radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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C a p í t u l o X V I I<br />
D<br />
Entonces, lágrimas frescas<br />
asomaron en sus mejillas, como asoma la miel <strong>de</strong>l rocío<br />
sobre el lirio arrancado casi marchito.<br />
SHAKESPEARE<br />
espués <strong>de</strong> <strong>los</strong> últimos <strong>de</strong>scubrimientos, Emily fue distinguida en el castillo por el con<strong>de</strong> y su familia como pariente <strong>de</strong> la casa De Villeroi, y recibida, si era posible, con más amistosa atención <strong>de</strong> la que ya le<br />
había sido mostrada.<br />
La sorpresa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> por el retraso en la respuesta a la carta que había dirigido a Valancourt a Estuviere, se mezclaba con su satisfacción por la pru<strong>de</strong>ncia con la que había evitado que Emily participara <strong>de</strong><br />
la ansiedad que él sufría, aunque cuando la vio seguir bajo el efecto <strong>de</strong> su error anterior, necesitó <strong>de</strong> toda su <strong>de</strong>cisión para contenerse y no contarle la verdad que le habría proporcionado un consuelo<br />
momentáneo. La aproximación <strong>de</strong> la boda <strong>de</strong> Blanche dividió su atención con este otro tema <strong>de</strong> ansiedad, ya que <strong>los</strong> habitantes <strong>de</strong>l castillo estaban ocupados en <strong>los</strong> preparativos <strong>de</strong>l acontecimiento y se<br />
esperaba cada día la llegada <strong>de</strong> monsieur St. Foix. Emily trató en vano <strong>de</strong> participar en la alegría que la ro<strong>de</strong>aba, porque su ánimo estaba <strong>de</strong>primido por <strong>los</strong> últimos <strong>de</strong>scubrimientos y por la ansiedad que<br />
<strong>de</strong>spertó el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Valancourt al conocer su reacción cuando entregó el anillo. Se daba cuenta <strong>de</strong> que estaba sumido en la tristeza <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, y cuando pensaba en lo que ésta le podía mover a<br />
hacer, su corazón se llenaba <strong>de</strong> terror y tristeza. Se le hacía insoportable aquel estado <strong>de</strong> inquietud al que se creía con<strong>de</strong>nada, en relación con su seguridad, hasta que regresara a La Vallée, y, en esos<br />
momentos, no podía siquiera luchar para asumir la calma que le había abandonado, sino que con frecuencia se apartaba <strong>de</strong> pronto <strong>de</strong> la compañía con la que estaba y trataba <strong>de</strong> suavizar su ánimo en las<br />
profundas soleda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques que se extendían hasta la costa. Allí, el débil murmullo <strong>de</strong> las olas espumosas, que golpeaban bajo ella, y el sombrío sonar <strong>de</strong>l viento entre las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, eran<br />
elementos en unísono con el temperamento <strong>de</strong> su mente. Se sentaba en una roca o en <strong>los</strong> peldaños rotos <strong>de</strong> su atalaya favorita, observando el cambio <strong>de</strong> colores en las nubes <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y el exten<strong>de</strong>rse por el<br />
mar <strong>de</strong>l tétrico crepúsculo, hasta que las crestas blancas <strong>de</strong>l oleaje, en su camino hacia la playa, se divisaban con dificultad entre las aguas oscurecidas. Con frecuencia repetía con melancólico entusiasmo <strong>los</strong><br />
versos grabados por Valancourt en la atalaya, y <strong>de</strong>spués trataba <strong>de</strong> controlar el pesar que le ocasionaba y ocupaba su pensamiento con temas indiferentes.<br />
Una tar<strong>de</strong>, tras haber paseado con el laúd por su lugar favorito, entró en la torre ruinosa y subió por una escalera <strong>de</strong> caracol que conducía a una pequeña cámara que estaba menos <strong>de</strong>rruida que el resto <strong>de</strong>l<br />
edificio, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que en muchas ocasiones había admirado las amplias extensiones <strong>de</strong>l mar y la tierra. El sol se ocultaba en la línea <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pirineos, que divi<strong>de</strong> el Languedoc y el Rosellón, y, colocándose frente<br />
a la pequeña ventana, que, como las copas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles por encima, y las olas por <strong>de</strong>bajo, relucía con el tono rojo hacia el oeste, acarició las cuerdas <strong>de</strong>l laúd en una sinfonía solemne, acompañando <strong>de</strong>spués<br />
con su voz, en una aria simple y afectiva que, en <strong>los</strong> días felices, Valancourt había escuchado conmovido y a la que adaptó <strong>los</strong> siguientes versos:<br />
Espíritu <strong>de</strong> amor y tristeza —¡te saludo!<br />
Oigo tu voz solemne <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos,<br />
confundida con el viento mortecino <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>:<br />
¡te saludo, con esta lágrima tristemente grata!<br />
¡Oh! En esta quietud, esta hora solitaria,<br />
tu propia hora dulce <strong>de</strong>l día que concluye,<br />
<strong>de</strong>spierta tu laúd, cuyo po<strong>de</strong>r encantador<br />
llamará a la Quimera a la obediencia;<br />
A pintar el agreste sueño romántico,<br />
que encuentra la mirada pensativa <strong>de</strong>l poeta,<br />
cuando, en la ribera <strong>de</strong>l arroyo umbrío,<br />
le inspira el fervoroso suspiro.<br />
¡Oh, solitario espíritu!, que tu canción<br />
me lleve a través <strong>de</strong> todo tu sagrado embrujo;<br />
por <strong>los</strong> pasadizos <strong>de</strong>l monasterio a la luz <strong>de</strong> la luna,<br />
don<strong>de</strong> <strong>los</strong> espectros elevan su canto <strong>de</strong> medianoche.<br />
¡Oigo sus cantos fúnebres crecer débilmente!<br />
¡Después, se sumergen <strong>de</strong> pronto en triste silencio,<br />
mientras, por la celda <strong>de</strong>l claustro con pilares,<br />
aparecen oscuramente sus formas <strong>de</strong>slizantes!<br />
Condúceme don<strong>de</strong> el bosque <strong>de</strong> pino se agita en lo alto,<br />
cuyo césped sin sen<strong>de</strong>ro se ve oscuramente,<br />
cuando la fría luna, con mirada temblorosa,<br />
lanza sus largos rayos entre las hojas.<br />
Condúceme a la cumbre oscura <strong>de</strong> la montaña,<br />
don<strong>de</strong>, muy abajo, en profundas sombras,<br />
se extien<strong>de</strong>n amplias florestas, llanuras y cabañas,<br />
y suenan tristes las campanas <strong>de</strong> vísperas.<br />
O guíame don<strong>de</strong> el brioso remo<br />
rompe la quietud <strong>de</strong>l valle,<br />
cuando recorre lento las revueltas <strong>de</strong> la costa,<br />
para encontrarse con el velero distante en el océano:<br />
A LA MELANCOLÍA