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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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que, mientras vigilaba cómo se reunía su rebaño,<br />

había visto al ladrón espiar el sueño <strong>de</strong> Hamet.<br />

¡Temiendo por la suya, salvó la vida <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido!<br />

El pobre Hamet le estrechaba a su corazón agra<strong>de</strong>cido;<br />

entonces, <strong>de</strong>spiertos sus camel<strong>los</strong> por el polvo <strong>de</strong> la lucha,<br />

con el pastor, se apresuró a marchar.<br />

Ahora, la Aurora respira su viento refrescante,<br />

y tiembla leve en las nubes <strong>de</strong>l este;<br />

y ahora, el sol, bajo el velo <strong>de</strong>l crepúsculo,<br />

luce alegre en la distancia, y fun<strong>de</strong> su mortaja.<br />

A todo lo largo <strong>de</strong> la llanura, sus rayos oblicuos<br />

lanzan sus prolongadas líneas por el solar torreado <strong>de</strong> Ilión.<br />

El distante Helesponto con <strong>los</strong> reflejos <strong>de</strong> la mañana<br />

y el viejo Escamandro envolviendo sus olas en luz.<br />

Todos <strong>los</strong> gozosos sonidos <strong>de</strong> las esquilas <strong>de</strong> <strong>los</strong> camel<strong>los</strong>, tan alegres,<br />

y <strong>los</strong> gozosos latidos <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Hamet, porque a él<br />

cuando la oscura noche se imponga al día,<br />

le verán hijos, esposa y hogar feliz.<br />

Al acercarse Emily a las playas <strong>de</strong> Italia comenzó a distinguir la riqueza y la variedad <strong>de</strong> colores <strong>de</strong>l paisaje: las colinas púrpura, ramas <strong>de</strong> pinos y cipreses, dando sombra a magníficas mansiones, y ciuda<strong>de</strong>s<br />

asomando entre viñedos y plantaciones. El noble Brenta, lanzando sus olas al mar, apareció en aquel momento y al llegar a su boca, la barcaza se <strong>de</strong>tuvo para que fueran enganchados <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> que la<br />

arrastrarían contra la corriente. Una vez que lo hubieron hecho, Emily echó una última mirada al Adriático y al ligero navegar,<br />

y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ola confundida en el cielo alborea en la perspectiva,<br />

y la barcaza lentamente resbaló entre las orillas ver<strong>de</strong>s y frondosas <strong>de</strong>l río. La gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> las mansiones palatinas, que adornan estas playas, se veía consi<strong>de</strong>rablemente aumentada por <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong>l ocaso,<br />

que producían fuertes contrastes <strong>de</strong> luz y sombra en <strong>los</strong> pórticos y en las galerías e iluminaban con un brillo suave <strong>los</strong> naranjos y las altas ramas <strong>de</strong> pinos y cipreses que ro<strong>de</strong>aban <strong>los</strong> edificios. El perfume <strong>de</strong>l<br />

naranjo, <strong>de</strong>l mirto y <strong>de</strong> otras plantas aromáticas se extendía en el aire y, con frecuencia, <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> refugios, el aliento <strong>de</strong> la música robaba la calma y <strong>de</strong>spués volvía el silencio.<br />

El sol ya se había ocultado en el horizonte y el crepúsculo se extendió sobre el paisaje. Emily, envuelta en pensativo silencio, continuó contemplando <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles que gradualmente se <strong>de</strong>svanecían en la<br />

oscuridad. Recordó muchas tar<strong>de</strong>s felices, cuando con St. Aubert había contemplado cómo las sombras <strong>de</strong>l crepúsculo dominaban escenarios tan hermosos como aquél <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> jardines <strong>de</strong> La Vallée, y una<br />

lágrima cayó por su mejilla al recordar a su padre. Su ánimo se vio conmovido por la melancolía, por influencia <strong>de</strong> la hora, por el leve murmullo <strong>de</strong> las olas pasando por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l navío y por la quietud <strong>de</strong>l aire,<br />

que temblaba sólo a interva<strong>los</strong> con la música distante. ¿Cómo podría no pensar, en aquel<strong>los</strong> momentos, en su afecto por Valancourt con presagios llenos <strong>de</strong> aflicción, cuando últimamente no había recibido<br />

cartas suyas que pudieran haber suavizado toda su inquietud Le parecía a su mente oprimida que le <strong>de</strong>jaba para siempre y que <strong>los</strong> países que <strong>los</strong> separaban no serían recorridos por ella <strong>de</strong> nuevo. Pensó en el<br />

con<strong>de</strong> Morano con horror, como si fuera en alguna medida la causa <strong>de</strong> aquello; pero fuera <strong>de</strong> él, una convicción, si así pue<strong>de</strong> llamarse a lo que aparece sin pruebas, se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> su mente: que no volvería a<br />

ver a Valancourt. Aunque sabía que ni la petición <strong>de</strong> Morano ni las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Montoni tenían po<strong>de</strong>r legal para obligarla a la obediencia, veía a ambos con temor supersticioso, pensando que al final<br />

prevalecería.<br />

Perdida en este sueño melancólico siguió envuelta en lágrimas hasta que fue llamado por Montoni, al que siguió a la cabina, don<strong>de</strong> habían preparado un refrigerio y estaba sentada sola su tía. El rostro <strong>de</strong><br />

madame Montoni estaba lleno <strong>de</strong> resentimiento, lo que parecía ser consecuencia <strong>de</strong> alguna conversación que hubiera tenido con su marido, que la miraba con una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdén distante y ambos<br />

mantuvieron durante algún rato un pesado silencio. Montoni le habló entonces a Emily <strong>de</strong> monsieur Quesnel:<br />

—¿No persistirás, espero, en negar tu conocimiento <strong>de</strong>l tema <strong>de</strong> la carta que le dirigí<br />

—Esperaba, señor, que no fuera necesario que insistiera —dijo Emily—; confiaba, por vuestro silencio, en que estuvierais convencido <strong>de</strong> vuestro error.<br />

—En ese caso, has esperado algo imposible —replicó Montoni—; podía tan razonablemente haber esperado encontrar sinceridad y uniformidad <strong>de</strong> conducta en alguien <strong>de</strong> tu sexo, como tú convencerme <strong>de</strong><br />

un error en este asunto.<br />

Emily enrojeció y guardó silencio. Se daba cuenta con toda claridad que había confiado en un imposible, porque, don<strong>de</strong> no se ha cometido error no cabe la convicción; y era evi<strong>de</strong>nte que la conducta <strong>de</strong><br />

Montoni no había sido consecuencia <strong>de</strong> un error, sino <strong>de</strong> un <strong>de</strong>signio.<br />

Ansiosa por escapar <strong>de</strong> la conversación, que le resultaba a la vez dolorosa y humillante, no tardó en volver a cubierta y en situarse cerca <strong>de</strong> la popa, sin preocuparse <strong>de</strong>l frío ni <strong>de</strong>l vapor que subían <strong>de</strong>l agua.<br />

El aire era seco y tranquilo. Aquí, al menos, la bondad <strong>de</strong> la naturaleza le permitía la tranquilidad que Montoni le negaba en otra parte. Era más <strong>de</strong> medianoche. Las estrellas daban la impresión <strong>de</strong> crepúscu<strong>los</strong> y<br />

servían para dibujar las oscuras líneas <strong>de</strong> las playas y la superficie gris <strong>de</strong>l río; hasta que la luna asomó tras la rama <strong>de</strong> un árbol y extendió su brillo sobre el paisaje. De vez en cuando le llegaban a Emily las voces<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> remeros y <strong>de</strong> <strong>los</strong> que conducían <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> por la orilla, y <strong>de</strong> una parte alejada <strong>de</strong> la barcaza la melancolía <strong>de</strong> una canción,<br />

El marinero apaciguaba,<br />

bajo la luna trémula, la ola <strong>de</strong> medianoche.<br />

Mientras tanto, Emily pensaba en su reunión con monsieur y madame Quesnel. Consi<strong>de</strong>raba lo que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cir en el tema <strong>de</strong> La Vallée, y entonces, para liberarse <strong>de</strong> temas más inquietantes, trató <strong>de</strong><br />

entretenerse <strong>de</strong>scubriendo las líneas oscuras <strong>de</strong>l paisaje, bajo la luz <strong>de</strong> la luna. Mientras fantaseaba vio, en la distancia, un edificio que asomaba entre <strong>los</strong> árboles iluminados por la luna, y según se acercaba la<br />

barcaza oyó voces y no tardó en distinguir el pórtico <strong>de</strong> una mansión, a medias cubierto por las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> pinos, que le recordó que era la misma que anteriormente le habían señalado como perteneciente a<br />

un familiar <strong>de</strong> madame Quesnel.<br />

La barcaza se <strong>de</strong>tuvo ante unos escalones <strong>de</strong> mármol que conducían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la orilla hasta el césped. Tras el pórtico asomaban algunas luces. Montoni envió a su criado y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>sembarcó con su familia.<br />

Encontraron a monsieur y madame Quesnel, con algunos amigos, sentados en sofás en el pórtico, disfrutando <strong>de</strong> la fresca brisa <strong>de</strong> la noche y tomando frutas y helados, mientras algunos <strong>de</strong> sus criados, a poca<br />

distancia, a la orilla <strong>de</strong>l río, interpretaban una sencilla serenata. Emily ya se había acostumbrado al modo <strong>de</strong> vida en este cálido país y no se sorprendió al encontrar a monsieur y madame Quesnel en el pórtico,<br />

dos horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la medianoche.<br />

Tras <strong>los</strong> saludos usuales, todos se sentaron en el pórtico y les trajeron un refrigerio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el vestíbulo, don<strong>de</strong> estaba preparado un banquete atendido por <strong>los</strong> criados. Cuando la emoción <strong>de</strong>l encuentro fue<br />

superada, y Emily se había recobrado <strong>de</strong> la leve emoción en que se había visto envuelto su espíritu, se quedó sorprendida por la singular belleza <strong>de</strong>l salón, tan perfectamente acomodado a las exuberancias <strong>de</strong> la<br />

estación. Era <strong>de</strong> mármol blanco, y el techo, que se elevaba en cúpula abierta, estaba sostenido por columnas <strong>de</strong>l mismo material. Dos lados opuestos <strong>de</strong>l mismo terminaban en pórticos abiertos, permitiendo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro una vista completa <strong>de</strong> <strong>los</strong> jardines y <strong>de</strong>l paisaje <strong>de</strong>l río; en el centro, una fuente refrescaba continuamente el aire, y parecía aumentar la fragancia que se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong> <strong>los</strong> naranjos próximos,<br />

mientras sus aguas al caer producían un grato sonido. Lámparas etruscas, suspendidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> pilares, difundían una luz brillante sobre la parte interior <strong>de</strong>l vestíbulo, <strong>de</strong>jando <strong>los</strong> pórticos más remotos bajo el<br />

suave brillo <strong>de</strong> la luna.<br />

Monsieur Quesnel habló aparte con Montoni <strong>de</strong> sus asuntos, en su habitual estilo <strong>de</strong> autovaloración; comentó sus nuevas adquisiciones y <strong>de</strong>spués simuló lamentar algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> contratiempos sufridos por<br />

Montoni últimamente. Mientras tanto, Montoni, cuyo orgullo al menos le permitía <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar ese tipo <strong>de</strong> vanidad y cuyo discernimiento le hizo <strong>de</strong>tectar bajo esa piedad asumida la frívola maldad <strong>de</strong> la mente <strong>de</strong><br />

Quesnel, le escuchó con <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso silencio, hasta que mencionó a su sobrina. Entonces salieron <strong>de</strong>l pórtico y se internaron en el jardín.<br />

Emily seguía atendiendo a madame Quesnel, que hablaba <strong>de</strong> Francia (incluso el nombre <strong>de</strong> su país nativo le era querido) y encontró algún placer en mirar a una persona que había estado allí últimamente. Ese<br />

país, a<strong>de</strong>más, estaba habitado por Valancourt, y escuchó con la leve esperanza <strong>de</strong> que también él fuera nombrado. Madame Quesnel, que cuando estaba en Francia hablaba con pasión <strong>de</strong> Italia, ahora, que<br />

estaba en Italia, hablaba con igual elogio <strong>de</strong> Francia, y trataba <strong>de</strong> excitar la imaginación y la envidia <strong>de</strong> su audiencia hablando <strong>de</strong> lugares que el<strong>los</strong> no habían tenido la satisfacción <strong>de</strong> ver. En estas <strong>de</strong>scripciones<br />

no sólo se imponía a el<strong>los</strong>, sino ante sí misma, ya que nunca pensó en un placer igual al que ya ha pasado y así, el <strong>de</strong>licioso clima, <strong>los</strong> naranjos fragantes y todas las exuberancias que la ro<strong>de</strong>aban, <strong>de</strong>saparecían<br />

sin ser advertidos, mientras su fantasía se <strong>de</strong>splegaba por las distantes escenas <strong>de</strong> un país <strong>de</strong>l norte.<br />

Emily escuchó en vano que dijera el nombre <strong>de</strong> Valancourt. Madame Montoni habló a su vez <strong>de</strong> las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> Venecia y <strong>de</strong> la satisfacción que le esperaba con la visita al hermoso castillo <strong>de</strong> Montoni, en<br />

<strong>los</strong> Apeninos. Esta última referencia, al menos, era una simple presunción, porque Emily sabía muy bien que a su tía no le gustaban las gran<strong>de</strong>zas solitarias, y particularmente las que prometía un castillo como el<br />

<strong>de</strong> Udolfo.<br />

Así el grupo continuó conversando, y en la medida en que lo permite la civilización, torturándose unos a otros con mutuas jactancias, mientras seguían reclinados en <strong>los</strong> sofás <strong>de</strong>l pórtico y estaban ro<strong>de</strong>ados<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> encantos tanto <strong>de</strong> la naturaleza como <strong>de</strong>l arte, ante <strong>los</strong> cuales cualquier mente honesta se hubiera visto temperada por la tolerancia, y las imaginaciones felices hubieran sucumbido al encanto.<br />

Poco <strong>de</strong>spués el amanecer asomó por el horizonte <strong>de</strong>l este y <strong>los</strong> tintes <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> la mañana, expandiéndose gradualmente, fueron mostrando las hermosas siluetas <strong>de</strong> las montañas italianas y <strong>los</strong> hermosos

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