04.01.2015 Views

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

convinisteis que él acudiera a la casa por la noche, y...<br />

—¡Dios mío! —exclamó Emily, sonrojándose profundamente—, ¡es posible que mi tía haya hablado así <strong>de</strong> mí!<br />

—Así es, no digo nada más que la verdad, y no toda. Pero pensé para mí que podía haber encontrado algún tema mejor <strong>de</strong> conversación que el hablar <strong>de</strong> las faltas <strong>de</strong> su propia sobrina, incluso aunque las<br />

tuvierais, ma<strong>de</strong>moiselle; pero no creí una sola palabra <strong>de</strong> lo que dijo. Mi señora no se preocupa <strong>de</strong> lo que dice contra <strong>los</strong> <strong>de</strong>más.<br />

—Sucediera lo que sucediera, Annette —interrumpió Emily, recobrando su compostura—, no es asunto tuyo hablarme <strong>de</strong> las faltas <strong>de</strong> mi tía. Sé que lo has hecho con buena intención, pero no sigas. Ya he<br />

terminado <strong>de</strong> cenar.<br />

Annette se puso colorada, bajó la vista, y comenzó a retirar la mesa lentamente.<br />

«¿Es éste, entonces, el premio por mi ingenuidad —se dijo Emily cuando se quedó sola—. ¡El tratamiento que recibo <strong>de</strong> un pariente (una tía) que tendría que ser guardián y no infamador <strong>de</strong> mi reputación,<br />

que, como mujer, <strong>de</strong>bería respetar la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l honor femenino, y, como pariente, haber protegido el mío! Pero para añadir falseda<strong>de</strong>s a un tema tan importante y para acallar sus comentarios, puedo <strong>de</strong>cir<br />

con honesto orgullo que atacar con esas falseda<strong>de</strong>s lo apropiado <strong>de</strong> mi conducta, requiere un corazón tan <strong>de</strong>pravado como nunca pensé que pudiera existir, y tan profundo como mi llanto al <strong>de</strong>scubrirlo en un<br />

pariente. ¡Qué contraste presenta su carácter con el <strong>de</strong> mi querido padre; mientras la envidia y las intenciones bajas forman <strong>los</strong> trazos principales <strong>de</strong>l suyo, el <strong>de</strong> mi padre se distinguía por la tolerancia y el saber<br />

fi<strong>los</strong>ófico! Pero ahora, sólo <strong>de</strong>bo recordar, si es posible, que ella es <strong>de</strong>sgraciada».<br />

Emily se echó el velo sobre el rostro y bajó para pasear por las murallas, el único paseo que estaba abierto para ella, aunque con frecuencia <strong>de</strong>seaba que se le permitiera corretear por <strong>los</strong> bosques próximos,<br />

e incluso po<strong>de</strong>r explorar en ocasiones las sublimes escenas <strong>de</strong>l paisaje que le ro<strong>de</strong>aba. Pero, como Montoni no toleraba que cruzara las puertas <strong>de</strong>l castillo, trató <strong>de</strong> conformarse con las románticas vistas que<br />

veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> muros. Los campesinos que habían sido empleados en las fortificaciones habían <strong>de</strong>jado su trabajo, y las murallas estaban silenciosas y solitarias. Su triste apariencia, junto con la melancolía <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong>, colaboraron en entristecer su mente envolviéndola en una lóbrega tranquilidad, por la que a menudo se <strong>de</strong>jaba llevar. Se volvió para observar <strong>los</strong> gratos efectos <strong>de</strong>l sol, cuando sus rayos, apareciendo<br />

inesperadamente tras una espesa nube, iluminaron las torres <strong>de</strong>l oeste <strong>de</strong>l castillo, mientras el resto <strong>de</strong>l edificio estaba envuelto en profundas sombras, excepto a través <strong>de</strong>l arco gótico junto a la torre, que<br />

conducía a otra terraza y que <strong>los</strong> rayos marcaban en su completo esplendor. Allí estaban <strong>los</strong> tres <strong>de</strong>sconocidos que había visto por la mañana. Al darse cuenta <strong>de</strong> su presencia, se sintió asaltada<br />

momentáneamente por el miedo, ya que al mirar por la larga muralla no vio a otras personas. Mientras dudaba, se aproximaron. La puerta <strong>de</strong>l final <strong>de</strong> la terraza, hacia la que el<strong>los</strong> avanzaban, sabía que estaba<br />

siempre cerrada, y no le era posible marcharse por el lado opuesto sin encontrarse con el<strong>los</strong>; pero, antes <strong>de</strong> cruzarse, se echó con violencia el velo sobre la cara que malamente ocultaba su belleza. Se miraron<br />

entre el<strong>los</strong> y cambiaron algunas palabras en un italiano mal pronunciado, <strong>de</strong> las que sólo consiguió enten<strong>de</strong>r unas pocas; pero la fiereza <strong>de</strong> sus rostros, ahora que estaba lo suficientemente cerca para distinguir<strong>los</strong>,<br />

la sorprendió más aún que la extraña singularidad <strong>de</strong> su aire y <strong>de</strong> sus ropas cuando <strong>los</strong> vio por primera vez. Fue el rostro y la figura <strong>de</strong>l que caminaba entre <strong>los</strong> otros dos lo que más llamó su atención, porque<br />

expresaba una hosca altanería y una mirada llena <strong>de</strong> vigilante villanía, que dieron una impresión <strong>de</strong> horror a su corazón. Lo pudo leer claramente en sus rostros con una simple mirada, ya que al cruzarse con el<br />

grupo, sus ojos tímidos sólo se pararon en el<strong>los</strong> un momento. Al llegar a la terraza, se <strong>de</strong>tuvo, y advirtió que <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos, que se habían quedado parados a la sombra <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> torreones, tenían <strong>los</strong><br />

ojos fijos en ella y parecían, por su posición, que estaban conversando. Abandonó <strong>de</strong> inmediato la muralla y se retiró a su habitación.<br />

Por la noche, Montoni estuvo levantado hasta tar<strong>de</strong>, ro<strong>de</strong>ado por sus invitados en el salón <strong>de</strong> cedro. Su reciente triunfo sobre el con<strong>de</strong> Morano, o quizá alguna otra circunstancia, contribuían a llevar su<br />

ánimo a una altura nada frecuente. Llenó su copa con frecuencia y se <strong>de</strong>jó llevar por la alegría y la charla. La animación <strong>de</strong> Cavigni, por el contrario, se veía <strong>de</strong> alguna manera ensombrecida por la ansiedad. No<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> observar a Verezzi, al que, con la máxima dificultad, había contenido en su intención <strong>de</strong> exasperar más a Montoni contra Morano, mencionando sus últimas palabras.<br />

Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> presentes aludió a <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong> la noche anterior. Los ojos <strong>de</strong> Verezzi brillaron con fuerza. La alusión a Morano condujo a la <strong>de</strong> Emily, y todos coincidieron en ensalzarla, excepto<br />

Montoni, que guardaba silencio y que finalmente interrumpió la conversación.<br />

Cuando <strong>los</strong> criados se retiraron, Montoni y sus amigos entraron en una conversación más íntima, que a veces estallaba por el temperamento irascible <strong>de</strong> Verezzi, pero en la que Montoni mostró la conciencia<br />

<strong>de</strong> su superioridad, por su mirada <strong>de</strong>cidida y por <strong>los</strong> gestos que acompañaban siempre la fuerza <strong>de</strong> su pensamiento, al que la mayoría <strong>de</strong> sus compañeros se sometían, como ante un po<strong>de</strong>r sobre el que no<br />

tuvieran <strong>de</strong>recho a rebelarse, a pesar <strong>de</strong> que conservaban sus ce<strong>los</strong> escrupu<strong>los</strong>os por darse importancia frente a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. En medio <strong>de</strong> esa conversación, uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> introdujo impru<strong>de</strong>ntemente <strong>de</strong> nuevo el<br />

nombre <strong>de</strong> Morano; y Verezzi, más lleno <strong>de</strong> odio por el vino, ignorando las expresivas miradas <strong>de</strong> Cavigni, hizo algunas referencias a lo que había pasado la noche anterior. Sin embargo, Montoni pareció no<br />

enten<strong>de</strong>rlas, ya que continuó silencioso en su silla, sin mostrar emoción alguna, mientras la cólera <strong>de</strong> Verezzi crecía con la aparente insensibilidad <strong>de</strong> Montoni. Finalmente, dijo lo que había sugerido Morano, que<br />

aquel castillo no le pertenecía a él legalmente y que no quería cargarle otro asesinato en su conciencia.<br />

—¿Voy a ser insultado en mi propia mesa y por mis propios amigos —dijo Montoni con el rostro pálido <strong>de</strong> ira—. ¿Por qué repetirme las palabras <strong>de</strong> ese enloquecido —Verezzi, que había esperado que<br />

la indignación <strong>de</strong> Montoni se volviera contra Morano y que le contestara dándole las gracias, miró con asombro a Cavigni, que disfrutó con su confusión—. ¿Podéis ser tan débil como para dar crédito a las<br />

afirmaciones <strong>de</strong> ese loco —continuó Montoni—, ¿o lo que es lo mismo, <strong>de</strong> un hombre poseído por el espíritu <strong>de</strong> la venganza Pero ha logrado sus propósitos; habéis creído lo que ha dicho.<br />

—Signor —dijo Verezzi—, creemos sólo lo que sabemos.<br />

—¡Cómo! —interrumpió Montoni, consternado—. Presentadme vuestras pruebas.<br />

—Creemos sólo lo que sabemos —repitió Verezzi—, y no sabemos nada <strong>de</strong> lo que afirmó Morano.<br />

Montoni pareció rehacerse.<br />

—Soy muy cuidadoso, amigos míos —dijo—, con mi honor; ningún hombre pue<strong>de</strong> ponerlo en duda impunemente. No tuvisteis la intención <strong>de</strong> ponerlo en duda. Sus palabras no tienen valor suficiente para<br />

que las recordéis, o para mi resentimiento. Verezzi, ésta es vuestra primera proeza.<br />

—Éxito en tu primera proeza —repitieron todos en eco.<br />

—Noble signor —replicó Verezzi, contento <strong>de</strong> haber escapado <strong>de</strong> las iras <strong>de</strong> Montoni—, con mi buena voluntad, construiréis vuestras murallas <strong>de</strong> oro.<br />

—Pasad la jarra —exclamó Montoni.<br />

—Brindaremos por la signora St. Aubert —dijo Cavigni.<br />

—Permitidme que bebamos primero por la dueña <strong>de</strong>l castillo —dijo Bertolini.<br />

Montoni guardó silencio.<br />

—¡Por la señora <strong>de</strong>l castillo! —dijeron sus invitados.<br />

Montoni inclinó la cabeza.<br />

—Me sorpren<strong>de</strong>, signor —dijo Bertolini—, que halláis tenido este castillo abandonado tanto tiempo; es un edificio noble.<br />

—Es conveniente para nuestro propósitos —replicó Montoni—, y es un edificio noble. Parece que no conocéis por qué infortunio pasó a mis manos.<br />

—Un afortunado infortunio, se podría <strong>de</strong>cir, signor —replicó Bertolini, sonriendo—. ¡Me gustaría que uno tan afortunado cayera sobre mí!<br />

Montoni le miró con un gesto severo.<br />

—Si escucháis lo que voy a <strong>de</strong>cir —continuó—, conoceréis la historia.<br />

Los rostros <strong>de</strong> Bertolini y Verezzi expresaron algo más que curiosidad; Cavigni, que parecía no sentir interés alguno, es posible que ya hubiera oído la narración.<br />

—Hace unos veinte años —dijo Montoni— que el castillo pasó a ser <strong>de</strong> mi propiedad; lo heredé por línea femenina. La dama, mi pre<strong>de</strong>cesora, sólo era un pariente lejano. Soy el último <strong>de</strong> su familia. Era<br />

hermosa y rica. La solicité, pero su corazón pertenecía a otro y fui rechazado. Es probable, sin embargo, que ella a su vez fuera rechazada por la persona, quienquiera que fuera, por la que se inclinaba, ya que<br />

una profunda e imborrable melancolía se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ella; y tengo razones para creer que fue ella misma la que puso fin a su vida. No estaba en el castillo cuando ocurrió, pero como el asunto se vio ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />

circunstancias singulares y <strong>misterios</strong>as, las contaré.<br />

—¡Contadlas! —dijo una voz.<br />

Montoni guardó silencio; <strong>los</strong> invitados se miraron entre el<strong>los</strong>, para saber quién había hablado, pero se dieron cuenta <strong>de</strong> que todos se hacían la misma pregunta. Montoni, finalmente, se rehízo.<br />

—Nos están escuchando —dijo—; acabaremos este tema en otro momento. Pasadme la jarra.<br />

Los caballeros echaron miradas por la amplia cámara.<br />

—No estamos aquí más que nosotros —dijo Verezzi—, por favor, continuad.<br />

—¿Habéis oído algo —dijo Montoni.<br />

—Así es —dijo Bertolini.<br />

—Pue<strong>de</strong> ser sólo cuestión <strong>de</strong> imaginación —dijo Verezzi mirando a su alre<strong>de</strong>dor—. Estamos so<strong>los</strong>, y me ha parecido que el sonido procedía <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación. Por favor, signor, continuad.<br />

Montoni hizo una pausa y <strong>de</strong>spués continuó bajando la voz, mientras <strong>los</strong> caballeros se acercaban a él para escuchar.<br />

—Debéis saber, signors, que la señora Laurentini había mostrado durante meses síntomas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sequilibrio mental, <strong>de</strong> una imaginación alterada. Su conducta era irregular; a veces estaba hundida en calma<br />

melancólica, y, otras, según me han dicho, mostraba todos <strong>los</strong> síntomas <strong>de</strong> locura furiosa. Fue una noche <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> octubre, tras haberse recuperado <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos ataques <strong>de</strong> excesos, cuando cayó <strong>de</strong> nuevo<br />

en su melancolía habitual, retirándose sola a su cámara y prohibiendo ser interrumpida. Era la habitación al final <strong>de</strong>l corredor, don<strong>de</strong> tuvimos la lucha la pasada noche. Des<strong>de</strong> aquella hora, no se la ha vuelto a<br />

ver.<br />

—¿Cómo ¿No se la ha vuelto a ver —dijo Bertolini—, ¿no se encontró su cuerpo en la cámara<br />

—¿Nunca se han encontrado sus restos —exclamaron <strong>los</strong> <strong>de</strong>más al mismo tiempo.<br />

—¡Nunca! —replicó Montoni.<br />

—¿Qué razones pudo haber para suponer que se había <strong>de</strong>struido a sí misma —dijo Bertolini.<br />

—Así es, ¿qué razones —dijo Verezzi—. ¿Qué pasó para que sus restos no hayan sido encontrados Aunque se matara, no pudo enterrarse a sí misma.<br />

Montoni miró indignado a Verezzi, que empezó a presentar excusas.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!