteriormente<br />

cerradas, le habían llevado a creer que Montoni, no atreviéndose a confiar el secreto <strong>de</strong> su muerta a ninguna persona, había permitido que sus restos quedaran en aquella cámara oscura. La ceremonia <strong>de</strong>l velo y<br />

el hecho <strong>de</strong> que las puertas hubieran sido <strong>de</strong>jadas abiertas, aunque hubiera sido por un momento, la habían llenado <strong>de</strong> dudas, pero no fueron suficiente para superar las sospechas <strong>de</strong> que Montoni, y éste era el<br />

temor <strong>de</strong> su terrible venganza, quisiera cerrar sus labios en el silencio por lo que había visto allí.<br />

Emily, al <strong>de</strong>scubrir que la marquesa De Villeroi era hermana <strong>de</strong> St. Aubert, se sintió conmovida, pero la preocupación que sufrió por su muerte tan joven, la liberó <strong>de</strong> la conjetura ansiosa y dolorosa<br />

ocasionada por la cruel afirmación <strong>de</strong> la signora Laurentini en relación con su nacimiento y el honor <strong>de</strong> sus padres. Su fe en <strong>los</strong> principios <strong>de</strong> St. Aubert no le habría permitido sospechar que hubiera actuado<br />

<strong>de</strong>shonorablemente y se sintió tan reacia a creerse hija <strong>de</strong> cualquier otra persona que no fuera la que siempre había consi<strong>de</strong>rado y querido como su madre que no pudo admitir que aquella circunstancia fuera<br />

posible; sin embargo, el parecido que había sido <strong>de</strong>stacado con la difunta marquesa, el anterior comportamiento <strong>de</strong> Dorothée, el ama <strong>de</strong> llaves; las afirmaciones <strong>de</strong> Laurentini, y la <strong>misterios</strong>a reacción que había<br />

mostrado St. Aubert, <strong>de</strong>spertaron sus dudas en cuanto a sus relaciones con la marquesa, mientras la razón no podía ignorarlas o confirmarlas. De todo se había liberado y la conducta <strong>de</strong> su padre quedaba<br />

plenamente explicada, pero su corazón se sintió oprimido por la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> su pariente y por la tremenda lección que suponía la historia <strong>de</strong> la monja, cuyo ce<strong>de</strong>r ante las pasiones había sido el medio que la<br />

condujo gradualmente a la comisión <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lito, que <strong>de</strong> haber sido profetizado en su juventud, la habría conmovido con horror y le habría hecho exclamar: «¡Eso no es posible!», un <strong>de</strong>lito que años <strong>de</strong><br />

arrepentimiento y <strong>de</strong> severa penitencia no habían podido borrar <strong>de</strong> su conciencia.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!