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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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—Bueno —prosiguió Montoni—, te <strong>de</strong>vuelvo mi confianza; oigamos ahora esa explicación.<br />

—Permitidme que os lleve a ella haciéndoos una pregunta.<br />

—Cuantas queráis —dijo Montoni con <strong>de</strong>sdén.<br />

—¿Cuál era entonces el tema <strong>de</strong> vuestra carta a monsieur Quesnel<br />

—El mismo tema al que te referiste, ciertamente. Hiciste bien en solicitar mi confianza antes <strong>de</strong> hacerme esa pregunta.<br />

—Os ruego que seáis más explícito, señor; ¿<strong>de</strong> qué trataba la carta<br />

—Qué otra cosa podía ser, más que la noble oferta <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano —dijo Montoni.<br />

—Entonces, señor, <strong>los</strong> dos nos hemos entendido mal —replicó Emily.<br />

—Los dos nos hemos entendido mal, supongo —continuó Montoni—, ¿en la conversación que precedió a la nota que escribiste Debo reconocer en justicia que eres muy ingeniosa en ese arte <strong>de</strong><br />

malenten<strong>de</strong>rse.<br />

Emily trató <strong>de</strong> contener las lágrimas y contestar con firmeza.<br />

—Permitidme, señor, que explique todo o guardaré absoluto silencio.<br />

—La explicación ya no es necesaria, ha quedado anticipada. Si el con<strong>de</strong> Morano sigue pensando que es necesaria, le ofreceré una muy honesta: has cambiado <strong>de</strong> intención <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestra última<br />

conversación; y, si tiene paciencia y humildad suficientes para esperar hasta mañana, probablemente <strong>de</strong>scubrirá que has vuelto a cambiar; pero como yo no tengo ni la paciencia ni la humildad que tú esperas <strong>de</strong><br />

un enamorado, ¡te aviso <strong>de</strong> <strong>los</strong> efectos que pue<strong>de</strong> tener mi <strong>de</strong>sagrado!<br />

—Montoni, creo que os precipitáis —dijo el con<strong>de</strong>, que había escuchado la conversación con extrema ansiedad y paciencia—i ¡Signora, os ruego que nos <strong>de</strong>is vuestra propia explicación sobre este asunto!<br />

—El signor Montoni ha dicho justamente —replicó Emily— que toda explicación queda ahora dispensada; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo sucedido no puedo dárosla. Es suficiente para mí, y para vos, señor, que repita mi<br />

última <strong>de</strong>claración; permitidme que confíe en que ésta sea la última vez que tenga que hacerlo: nunca podré aceptar el honor <strong>de</strong> vuestra alianza.<br />

—¡Encantadora Emily! —exclamó el con<strong>de</strong> con tono apasionado—, no permitáis que el resentimiento os haga ser injusta; ¡no hagáis que sufra yo la ofensa <strong>de</strong> Montoni!...<br />

—¡Ofensa! —interrumpió Montoni—, con<strong>de</strong>, este lenguaje es ridículo, esa sumisión es infantil. Hablad como un hombre, no como el esclavo <strong>de</strong> una hermosa tirana.<br />

—Me distraéis, signor; permitidme que me ocupe <strong>de</strong> mi propia causa; ya que os habéis mostrado incapaz <strong>de</strong> ello.<br />

—Toda conversación sobre este tema, señor —dijo Emily—, es tan mala como inútil, ya que sólo pue<strong>de</strong> resultar dolorosa para cada uno <strong>de</strong> nosotros; si queréis complacedme, no continuéis.<br />

—Eso es imposible, madame, el que yo pueda renunciar tan fácilmente al objeto <strong>de</strong> mi pasión, que es la <strong>de</strong>licia y el tormento <strong>de</strong> mi vida. Seguiré amándoos, seguiré pretendiéndoos con ardor incesante;<br />

cuando os convenzáis <strong>de</strong> la fuerza y <strong>de</strong> la constancia <strong>de</strong> mi pasión, vuestro corazón se ablandará a la piedad y al arrepentimiento.<br />

—¿Es eso generoso, señor ¿Es viril ¿Merece obtenerse la estima que solicitáis por una persecución continua <strong>de</strong> la que no tengo posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> escapar<br />

Un rayo <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> la luna que cruzó el rostro <strong>de</strong> Morano reveló las fuertes emociones <strong>de</strong> su alma; y, al pasar por Montoni, <strong>de</strong>scubrió el oscuro resentimiento con que contrastaba su rostro.<br />

—¡Por <strong>los</strong> cie<strong>los</strong>, esto es <strong>de</strong>masiado! —exclamó <strong>de</strong> pronto el con<strong>de</strong>—; signor Montoni, me habéis maltratado; es a vos a quien <strong>de</strong>bo pedir una explicación.<br />

—¡De mí! La tendréis —musitó Montoni—, si vuestro discernimiento está tan oscurecido por la pasión como para hacer necesaria una explicación. Y por lo que se refiere a ti, madame, <strong>de</strong>berías saber que<br />

un hombre <strong>de</strong> honor no pue<strong>de</strong> ser tratado, aunque puedas, tal vez impunemente, como un muchacho, como un muñeco.<br />

Este sarcasmo <strong>de</strong>spertó el orgullo <strong>de</strong> Morano, y el resentimiento que había sentido ante la indiferencia <strong>de</strong> Emily, se perdió en la indignación por la insolencia <strong>de</strong> Montoni, por lo que <strong>de</strong>cidió mortificarle,<br />

<strong>de</strong>fendiéndola a ella.<br />

—Eso también —dijo contestando a las últimas palabras <strong>de</strong> Montoni—, eso también no <strong>de</strong>be ser pasado sin más. Debéis saber, señor, que os enfrentáis a un enemigo más fuerte que una mujer: protegeré a<br />

la signora St. Aubert <strong>de</strong> vuestro resentimiento amenazador. Me habéis confundido y queréis vengar vuestras contrarieda<strong>de</strong>s en una inocente.<br />

—¡Confundiros! —saltó Montoni con rapi<strong>de</strong>z—, se trata <strong>de</strong> ni conducta, <strong>de</strong> mi palabra —hizo una pausa en la que pareció tratar <strong>de</strong> contener el resentimiento que brilló en sus ojos, y un momento <strong>de</strong>spués<br />

añadió dominando el tono <strong>de</strong> su voz—: Con<strong>de</strong> Morano, ése es un lenguaje, un comportamiento al que no estoy acostumbrado; es la conducta <strong>de</strong> un muchacho apasionado, y como tal pasaré por ella con<br />

<strong>de</strong>sdén.<br />

—¿Con <strong>de</strong>sdén, signor<br />

—El respeto que me <strong>de</strong>bo a mí mismo —prosiguió Montoni— requiere que hablemos más <strong>de</strong>tenidamente sobre algunos puntos <strong>de</strong>l tema que discutimos. Regresad coligo a Venecia y con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ré a<br />

convenceros <strong>de</strong> vuestro error.<br />

—¡Con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>réis, señor!, pero yo no con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ré a ser convencido.<br />

Montoni sonrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente; y Emily, aterrada por las consecuencias <strong>de</strong> lo que había visto y oído, no pudo mantenerse silenciosa. Explicó con todo <strong>de</strong>talle su confusión con Montoni por la mañana,<br />

<strong>de</strong>clarando que había entendido que la consultaba únicamente en relación con la disposición sobre La Vallée, y concluyó indicando que escribiría inmediatamente a monsieur Quesnel y aclararía el error.<br />

Pero Montoni seguía o afectaba estar en duda; y el con<strong>de</strong> Morano continuaba perplejo. Sin embargo, mientras Emily hablaba, la atención <strong>de</strong> ambos se había apartado <strong>de</strong>l tema inmediato <strong>de</strong> su resentimiento<br />

y en consecuencia sus pasiones se aplacaron. Montoni manifestó al con<strong>de</strong> que <strong>de</strong>seaba que <strong>los</strong> sirvientes les <strong>de</strong>volvieran a Venecia y que tal vez podrían tener una conversación privada; y Morano, sorprendido<br />

en parte por el tono amable <strong>de</strong> su voz y sus maneras y <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar hasta el fondo las dificulta<strong>de</strong>s, accedió.<br />

Emily, animada por la esperanza <strong>de</strong> verse libre, se entretuvo en aquel<strong>los</strong> momentos, con cuidado conciliatorio, en prevenir cualquier fatal diferencia entre las personas que acababan <strong>de</strong> perseguirla e insultarla.<br />

Su espíritu se reanimó cuando volvió a oír las voces <strong>de</strong> una canción y las risas, resonando por el gran canal, y cuando finalmente entraron entre las plazas. El zendaletto se <strong>de</strong>tuvo en la mansión <strong>de</strong> Montoni,<br />

y el con<strong>de</strong> con rapi<strong>de</strong>z la acompañó hasta el vestíbulo, don<strong>de</strong> Montoni le cogió <strong>de</strong>l brazo y le dijo algo en voz baja, momento en que Morano besó la mano <strong>de</strong> Emily, a pesar <strong>de</strong> sus esfuerzos por apartarla y le<br />

dio las buenas noches, con un tono y una mirada que no <strong>de</strong>jaban lugar a dudas, y volvió a su zendaletto con Montoni.<br />

Ya en su habitación, Emily consi<strong>de</strong>ró con intensa inquietud la conducta injusta y tiránica <strong>de</strong> Montoni, la perseverancia infatigable <strong>de</strong> Morano y su propia situación <strong>de</strong>sesperada, lejos <strong>de</strong> sus amigos y <strong>de</strong> su<br />

país. Volvió su pensamiento a Valancourt, confinado por su profesión en un reino distante, como su protector; pero le consoló el saber que había al menos una persona en el mundo que compartía sus<br />

sufrimientos y cuyos <strong>de</strong>seos volarían para liberarla. Sin embargo, <strong>de</strong>cidió no añadir pesares a su preocupación contándole las razones que tenía para lamentar el haber rechazado su mejor juicio en relación con<br />

Montoni; razones, sin embargo, que no la inducían a lamentar el afecto <strong>de</strong>licado y <strong>de</strong>sinteresado que había influido para rechazar su proposición <strong>de</strong> una matrimonio clan<strong>de</strong>stino. Veía con un cierto grado <strong>de</strong><br />

esperanza la próxima entrevista con su tío, ya que había <strong>de</strong>cidido comunicarle la <strong>de</strong>sesperanza <strong>de</strong> su situación, y rogarle que le permitiera regresar a Francia con él y madame Quesnel. Entonces, recordando <strong>de</strong><br />

pronto que su querido La Vallée, su único hogar, ya no estaba a su disposición, volvió a echarse a llorar, y temió que tenía pocas esperanzas <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar la piedad <strong>de</strong> un hombre que, como monsieur Quesnel,<br />

había dispuesto <strong>de</strong> él sin molestarse en consultarla y que podía <strong>de</strong>spedir a una sirviente leal anciana, privándole <strong>de</strong> ayuda o asilo. Pero, aunque esto era cierto, que ella ya no tenía un hogar en Francia, y pocos,<br />

muy pocos amigos, estaba <strong>de</strong>cidida a regresar si era posible que pudiera ser liberada <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Montoni, cuya conducta particularmente opresiva hacia ella, y en general con <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, eran terribles para su<br />

imaginación. No <strong>de</strong>seaba residir con su tío, monsieur Quesnel, ya que su comportamiento con su padre <strong>de</strong>saparecido y con ella había sido siempre tal como para convencerla <strong>de</strong> que al escapar con él lo único<br />

que obtendría sería un cambio <strong>de</strong> opresores. Tampoco tenía la mínima intención <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a la propuesta <strong>de</strong> Valancourt para casarse <strong>de</strong> inmediato, aunque ello le proporcionara un protector legal y generoso,<br />

porque las razones fundamentales que habían influido anteriormente en su conducta seguían existiendo contra ello, mientras que otras, que parecían justificar este paso, habían <strong>de</strong>saparecido. Por su interés,<br />

porque su prestigio era <strong>de</strong>masiado querido por ella, no podía sufrir las consecuencias <strong>de</strong> una unión que en esta primera etapa <strong>de</strong> su vida podría vencer<strong>los</strong>. Sin embargo, seguía abierto en Francia para ella un<br />

asilo seguro y apropiado. Sabía que podría habitar en el convento, en el que ya había experimentado y recibido tantas amabilida<strong>de</strong>s y que había afectado solemnemente su corazón, puesto que en él estaban <strong>los</strong><br />

restos <strong>de</strong> su difunto padre. Allí podría vivir segura y tranquila, hasta que expirara el plazo por el que había sido alquilado La Vallée; o hasta que la solución <strong>de</strong> <strong>los</strong> negocios <strong>de</strong> monsieur Motteville le permitieran<br />

conocer lo que le quedaba <strong>de</strong> su fortuna y <strong>de</strong>cidir si era pru<strong>de</strong>nte para ella residir allí.<br />

En relación con la conducta <strong>de</strong> Montoni respecto a sus cartas a monsieur Quesnel, tenía muchas dudas; aunque él pudiera haberse confundido al principio sobre el asunto, ella sospechó que había<br />

perseverado en el error voluntariamente, como un medio <strong>de</strong> intimidarla y complicarla en sus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> unirla al con<strong>de</strong> Morano. Fueran o no ésos <strong>los</strong> hechos, estaba muy impaciente por explicar todo el asunto a<br />

monsieur Quesnel y esperaba con una mezcla <strong>de</strong> impaciencia, confianza y miedo, su próxima entrevista.<br />

Al día siguiente, madame Montoni, estando a solas con Emily, sacó la conversación <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano, expresando su sorpresa porque no se uniera al resto <strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados en el mar la tar<strong>de</strong> anterior y su<br />

inesperado regreso a Venecia. Emily le contó entonces lo que había sucedido, expresando su preocupación por el error mutuo en el que habían incurrido Montoni y ella misma, y solicitó <strong>los</strong> amables oficios <strong>de</strong> su<br />

tía para que le urgiera a dar una negativa <strong>de</strong>finitiva a las pretensiones <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>; pero no tardó en darse cuenta <strong>de</strong> que madame Montoni no ignoraba la conversación que acababa <strong>de</strong> relatarle.<br />

—No <strong>de</strong>bes esperar <strong>de</strong> mi ninguna presión en ese sentido —dijo su tía—; ya he manifestado mi opinión sobre el asunto, y creo que el signor Montoni tiene razón en forzarte, por cualquier medio, a dar tu<br />

consentimiento. Si <strong>los</strong> jóvenes son ciegos ante sus intereses y se oponen obstinadamente a el<strong>los</strong>, lo mejor que les pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r es que tengan amigos que se opongan a sus locuras. ¿Qué es lo que pue<strong>de</strong><br />

oponerse a una unión como la que te ofrecen<br />

—Ninguna, madame —replicó Emily—, y, en consecuencia, <strong>de</strong>jadme al menos que sea feliz en mi humildad.<br />

—No se pue<strong>de</strong> negar, sobrina, que eres bastante orgul<strong>los</strong>a; mi pobre hermano, tu padre, también tenía su orgullo; aunque, permíteme que añada, que su fortuna no lo justificaba.<br />

Emily, conmovida por la indignación que había <strong>de</strong>spertado la malévola alusión a su padre y por la dificultad <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r contestar con temple y con rechazo, dudó por un momento, en un estado <strong>de</strong> confusión<br />

que satisfizo altamente a su tía. Por fin dijo:<br />

—El orgullo <strong>de</strong> mi padre, madame, tenía un objetivo noble: la felicidad que él sabía que sólo se podía obtener <strong>de</strong> la bondad, <strong>de</strong>l conocimiento y <strong>de</strong> la caridad. Como nunca Se basó en su superioridad en<br />

relación con su fortuna respecto a otras personas, no se vio humillado en inferioridad, en ese sentido, con otros. Nunca <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñó a aquel<strong>los</strong> que se vieron maltratados por la pobreza y la <strong>de</strong>sgracia; pero a veces<br />

lo hizo con personas que con muchas oportunida<strong>de</strong>s para alcanzar la felicidad, llevan una vida miserable por vanidad, ignorancia y crueldad. Pensaré siempre que mi mayor gloria está en emular ese orgullo.<br />

—No pretendo compren<strong>de</strong>r esos sentimientos <strong>de</strong> altos vue<strong>los</strong>, sobrina; pue<strong>de</strong>s quedarte toda la gloria para ti misma. Te enseñaré un poco <strong>de</strong> sentido común y a no ser tan sabia como para <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar la<br />

felicidad.

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