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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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—Tú mismo has reconocido que es necesario que nos separemos; si <strong>de</strong>seas que crea que me amas, volverás a reconocerlo.<br />

—¡Nunca, nunca —gritó—, no supe lo que <strong>de</strong>cía! ¡Oh!, Emily, esto es <strong>de</strong>masiado, aunque no has sido engañada sobre mis faltas, lo has sido por esta exasperación contra ellas. El con<strong>de</strong> es una barrera<br />

entre nosotros, pero no lo seguirá siendo.<br />

—Estás equivocado —dijo Emily—, el con<strong>de</strong> no es tu enemigo; por el contrario, es amigo mío y eso <strong>de</strong>bería, en cierta medida, inducirte a creerle como tuyo.<br />

—¡Amigo tuyo! —dijo Valancourt, con violencia—. ¿Des<strong>de</strong> cuándo es tu amigo para que te pueda or<strong>de</strong>nar tan fácilmente que olvi<strong>de</strong>s a la persona a quien amas ¿Quién es él, que te recomienda que<br />

favorezcas a monsieur Du Pont, quien, como has dicho, te acompañó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Italia y quien, como digo yo, me ha robado tu afecto Pero no tengo <strong>de</strong>recho a preguntarte, tú eres señora <strong>de</strong> ti misma. ¡Tal vez Du<br />

Pont no tar<strong>de</strong> en triunfar sobre mi maltrecha fortuna!<br />

Emily, más asustada que antes por la <strong>de</strong>sviada mirada <strong>de</strong> Valancourt, dijo en un tono casi inaudible:<br />

—¡Por amor <strong>de</strong> Dios, sé razonable, recompórtate! Monsieur Du Pont no es tu rival, ni el con<strong>de</strong> es su abogado. Tú no tienes rivales ni, excepto tú mismo, enemigos. Mi corazón está oprimido por la angustia<br />

que aumenta con tu conducta <strong>de</strong>sesperada, que me muestra, más que nunca, que has <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser el Valancourt al que amaba.<br />

Él no contestó, sino que se sentó <strong>de</strong>jando caer <strong>los</strong> brazos sobre la mesa, tapándose el rostro con las manos, mientras Emily, <strong>de</strong> pie, silenciosa y temblando, luchaba consigo misma sin atreverse a <strong>de</strong>jarle en<br />

aquel estado <strong>de</strong> ánimo.<br />

—¡Terrible <strong>de</strong>sgracia! —exclamó él <strong>de</strong> pronto—. Nunca podré lamentar mis sufrimientos sin acusarme, no podré recordarte sin pensar en la locura y en el vicio que me han llevado a per<strong>de</strong>rte. ¡Tuve que ir<br />

a París y ce<strong>de</strong>r a <strong>los</strong> encantos que me han hecho <strong>de</strong>spreciable para siempre! ¡Oh! ¿Por qué no podré mirar atrás, sin interrupción, a aquel<strong>los</strong> días <strong>de</strong> inocencia y <strong>de</strong> paz, <strong>los</strong> días <strong>de</strong> nuestro primer amor —El<br />

recuerdo pareció conmover su corazón y el aliento <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperanza cedió a las lágrimas. Tras una larga pausa, se volvió hacia ella, y cogiendo su mano dijo con voz suave—: Emily, ¿pue<strong>de</strong>s soportar que nos<br />

separemos, pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cidir renunciar a un corazón que, aunque ha errado, errado profundamente, no es irremediable en el error, y, como sabes muy bien, no podrá ser remediado <strong>de</strong>l amor —Emily no contestó<br />

salvo con sus lágrimas—. ¿Cómo pue<strong>de</strong>s —continuó—, cómo pue<strong>de</strong>s olvidar todos nuestros días <strong>de</strong> felicidad y <strong>de</strong> confianza, cuando no tenía un pensamiento que <strong>de</strong>seara ocultarte, cuando no tenía<br />

satisfacciones en las que no participaras<br />

—¡Oh!, no me obligues a recordar aquel<strong>los</strong> días —dijo Emily—, a menos que seas capaz <strong>de</strong> hacerme olvidar el presente. No es mi intención hacerte reproches, si lo hubiera sido, me habría ahorrado estas<br />

lágrimas, pero ¿por qué no soportas tus sufrimientos <strong>de</strong> hoy contrastándo<strong>los</strong> con tus anteriores virtu<strong>de</strong>s<br />

—Esas virtu<strong>de</strong>s —dijo Valancourt—, tal vez podrían ser mías <strong>de</strong> nuevo, si tu afecto, que las cuidaba, no hubiera cambiado, pero temo que ya no me amas. Aquellas horas felices que pasamos juntos<br />

interce<strong>de</strong>rían por mí y no podrías recordarlas sin conmoverte. Sin embargo, ¿por qué <strong>de</strong>bo torturarme con el recuerdo, por qué quedarme en él ¿No estoy arruinado ¿No sería locura complicarte en mis<br />

<strong>de</strong>sgracias, incluso si tu corazón siguiera pensando en mí No te molestaré más. No obstante, antes <strong>de</strong> marchar —añadió con voz solemne—, permíteme que te repita que, cualquiera que sea mi <strong>de</strong>stino, sea lo<br />

que sea lo que <strong>de</strong>ba sufrir, te amaré siempre, te amaré profundamente. ¡Me marcho, Emily, voy a <strong>de</strong>jarte, para siempre!<br />

Al <strong>de</strong>cir estas últimas palabras, le tembló la voz y se <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> nuevo en la silla, <strong>de</strong> la que se había levantado. Emily no tenía fuerzas para abandonar la habitación o para <strong>de</strong>cir adiós. Todas las impresiones<br />

<strong>de</strong> su conducta criminal y casi todas las <strong>de</strong> sus locuras habían cedido en su mente y sólo era sensible a la piedad y al dolor.<br />

—He perdido toda mi fortaleza —dijo Valancourt finalmente—, ni siquiera puedo luchar para recuperarla. No puedo <strong>de</strong>jarte, no puedo darte un adiós eterno, dime, al menos, que me verás una vez más.<br />

Emily se sintió animada en parte por su solicitud y trató <strong>de</strong> creer que no <strong>de</strong>bía rehusarla. No obstante, se sintió inquieta al pensar que era una invitada en casa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, al que no le agradaría el regreso <strong>de</strong><br />

Valancourt. Sin embargo, otras consi<strong>de</strong>ra ciones se impusieron y accedió a su ruego con la condición <strong>de</strong> que no pensara en el con<strong>de</strong> como en un enemigo ni en Du Pont como un rival. Quedó con el corazón<br />

aligerado por ese pequeño respiro y casi perdió su anterior sentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia.<br />

Emily se retiró a su habitación para reanimarse y hacer <strong>de</strong>saparecer <strong>los</strong> rastros <strong>de</strong> las lágrimas que <strong>de</strong>spertarían las observaciones <strong>de</strong> censura <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa y su amiga, así como la curiosidad <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la<br />

familia. Comprobó que era imposible que se tranquilizara, porque no podía borrar <strong>de</strong> su recuerdo la entrevista con Valancourt, ni la conciencia <strong>de</strong> que habría <strong>de</strong> verle <strong>de</strong> nuevo por la mañana. Esa nueva<br />

entrevista le parecía aún más terrible que la última, porque le había impresionado profundamente la ingenua confesión que había hecho <strong>de</strong> su mal comportamiento y su alterada actitud, con la ternura y la fuerza<br />

<strong>de</strong>l afecto. A pesar <strong>de</strong> lo que había oído y creído en contra <strong>de</strong> él, comenzó a recuperar su estima por Valancourt. Una y otra vez le parecía imposible que pudiera ser culpable <strong>de</strong> las <strong>de</strong>pravaciones que le<br />

imputaban, que, si no parecían ilógicas por su calor e impetuosidad, sí lo resultaban consi<strong>de</strong>rando su candor y su sensibilidad. Fueran cuales fueran las acusaciones <strong>de</strong> las que había sido informada, no podía<br />

creer que fueran totalmente ciertas, ni que su corazón estuviera <strong>de</strong>finitivamente cerrado a <strong>los</strong> encantos <strong>de</strong> la virtud. La profunda conciencia que había sentido y con la que había expresado sus errores, parecía<br />

justificar su opinión, y, como no comprendía la inestabilidad <strong>de</strong> las <strong>de</strong>cisiones <strong>de</strong> la juventud, cuando se oponen a <strong>los</strong> hábitos, y que las profesiones engañan con frecuencia a aquel<strong>los</strong> que lo hacen como a <strong>los</strong><br />

que lo oyen, habría cedido a las persuasiones <strong>de</strong> su propio corazón y a las súplicas <strong>de</strong> Valancourt si no hubiera sido guiada por la superior pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>. Le hizo ver, bajo luz muy clara, el peligro <strong>de</strong> su<br />

situación, y que al escuchar las promesas <strong>de</strong> enmienda, hechas bajo la influencia <strong>de</strong> una fuerte pasión, <strong>de</strong>spertara una esperanza que podría conducir a una relación cuya felicidad se apoyaría en un remedio <strong>de</strong> su<br />

situación <strong>de</strong> ruina y en la reforma <strong>de</strong> sus costumbres corrompidas. En este sentido, lamentó que Emily hubiera accedido a una segunda entrevista, porque vio en ello cómo podría afectar a su resolución y<br />

aumentar las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su conquista.<br />

Su mente estaba tan ocupada por estos problemas que olvidó al ama <strong>de</strong> llaves y la prometida historia que había <strong>de</strong>spertado su curiosidad, pero que Dorothée no estaba muy dispuesta a <strong>de</strong>svelar. Llegó la<br />

noche, pasaron las horas y no apreció en la habitación <strong>de</strong> Emily. Para ella fue una noche <strong>de</strong>sesperada y <strong>de</strong>svelada. Cuanto más sufría con el recuerdo <strong>de</strong> su entrevista con Valancourt, más cedía su <strong>de</strong>cisión y se<br />

veía obligada a repetirse todos <strong>los</strong> argumentos que le había ofrecido el con<strong>de</strong> para fortalecerla, y todos <strong>los</strong> preceptos que había recibido <strong>de</strong> su difunto padre, sobre el tema <strong>de</strong>l autocontrol, para po<strong>de</strong>r actuar con<br />

pru<strong>de</strong>ncia y dignidad en el momento más grave <strong>de</strong> su vida. Hubo instantes en que se vio abandonada por su fortaleza, y en <strong>los</strong> que, recordando su mutua confianza en otros tiempos, pensó que era imposible que<br />

pudiera renunciar a Valancourt. Entonces su reforma le parecía segura; <strong>los</strong> argumentos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> De Villefort eran olvidados; creía en lo que <strong>de</strong>seaba y estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier mal antes que a<br />

una separación inmediata.<br />

Así pasó la noche en continua batalla entre el afecto y la razón, y se levantó, por la mañana, con la mente <strong>de</strong>bilitada e irresoluta, y con el cuerpo tembloroso por la enfermedad.

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