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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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Dorothée movió la cabeza, y Emily observó con mirada <strong>de</strong> profundo interés lo que manifestaba sentir.<br />

—Sentémonos junto a esta ventana —dijo Blanche al llegar al otro extremo <strong>de</strong> la galería—, y por favor, Dorothée, si no te resulta muy doloroso, cuéntanos algo más sobre la marquesa. Me gustaría mirar en<br />

ese cristal <strong>de</strong>l que acabas <strong>de</strong> hablamos y ver algunas <strong>de</strong> las escenas que dices que ves pasar por él con frecuencia.<br />

—No, mi señora —replicó Dorothée—. Si supierais tanto como yo, no me lo pediríais, porque suponen una <strong>de</strong>sesperada ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles. Muchas veces he <strong>de</strong>seado que quedaran ocultos para siempre,<br />

pero vuelven a mi memoria. Veo a mi querida señora en su lecho mortuorio, su aspecto... y recordar todo lo que dijo, ¡es una escena terrible!<br />

—¿Por qué era terrible —dijo Emily emocionada.<br />

—¡Oh, mi querida señorita! ¿No es la muerte siempre terrible<br />

A nuevas preguntas <strong>de</strong> Blanche, Dorothée contestó guardando silencio; y Emily, al observar lágrimas en sus ojos, no quiso insistir en el tema y trató <strong>de</strong> apartar la atención <strong>de</strong> su joven amiga a algunos <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> jardines, en don<strong>de</strong> habían aparecido el con<strong>de</strong> y la con<strong>de</strong>sa, con monsieur Du Pont, a <strong>los</strong> que se unieron.<br />

Cuando el con<strong>de</strong> vio a Emily avanzó para encontrarse con ella y presentarle a la con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> un modo tan gentil que acudió con fuerza a su mente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su <strong>de</strong>saparecido padre, y sintió más gratitud hacia<br />

él que inquietud por la con<strong>de</strong>sa, quien, no obstante, la recibió con una <strong>de</strong> sus sonrisas fascinadoras, que su comportamiento caprichoso le permitía asumir a veces, y que era el resultado <strong>de</strong> la conversación que<br />

había tenido con el con<strong>de</strong> relacionada con Emily. Fuera lo que fuera lo tratado y lo que había sucedido en su conversación con la madre aba<strong>de</strong>sa, a la que acababa <strong>de</strong> visitar, la amabilidad y la estima estaban<br />

fuertemente presentes en su actitud al dirigirse a Emily, que experimentó esa dulce emoción que <strong>de</strong>spierta la conciencia <strong>de</strong> poseer la aprobación <strong>de</strong> <strong>los</strong> buenos; porque casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento había<br />

estado inclinada a valorar así al con<strong>de</strong>, por lo que había visto <strong>de</strong> él.<br />

Antes <strong>de</strong> que pudiera terminar <strong>de</strong> expresar su agra<strong>de</strong>cimiento por la hospitalidad que había recibido, y mencionar su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> marchar inmediatamente al convento, fue interrumpida por una invitación para<br />

que prolongara su estancia en el castillo, que fue manifestada insistentemente por el con<strong>de</strong> y por la con<strong>de</strong>sa con tal apariencia <strong>de</strong> amistosa sinceridad que, pese a <strong>de</strong>sear ardientemente ver a sus viejas amigas en<br />

el monasterio y suspirar una vez más sobre la tumba <strong>de</strong> su padre, accedió a permanecer unos cuantos días en el castillo.<br />

Sin embargo, escribió inmediatamente a la aba<strong>de</strong>sa, informándole <strong>de</strong> su llegada a Languedoc y <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ser recibida en el convento como huésped. Envió también cartas a monsieur Quesnel y a<br />

Valancourt; al primero le informó <strong>de</strong> su llegada a Francia, y, puesto que no sabía dón<strong>de</strong> estaría acuartelado este último, dirigió su carta a la dirección <strong>de</strong> su hermano en Gascuña.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, Blanche y monsieur Du Pont pasearon con Emily hasta la casa <strong>de</strong> La Voisin, cuyo acercamiento le <strong>de</strong>spertaba una satisfacción melancólica, pensando en lo que había suavizado su pesar por la<br />

<strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> St. Aubert, aunque no consiguiera borrarlo <strong>de</strong>l todo, y se sintió conmovida por una tristeza tibia al recordar todo aquello y las escenas que le traían a la mente. La Voisin vivía aún y parecía<br />

disfrutar como antes <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> tranquila <strong>de</strong> una vida sin culpa. Estaba sentado a la puerta <strong>de</strong> su casa, viendo cómo sus nietos jugaban en la hierba ante él, y les animaba a ello <strong>de</strong> cuando en cuando con sus risas<br />

o sus recomendaciones. Se acordó <strong>de</strong> inmediato <strong>de</strong> Emily, a la que le agradó ver, tanto a ella el oír que nadie <strong>de</strong> su familia había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su marcha.<br />

—Sí, señorita —dijo el viejo—, todos seguimos viviendo juntos y felices. ¡Gracias a Dios! Podéis creerme si os digo que no es posible encontrar en Languedoc una familia más feliz que la nuestra.<br />

Emily no se atrevió a entrar en la habitación en la que había muerto su padre, y, tras media hora <strong>de</strong> conversación con La Voisin y su familia, abandonó la casa.<br />

Durante estos primeros días <strong>de</strong> su estancia en el Chateau-le-Blanc se movió con frecuencia al observar la profunda y silenciosa melancolía que en ocasiones asaltaba a Du Pont; y Emily, temiendo su<br />

<strong>de</strong>silusión, <strong>de</strong>cidió trasladase al convento tan pronto como lo permitiera el respeto que <strong>de</strong>bía al con<strong>de</strong> y a la con<strong>de</strong>sa De Villefort. El rechazo <strong>de</strong> su amigo no tardó en preocupar al con<strong>de</strong>, al que Du Pont confió<br />

finalmente el secreto <strong>de</strong> su afecto sin esperanzas, aunque secretamente <strong>de</strong>terminara ponerse a su favor si se presentaba la ocasión propicia. Consi<strong>de</strong>rando la peligrosa situación <strong>de</strong> Du Pont, se opuso débilmente<br />

a su intención <strong>de</strong> abandonar el Chateau-le-Blanc al día siguiente, pero le hizo prometer que volvería para una visita más larga cuando pudiera hacerlo tranquilo. Emily misma, aunque no podía dar ánimos a su<br />

afecto, le estimaba tanto por las muchas virtu<strong>de</strong>s que poseía como por <strong>los</strong> servicios que había recibido <strong>de</strong> él y le vio partir para la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> sus padres en Gascuña con tierna emoción <strong>de</strong> gratitud y piedad,<br />

mientras él se separó <strong>de</strong> ella con un rostro tan expresivo <strong>de</strong> su amor y <strong>de</strong> su pesar que interesó al con<strong>de</strong> más apasionadamente en su causa que antes.<br />

Pocos días <strong>de</strong>spués Emily también marchó <strong>de</strong>l castillo, no sin antes prometer al con<strong>de</strong> y a la con<strong>de</strong>sa que repetiría su visita muy pronto. Fue recibida por la aba<strong>de</strong>sa con el mismo cariño maternal con que la<br />

trató anteriormente, y las monjas no escatimaron expresiones <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración. Las escenas bien conocidas para ella <strong>de</strong>l convento <strong>de</strong>spertaron muchos recuerdos melancólicos, pero con el<strong>los</strong> se mezclaron<br />

otros inspirados en la gratitud por haber escapado <strong>de</strong> <strong>los</strong> distintos peligros que la habían acosado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su marcha, y por la <strong>de</strong> su nueva situación, y, aunque una vez más lloró sobre la tumba <strong>de</strong> su padre con<br />

lágrimas <strong>de</strong> afecto, su pesar era más suave que en otro tiempo.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su regreso al monasterio recibió una carta <strong>de</strong> su tío, monsieur Quesnel, contestando a su información <strong>de</strong> que había llegado a Francia, especialmente relativas al período por el que sido<br />

alquilado La Vallée, don<strong>de</strong> era su <strong>de</strong>seo regresar si se comprobaba que sus ingresos lo permitían. Como esperaba, la réplica <strong>de</strong> monsieur Quesnel fue fría y formal, sin expresar preocupación alguna por <strong>los</strong><br />

males que había sufrido, ni satisfacción por el hecho <strong>de</strong> que se hubiera librado <strong>de</strong> el<strong>los</strong>; tampoco hacía alusión alguna <strong>de</strong> reproche por rechazado al con<strong>de</strong> Morano, aunque manifestaba que seguía creyendo que<br />

se trataba <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> honor y fortuna, ni se manifestaba vehemente contra Montani, ante el que hasta entonces se ha bía sentido inferior. No obstante, le informaba que el término para el compromiso <strong>de</strong><br />

La Vallée casi había expirado, y sin invitarla a su propia casa, añadía que sus circunstancias no le permitirían en modo alguno residir allí, aconsejándole honestamente que se quedara por el momento en el<br />

convento <strong>de</strong> Santa Clara.<br />

A sus preguntas relativas a la pobre Theresa, el ama <strong>de</strong> llaves <strong>de</strong> su difunto padre, no daba respuesta alguna. En una posdata, monsieur Quesnel mencionaba a madame Motteville, en cuyas manos el<br />

fallecido St. Aubert había puesto sus propieda<strong>de</strong>s personales, indicando que parecía que iba a arreglar sus asuntos <strong>de</strong> modo satisfactorio para sus acreedores, y que Emily recobraría gran parte <strong>de</strong> la fortuna que<br />

anteriormente había tenido razones para esperar. La carta incluía también para Emily una or<strong>de</strong>n, sobre un merca<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Narbona, por una pequeña suma <strong>de</strong> dinero.<br />

La tranquilidad <strong>de</strong>l monasterio y la libertad <strong>de</strong> la que disfrutaba para pasear por <strong>los</strong> bosques y playas <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>liciosa provincia restauraron gradualmente su ánimo a su tono natural, excepto por la<br />

ansiedad que sentía en ocasiones por Valancourt, según se acercaba el momento en que era posible que recibiera respuesta a su carta.

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