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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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—Ahora sí <strong>de</strong>bes hacerlo —prosiguió su camarada—, o será peor para ti. Nosotros no somos más que seis. ¿Cómo podremos dominar a diez en una lucha abierta Os lo digo, tenemos que dar veneno a<br />

algunos y podremos controlar al resto.<br />

—Os diré un camino mejor —intervino el otro impacientemente—, acercaos.<br />

Blanche, que había escuchado la conversación en una agonía que sería imposible <strong>de</strong>scribir, ya no pudo distinguir lo que <strong>de</strong>cían, porque <strong>los</strong> rufianes habían bajado sus voces, pero la esperanza <strong>de</strong> que pudiera<br />

salvar a sus amigos <strong>de</strong>l complot, si podía encontrar rápidamente el camino hasta el<strong>los</strong>, reanimó súbitamente su ánimo y le dio fuerzas suficientes para volver sobre sus pasos en busca <strong>de</strong> la galería. Sin embargo,<br />

el terror y la oscuridad conspiraron contra ella y, tras avanzar unas pocas yardas, la débil luz que procedía <strong>de</strong> la cámara <strong>de</strong>jó todo envuelto en la oscuridad. Tropezó en un escalón que había en el pasadizo y<br />

cayó al suelo.<br />

El ruido alertó a <strong>los</strong> bandidos, que corrieron hacia afuera para comprobar si había alguna persona que hubiera podido oír sus comentarios. Blanche <strong>los</strong> vio acercarse y advirtió sus miradas llenas <strong>de</strong> furia,<br />

pero antes <strong>de</strong> que pudiera levantarse la <strong>de</strong>scubrieron y se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> ella, arrastrándola hasta la habitación que habían <strong>de</strong>jado, mientras sus gritos <strong>de</strong>spertaron en el<strong>los</strong> terribles amenazas.<br />

Al llegar comentaron lo que <strong>de</strong>berían hacer con ella.<br />

—Sepamos primero lo que ha oído —dijo el jefe <strong>de</strong> <strong>los</strong> ladrones—. ¿Cuánto tiempo lleváis en el pasadizo, señora, y qué os ha traído aquí<br />

—Cojamos primero el retrato —dijo uno <strong>de</strong> sus camaradas, aproximándose a la temblorosa Blanche—. Señora, por vuestra seguridad ese retrato es mío; ¡vamos, entregádmelo, o lo cogeré!<br />

Blanche, pidiéndole que la respetara, le entregó <strong>de</strong> inmediato la miniatura, mientras otro <strong>de</strong> <strong>los</strong> rufianes la interrogaba furioso en relación a lo que había oído <strong>de</strong> su conversación, y su confusión y terror<br />

dijeron <strong>de</strong>masiado claramente lo que su lengua temía confesar. Los rufianes se miraron expresivamente entre el<strong>los</strong>, y dos se alejaron al otro extremo <strong>de</strong> la habitación para comentar.<br />

—¡Por San Pedro, son diamantes! —exclamó el que estaba examinando.la miniatura—, y el retrato también es valioso. Señora, este <strong>de</strong>be ser vuestro esposo, estoy seguro, porque es el caballerete que<br />

estaba en vuestra compañía hace un momento.<br />

Blanche, conmovida por el terror, le pidió que tuviera piedad <strong>de</strong> ella, y, entregándole su bolsillo, prometió no <strong>de</strong>cir nada <strong>de</strong> lo que había pasado si le permitían regresar con sus amigos.<br />

El rufián sonrió irónicamente e iba a replicar cuando llamó su atención un ruido distante, y mientras escuchaba, agarró el brazo <strong>de</strong> Blanche con firmeza como si temiera que se escapara, y ella volvió a gritar<br />

pidiendo ayuda.<br />

Los ruidos que se aproximaban hicieron acudir a <strong>los</strong> rufianes, que estaban en el otro extremo <strong>de</strong> la habitación.<br />

—Hemos sido <strong>de</strong>scubiertos —dijeron—, pero escuchemos un momento, quizá sean nuestros camaradas que regresan <strong>de</strong> las montañas. Si es así nuestro trabajo está asegurado. ¡Escuchemos!<br />

Las <strong>de</strong>scargas <strong>de</strong> disparos confirmaron esta suposición en un momento, pero, al siguiente, <strong>los</strong> ruidos anteriores se aproximaron y el chocar <strong>de</strong> las espadas se mezcló con voces estentóreas y con profundos<br />

gemidos, ocupando el pasadizo que conducía a la cámara. Mientras <strong>los</strong> rufianes preparaban sus armas, oyeron cómo les llamaban sus compañeros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo lejos. Se oyó entonces el sonido <strong>de</strong> un cuerno en el<br />

exterior <strong>de</strong> la fortaleza, una señal que parecieron compren<strong>de</strong>r perfectamente porque tres <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, <strong>de</strong>jando a la con<strong>de</strong>sa Blanche al cuidado <strong>de</strong>l cuarto, salieron corriendo <strong>de</strong> la habitación.<br />

Mientras Blanche, temblorosa y al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el conocimiento, suplicaba por su liberación, oyó en medio <strong>de</strong>l tumulto que se aproximaba la voz <strong>de</strong> St. Foix, y casi no había reanudado sus gritos cuando<br />

se abrió la puerta <strong>de</strong> golpe y apareció <strong>de</strong>sfigurado por la sangre y perseguido por varios rufianes. Blanche no vio ni oyó nada más; su mente quedó en blanco, su mirada perdida, y cayó sin sentido en <strong>los</strong> brazos<br />

<strong>de</strong>l ladrón que la había <strong>de</strong>tenido.<br />

Cuando se recobró, vio, por una débil luz que se extendía a su alre<strong>de</strong>dor, que estaba en la misma cámara, pero ni el con<strong>de</strong> ni St. Foix ni persona alguna estaba presente. Continuó algún tiempo totalmente<br />

inmóvil y casi en un estado <strong>de</strong> estupefacción. Pero las terribles imágenes <strong>de</strong> lo ocurrido regresaron y trató <strong>de</strong> levantarse para po<strong>de</strong>r buscar a sus amigos, cuando un gemido, a poca distancia, le recordó a St.<br />

Foix y las condiciones en que le había visto entrar en la habitación. Levantándose <strong>de</strong>l suelo con un inesperado esfuerzo por el horror, avanzó hacia el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> había procedido el sonido. Había tendido un<br />

cuerpo sobre el pavimento, y a la oscilante luz <strong>de</strong> la lámpara <strong>de</strong>scubrió el rostro pálido y <strong>de</strong>sfigurado <strong>de</strong> St. Foix. Su terror, en aquel momento, pue<strong>de</strong> imaginarse fácilmente. No hablaba, tenía <strong>los</strong> ojos medio<br />

cerrados, y la mano que ella agarró en la agonía <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación estaba húmeda y fría. Mientras repetía en vano su nombre y gritaba pidiendo ayuda, oyó pasos que se aproximaban y una persona entró en<br />

la habitación, que pronto vio que no era el con<strong>de</strong>, su padre; sino, cuál sería su sorpresa cuando al suplicarle que ayudara a St. Foix, ¡<strong>de</strong>scubrió a Ludovico! Casi no se <strong>de</strong>tuvo a reconocerle, sino que atendió<br />

inmediatamente las heridas <strong>de</strong>l chevalier, y, al comprobar que probablemente había caído sin conocimiento por la pérdida <strong>de</strong> sangre, corrió a buscar agua. Sólo había estado ausente unos momentos, cuando<br />

Blanche oyó otros pasos que se aproximaban, y mientras esperaba llena <strong>de</strong> terror que regresaran <strong>los</strong> rufianes, la luz <strong>de</strong> una antorcha se reflejó en <strong>los</strong> muros y apareció el con<strong>de</strong> De Villefort, con el rostro<br />

alterado, y casi sin respiración por la impaciencia, llamando a su hija. Al oír su voz, se levantó y corrió a sus brazos mientras que él, <strong>de</strong>jando caer la espada sangrienta que sostenía, la apretó contra su pecho<br />

transportado por la gratitud y la alegría, preguntando <strong>de</strong> inmediato a continuación por St. Foix, que empezaba a dar algunas señales <strong>de</strong> vida. Ludovico regresó al momento con agua y brandy, la primera fue<br />

aplicada a sus labios y el brandy a sus sienes y pulso. Blanche, al fin, le vio abrir <strong>los</strong> ojos y preguntar por ella, pero la alegría que sintió por ello se vio interrumpida por nuevas alarmas cuando Ludovico dijo que<br />

sería necesario llevarse inmediatamente a monsieur St. Foix, y añadió:<br />

—Los bandidos que están fuera, mi señor, eran esperados hace una hora, y es seguro que nos encontrarán si nos retrasamos. Sólo hacen sonar ese cuerno tan agudo cuando sus camaradas están en una<br />

situación <strong>de</strong>sesperada y se extien<strong>de</strong> en ecos por las montañas a muchas leguas a la redonda. Sé que a veces han acudido por este sonido incluso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Pied <strong>de</strong> Melicant. Mi señor, ¿hay alguien vigilando en la<br />

entrada<br />

—Nadie —replicó el con<strong>de</strong>—, el resto <strong>de</strong> mi gente está por todas partes. Ve, Ludovico, reúne<strong>los</strong>, cúidate, y escucha atentamente <strong>los</strong> cascos <strong>de</strong> las mulas.<br />

Ludovico se marchó corriendo y el con<strong>de</strong> comentó las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> llevarse a St. Foix, que no podría soportar el movimiento <strong>de</strong> una mula, aunque su fortaleza le permitiera mantenerse en la silla.<br />

El con<strong>de</strong> comentó que <strong>los</strong> bandidos, que habían encontrado en el fuerte, estaban ya prisioneros en <strong>los</strong> calabozos y Blanche observó que también estaba herido y que no podía mover el brazo izquierdo, pero<br />

el con<strong>de</strong> sonrió ante su preocupación, asegurándole que la herida no tenía importancia.<br />

Aparecieron <strong>los</strong> sirvientes <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, excepto dos que habían quedado <strong>de</strong> vigilancia en la entrada, y poco <strong>de</strong>spués Ludovico.<br />

—Me ha parecido oír que se acercaban una mulas por el valle, mi señor —dijo—, el estruendo <strong>de</strong>l torrente no me ha permitido estar seguro, pero he traído lo que servirá para el chevalier —añadió,<br />

mostrando una piel <strong>de</strong> oso, sujeta a dos pa<strong>los</strong> largos y estrechos, que había sido preparada con el propósito <strong>de</strong> traer a alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> bandidos que habría resultado herido en sus encuentros. Ludovico lo<br />

extendió en el suelo, y colocando varias pieles <strong>de</strong> cabra sobre ella, hizo una especie <strong>de</strong> cama en la que fue echado el chevalier, que se encontraba algo mejor. Los pa<strong>los</strong> fueron elevados a <strong>los</strong> hombros <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

guías, cuya costumbre <strong>de</strong> recorrer aquel<strong>los</strong> parajes harían que fuera menor el movimiento. Algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> también estaban heridos, pero no <strong>de</strong> importancia. Una vez vendadas sus heridas<br />

siguieron hacia la gran puerta <strong>de</strong> entrada. Al cruzar el vestíbulo oyeron un gran tumulto a lo lejos, y Blanche se quedó aterrorizada.<br />

—Son sólo ésos villanos que están en <strong>los</strong> calabozos, mi señora —dijo Ludovico.<br />

—Da la impresión <strong>de</strong> que <strong>los</strong> van a abrir —dijo el con<strong>de</strong>.<br />

—No, mi señor —replicó Ludovico—, tienen puertas <strong>de</strong> hierro, no tenemos nada que temer <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. Pero permitidme que vaya primero y mire <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muralla.<br />

Le siguieron rápidamente y encontraron a las mulas al otro lado <strong>de</strong> la entrada, don<strong>de</strong> se quedaron escuchando, pero no oyeron ruido alguno, excepto el <strong>de</strong> las aguas torrenciales por <strong>de</strong>bajo y una ligera brisa<br />

susurrando entre las ramas <strong>de</strong>l viejo roble que crecía en el patio. Se animaron al percibir <strong>los</strong> primeros tonos <strong>de</strong>l amanecer sobre las cumbres <strong>de</strong> las montañas. Cuando ya habían montado en la mulas, Ludovico,<br />

actuando como guía, les condujo hacia el valle por un sen<strong>de</strong>ro más cómodo que el que habían utilizado para subir.<br />

—Debemos evitar el valle que hay al este, señor —dijo—, o podríamos encontramos a <strong>los</strong> bandidos; fue el camino que siguieron por la mañana.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>los</strong> viajeros abandonaron el sen<strong>de</strong>ro y penetraron en un estrecho valle que se extendía hacia el noroeste. La luz <strong>de</strong> la mañana avanzaba con rapi<strong>de</strong>z por las montañas y gradualmente <strong>de</strong>scubrió<br />

las ver<strong>de</strong>s colinas que estaban al pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> acantilados, cubiertas <strong>de</strong> alcornoques y <strong>de</strong> robles <strong>de</strong> hoja perenne. Las nubes <strong>de</strong> la tormenta se habían dispersado, <strong>de</strong>jando un cielo perfectamente sereno, y Blanche<br />

se animó con la brisa fresca y con el espectáculo ver<strong>de</strong> que la lluvia reciente había abrillantado. Poco <strong>de</strong>spués el sol asomó por encima <strong>de</strong> las rocas con <strong>los</strong> rayos que cubrían sus cumbres y las zonas ver<strong>de</strong>s<br />

inferiores resplan<strong>de</strong>cieron. Una especie <strong>de</strong> bruma flotaba en el extremo <strong>de</strong>l valle, pero <strong>de</strong>sapareció ante <strong>los</strong> viajeros y <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong>l sol la elevaron gradualmente hacia las cumbres <strong>de</strong> las montañas. Habían<br />

recorrido una legua aproximadamente cuando St. Foix se quejó <strong>de</strong> su extrema <strong>de</strong>bilidad y se <strong>de</strong>tuvieron para ofrecerle alimento y para que <strong>los</strong> hombres que le llevaban pudieran <strong>de</strong>scansar. Ludovico había<br />

traído <strong>de</strong>l fuerte algunas vasijas <strong>de</strong>l rico vino español, que resultó ser un cordial vivificante no sólo para St. Foix, sino para todo el grupo, aunque a él le proporcionó únicamente un consuelo temporal, porque<br />

alimentó la fiebre que quemaba sus venas y no pudo ocultar en su rostro la angustia sufrida o cesar en el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llegar a la posada en la que habían previsto pasar la noche anterior.<br />

Cuando reposaban bajo la sombra <strong>de</strong> <strong>los</strong> pinos, el con<strong>de</strong> pidió a Ludovico que explicara brevemente cómo había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> las estancias <strong>de</strong>l lado norte, cómo había caído en manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> bandidos y<br />

cómo había contribuido tan esencialmente a servirle a él y a su familia, porque le atribuía con justicia su liberación. Ludovico iba a obe<strong>de</strong>cer cuando oyeron <strong>de</strong> pronto el eco <strong>de</strong>l disparo <strong>de</strong> una pistola por el<br />

camino que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar y se levantaron alarmados, <strong>de</strong>cididos a continuar su ruta.

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