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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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Emily le siguió temblando más aún cuando comprendió que su huida <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> aquel momento, mientras Du Pont la ayudaba y trataba según corría <strong>de</strong> animarla.<br />

—Hablad bajo, signor —dijo Ludovico—, estos pasadizos envían ecos por todo el castillo.<br />

—¡Cuida <strong>de</strong> la luz! —exclamó Emily—, vas tan <strong>de</strong>prisa que el aire la apagará.<br />

Ludovico abrió otra puerta, don<strong>de</strong> encontraron a Annette, y el grupo <strong>de</strong>scendió por un corto tramo <strong>de</strong> escaleras hacia un pasadizo que, según dijo Ludovico, corría alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l patio interior <strong>de</strong>l castillo y<br />

salía al otro exterior. Según avanzaban, les llegaron sonidos confusos y tumultuosos que parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l patio interior, que alarmaron a Emily.<br />

—Al contrario, signora —dijo Ludovico—, nuestra única esperanza está en ese tumulto; mientras <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong>l signor están ocupados con <strong>los</strong> que llegan, tal vez podamos pasar sin ser vistos por las<br />

puertas. ¡Pero silencio! —añadió según se aproximaban a una pequeña puerta que comunicaba con el primer patio—, esperadme aquí un momento. Iré a ver si las puertas están abiertas y si no hay nadie en el<br />

camino. Por favor, apagad la luz, signor, si me oís hablar —continuó Ludovico entregando la lámpara a Du Pont—, y permaneced silenciosos.<br />

Tras <strong>de</strong>cir esto, salió al patio y cerraron la puerta, escuchando ansiosamente sus pasos que se alejaban. Sin embargo, no se oía voz alguna en el patio que estaba cruzando, aunque les llegaba gran confusión<br />

<strong>de</strong>l interior.<br />

—No tardaremos en estar al otro lado <strong>de</strong> estos muros —dijo Du Pont en voz baja a Emily—, tened ánimo un poco más, señora, y todo irá bien.<br />

Pero pronto oyeron a Ludovico hablar en voz alta, y las voces <strong>de</strong> otras personas, y Du Pont apagó inmediatamente la lámpara.<br />

—¡Ah! ¡Demasiado tar<strong>de</strong>! —exclamó Emily—. ¿Qué será <strong>de</strong> nosotros<br />

Siguieron escuchando y advirtieron que Ludovico estaba hablando con un centinela, cuyas voces fueron oídas también por el perro favorito <strong>de</strong> Emily, que la había seguido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su habitación y que ladraba<br />

fuertemente.<br />

—¡Este perro nos <strong>de</strong>scubrirá! —dijo Du Pont—. Lo contendré.<br />

—¡Me temo que ya nos ha traicionado! —replicó Emily.<br />

Du Pont, no obstante, lo sujetó y volvió a escuchar lo que pasaba en el exterior. Oyeron a Ludovico que <strong>de</strong>cía: «Vigilaré las puertas un rato».<br />

—Quédate un momento —replicó el centinela—, y no tendrás que molestarte. Que envíen <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> a <strong>los</strong> estab<strong>los</strong> exteriores, entonces cerrarán las puertas y podré <strong>de</strong>jar mi puesto.<br />

—No es ninguna molestia, camarada —dijo Ludovico—, ya me harás tú un favor en otra ocasión. Ve, ve a tomarte un trago; <strong>los</strong> que acaban <strong>de</strong> llegar se lo beberán todo si no vas.<br />

El soldado dudó y gritó a las gentes que estaban en el segundo patio para saber por qué no enviaban <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>, ya que las puertas <strong>de</strong>bían cerrarse; pero estaban <strong>de</strong>masiado ocupados para aten<strong>de</strong>rle,<br />

incluso aunque hubieran oído sus voces.<br />

—Lo ves —dijo Ludovico—, el<strong>los</strong> saben lo que tienen que hacer. Se lo están repartiendo. Si esperas a que vengan <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> ya se habrán bebido todo el vino." Yo ya me he tomado mi ración, pero<br />

puesto que no te interesa la tuya, no sé por qué no voy a tomármela yo.<br />

—Para, para, no tan rápido —gritó el centinela—, entonces vigila un momento. Estoy aquí ahora mismo.<br />

—No hace falta que corras —dijo Ludovico fríamente—, no es la primera vez que hago guardia. Pero déjame tu trabuco, y si el castillo fuera atacado, sabría <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r el paso como un héroe.<br />

—Toma, aquí lo tienes —contestó el soldado—, te pue<strong>de</strong> servir, aunque no creo que valiera mucho para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r el castillo. Ya te contaré una buena historia <strong>de</strong> este trabuco.<br />

—Será mejor que me la cuentes cuando te hayas tomado el vino —dijo Ludovico—. ¡Mira!, ya salen al patio.<br />

—De todos modos me tomaré esa copa —dijo el centinela, que salió corriendo—. Sólo tardaré un momento.<br />

—Tarda lo que quieras, no tengo prisa —replicó Ludovico, que se puso a correr cruzando el patio mientras el soldado regresaba.<br />

—¿Adón<strong>de</strong> vas tan <strong>de</strong>prisa, amigo, adón<strong>de</strong> vas —dijo este último—. ¡Qué es eso! ¡Pensabas hacer así la guardia! Me parece que tendré que quedarme en mi puesto!<br />

—Menos mal —replicó Ludovico—, me has ahorrado el tener que ir corriendo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ti. Iba a <strong>de</strong>cirte que si quieres beber vino <strong>de</strong> Toscana, <strong>de</strong>bes pedírselo a Sebastián. El que tiene ése que se llama<br />

Fe<strong>de</strong>rico no merece la pena. Pero me temo que no vas a probar ninguno, porque veo que ya salen.<br />

—¡Por San Pedro! —dijo el soldado, y salió corriendo mientras Ludovico se dirigía hacia la puerta <strong>de</strong>l pasadizo, don<strong>de</strong> Emily estaba a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfallecer <strong>de</strong> ansiedad por su conversación. Al saber que el<br />

patio estaba vacío, le siguieron hasta el portón sin más espera, cogiendo antes dos cabal<strong>los</strong> que había en el segundo patio y que estaban mordisqueando unas hierbas que crecían entre el pavimento.<br />

Cruzaron sin interrupción las temidas puertas y avanzaron por el camino que conducía hacia <strong>los</strong> bosques. Emily, monsieur Du Pont y Annette andando, y Ludovico, que se había montado en uno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

cabal<strong>los</strong>, conducía el otro. Se <strong>de</strong>tuvieron y Emily y Annette fueron subidas a <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> con sus dos protectores. Ludovico, en cabeza, dirigió la marcha lanzándose por la senda irregular, bajo la débil luz que<br />

recibían <strong>de</strong> la luna entre las ramas.<br />

Emily estaba tan sorprendida por su marcha inesperada que le costaba trabajo creer que estuviera <strong>de</strong>spierta, y dudaba si la aventura concluiría, una duda plenamente justificada, antes <strong>de</strong> que llegaran al otro<br />

extremo <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques. No tardaron en oír gritos que les llegaban con el viento, y a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques pudieron ver luces que se movían por el castillo. Du Pont espoleó al caballo, y con algunas dificulta<strong>de</strong>s<br />

logró que fuera más aprisa.<br />

—¡Pobre animal! —dijo Ludovico—, está muy cansado, ha estado todo el día <strong>de</strong> marcha. Pero, signor, ahora tenemos que volar, ya que por allí se ven luces que se dirigen por este camino.<br />

Tras espolear también a su caballo, ambos emprendieron el galope, y cuando volvieron a mirar hacia atrás, las luces estaban ya tan distantes que casi no se veían y las voces se perdieron en el silencio. Los<br />

viajeros redujeron entonces la marcha y comentaron por cual camino <strong>de</strong>bían seguir. Se <strong>de</strong>cidió que bajarían hasta Toscana y que tratarían <strong>de</strong> llegar al Mediterráneo, don<strong>de</strong> podrían embarcar para Francia. Allí,<br />

Du Pont se ocuparía <strong>de</strong> Emily, si se informaba <strong>de</strong> que el regimiento con el que había ido a Italia había regresado a su país.<br />

Se encontraban en el camino que Emily había recorrido con Ugo y Bertrand, pero Ludovico, que era el único <strong>de</strong>l grupo que conocía <strong>los</strong> pasos por las montañas, dijo que un poco más a<strong>de</strong>lante, un sen<strong>de</strong>ro<br />

que salía <strong>de</strong>l camino les llevaría a Toscana con pocas dificulta<strong>de</strong>s y que a pocas leguas <strong>de</strong> distancia había una pequeña ciudad don<strong>de</strong> podrían procurarse lo necesario para el viaje.<br />

—Pero, espero —añadió—, que no nos encontremos con algún grupo <strong>de</strong> bandidos, puesto que hay varios fuera <strong>de</strong>l castillo, según mis noticias. Sin embargo, tengo un buen trabuco que pue<strong>de</strong> prestarnos un<br />

buen servicio en caso <strong>de</strong> que nos encontremos con alguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. ¿Tenéis armas, signor<br />

—Sí —replicó Du Pont—, tengo la daga <strong>de</strong>l villano que quería acuchillarme, pero regocijémonos en nuestra huida <strong>de</strong> Udolfo y no nos atormentemos con peligros que quizá no lleguen nunca.<br />

La luna se había elevado por encima <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles que cubrían ambos lados <strong>de</strong>l estrecho sen<strong>de</strong>ro por el que avanzaban y les proporcionaba luz suficiente para distinguir el camino y para evitar las piedras<br />

caídas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las montañas. Avanzaban con paso regular y en profundo silencio. Ninguno se había recobrado <strong>de</strong> la sorpresa <strong>de</strong> la inesperada huida. Especialmente Emily estaba sumida en varias emociones, en<br />

una meditación que la serena belleza <strong>de</strong>l paisaje que les ro<strong>de</strong>aba y el suave murmullo <strong>de</strong> la brisa entre las hojas contribuían a prolongar. Pensó en Valancourt y en Francia, con esperanza, y habría sentido<br />

profunda alegría <strong>de</strong> no haber sufrido <strong>los</strong> primeros acontecimientos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, que habían agitado su espíritu. Mientras tanto, Emily era el único tema <strong>de</strong> las melancólicas consi<strong>de</strong>raciones que se iba haciendo Du<br />

Pont; sin embargo, pese a la <strong>de</strong>silusión que había sufrido, ésta se mezclaba con el suave placer que le ocasionaba su presencia, pero pese a ello no intercambiaron palabra alguna. Annette pensaba en su<br />

maravil<strong>los</strong>a escapada y en la indignación que sentirían Montoni y su gente al <strong>de</strong>scubrir su marcha; y pensaba también en el regreso a su país, y en su matrimonio con Ludovico, pues parecía que ya no había<br />

impedimento alguno, puesto que no consi<strong>de</strong>raba a la pobreza como tal. Ludovico, por su parte, se felicitaba por haber rescatado a su Annette y a la signora Emily <strong>de</strong>l peligro que las ro<strong>de</strong>aba; en su propia<br />

liberación <strong>de</strong> aquella gente cuya conducta <strong>de</strong>testaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo; <strong>de</strong> la libertad que había dado a monsieur Du Pont; <strong>de</strong>l futuro <strong>de</strong> felicidad con la <strong>de</strong>stinataria <strong>de</strong> sus afectos, y, no menos, <strong>de</strong> la charla con<br />

la que había engañado al centinela y llevado a<strong>de</strong>lante todo el plan.<br />

Así, cada uno sumido en sus propios pensamientos, <strong>los</strong> viajeros avanzaron en silencio durante más <strong>de</strong> una hora, con algunas interrupciones momentáneas por preguntas <strong>de</strong> Du Pont relativas al camino o algún<br />

comentario <strong>de</strong> Annette sobre lo que veían a la incierta luz <strong>de</strong> la noche. Finalmente, percibieron unas luces a un lado <strong>de</strong> la montaña y Ludovico no dudó <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong> la ciudad que había mencionado,<br />

mientras sus compañeros, satisfechos con su seguridad, volvieron al silencio. Annette fue la primera en interrumpirlo.<br />

—¡Virgen Santa! —dijo—, ¿con qué dinero haremos el viaje Porque sé que ni yo ni mi señora tenemos un solo cequí. ¡El signor se ocupará <strong>de</strong> eso!<br />

Este comentario produjo una seria reacción, que concluyó con una situación embarazosa igualmente seria, porque Du Pont había sido <strong>de</strong>sprovisto <strong>de</strong> casi todo su dinero cuando fue hecho prisionero. Lo que<br />

le quedaba se lo había dado al centinela que le había permitido ocasionalmente salir <strong>de</strong> la habitación que le había servido <strong>de</strong> prisión; y Ludovico, que llevaba tiempo encontrando dificulta<strong>de</strong>s para conseguir que<br />

le pagaran su sueldo, tenía muy poco para lograr <strong>los</strong> alimentos necesarios en la primera ciudad a la que llegaran.

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