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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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contestar. Su rostro cambiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la pali<strong>de</strong>z mortal al enrojecimiento <strong>de</strong> la tensión. Temblaba, pero era difícil <strong>de</strong>cidir si por miedo o por indignación.<br />

—Ahórrate las palabras —dijo Montoni viendo que iba a hablar—, tu rostro hace confesión completa <strong>de</strong> tu crimen. Serás enviada ahora mismo al torreón.<br />

—Esta acusación —dijo madame Montoni hablando con dificultad— la utilizas sólo como excusa <strong>de</strong> tu crueldad. Me niego a contestar. No crees que sea culpable.<br />

—¡Signor! —dijo Emily solemnemente—, tengo que contestaros con mi vida que esa horrible acusación es falsa. No, signor —añadió observando la gravedad <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Montoni—, no es momento para<br />

que me contenga. No tengo escrúpu<strong>los</strong> en <strong>de</strong>ciros que os engañáis, que os engañáis arteramente, por las insinuaciones <strong>de</strong> alguna persona que busca la ruina <strong>de</strong> mi tía. Es imposible que hayáis imaginado que haya<br />

podido cometer un <strong>de</strong>lito tan vil.<br />

Los labios <strong>de</strong> Montoni temblaron más que antes y replicó únicamente:<br />

—Si valoras tu propia seguridad —dijo dirigiéndose a Emily—, guardarás silencio. Sabré cómo interpretar tus manifestaciones si insistes en ello.<br />

Emily levantó con calma <strong>los</strong> ojos al cielo.<br />

—Entonces, no hay esperanza —dijo.<br />

—¡Silencio! —gritó Montoni—, o sabrás lo que pue<strong>de</strong>s tener.<br />

Se volvió a su esposa, que había recobrado el ánimo y que insistía vehemente negando sus sospechas; pero la ira <strong>de</strong> Montoni era mayor que su indignación, y Emily, previendo las consecuencias <strong>de</strong> aquélla,<br />

se echó entre ambos y se agarró a sus rodillas en silencio, mirándole a la cara con una expresión que habría ablandado el corazón <strong>de</strong> un <strong>de</strong>monio. Ya fuera porque se hubiera endurecido al estar convencido <strong>de</strong><br />

la culpabilidad <strong>de</strong> madame Montoni o porque la simple suposición le dispusiera a ejercer su venganza, estaba totalmente insensibilizado a la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> su esposa y ante las miradas suplicantes <strong>de</strong> Emily, a<br />

la que no intentó levantar, sino que amenazaba vehementemente a ambas, cuando fue llamado para que saliera <strong>de</strong> la habitación por una persona que estaba en la puerta. Al salir, Emily le oyó echar la llave y<br />

llevársela. Madame Montoni y ella misma habían quedado prisioneras, y comprendió que sus propósitos se habían hecho más horribles aún. Los intentos <strong>de</strong> explicarle sus razones fueron tan ineficaces como <strong>los</strong><br />

que hizo para suavizar la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> su tía, <strong>de</strong> cuya inocencia no podía dudar, pero comprendió finalmente que la disposición <strong>de</strong> Montoni a sospechar <strong>de</strong> su mujer se <strong>de</strong>bía a su propia conciencia <strong>de</strong> su<br />

crueldad con ella y que la inesperada violencia <strong>de</strong> su conducta contra ambas, incluso antes <strong>de</strong> que sus sospechas estuvieran totalmente conformadas, por su disposición general, por sus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> venganza, sin<br />

prestar atención alguna a la justicia o a la humanidad.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un rato, madame Montoni miró a su alre<strong>de</strong>dor como buscando una posibilidad para escapar <strong>de</strong>l castillo y comentó con Emily el asunto, que ahora ya estaba dispuesta a aprovecharse a la menor<br />

oportunidad, aunque evitó animar a su tía con esperanzas que ella misma no admitía. Conocía muy bien la fortaleza <strong>de</strong>l edificio y cómo era vigilado, y tembló ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> confiar su seguridad al capricho <strong>de</strong><br />

algún criado, cuya colaboración pudieran solicitar. Cario era un hombre compasivo, pero parecía <strong>de</strong>masiado comprometido con <strong>los</strong> intereses <strong>de</strong> su amo para confiar en él; Annette poco podía hacer, y Emily<br />

sólo conocía a Ludovico por <strong>los</strong> informes <strong>de</strong> esta última. Sin embargo, aquellas consi<strong>de</strong>raciones no tenían sentido, madame Montoni y su sobrina habían sido encerradas y apartadas incluso <strong>de</strong> las personas <strong>de</strong><br />

las que tenían razones para <strong>de</strong>sconfiar.<br />

En el salón seguía reinando la confusión y el tumulto. Emily, que escuchaba atentamente cualquier murmullo que llegara <strong>de</strong>l pasillo, creyó oír ruido <strong>de</strong> espadas y, cuando consi<strong>de</strong>ró la naturaleza <strong>de</strong> la<br />

provocación hecha a Montoni y su impetuosidad, parecía probable que sólo las armas pudieran concluir con la situación. Madame Montoni, tras agotar todas sus expresiones <strong>de</strong> indignación, y Emily las suyas <strong>de</strong><br />

consuelo, quedó callada. Todo quedó en absoluta quietud, como la mañana que se levanta sobre las ruinas <strong>de</strong> un terremoto.<br />

La mente <strong>de</strong> Emily se vio conmovida por un sentimiento <strong>de</strong> terror; <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong> la última hora se removían confusos en su memoria y sus pensamientos fueron variados y rápidos, aunque sin<br />

tumulto.<br />

Una llamada a la puerta la sacó <strong>de</strong> sus meditaciones y, al preguntar quién era, oyó en un susurro la voz <strong>de</strong> Annette.<br />

—Señora, <strong>de</strong>jadme entrar, tengo muchas cosas que contaros —dijo la pobre muchacha.<br />

—La puerta está cerrada —contestó su señora.<br />

—Lo sé, madame, pero os ruego que la abráis.<br />

—El signor tiene la llave —dijo madame Montoni.<br />

—¡Virgen Santa! ¿Qué será <strong>de</strong> nosotros —exclamó Annette.<br />

—Ayúdanos a escapar —dijo madame Montoni—, ¿dón<strong>de</strong> está Ludovico<br />

—Abajo, en el salón, madame, con todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, ¡luchando contra <strong>los</strong> mejores <strong>de</strong> el<strong>los</strong>!<br />

—¡Luchando!, ¿quiénes están luchando —gritó madame Montoni.<br />

—El signor, madame, y todos <strong>los</strong> signors, y mucha gente más.<br />

—¿Hay algún herido —preguntó Emily con voz trémula.<br />

—¡Herido!, sí, ma<strong>de</strong>moiselle —allí están sangrando y las espadas en alto, y..., ¡por todos <strong>los</strong> santos!, <strong>de</strong>jadme entrar, señora, vienen hacía aquí, ¡me matarán!<br />

—¡Huye! —gritó Emily—, ¡huye! No po<strong>de</strong>mos abrir la puerta.<br />

Annette repitió que venían y en el mismo momento huyó.<br />

—Calmaos, madame —dijo Emily, volviéndose hacia su tía—, os ruego que os calméis, yo no estoy asustada, nada asustada, no os alarméis.<br />

—Casi no pue<strong>de</strong>s contigo —replicó su tía—. ¡Dios mío! ¿Qué querrán hacer con nosotras<br />

—Tal vez vengan a liberarnos —dijo Emily—, tal vez el signor Montoni ha sido vencido.<br />

La creencia <strong>de</strong> que hubiera muerto le produjo una sacudida y casi perdió el conocimiento al verle en su imaginación expirando a sus pies.<br />

—¡Vienen! —gritó madame Montoni—, ¡oigo sus pasos, están en la puerta!<br />

Emily volvió sus ojos <strong>de</strong>sfallecidos hacia la puerta, pero el terror le privó <strong>de</strong> la palabra. Se oyó el ruido <strong>de</strong> la llave en la cerradura y la puerta se abrió. Apareció Montoni seguido <strong>de</strong> tres hombres con<br />

aspecto <strong>de</strong> rufianes.<br />

—Cumplid con las ór<strong>de</strong>nes —dijo volviéndose hacia el<strong>los</strong> y señalando a su mujer, que gritó, pero fue sacada inmediatamente <strong>de</strong> la habitación. Emily cayó sin conocimiento en un sofá en el que se había<br />

apoyado. Cuando recobró el conocimiento, se encontró sola y recordó únicamente que madame Montoni había estado allí, junto con algunos <strong>de</strong>talles inconexos <strong>de</strong> lo sucedido, que fueron sin embargo<br />

suficientes para renovar todos sus temores. Recorrió la habitación con la mirada, como tratando <strong>de</strong> encontrar alguna explicación relativa a su tía, sin que se le ocurriera la propia situación <strong>de</strong> peligro en que se<br />

encontraba o la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> escapar <strong>de</strong> la habitación.<br />

Cuando se rehízo <strong>de</strong> todo, se puso en pie y con una ligera esperanza se acercó a la puerta para comprobar si podía abrirla. Así fue, y salió tímidamente al pasillo, pero se <strong>de</strong>tuvo, insegura, sobre el camino<br />

que <strong>de</strong>bía tomar. Su primer <strong>de</strong>seo fue lograr alguna información sobre su tía y por fin se volvió hacia el vestíbulo pequeño, en el que normalmente esperaban Annette y <strong>los</strong> otros criados.<br />

Por todas partes por las que pasó, oyó en la distancia idas y venidas, y las figuras y rostros con <strong>los</strong> que se cruzó, corriendo por <strong>los</strong> pasil<strong>los</strong>, lo que la afectó profundamente. La apariencia <strong>de</strong> Emily era como<br />

la <strong>de</strong> un ángel <strong>de</strong> luz ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios. Llegó por fin al pequeño vestíbulo, que estaba silencioso y <strong>de</strong>sierto, pero, ante la necesidad <strong>de</strong> recuperar el aliento, se sentó. La tranquilidad <strong>de</strong> aquel lugar era tan<br />

terrible como el tumulto <strong>de</strong>l que había escapado, pero no tenía tiempo para pensar en su propio peligro o para consi<strong>de</strong>rar su propia seguridad. Comprendió que no tenía sentido buscar a madame Montoni a<br />

través <strong>de</strong> las intrincadas revueltas <strong>de</strong>l castillo y menos en aquel momento, cuando <strong>los</strong> pasil<strong>los</strong> parecían ocupados por rufianes; <strong>de</strong>cidió también que no podía quedarse en aquel lugar, ya que no sabía en qué<br />

momento podría convertirse en lugar <strong>de</strong> su reunión y, aunque <strong>de</strong>seó regresar a su habitación, temía encontrarse <strong>de</strong> nuevo con el<strong>los</strong> en el camino.<br />

Estaba así sentada, temblorosa y dudando, cuando un murmullo distante rompió el silencio y se fue haciendo mayor hasta que distinguió voces y pasos que se aproximaban. Se levantó para marcharse, pero<br />

<strong>los</strong> sonidos llegaron por el mismo pasillo por el que habría <strong>de</strong> hacerlo y se vio obligada a esperar la llegada <strong>de</strong> las personas, cuyos pasos oía. Según se acercaban, distinguió algunos gemidos y vio a un hombre<br />

que era transportado por otros cuatro. A la vista <strong>de</strong> aquello, se sintió casi <strong>de</strong>smayada y se apoyó en un muro para no caer. Mientras tanto aquel<strong>los</strong> hombres entraron en el vestíbulo, <strong>de</strong>masiado ocupados para<br />

<strong>de</strong>tenerse o para advertir la presencia <strong>de</strong> Emily. Trató <strong>de</strong> marcharse, pero <strong>de</strong> nuevo le faltaron las fuerzas y tuvo que volver a sentarse en un banco. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo; su visión se hizo<br />

confusa; no sabía lo que había ocurrido, o dón<strong>de</strong> estaba, sin embargo, <strong>los</strong> quejidos <strong>de</strong> aquella persona herida seguían vibrando en su corazón. A <strong>los</strong> pocos minutos la ola <strong>de</strong> la vida pareció volver a fluir; respiró<br />

más profundamente y revivieron sus sentidos. No se había <strong>de</strong>smayado, no había perdido totalmente la conciencia, sino que se había mantenido apoyada en el banco, aunque sin coraje suficiente para mirar a<br />

aquel <strong>de</strong>safortunado, que estaba cerca y por el que <strong>los</strong> otros hombres se interesaban lo suficiente para no reparar en ella.<br />

Cuando recuperó sus fuerzas, se levantó y se <strong>de</strong>cidió a abandonar el vestíbulo, llena <strong>de</strong> ansiedad, tras haber hecho algunas preguntas inútiles sobre madame Montoni. Se dirigió lo más rápida que pudo hacia<br />

su habitación, ya que, según avanzaba, siguió oyendo <strong>los</strong> ruidos <strong>de</strong>l tumulto a distancia y se <strong>de</strong>cidió a seguir su camino por alguna <strong>de</strong> las habitaciones a oscuras, para evitar encontrarse con las personas cuyo<br />

aspecto la había aterrorizado, así como las partes <strong>de</strong>l castillo don<strong>de</strong> podía seguir la lucha.<br />

Llegó por fin a su cámara, y tras echar el cerrojo <strong>de</strong> la puerta que daba al corredor, se sintió segura. En aquel remoto cuarto reinaba una profunda tranquilidad ya que ni siquiera llegaban <strong>los</strong> más leves<br />

sonidos <strong>de</strong> la lucha. Se sentó cerca <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las ventanas y, al contemplar el paisaje montañoso, el profundo reposo <strong>de</strong> su belleza le sorprendió con toda la fuerza <strong>de</strong>l contraste, al extremo <strong>de</strong> que casi no podía<br />

creer que estuviera tan cerca <strong>de</strong> aquella salvaje confusión. Todos <strong>los</strong> elementos parecían haberse retirado <strong>de</strong> sus esferas naturales y haberse concentrado en las mentes <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, porque en ellas reinaba<br />

únicamente la tempestad.<br />

Emily trató <strong>de</strong> tranquilizarse, pero la ansiedad la obligó a estar atenta a cualquier sonido y a mirar con frecuencia hacia las murallas, don<strong>de</strong> todo, no obstante, estaba solitario y tranquilo. Según disminuían las<br />

impresiones <strong>de</strong> su propio e inmediato peligro aumentó su preocupación por madame Montoni, que, como recordaba muy bien, había sido amenazada con ser confinada en el torreón este, y era posible que su<br />

marido hubiera satisfecho su venganza con este castigo. En consecuencia, <strong>de</strong>cidió que cuando se hiciera <strong>de</strong> noche y todos <strong>los</strong> habitantes <strong>de</strong>l castillo durmieran, exploraría el camino hacia el torreón, que, por la<br />

dirección con el que lo nombraban, no parecía muy difícil <strong>de</strong> localizar. Sabía, naturalmente, que aunque su tía estuviera allí, no podría facilitarle asistencia alguna, pero podría servirle <strong>de</strong> consuelo el saber que la<br />

había localizado y oír el sonido <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> su sobrina. Para ella, cualquier información sobre el estado <strong>de</strong> madame Montoni resultaba más importante que aquella agotadora incertidumbre.<br />

Mientras tanto, Annette no aparecía, y Emily estaba sorprendida y preocupada por ella, ya que, pese a la confusión <strong>de</strong> todo lo que había ocurrido, era improbable que hubiera renunciado a ir a su habitación,<br />

a menos que algo grave hubiera ocurrido.

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