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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o X I I<br />

L<br />

Un po<strong>de</strong>r imparte la lanza y el escudo,<br />

ante <strong>los</strong> cuales las pasiones mágicas huyen,<br />

por lo que las gigantescas locuras mueren.<br />

a casa <strong>de</strong> madame Cheron estaba a poca distancia <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Toulouse, ro<strong>de</strong>ada por extensos jardines en <strong>los</strong> que Emily, que se había levantado temprano, se entretuvo paseando antes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno.<br />

Des<strong>de</strong> una terraza que se extendía a lo largo <strong>de</strong> la parte más alta <strong>de</strong> <strong>los</strong> mismos, la vista se perdía por el Languedoc. En el distante horizonte, hacia el sur, <strong>de</strong>scubrió las agrestes cumbres <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pirineos y su<br />

imaginación dibujó inmediatamente <strong>los</strong> ver<strong>de</strong>s pastos <strong>de</strong> Gascuña que se extien<strong>de</strong>n a sus pies. Su corazón la llevó a su tranquilo hogar, a la vecindad en la que estaba Valancourt, en la que St. Aubert había<br />

estado; y su imaginación, rompiendo el velo <strong>de</strong> la distancia, trajo hasta sus ojos aquel hogar con toda su interesante y romántica belleza. Experimentó un placer inexplicable creyendo que contemplaba el paisaje<br />

que la ro<strong>de</strong>aba como suyo, aunque ninguno <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>talles pudiera distinguirse, exceptuando la alejada cordillera <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pirineos. Sin prestar atención al paisaje más próximo ni al paso <strong>de</strong>l tiempo, continuó<br />

apoyada en la ventana <strong>de</strong> un pabellón que había al extremo <strong>de</strong> la terraza, con <strong>los</strong> ojos fijos en Gascuña, y con la mente ocupada con las interesantes i<strong>de</strong>as que la vista había <strong>de</strong>spertado, hasta que un criado vino<br />

a <strong>de</strong>cirle que estaba preparado el <strong>de</strong>sayuno. Sus pensamientos se fijaron entonces en todo lo que la ro<strong>de</strong>aba, <strong>los</strong> altos muros, <strong>los</strong> parterres cuadriculados y las fuentes artificiales <strong>de</strong>l jardín, que no podían, según<br />

<strong>los</strong> cruzaba, aparecer peor y más opuestos a la gracia negligente y belleza natural <strong>de</strong> <strong>los</strong> paisajes <strong>de</strong> La Vallée, en cuyo recuerdo había estado sumida tan intensamente.<br />

—¿Por dón<strong>de</strong> has estado tan temprano —dijo madame Cheron, según entraba su sobrina en la habitación—. No apruebo esos paseos solitarios. —Emily se quedó sorprendida cuando, tras haber<br />

informado a su tía <strong>de</strong> que no había ido más allá <strong>de</strong> <strong>los</strong> jardines, supo que también estaban incluidos en su reproche—. Deseo que no vuelvas a pasear por ahí en una hora tan temprana sin ir acompañada —dijo<br />

madame Cheron—; mis jardines son muy extensos; y una joven que pue<strong>de</strong> pasearse a la luz <strong>de</strong> la luna en La Vallée no <strong>de</strong>be confiarse a sus inclinaciones en cualquier otra parte.<br />

Emily, extremadamente sorprendida y conmovida, casi no tuvo fuerzas para rogar una explicación <strong>de</strong> aquellas palabras, y, cuando lo hizo, su tía se negó en redondo a dárselas, aunque, por sus miradas<br />

severas y por las frases dichas a medias, parecía ansiosa por impresionar a Emily con la creencia <strong>de</strong> que había sido muy bien informada <strong>de</strong> algunas <strong>de</strong>gradantes circunstancias <strong>de</strong> su conducta. Pese a su<br />

consciente inocencia, no pudo impedir un rubor en sus mejillas; tembló y miró confusamente a madame Cheron, que también se ruborizó; pero el suyo era un enrojecimiento <strong>de</strong> triunfo, <strong>de</strong> esos que cruzan a<br />

veces el rostro <strong>de</strong> una persona, congratulándose a sí misma por la penetración con la que acostumbra a sospechar <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más.<br />

Emily, no dudando <strong>de</strong> que el error <strong>de</strong> su tía procedía <strong>de</strong> haberla visto paseando por el jardín la noche anterior a su marcha <strong>de</strong> La Vallée, mencionó el motivo que había tenido para ello, y poco <strong>de</strong>spués<br />

concluyó con el tema diciendo:<br />

—Yo nunca confío en las afirmaciones <strong>de</strong> la gente, <strong>los</strong> juzgo sólo por sus acciones; pero estoy dispuesta a esperar a ver cómo es tu comportamiento en el futuro.<br />

Emily, menos sorprendida por la mo<strong>de</strong>ración y <strong>misterios</strong>o silencio <strong>de</strong> su tía que por las acusaciones que había recibido, consi<strong>de</strong>ró profundamente estas últimas y casi no dudó <strong>de</strong> que era Valancourt el que<br />

había visto por la noche en <strong>los</strong> jardines <strong>de</strong> La Vallée, y que había sido observado por madame Cheron; que pasando <strong>de</strong> un tema doloroso únicamente para revivir otro que lo era casi igualmente, habló <strong>de</strong> la<br />

situación <strong>de</strong> las propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su sobrina en manos <strong>de</strong> monsieur Motteville. Mientras hablaba con piedad ostentosa <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> Emily, supo inculcarle <strong>los</strong> <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> humildad y gratitud y someter a<br />

Emily a crueles mortificaciones, que pronto comprendió que sería consi<strong>de</strong>rada como una protegida, no sólo por su tía, sino por todos <strong>los</strong> criados.<br />

A continuación, fue informada <strong>de</strong> que se esperaba a muchas personas para la cena, ocasión que aprovechó madame Cheron para repetir las lecciones <strong>de</strong> la noche anterior en relación a su conducta, cuando<br />

estaba acompañada, y Emily <strong>de</strong>seó tener coraje suficiente para practicarlo. Su tía procedió a continuación a examinar la sencillez <strong>de</strong> su vestido, añadiendo que esperaba verla ataviada con alegría y gusto;<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual con<strong>de</strong>scendió a mostrar a Emily el esplendor <strong>de</strong> su castillo, poniendo <strong>de</strong> manifiesto cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> belleza o <strong>de</strong> elegancia que pensaba que distinguía cada una <strong>de</strong> las numerosas series <strong>de</strong><br />

habitaciones. Después se retiró a las suyas, el trono <strong>de</strong> su propio homenaje, y Emily a su cámara para sacar sus libros y tratar <strong>de</strong> distraer la mente con la lectura hasta la hora <strong>de</strong> vestirse.<br />

Cuando llegaron <strong>los</strong> invitados, Emily entró en el salón con un aire <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z que sus esfuerzos no pudieron superar y que aumentaron por la conciencia <strong>de</strong> la severa mirada <strong>de</strong> madame Cheron. Su traje <strong>de</strong><br />

luto, el suave rechazo <strong>de</strong> su hermoso rostro y la <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> sus maneras, la convirtieron en un objeto interesante para muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados, entre <strong>los</strong> cuales distinguió al signor Montoni y a su amigo<br />

Cavigni, <strong>los</strong> últimos visitantes <strong>de</strong> monsieur Quesnel, que parecían hablar con madame Cheron con la familiaridad <strong>de</strong> una vieja amistad y a <strong>los</strong> que ella atendía con especial satisfacción.<br />

El signor Montoni tenía un aire <strong>de</strong> consciente superioridad, animada por su espíritu y fortalecida por su talento, ante el cual todos parecían ce<strong>de</strong>r involuntariamente. La rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus percepciones se<br />

reflejaba claramente en su rostro, y aunque aquel rostro parecía sometido a la situación <strong>de</strong> la fiesta, en más <strong>de</strong> una ocasión había revelado el triunfo <strong>de</strong>l arte sobre la naturaleza. Su cara era alargada y más bien<br />

estrecha, pese a ello se le consi<strong>de</strong>raba hermoso, pero era, quizá, el espíritu y el vigor <strong>de</strong> su alma, que salpicaba todo su aspecto, lo que triunfaba en él. Emily sentía admiración, pero no esa admiración que<br />

conduce a la estima, ya que se mezclaba con un cierto grado <strong>de</strong> temor que no sabía exactamente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> procedía.<br />

Cavigni se mostraba alegre e insinuante, como la vez anterior; y, aunque no cesaba <strong>de</strong> mostrar sus atenciones a madame Cheron, encontró algunas oportunida<strong>de</strong>s para conversar con Emily, a la que dirigió al<br />

principio frases llenas <strong>de</strong> agu<strong>de</strong>za, pero <strong>de</strong> cuando en cuando asumió un cierto aire <strong>de</strong> ternura que ella observó, lamentándolo. Pese a que Emily intervino muy poco, lo gentil y dulce <strong>de</strong> sus maneras animaban a<br />

hablar a Cavigni, y se sintió liberada cuando una <strong>de</strong> las jóvenes invitadas, que hablaba sin cesar, se acercó para reclamar su atención. Aquella dama, que poseía toda la ligereza <strong>de</strong> las mujeres francesas, toda su<br />

coquetería, simuló enten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> temas, o más bien no se trataba <strong>de</strong> una afectación, ya que, sin mirar nunca más allá <strong>de</strong> <strong>los</strong> límites <strong>de</strong> su propia ignorancia creía que no tenía nada que apren<strong>de</strong>r. Atrajo la<br />

atención <strong>de</strong> todos; divirtió a algunos, disgustó a otros en algún momento y <strong>de</strong>spués quedó olvidada.<br />

El día pasó sin que sucediera nada; y Emily, aunque entretenida con <strong>los</strong> personajes que había visto, se sintió mejor cuando pudo retirarse a sus recuerdos, que habían adquirido en ella el carácter <strong>de</strong> <strong>de</strong>beres.<br />

Transcurrieron quince días <strong>de</strong> disipación y compañía, y Emily, que acompañaba a madame Cheron en todas sus visitas, se entretuvo en ocasiones pero se hastió con más frecuencia. Al principio se<br />

sorprendió por <strong>los</strong> conocimientos y talento aparente que mostraban en las varias conversaciones que escuchó, pero no tardó mucho en <strong>de</strong>scubrir que aquel talento en la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos era el <strong>de</strong> la<br />

impostura y <strong>los</strong> conocimientos no iban más allá <strong>de</strong> lo necesario para sostener<strong>los</strong>. Pero lo que más la engañó fue el aire <strong>de</strong> alegría constante y animado espíritu que mostraban todos <strong>los</strong> visitantes y que supuso que<br />

procedía <strong>de</strong> su contento y benevolencia. Por fin, ante la exageración <strong>de</strong> algunos, menos preparados que otros, advirtió que, aunque contento y benevolencia son las únicas fuentes <strong>de</strong> la alegría, la animación<br />

inmo<strong>de</strong>rada y enfebrecida que se exhibía habitualmente en las gran<strong>de</strong>s fiestas era consecuencia parcial <strong>de</strong> la insensibilidad ante <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, mientras la benevolencia <strong>de</strong>be <strong>de</strong>rivar en ocasiones <strong>de</strong>l sufrimiento <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> otros, y, por otra parte, por su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> mostrar apariencias <strong>de</strong> prosperidad que sabían que captarían la sumisión y la atención para el<strong>los</strong> mismos. Las horas más gratas para Emily pasaban en el pabellón <strong>de</strong><br />

la terraza, al que se retiraba cuando podía liberarse <strong>de</strong> ser observada, con un libro para entretenerse o el laúd para per<strong>de</strong>rse en la melancolía. Allí, sentada con <strong>los</strong> ojos fijos en <strong>los</strong> Pirineos perdidos en la<br />

distancia, y sus pensamientos puestos en Valancourt y en <strong>los</strong> queridos escenarios <strong>de</strong> Gascuña, interpretaba las dulces y melancólicas canciones <strong>de</strong> su provincia, las canciones populares que había escuchado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia.<br />

Una tar<strong>de</strong>, tras haberse excusado ante su tía por no acompañarla, se retiró al pabellón con sus libros y su laúd. Era una tar<strong>de</strong> hermosa y serena tras un día bochornoso, y las ventanas, que se miraban al<br />

oeste, se abrían a toda la gloria <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong> sol. Sus rayos iluminaban con fortalecido esplendor <strong>los</strong> riscos <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pirineos y tocaban sus nevadas cumbres con un halo rosado, que se mantuvo largo tiempo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el sol hubo <strong>de</strong>saparecido por el horizonte y las sombras <strong>de</strong>l crepúsculo se extendieron por el paisaje. Emily tocaba el laúd con esa expresión fina y melancólica que proce<strong>de</strong> <strong>de</strong>l corazón. La hora<br />

meditabunda y el escenario, la luz <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> sobre el Garona, que pasaba a poca distancia, y cuyas aguas, cuando cruzaban hacia La Vallée había visto a menudo con un suspiro, todas estas circunstancias<br />

unidas dispusieron su mente hacia la ternura y sus pensamientos se fueron con Valancourt, <strong>de</strong>l que no había tenido noticias <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada a Toulouse, y que ahora que había sido alejada <strong>de</strong> él y en medio <strong>de</strong> la<br />

incertidumbre, comprendía cómo le interesaba a su corazón. Antes <strong>de</strong> que viera a Valancourt nunca se había encontrado con una mente y unas preferencias tan próximas a las suyas, y, aunque madame Cheron<br />

le hablaba siempre <strong>de</strong> las artes <strong>de</strong>l disimulo y <strong>de</strong> que la elegancia y la propiedad <strong>de</strong> pensamiento, que ella tanto admiraba en su amante, habían sido asumidas por él con el propósito <strong>de</strong> complacerla, ella casi no<br />

podía dudar <strong>de</strong> su verdad. Esta posibilidad, sin embargo, pese a ser tan leve, fue suficiente para llenarla <strong>de</strong> inquietud, y comprobó que pocas condiciones son más dolorosas que las <strong>de</strong> la incertidumbre cuando<br />

se trata <strong>de</strong>l objeto <strong>de</strong> nuestro amor; una incertidumbre que <strong>de</strong> no haberla sufrido le habría dado una mayor confianza en sus propias opiniones.<br />

Se <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong> su abstracción por <strong>los</strong> cascos <strong>de</strong> <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> en el camino que pasaba por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong>l pabellón y un caballero pasó montado, cuyo parecido con Valancourt, en su aire y su<br />

COLLINS

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