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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o V<br />

E<br />

¡Oscuro po<strong>de</strong>r! con sometido pensamiento, estremecido, dócil,<br />

sé mío para leer las antiguas visiones<br />

que tus <strong>de</strong>spiertos poetas han contado,<br />

y para que no se encuent ren con mi limitada perspectiva,<br />

que comprenda cada extraña fábula <strong>de</strong>votamente cierta.<br />

COLLINS: Oda al miedo<br />

mily se <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> sopor en el que finalmente cayó, por unos golpes en la puerta <strong>de</strong> su cámara. Saltó llena <strong>de</strong> terror, porque Montoni y el con<strong>de</strong> Morano acudieron inmediatamente a su<br />

mente. Pero tras escuchar en silencio durante un rato, reconoció la voz <strong>de</strong> Annette, se levantó y abrió la puerta.<br />

—¿Qué te trae aquí tan temprano —dijo Emily, temblando excesivamente. Era incapaz <strong>de</strong> sostenerse en pie y se sentó en la cama.<br />

—¡Querida ma<strong>de</strong>moiselle! —dijo Annette—, estáis muy pálida. Me asusta veros. Hay un gran jaleo abajo, todos <strong>los</strong> criados corren <strong>de</strong> una parte a otra y ninguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> lo suficiente. Hay un tremendo<br />

bullicio, <strong>de</strong> pronto, y nadie sabe por qué.<br />

—¿Quién está abajo a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> el<strong>los</strong> —dijo Emily—. ¡Annette, no juegues conmigo!<br />

—Por nada <strong>de</strong>l mundo, ma<strong>de</strong>moiselle, jugaría con vos; pero no puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hacer un comentario, y el signor está tan excitado como nunca le he visto. Me ha enviado a <strong>de</strong>ciros que os preparéis<br />

inmediatamente.<br />

—¡Dios me ayu<strong>de</strong>! —exclamó Emily, casi <strong>de</strong>smayándose—, ¡entonces es que el con<strong>de</strong> Morano está abajo!<br />

—No, ma<strong>de</strong>moiselle, no está abajo, que yo sepa —replicó Annette—, sólo su excellenza, que me envía porque <strong>de</strong>sea que os preparéis para abandonar Venecia, porque las góndolas estarán en la<br />

escalinata <strong>de</strong>l canal en pocos minutos; pero <strong>de</strong>bo volver con mi señora, que está <strong>de</strong>sesperada y no sabe qué camino tomar para hacerlo todo más rápido.<br />

—Explícate, Annette, explica el sentido <strong>de</strong> todo esto antes <strong>de</strong> marcharte —dijo Emily, conmovida por la sorpresa y con tal tímida esperanza que casi no podía respirar.<br />

—No, ma<strong>de</strong>moiselle, eso es todo. Sólo sé que el signor acaba <strong>de</strong> llegar a casa <strong>de</strong> muy malhumor, que nos ha levantado a todos <strong>de</strong> la cama y nos ha dicho que tenemos que abandonar Venecia<br />

inmediatamente.<br />

—¿Se marchará el con<strong>de</strong> Morano con el signor —preguntó Emily—, ¿adón<strong>de</strong> vamos<br />

—No puedo contestaros con seguridad; pero he oído <strong>de</strong>cir a Ludovico algo <strong>de</strong> que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que lleguemos a terra-firmama,[24] iremos al castillo <strong>de</strong>l signor entre unas montañas.<br />

—¡Los Apeninos! —dijo Emily ansiosamente—, ¡oh!, ¡entonces me quedan pocas esperanzas!<br />

—E& es el sitio, ma<strong>de</strong>moiselle. Pero animaos y no os lo toméis tan a pecho. Pensad en el poco tiempo que tenéis para prepararos y en lo impaciente que es el signor. ¡Bendito sea San Marcos!, ya oigo <strong>los</strong><br />

remos en el canal, cada vez más cerca, y cómo golpean en la escalinata. Seguro que es la góndola.<br />

Annette salió <strong>de</strong> inmediato <strong>de</strong> la habitación y Emily se preparó para el inesperado viaje todo lo rápido que le permitieron sus manos temblorosas, no dándose cuenta <strong>de</strong> que cualquier cambio en su situación<br />

podría ser para peor. Acababa <strong>de</strong> meter sus libros y vestidos en el baúl cuando recibió una segunda llamada. Bajó al vestidor <strong>de</strong> su tía, don<strong>de</strong> encontró a Montoni, impaciente, reprochando a su esposa su<br />

retraso. Salió, poco <strong>de</strong>spués, para dar nuevas instrucciones al servicio, y Emily aprovechó la ocasión para preguntar por el motivo <strong>de</strong>l viaje, pero su tía parecía tan ignorante como ella misma y contrariada por<br />

ello.<br />

Embarcaron finalmente, pero ni el con<strong>de</strong> Morano ni Cavigni aparecieron. Emily se sintió revivir al observarlo cuando <strong>los</strong> gondoleros hundieron <strong>los</strong> remos en el agua y se apartaron <strong>de</strong>l pórtico, con la<br />

sensación con la que un criminal recibe la suspensión temporal <strong>de</strong> su sentencia. Su corazón se sintió más ligero al salir <strong>de</strong>l canal y entrar en el océano y aún más ligero cuando se alejaron <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> San<br />

Marcos sin haberse <strong>de</strong>tenido para recoger al con<strong>de</strong> Morano.<br />

Amanecía y se iluminaba el horizonte y las playas <strong>de</strong>l Adriático. Emily no se aventuró a formular pregunta alguna a Montoni, que estuvo sentado durante un rato en profundo silencio y que <strong>de</strong>spués se<br />

envolvió en la capa como si quisiera dormir, mientras madame Montoni hacía lo mismo. Emily, que no tenía sueño, <strong>de</strong>scorrió una <strong>de</strong> las pequeñas cortinas <strong>de</strong> la góndola y contempló el mar. Con la luz <strong>de</strong>l<br />

amanecer se iluminaban las cumbres <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong> Friuli, pero las partes bajas y las olas distantes que se estrellaban a sus pies seguían envueltas en la oscuridad. Emily, hundida en una melancolía tranquila,<br />

contempló el fortalecimiento <strong>de</strong> la luz que se extendía por el océano, mostrando sucesivamente <strong>los</strong> contornos <strong>de</strong> Venecia y sus islas, y las playas <strong>de</strong> Italia, <strong>de</strong> las que empezaban a salir embarcaciones con sus<br />

velas latinas.<br />

Los gondoleros eran saludados con frecuencia, en hora tan temprana, por <strong>los</strong> comerciantes que se dirigían a Venecia, y la laguna no tardó en mostrar las alegres escenas <strong>de</strong> las innumerables pequeñas<br />

embarcaciones cruzando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Terra-firrma con provisiones. Emily echó una última mira a aquella espléndida ciudad, pero su imaginación estaba ocupada en la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> <strong>los</strong> acontecimientos probables<br />

que la esperaban, en las escenas <strong>de</strong> las que había sido arrebatada y en conjeturas sobre el motivo <strong>de</strong> su inesperado viaje. Tras una consi<strong>de</strong>ración con calma, daba la impresión <strong>de</strong> que Montoni se la llevaba a su<br />

castillo, porque allí, con más probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> éxito, podría aterrorizarla hasta la obediencia; o, que, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> las escenas <strong>de</strong>primentes y secuestrada, su forzado matrimonio con el con<strong>de</strong> pudiera ser llevado<br />

a cabo con el secreto que era necesario para el honor <strong>de</strong> Montoni. Por ello, <strong>los</strong> pocos ánimos que la marcha le había <strong>de</strong>spertado, comenzaron a <strong>de</strong>caer, y cuando Emily llegó a la playa se vio sumida en la misma<br />

<strong>de</strong>presión anterior.<br />

Montoni no siguió por el Brenta, sino que tomó el camino en carruajes a través <strong>de</strong>l país, hacia <strong>los</strong> Apeninos. Durante el viaje, su actitud hacia Emily fue tan especialmente severa que sólo esto habría<br />

confirmado su última sospecha, si es que alguna confirmación era necesaria. Sus sentidos estaban como muertos ante la belleza <strong>de</strong>l paisaje por el que viajaban. En ocasiones sentía la necesidad <strong>de</strong> sonreír ante la<br />

inocencia <strong>de</strong> Annette, por sus comentarios sobre lo que veía, y otras se le escapaba un suspiro cuando alguna escena <strong>de</strong> particular belleza le traía el recuerdo <strong>de</strong> Valancourt, que <strong>de</strong> todos modos rara vez no<br />

pesaba en su mente y <strong>de</strong>l que no esperaba volver a oír en la soledad a la que era conducida.<br />

Pasado un tiempo, <strong>los</strong> viajeros comenzaron a subir por <strong>los</strong> Apeninos. Los inmensos bosques <strong>de</strong> pino, que en aquel período cubrían las montañas y entre <strong>los</strong> que corría el camino, impedían toda visión que no<br />

fuera la <strong>de</strong> las cumbres por encima, excepto cuando un claro en <strong>los</strong> tupidos bosques permitía una visión momentánea <strong>de</strong>l paisaje que iban <strong>de</strong>jando abajo. La tristeza <strong>de</strong> aquellas sombras, su silencio solitario,<br />

excepto cuando la brisa soplaba entre las cumbres, <strong>los</strong> tremendos precipicios <strong>de</strong> las montañas, que se percibían parcialmente, todo contribuía a elevar la solemnidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> sentimientos <strong>de</strong> Emily hacia el pavor.<br />

Sólo veía imágenes <strong>de</strong> penosa gran<strong>de</strong>za, o <strong>de</strong> temerosa sublimidad en lo que la ro<strong>de</strong>aba, y otras igualmente tristes dominaban su imaginación. No sabía adón<strong>de</strong> iba, bajo el dominio <strong>de</strong> una persona cuyas<br />

arbitrarias disposiciones ya había sufrido bastante, para casarse, quizá, con un hombre por el que no sentía afecto o estima, o para sufrir, más allá <strong>de</strong> cualquier esperanza, un castigo que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la venganza<br />

italiana pudiera dictar. Cuanto más consi<strong>de</strong>raba cuáles pudieran ser <strong>los</strong> motivos <strong>de</strong>l viaje, más se convencía <strong>de</strong> que tenía el propósito <strong>de</strong> llevar a cabo su matrimonio con el con<strong>de</strong> Morano, con el secreto que su<br />

<strong>de</strong>cidida resistencia había hecho necesario para el honor, si no por la seguridad, <strong>de</strong> Montoni. Des<strong>de</strong> la profunda soledad en la que estaba inmersa y en el tenebroso castillo <strong>de</strong>l que había oído insinuaciones<br />

<strong>misterios</strong>as, su corazón enfermo se abandonó a la <strong>de</strong>sesperación, y experimentó, a pesar <strong>de</strong> que su mente ya estaba saturada con <strong>los</strong> más terribles temores, que seguía viva a la influencia <strong>de</strong> nuevas<br />

circunstancias. ¿Por qué, si no, temblaba ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> aquel castillo <strong>de</strong>solado<br />

Según ascendían <strong>los</strong> viajeros entre <strong>los</strong> bosques <strong>de</strong> pinos, cada paso más elevado que el anterior, las montañas parecían multiplicarse, y la cumbre <strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> ellas era tan sólo la base <strong>de</strong> la siguiente.<br />

Llegaron por fin a una pequeña llanura don<strong>de</strong> <strong>los</strong> conductores se <strong>de</strong>tuvieron para dar <strong>de</strong>scanso a las mulas, y la escena que se les abrió era <strong>de</strong> tal extensión y magnificencia que <strong>de</strong>spertó incluso en madame<br />

Montoni un comentario <strong>de</strong> admiración. Emily perdió por un momento sus pesares en la inmensidad <strong>de</strong> la naturaleza. Más allá <strong>de</strong>l anfiteatro <strong>de</strong> montañas que se extendía por <strong>de</strong>bajo, cuyas cumbres parecían casi<br />

tan numerosas como las olas <strong>de</strong>l mar y cuyas la<strong>de</strong>ras permanecían ocultas por la floresta, se extendía la campiña <strong>de</strong> Italia, don<strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s y ríos, y bosques y toda clase <strong>de</strong> cultivos se mezclaban en alegre<br />

confusión. El Adriático cerraba el horizonte, en el que el Po y el Brenta, tras recorrer todo el paisaje, <strong>de</strong>positaban sus fructíferas corrientes. Emily contempló el esplendor <strong>de</strong>l mundo que <strong>de</strong>jaba, cuya<br />

magnificencia presente ante su vista incrementaba el dolor <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarla; para ella sólo Valancourt estaba en ese mundo; a él sólo se volvía su corazón y sólo por el sentía sus lágrimas amargas.

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