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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o X<br />

A<br />

¿Y no reposará en la muerte<br />

con la verdad <strong>de</strong> gratos susurros<br />

su alma <strong>de</strong>saparecida<br />

¿No hume<strong>de</strong>cerá con lágrimas su tumba<br />

la mañana siguiente, Emily acudió temprano a la habitación <strong>de</strong> madame Montoni, que había dormido bien y estaba bastante recuperada. Su ánimo se había reconfortado con su salud y había revivido su<br />

resolución <strong>de</strong> oponerse a las exigencias <strong>de</strong> Montoni, aunque luchaba con sus temores, que Emily, que temblaba por las consecuencias <strong>de</strong> su continuada oposición, se <strong>de</strong>cidió a confirmar.<br />

Su tía, como ya se ha visto, era <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong> ser que disfrutaba con la contradicción, que le había enseñado, cuando las circunstancias <strong>de</strong>sagradables se habían ofrecido a su comprensión, a no tratar <strong>de</strong><br />

llegar a la verdad, sino a buscar medios y argumentos con <strong>los</strong> que podían hacerles aparecer como falsos. Llevaba tanto tiempo sumida en esta propensión natura, que no tenía conciencia <strong>de</strong> poseerla. Las<br />

muestras <strong>de</strong> preocupación <strong>de</strong> Emily, <strong>de</strong>spertaron su orgullo, en lugar <strong>de</strong> alarmarla o convencerla <strong>de</strong> su juicio, y seguía confiando en el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> algún medio por el que pudiera evitar someterse a las<br />

peticiones <strong>de</strong> su marido. Consi<strong>de</strong>rando que si pudiera escapar <strong>de</strong>l castigo, podría enfrentarse a su po<strong>de</strong>r y, obteniendo una separación <strong>de</strong>finitiva, vivir confortablemente en las propieda<strong>de</strong>s que seguían siendo<br />

suyas, informó <strong>de</strong> esa posibilidad a su sobrina, quien coincidió en que sería la solución <strong>de</strong> su problema, pero dudó <strong>de</strong> la probabilidad <strong>de</strong> lograrlo. Le parecía imposible cruzar las puertas, aseguradas y guardadas<br />

como estaban, y el extremo peligro <strong>de</strong> confiar su proyecto a la indiscreción <strong>de</strong> un criado que pudiera traicionarla intencionadamente o <strong>de</strong>scubrirlo <strong>de</strong> modo acci<strong>de</strong>ntal. La venganza <strong>de</strong> Montoni sería imposible <strong>de</strong><br />

contener si se <strong>de</strong>scubrían sus intenciones; y, aunque Emily <strong>de</strong>seaba tan profundamente conseguir su libertad y regresar a Francia, se preocupó únicamente <strong>de</strong> la seguridad <strong>de</strong> madame Montoni, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

aconsejarla que accediera a la petición sin peores ofensas.<br />

Las emociones encontradas continuaron anidando en el pecho <strong>de</strong> su tía, que no abandonaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer efectiva la oportunidad <strong>de</strong> escapar. Mientras estaba en ello, Montoni entró en la habitación, y,<br />

sin preocuparse por la indisposición <strong>de</strong> su esposa, dijo que venía a recordarle lo <strong>de</strong>saconsejable que era jugar con él y que le concedía únicamente hasta la tar<strong>de</strong> para <strong>de</strong>cidir si accedía a sus <strong>de</strong>mandas, o le<br />

obligaba, con su rechazo, a hacer que la trasladaran al torreón <strong>de</strong>l este. Añadió que un grupo <strong>de</strong> caballeros cenarían con él aquel día, y que esperaba que se sentara a la cabecera <strong>de</strong> la mesa, en la que Emily<br />

también <strong>de</strong>bería estar presente. Madame Montoni estaba a punto <strong>de</strong> negarse a ello también, pero consi<strong>de</strong>rando <strong>de</strong> pronto que su libertad durante aquel entretenimiento, aunque limitado, pudiera favorecer sus<br />

planes, con<strong>de</strong>scendió aparentando que lo hacía <strong>de</strong> mala gana, y Montoni, poco <strong>de</strong>spués, salió <strong>de</strong> la habitación. Su or<strong>de</strong>n conmovió a Emily con sorpresa y temores, que se vino abajo ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> verse<br />

expuesta a las miradas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos, como su imaginación le <strong>de</strong>cía que sería, y las palabras <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano, que volvieron a su mente, incrementaron dichos temores.<br />

Cuando se retiró a prepararse para la cena, se vistió incluso con más sencillez que <strong>de</strong> costumbre, para tratar <strong>de</strong> escapar a la observación <strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados. Una <strong>de</strong>cisión que no le sirvió <strong>de</strong> mucho porque al<br />

volver a la habitación <strong>de</strong> su tía, se encontró con Montoni, quien censuró lo que él llamaba su remilgada apariencia, e insistió en que <strong>de</strong>bía llevar el traje más espléndido que tuviera, e incluso el que le habían<br />

preparado para su proyectada boda con el con<strong>de</strong> Morano, que, como se <strong>de</strong>scubrió en ese momento, su tía se había cuidado <strong>de</strong> traer con ella <strong>de</strong> Venecia. Había sido hecho, no al estilo veneciano, sino<br />

conforme a la moda napolitana, para <strong>de</strong>stacar la silueta y la figura al máximo. Con él, sus hermosos rizos castaños se recogían negligentemente con perlas, cayendo <strong>de</strong>spués sobre la nuca. La simplicidad que<br />

había buscado madame Montoni en aquel vestido era espléndida y la belleza <strong>de</strong> Emily no había aparecido nunca tan cautivadora. Comprendía que la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Montoni no tenía otra intención que la ostentación<br />

<strong>de</strong> mostrar a su familia ricamente ataviada ante <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> <strong>los</strong> visitantes, y sólo su or<strong>de</strong>n absoluta pudo evitar que se negara a llevar un vestido que había sido diseñado con un propósito tan ofensivo y menos<br />

aún llevarlo en aquella ocasión. Al bajar las escaleras para cenar, las emociones <strong>de</strong> su mente le hicieron sonrojarse, aumentando el interés <strong>de</strong> su expresión. Por timi<strong>de</strong>z se había quedado en su habitación hasta el<br />

último momento, y, cuando entró en el salón, en el cual había sido dispuesta la cena, Montoni y sus invitados ya estaban sentados a la mesa. Se dirigió hacia don<strong>de</strong> estaba sentada su tía, pero Montoni hizo una<br />

señal con la mano y dos caballeros se pusieron en pie, para que se sentara entre el<strong>los</strong>.<br />

El mayor <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos era un hombre alto, con el rostro muy italiano, nariz aguileña y ojos oscuros penetrantes, que relampagueaban con fuego cuando se agitaba, y, que incluso en aquel<strong>los</strong> momentos <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scanso, retenían algo <strong>de</strong> lo salvaje <strong>de</strong> las pasiones. Su cara era alargada y estrecha y su piel <strong>de</strong> un amarillo sedoso.<br />

El otro, que parecía tener unos cuarenta años, era muy distinto, aunque italiano, y su mirada era suave y penetrante; sus ojos, <strong>de</strong> un gris oscuro, pequeños y hundidos, su piel tostada por el sol y el contorno<br />

<strong>de</strong> su cara, aunque tendiendo a ovalado, irregular y mal formado.<br />

Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa estaban sentados otros ocho invitados, vestidos con uniformes y que, más o menos, tenían una expresión salvaje, <strong>de</strong> intenciones perversas o <strong>de</strong> pasiones licenciosas. Emily <strong>los</strong> miró<br />

tímidamente, y, al recordar la escena <strong>de</strong> aquella mañana, casi se sintió ro<strong>de</strong>ada por bandidos, y al traer a su memoria la tranquilidad <strong>de</strong> su vida anterior, se sintió conmovida por la tristeza <strong>de</strong> su situación. El<br />

ambiente en el que se encontraban colaboraba en su fantasía. Era el viejo salón, tenebroso por el estilo <strong>de</strong> su arquitectura, por su gran tamaño y porque casi la única luz que les llegaba procedía <strong>de</strong> un gran<br />

ventanal gótico y por un par <strong>de</strong> puertas que, al estar abiertas, permitían una vista <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong>l oeste, tras las cuales asomaban las agrestes montañas <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos.<br />

El techo <strong>de</strong>l salón, con artesonado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, se apoyaba en tres puntos en columnas <strong>de</strong> mármol; tras éstas, una serie <strong>de</strong> columnatas le daban una extraña gran<strong>de</strong>za y se perdían en la semioscuridad. Las<br />

ligeras pisadas <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados, según venían hacia el<strong>los</strong>, resonaban en ligeros ecos, y sus figuras vistas imperfectamente en la oscuridad, sacudían la imaginación <strong>de</strong> Emily. Miraba alternativamente a Montoni, a<br />

sus invitados y a la escena que les ro<strong>de</strong>aba y entonces, recordando su querida provincia natal, su grato hogar y la sencillez y bondad <strong>de</strong> <strong>los</strong> amigos que había perdido, <strong>de</strong> nuevo la tristeza y la sorpresa se<br />

adueñaron <strong>de</strong> su mente..<br />

Cuando sus pensamientos pudieron <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> estas consi<strong>de</strong>raciones, observó el aire <strong>de</strong> autoridad <strong>de</strong>l anfitrión, muy superior al que le había visto manifestar en otras ocasiones, aunque siempre se<br />

había distinguido por su arrogancia. En el comportamiento <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos había algo que sin llegar a ser servil mostraba el reconocimiento <strong>de</strong> su superioridad.<br />

Durante la cena, la conversación fue fundamentalmente sobre la guerra y la política. Hablaron con energía <strong>de</strong> Venecia, <strong>de</strong> sus peligros, <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong>l Dux reinante y <strong>de</strong> <strong>los</strong> principales senadores, y <strong>de</strong>spués<br />

hablaron <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> Roma. Al terminar, se levantaron y llenaron sus copas <strong>de</strong> vino <strong>de</strong>l jarro que tenían a su lado y bebieron.<br />

—¡Éxito para nuestras hazañas! —dijo Montoni llevándose la copa a <strong>los</strong> labios para el brindis, cuando inesperadamente empezó a salir el vino y, al separarla <strong>de</strong> él, se rompió en mil pedazos.<br />

Por su costumbre constante <strong>de</strong> utilizar un tipo <strong>de</strong> cristal veneciano que tenía la cualidad <strong>de</strong> romperse al ser escanciado en él un licor envenenado, la sospecha <strong>de</strong> que alguno <strong>de</strong> sus invitados había tratado <strong>de</strong><br />

traicionarle, se le vino a la mente y or<strong>de</strong>nó que fueran cerradas todas las puertas. Sacó la espada y, mirando a su alre<strong>de</strong>dor a todos el<strong>los</strong>, que estaban en un silencio expectante, exclamó:<br />

—Hay un traidor entre nosotros. Los que sean inocentes que me ayu<strong>de</strong>n a <strong>de</strong>scubrir al culpable.<br />

La indignación se reflejó en <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> caballeros, que sacaron sus espadas; y madame Montoni, aterrorizada por lo que pudiera suce<strong>de</strong>r, intentó salir <strong>de</strong>l salón, pero recibió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su marido<br />

<strong>de</strong> que permaneciera allí. Sus últimas palabras no fueron audibles, porque todas las voces se levantaron al mismo tiempo. Su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que todos <strong>los</strong> criados <strong>de</strong>bían acudir fue obe<strong>de</strong>cida por fin, y todos<br />

<strong>de</strong>clararon <strong>de</strong>sconocer cualquier traición, protestas <strong>de</strong> lealtad que no podían ser creídas, ya que era evi<strong>de</strong>nte que el licor <strong>de</strong> Montoni, y sólo el suyo, había sido envenenado, por lo que alguien había <strong>de</strong>cidido<br />

atentar contra su vida, lo que no se habría podido llevar a cabo sin la complicidad <strong>de</strong>l criado que se había encargado <strong>de</strong> llevar las jarras <strong>de</strong> vino.<br />

Aquel hombre, junto con otro cuyo rostro <strong>de</strong>jaba traslucir la conciencia <strong>de</strong> su culpa o el temor al castigo, fueron enca<strong>de</strong>nados inmediatamente por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Montoni y confinados en una habitación<br />

fortificada que había sido utilizada anteriormente como prisión. Del mismo modo habría enviado a todos sus invitados, si no hubiera visto con claridad las consecuencias <strong>de</strong> tan extraño e injustificable proce<strong>de</strong>r.<br />

En consecuencia, por lo que se refería a el<strong>los</strong>, se limitó a jurar que ni un solo hombre cruzaría las puertas hasta que aquel asunto extraordinario hubiera sido investigado, y en ese momento hizo una señal a su<br />

esposa para que se retirara a sus habitaciones, indicando a Emily que la atendiera.<br />

Media hora <strong>de</strong>spués, apareció en el vestidor y Emily observó con terror las oscuras intenciones que reflejaba su rostro y le oyó hablar <strong>de</strong> su venganza contra su tía.<br />

—No te servirá <strong>de</strong> nada —dijo a su mujer— negar <strong>los</strong> hechos. Tengo pruebas <strong>de</strong> tu culpabilidad. Tu única oportunidad para lograr clemencia es una confesión completa. No hay esperanzas para el silencio<br />

o la falsedad. Tu cómplice ha confesado todo.<br />

El ánimo <strong>de</strong> Emily se sumió en el asombro al ver a su tía acusada <strong>de</strong> un crimen tan atroz, y por un momento no pudo admitir la posibilidad <strong>de</strong> su culpabilidad. La agitación <strong>de</strong> madame Montoni no le permitía<br />

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