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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o X I I I<br />

B<br />

Como, cuando una ola que amenaza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una nube,<br />

y, henchida por las tormentas, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> sobre el barco,<br />

blancas <strong>de</strong> espuma están las cubiertas; <strong>los</strong> vientos recios<br />

rugen en <strong>los</strong> mástiles, y cantan por todas las jarcias:<br />

Pálidos, temblorosos, cansados, <strong>los</strong> marineros se hielan <strong>de</strong> miedo,<br />

y la muerte instantánea aparece en cada ola.<br />

Homero, <strong>de</strong> POPE [36]<br />

lanche, que se había quedado muy sola, se mostró impaciente por contar con la compañía <strong>de</strong> su nueva amiga, con quien <strong>de</strong>seaba compartir el placer que recibía <strong>de</strong> <strong>los</strong> escenarios que la ro<strong>de</strong>aban. No tenía<br />

a quien pudiera expresar su admiración y comunicar sus satisfacciones, ninguna mirada que contestara a su sonrisa, o rostro alguno que reflejara su felicidad, y se fue quedando abatida y pensativa. El con<strong>de</strong>, al<br />

observar su insatisfacción, cedió <strong>de</strong> inmediato a su interés y recordó a Emily su prometida visita. Pero el silencio <strong>de</strong> Valancourt, que se prolongaba más allá <strong>de</strong>l tiempo que se podía esperar que tardase una carta<br />

en llegar a Estuviere, oprimía a Emily con profunda ansiedad y la hacía contraria a la vida en sociedad, por lo que <strong>de</strong>seaba diferir la aceptación <strong>de</strong> las invitaciones hasta que su ánimo se viera calmado. No<br />

obstante, el con<strong>de</strong> y su familia insistieron en verla y, como las circunstancias que justificaban su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> soledad no podían ser explicadas, su rechazo tenía apariencias <strong>de</strong> un capricho que no podía mantener sin<br />

ofen<strong>de</strong>r a unos amigos cuya estima tanto valoraba. En consecuencia, finalmente regresó para una segunda visita al Chateau-Ie-Blanc. Allí, el comportamiento amistoso <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> De Villefort animó a Emily a<br />

informarle <strong>de</strong> su situación, en relación con las propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su difunta tía y a consultarle sobre <strong>los</strong> medios para recuperarlas. Él tuvo pocas dudas en que la ley <strong>de</strong>cidiría en favor <strong>de</strong> ella, y, tras aconsejarla que<br />

se ocupara <strong>de</strong>l asunto, le ofreció primero escribir a un abogado <strong>de</strong> Avignon en cuya opinión pensaba que podía confiar. Emily aceptó agra<strong>de</strong>cida su amabilidad y se vio animada por las cortesías que recibía<br />

diariamente. Podría haber sido nuevamente feliz si hubiera estado segura <strong>de</strong> que Valancourt se encontraba bien y <strong>de</strong> que su afecto no había cambiado. Llevaba más <strong>de</strong> una semana en el castillo sin recibir noticias<br />

suyas, y, aunque sabía que estaba ausente <strong>de</strong> la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su hermano, era muy posible que su carta ya le hubiera llegado y no pudo impedir el admitir dudas y temores que <strong>de</strong>struían su tranquilidad.<br />

Consi<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> nuevo todo lo que podía sucedido en aquel largo período <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que fue recluida en Udolfo y se sintió llena <strong>de</strong> aprensiones con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Valancourt hubiera muerto o que viviera sin pensar en<br />

ella. Incluso la compañía <strong>de</strong> Blanche se le hizo intolerablemente opresiva y se quedó sola en sus habitaciones cuando <strong>los</strong> compromisos <strong>de</strong> la familia le permitieron hacerlo sin ser <strong>de</strong>scortés.<br />

En una <strong>de</strong> esas horas solitarias abrió uuna cajita que contenía algunas cartas <strong>de</strong> Valancourt, junto con algunos dibujos que había hecho durante su esencia en Toscana, que ya no le interesaban; pero en las<br />

cartas, con cierta melancolía, trató <strong>de</strong> recobrar la ternura que tantas veces la había calmado y por un momento la hicieron sentirse insensible a la distancia que le separaba <strong>de</strong>l autor <strong>de</strong> las mismas. Pero su efecto<br />

había cambiado. El afecto que expresaban oprimía su corazón cuanto consi<strong>de</strong>raba que, tal vez, había cedido a <strong>los</strong> po<strong>de</strong>res <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong> la ausencia, e incluso la vista <strong>de</strong> sul etra le <strong>de</strong>spertó tan dolorosos<br />

recuerdos que comprobó que no era capaz <strong>de</strong> volver a leer la primera que había abierto, y sentó pensativa, con la mejilla apoyada en un brazo, y las lágrimas cayendo por su rostro, cuando Dorothée entró en la<br />

habitación para informarle <strong>de</strong> que a cena se serviría una hora antes que <strong>de</strong> costumbre. Emily se sobresaltó al verla y ocultó con rapi<strong>de</strong>z <strong>los</strong> papeles, pero no antes <strong>de</strong> que Dorothée hubiera observado tanto su<br />

agitación como sus lágrimas.<br />

—¡Oh, ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo—, vos que sois tan joven, ¿tenéis razones para penar<br />

Emily trató <strong>de</strong> sonreír, pero no fue capaz <strong>de</strong> hablar.<br />

—Querida sefiorita, cuando lleguéis a mi edad no lloraréis por pequeñeces, y es seguro que no hay nada serio que pueda preocuparos.<br />

—No, Dorothée, nada que tenga importancia —replicó Emily.<br />

Dorothée, que se <strong>de</strong>tuvo para recoger algo que se había caído <strong>de</strong> entre <strong>los</strong> papeles, exclamó <strong>de</strong> pronto:<br />

—¡Virgen Santa! ¿Qué veo<br />

Después, temblando, se sentó en una silla que había al lado <strong>de</strong> la mesa.<br />

—¿Qué es lo que has visto —dijo Emily, alarmada por su tono y echando una mirada por la habitación.<br />

—¡Es ella misma! —dijo Dorothée—, ¡ella misma! ¡Exactamente con el aspecto que tenía antes <strong>de</strong> su muerte!<br />

Emíly, aún más alarmada comenzó a temer que Dorothée hubiera sido dominada por un frenesí inesperado, pero trató d e que se explicara.<br />

—¡Ese retrato! —dijo—, ¿dón<strong>de</strong> lo encontrasteis, señora ¡Es mi bendita señora!<br />

Se inclinó sobre la mesa en la que estaba la miniatura, que Emily encontró entre <strong>los</strong> papeles que su padre le había mandado <strong>de</strong>struir y sobre la que le vio mirar una vez con lágrimas <strong>de</strong> ternura y afecto, y,<br />

recordando todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su comportamiento, que tanto la habían sorprendido, sus em ociones crecieron al extremo <strong>de</strong> privarla <strong>de</strong> todo po<strong>de</strong>r para hacer las preguntas ante cuyas respuestas temblaba,<br />

por lo que no pudo aclarar si Dorothée estaba segura <strong>de</strong> que el retrato se parecía a la difunta marquesa.<br />

—¡Oh, señorita! —dijo—. ¿Cómo podría haberme afectado tanto nada más verlo si no hubiera sido por el parecido con mi ama ¡Ah! —añadió, cogiendo la miniatura—, son sus mismos ojos azules, con<br />

su mirada dulce y suave, y es su rostro como lo he visto tantas veces, cuando se sentaba pensativa durante un buen rato y las lágrimas corrían por sus mejillas, pero ¡nunca se quejó! Era esa mirada triste y<br />

resignada que me rompía el corazón y que me hacía quererla tan profundamente.<br />

—¡Dorothée! —dijo Emily solemnemente—, estoy interesada en la causa <strong>de</strong> esos pesares más <strong>de</strong> lo que tal vez puedas imaginar, y te ruego que no sigas negándote a ce<strong>de</strong>r a mi curiosidad. No es simple<br />

interés.<br />

Mientras Emily <strong>de</strong>cía esto, recordaba <strong>los</strong> documentos que estaban con el retrato y casi no dudaba <strong>de</strong> que se referían a la marquesa De Villeroi, pero con esta suposición sintió el escrúpulo <strong>de</strong> si <strong>de</strong>bía seguir<br />

preguntando sobre el asunto, que tal vez se tratara <strong>de</strong>l mismo que su padre había cuidado <strong>de</strong> ocultar. Su curiosidad en relación con la marquesa, aunque era muy fuerte, es probable que hubiera podido resistirla,<br />

como había hecho anteriormente, pero tras haber leído aquellas pocas y terribles palabras que no se habían borrado <strong>de</strong> su mente, le parecía estar segura <strong>de</strong> que contenían la historia <strong>de</strong> aquella dama y que <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>talles que pudiera relatar Dorothée estuvieran incluidos en las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su padre. Lo que supiera podría no ser un secreto para muchas otras personas, y, puesto que parecía probable que St. Aubert no<br />

hubiera tratado <strong>de</strong> ocultar lo que Emily llegara a saber por otros medios, <strong>de</strong>cidió, finalmente, que si <strong>los</strong> papeles relataban la historia <strong>de</strong> la marquesa, no podría tratarse <strong>de</strong> <strong>los</strong> mismos <strong>de</strong>talles que Dorothée le<br />

podría <strong>de</strong>scubrir, puesto que él había pensado que era suficientemente importante como para ocultárselo. En consecuencia, ya no dudó en hacer las preguntas que pudieran conducir a satisfacer su curiosidad.<br />

—¡Ah, ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Dorothée—, es una historia muy triste. No puedo contárosla. Pero ¿qué estoy diciendo Nunca la contaré. Han pasado muchos años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que ocurrió y no he hablado con<br />

nadie <strong>de</strong> la marquesa que no fuera mi marido. Él vivía en esta casa por aquel entonces, como yo, y estaba enterado <strong>de</strong> muchos <strong>de</strong>talles por mí, que nadie más conocía, porque yo fui la persona que estuvo con<br />

mi señora en su última enfermedad y vi y oí tanto o más que el mismo señor. ¡Era un santo! ¡Qué paciencia tenía! ¡Cuando ella murió, pensé que él también moriría!<br />

—Dorothée —dijo Emily, interrumpiéndola—, lo que me digas, pue<strong>de</strong>s confiar en ello, nunca lo contaré a nadie. Tengo, lo repito, razones particulares para <strong>de</strong>sear que me informes <strong>de</strong> este asunto, y estoy<br />

dispuesta a comprometerme <strong>de</strong>l modo más solemne a no mencionar lo que me pidas que mantenga secreto.<br />

Dorothée pareció sorprendida ante la reacción <strong>de</strong> Emily, y, tras mirarla en silencio durante un rato, dijo:<br />

—¡Señorita! Vuestra mirada apoya vuestras súplicas, se parece mucho a las <strong>de</strong> mi querida señora, y casi creo estar viéndola a ella. Si fuerais su hija no podríais recordármela más. Pero la cena ya <strong>de</strong>be estar<br />

preparada, ¿no sería mejor que bajarais<br />

—Prométeme primero acce<strong>de</strong>r a mi petición —dijo Emily.<br />

—Tenéis que <strong>de</strong>cirme primero, ma<strong>de</strong>moiselle, cómo llegó ese retrato a vuestras manos y las razones que <strong>de</strong>cís tener para vuestra curiosidad por mi señora.<br />

—No puedo, Dorothée —replicó Emily, recomponiéndose—. Tengo también razones particulares para guardar silencio sobre este asunto, al menos hasta que sepa algo más, y, recuerda, no prometo hablar<br />

<strong>de</strong> ello; en consecuencia, no pienses que al satisfacer mi curiosidad lo pue<strong>de</strong>s hacer porque vas a lograr cumplir la tuya. Lo que yo juzgue propio para ser ocultado no me concierne sólo a mí, ya que en caso

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