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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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Prefiriendo la soledad <strong>de</strong> su cuarto a la compañía <strong>de</strong> las personas que había en el piso <strong>de</strong> abajo, Emily cenó en ella, y Mad<strong>de</strong>lina tuvo que ocuparse <strong>de</strong> ello. De su simple conversación supo que el<br />

campesino y su esposa eran antiguos habitantes <strong>de</strong> la casa, que había sido comprada para el<strong>los</strong> por Montoni, en recompensa por algún servicio que le había hecho Marco hacía muchos años. Marco era algo<br />

pariente <strong>de</strong> Carlo, el mayordomo <strong>de</strong>l castillo.<br />

—Hace tantos años, signora —añadió Mad<strong>de</strong>lina—, que no estoy enterada <strong>de</strong> ello; pero mi padre le hizo al signor un buen servicio, porque mi madre le dice con frecuencia que esta casa era lo menos que<br />

podía haberle dado.<br />

Emily prestó gran atención a estos <strong>de</strong>talles, con doloroso interés, ya que parecían dar una impresión temible <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> Marco, cuyo servicio había sido premiado <strong>de</strong> ese modo por Montoni, y casi no<br />

dudó <strong>de</strong> que fuera algo criminal. Si era así, lo que tenía <strong>de</strong>masiadas razones para creer, habría sido puesta en sus manos con algún propósito <strong>de</strong>sesperado.<br />

—¿Has oído si hace muchos años que tu padre realizó ese servicio <strong>de</strong>l que habla —preguntó Emily, que estaba consi<strong>de</strong>rando el hecho <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> la signora Laurentini <strong>de</strong> Udolfo.<br />

—Fue poco antes <strong>de</strong> que viniera a vivir a esta casa, signora —replicó Mad<strong>de</strong>lina—, y eso <strong>de</strong>be hacer unos dieciocho años.<br />

Era más o menos el período en que la signora Laurentini había <strong>de</strong>saparecido, y Emily pensó que Marco le habría ayudado en aquel asunto <strong>misterios</strong>o y, tal vez, ¡había sido utilizado como asesino! Este<br />

horrible pensamiento se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ella con tal profundidad que Mad<strong>de</strong>lina salió <strong>de</strong> la habitación sin que se diera cuenta y permaneció inconsciente ante todo lo que la ro<strong>de</strong>aba durante bastante tiempo. Las<br />

lágrimas, finalmente, llegaron para consolarla, con las que su ánimo se calmó, cesó <strong>de</strong> temblar ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> terribles males que pudieran no llegar nunca, y tuvo la <strong>de</strong>cisión suficiente para tratar <strong>de</strong> borrar esos<br />

pensamientos con la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> sus propios intereses. Recordó <strong>los</strong> pocos libros que en su rápida marcha <strong>de</strong> Udolfo había puesto en su equipaje y se sentó ante la ventana, mientras sus ojos pasaban con<br />

frecuencia <strong>de</strong> las páginas al paisaje, cuya belleza la sumergió gradualmente en grata melancolía.<br />

Allí quedó sola hasta la tar<strong>de</strong> y vio cómo el sol <strong>de</strong>scendía por el oeste, lanzando toda la pompa <strong>de</strong> su luz y sombra sobre las montañas, y brillaba en el océano distante y en <strong>los</strong> barcos <strong>de</strong>slizantes, al reflejarse<br />

en las aguas. Entonces, en la hora pensativa <strong>de</strong>l crepúsculo, su imaginación volvió a Valancourt, al recuerdo <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles relacionados con la música a medianoche y todo lo que podía ayudarla a razonar<br />

sobre su posible prisión en el castillo, y se afirmó en la suposición <strong>de</strong> que era su voz la que había oído, en un recuerdo que la llenó <strong>de</strong> emociones y pesares momentáneos.<br />

Animada por el aire fresco y fragante, su espíritu se sumergió en un estado <strong>de</strong> suave melancolía por el permanente murmullo <strong>de</strong>l riachuelo y <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques que la ro<strong>de</strong>aban, permaneciendo ante la ventana<br />

hasta mucho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el sol se hubiera ocultado, contemplando cómo el valle <strong>de</strong>saparecía en la oscuridad, hasta que la silueta <strong>de</strong> las montañas que la ro<strong>de</strong>aban, proyectándose en el horizonte, fue lo único<br />

visible. Pero no tardó en aparecer la luz clara <strong>de</strong> la luna, que dio al paisaje lo que el tiempo a las escenas <strong>de</strong> la vida pasada, cuando suaviza todos sus aspectos más duros y lanza sobre el conjunto la sombra leve<br />

<strong>de</strong> la contemplación a distancia. Las escenas <strong>de</strong> La Vallée, en <strong>los</strong> primeros años <strong>de</strong> su vida, cuando estaba protegida y era querida por sus padres con cariño igual, se presentaron en la memoria <strong>de</strong> Emily como<br />

el futuro que tenía entonces ante ella, <strong>de</strong>spertando dolorosas comparaciones. Al no estar dispuesta a enfrentarse a la actitud <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong>l campesino se quedó sin cenar en su habitación, mientras lloraba <strong>de</strong><br />

nuevo por su peligrosa situación, que dominó por completo <strong>los</strong> restos <strong>de</strong> ánimo que le quedaban, reduciéndola a una <strong>de</strong>sesperación temporal, al extremo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sear verse libre <strong>de</strong>l terrible peso <strong>de</strong> la vida que<br />

llevaba tanto tiempo oprimiéndola y rezando al cielo para que se la llevara, en su misericordia, con sus padres.<br />

Fatigada por el llanto, se echó finalmente en la cama y se quedó dormida. Poco <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong>spertaron unos golpes en la puerta <strong>de</strong> su habitación. Se puso en pie llena <strong>de</strong> terror y oyó una voz que la llamaba.<br />

La visión <strong>de</strong> Bertrand, con un estilete en la mano, se presentó ante su imaginación aterrorizada, y ni abrió la puerta ni contestó, escuchando en profundo silencio, hasta que la voz repitió su nombre en el mismo<br />

tono, y preguntó quién llamaba.<br />

—Soy yo, signora —replicó la voz, que ahora i<strong>de</strong>ntificó claramente como la <strong>de</strong> Mad<strong>de</strong>lina—, os ruego que abráis la puerta. No os asustéis, soy yo.<br />

—¿Qué es lo que te trae aquí a estas horas, Mad<strong>de</strong>lina —preguntó Emily, al <strong>de</strong>jarla entrar.<br />

—¡Silencio! ¡Signora, por amor <strong>de</strong> Dios, silencio! Si nos oyen nunca me lo perdonarán. Mi padre, mi madre y Bertrand se han ido a la cama —continuó Mad<strong>de</strong>lina, mientras cerraba suavemente la puerta y<br />

avanzaba sin hacer ruido—, os he traído algo <strong>de</strong> cena, ya que no habéis bajado. Aquí tenéis algunas uvas e higos, y media copa <strong>de</strong> vino.<br />

Emily le dio las gracias, pero le expresó el temor <strong>de</strong> que su bondad pudiera traerle la indignación <strong>de</strong> Dorina, cuando se diera cuenta <strong>de</strong> que faltaba fruta.<br />

—Llévatelo, Mad<strong>de</strong>lina —añadió Emily—, prefiero pasar sin ello antes <strong>de</strong> que este acto <strong>de</strong> bondad pueda ocasionar el disgusto <strong>de</strong> tu madre.<br />

—¡Oh, signora!, no hay ningún peligro —replicó Mad<strong>de</strong>lina—, mi madre no podrá echar <strong>de</strong> menos esta fruta porque os la he guardado <strong>de</strong> mi propia cena. Me haréis muy <strong>de</strong>sgraciada, signora, si os negáis a<br />

comerla.<br />

Emily se vio tan afectada por la generosidad <strong>de</strong> aquella buena muchacha que permaneció algunos momentos incapacitada para replicar, y Mad<strong>de</strong>lina la contempló en silencio, hasta que, confundiendo la<br />

causa <strong>de</strong> su emoción, dijo:<br />

—¡No lloréis, signora! Mi madre es un poco dura a veces, pero en seguida se le pasa, no os lo toméis muy a pecho. También me regaña a mí, pero me he acostumbrado a soportarlo y, cuando termina, si<br />

puedo escaparme al bosque y jugar un rato, se me olvida todo en un momento.<br />

Emily sonrió a través <strong>de</strong> las lágrimas, le dijo a Mad<strong>de</strong>lina que era una buena chica y aceptó su oferta. Deseaba saber si Bertrand y Dorina habían hablado <strong>de</strong> Montoni, pero rechazó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> llevar a<strong>de</strong>lante<br />

una conducta tan retorcida con una muchacha inocente, al extremo <strong>de</strong> que traicionara una conversación privada <strong>de</strong> sus padres. Cuando se marchaba, Emily le indicó que podía ir a su habitación siempre que<br />

quisiera, sin enfadar a su madre, y Mad<strong>de</strong>lina, tras prometer que lo haría, salió hacia su cuarto sin hacer ruido.<br />

Así pasaron varios días durante <strong>los</strong> cuales Emily permaneció en su habitación, atendida por Mád<strong>de</strong>lina en las comidas, cuyo rostro gentil y dulces maneras la tranquilizaron más que ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

acontecimientos que le habían sucedido durante muchos meses. Poco a poco se fue sintiendo mejor en su habitación y empezó a tener la impresión <strong>de</strong> seguridad que normalmente atribuimos a nuestros hogares.<br />

En este intervalo, a<strong>de</strong>más, su mente, al no verse inquietada por ninguna nueva causa <strong>de</strong> disgusto o alarma, recobró su tono habitual al extremo <strong>de</strong> permitirle disfrutar <strong>de</strong> sus libros, entre <strong>los</strong> que encontró algunos<br />

bocetos inacabados <strong>de</strong> paisajes, varias hojas <strong>de</strong> papel y sus útiles <strong>de</strong> dibujo. Pudo así entretenerse seleccionando alguna <strong>de</strong> las hermosas vistas que contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la venta y las combinó con la gracia <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>licada fantasía. En estos pequeños dibujos incluía generalmente grupos interesantes, característicos <strong>de</strong>l ambiente que recogían, y con frecuencia contaban una simple y afectiva historia que en las lágrimas<br />

imaginadas <strong>de</strong> sus personajes le permitían olvidar por un momento sus sufrimientos reales. De este modo inocente se consoló <strong>de</strong> las pesadas horas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia y esperó con paciencia <strong>los</strong> acontecimientos<br />

futuros.<br />

Una tar<strong>de</strong>, realmente hermosa, que siguió a un día sofocante, le indujo a Emily a pasear, aunque sabía que tendría que ir acompañada por Bertrand, y con Mad<strong>de</strong>lina, que se unió a ella, salió <strong>de</strong> la casa.<br />

Bertrand le permitió elegir su propio camino. Todo estaba fresco y silencioso y contempló con satisfacción el campo que la ro<strong>de</strong>aba. ¡Qué hermoso aparecía, también, el azul brillante que coloreaba las regiones<br />

altas <strong>de</strong>l aire y que se perdía en la línea imprecisa <strong>de</strong>l horizonte! No menos hermosos eran <strong>los</strong> colores cálidos y las sombras variadas <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos, cuando el sol <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> lanzaba sus pálidos rayos sobre su<br />

superficie irregular. Emily siguió el curso <strong>de</strong>l riachuelo, bajo las sombras que cubrían su ver<strong>de</strong> margen.<br />

En la otra orilla, <strong>los</strong> pastos se veían animados por el ganado y, más allá, las plantaciones <strong>de</strong> limoneros y naranjos, con las ramas llenas <strong>de</strong> frutos, a veces tantos como hojas, que <strong>los</strong> escondían parcialmente.<br />

Prosiguió su camino hacia el mar, que reflejaba el color <strong>de</strong>l sol en el ocaso, mientras <strong>los</strong> acantilados, que se levantaban en la orilla, se iluminaban con <strong>los</strong> últimos rayos. El valle se terminaba hacia la <strong>de</strong>recha en un<br />

leve promontorio, cuya cumbre, que asomaba por encima <strong>de</strong> las olas, estaba coronada por una torre en ruinas que servía como atalaya, cuyos muros almenados se extendían como alas <strong>de</strong> gaviota, y seguía<br />

iluminado por <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong>l sol, aunque su disco se ocultaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l horizonte; mientras, la parte baja <strong>de</strong> la ruina, el acantilado en la que estaba asentada y las olas a sus pies, se ensombrecían con <strong>los</strong> primeros<br />

tintes <strong>de</strong>l crepúsculo.<br />

Al llegar a este punto, Emily contempló con solemne placer <strong>los</strong> acantilados que se extendían a ambos lados por la costa, algunos coronados por pinos, y otros que mostraban sólo precipicios <strong>de</strong>snudos <strong>de</strong><br />

mármol, excepto en las zonas en las que había crecido el mirto y otras plantas aromáticas. El mar dormía en perfecta calma; sus olas, que morían entre murmul<strong>los</strong> en las playas, fluían con una ondulación suave,<br />

mientras su superficie clara reflejaba en apacible belleza <strong>los</strong> tintes rojizos <strong>de</strong>l oeste. Según miraba al océano, Emily pensó en Francia y en <strong>los</strong> tiempos pasados y <strong>de</strong>seó (¡oh, qué ardiente y vanamente lo <strong>de</strong>seó!),<br />

¡qué sus olas la pudieran llevar a su casa distante!<br />

«¡Ah, aquel barco! —dijo—, ¡aquel barco que se <strong>de</strong>sliza tan suavemente con sus altas velas reflejadas en el agua tal vez se dirige a Francia! ¡Feliz, feliz navío!» Continuó mirando con emoción hasta que el<br />

gris <strong>de</strong>l crepúsculo oscureció la distancia y la ocultó a su vista. El ruido melancólico <strong>de</strong> las olas a sus pies influyó en la ternura que hizo brotar sus lágrimas. Era el único sonido que rompía el silencio <strong>de</strong> aquella<br />

hora, hasta que, al seguir las irregularida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la playa, un coro <strong>de</strong> voces pasó por encima <strong>de</strong> ella en el aire. Se <strong>de</strong>tuvo un momento, <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> oír más, y sin embargo temiendo ser vista, y, por primera vez, se<br />

volvió hacia Bertrand, como a su protector, que la seguía a poca distancia en compañía <strong>de</strong> otras personas. Tranquilizada por esta circunstancia avanzó hacia <strong>los</strong> sonidos que parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un<br />

alto promontorio que se proyectaba sobre la playa. Se produjo una inesperada pausa en la música y, a continuación, una voz femenina comenzó una canción. Emily aceleró el paso, ro<strong>de</strong>ó la roca y vio en la<br />

bahía, que estaba cubierta <strong>de</strong> bosque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l acantilado, a dos grupos <strong>de</strong> campesinos, unos sentados bajo la sombra y otros <strong>de</strong> pie al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mar, ro<strong>de</strong>ando a una muchacha que, estaba cantando<br />

y que sostenía en su mano un manojo <strong>de</strong> flores que parecía que iba a tirar a las olas.

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