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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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A pedregosas riberas, que Neptuno baña,<br />

con medido oleaje, ruidoso y profundo,<br />

don<strong>de</strong> el oscuro risco se inclina sobre las olas,<br />

y salvajes barren <strong>los</strong> vientos <strong>de</strong>l otoño.<br />

Detente allí a la hora espectral <strong>de</strong> medianoche<br />

y escucha el viento <strong>de</strong> repetidos ecos,<br />

y atrapa el fugaz po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> la luna,<br />

sobre mares <strong>de</strong> espuma y barcos en la distancia.<br />

La suave tranquilidad <strong>de</strong> la escena, en la que la brisa <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> casi no turbaba el agua, ni apenas <strong>de</strong>slizaba al barco, que recibía el último rayo <strong>de</strong> sol. De vez en cuando un remo se hundía en el agua, y era<br />

todo lo que alteraba el tembloroso resplandor. La naturaleza se unió a la tierna melodía <strong>de</strong>l laúd para sumergirla en un estado <strong>de</strong> tristeza tierna, y cantó las canciones <strong>de</strong> <strong>los</strong> tiempos pasados, hasta que <strong>los</strong><br />

recuerdos que <strong>de</strong>spertaban fueron <strong>de</strong>masiado po<strong>de</strong>rosos para su corazón y sus lágrimas cayeron sobre el laúd, y su voz temblorosa le impidió continuar.<br />

Aunque el sol se había ocultado tras las montañas e incluso el reflejo <strong>de</strong> su luz <strong>de</strong>saparecía en <strong>los</strong> picos más altos, Emily no abandonó la atalaya, sino que continuó sumida en sus sueños melancólicos hasta<br />

que unos pasos a poca distancia la hicieron reaccionar. Al mirar por la ventana vio a una persona que pasaba por <strong>de</strong>bajo, y no tardó en <strong>de</strong>scubrir que se trataba <strong>de</strong> monsieur Bonnac, así que volvió a la quietud<br />

pensativa que había interrumpido sus pisadas. Poco <strong>de</strong>spués volvió a tocar el laúd y a cantar su aria favorita, hasta que <strong>de</strong> nuevo unos pasos la <strong>de</strong>tuvieron y escuchó cómo subían por la escalera <strong>de</strong> la atalaya. La<br />

oscuridad la hizo sensible a un cierto miedo que en otro caso no habría sentido, ya que pocos minutos antes había visto pasar a monsieur Bonnac. Los pasos eran rápidos, y un momento <strong>de</strong>spués se abrió la<br />

puerta <strong>de</strong> la cámara, entrando una persona cuyo rostro se ocultaba en la oscuridad <strong>de</strong>l crepúsculo; pero su voz no podía ser ignorada: era la voz <strong>de</strong> Valancourt. Aquel sonido, que Emily no había oído nunca sin<br />

emoción, la llenó <strong>de</strong> terror, sorpresa y placer dubitativo, y acababa <strong>de</strong> verle ponerse a sus pies cuando se <strong>de</strong>jó caer en un banco, dominada por emociones distintas que le oprimían el corazón y casi insensible a<br />

aquella voz, cuyas sinceras y temblorosas llamadas parecían tratar <strong>de</strong> salvarla. Valancourt <strong>de</strong>ploró su propia impaciencia por haber sorprendido a Emily. Cuando llegó al castillo, <strong>de</strong>masiado inquieto para esperar<br />

el regreso <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, que estaba paseando en ese momento, corrió a buscarle, y al pasar por la atalaya se <strong>de</strong>tuvo al oír la voz <strong>de</strong> Emily y subió <strong>de</strong> inmediato.<br />

Pasó tiempo antes <strong>de</strong> que se recuperara, pero cuando recobró el sentido rechazó sus atenciones con aire <strong>de</strong> reserva y le preguntó con tanto <strong>de</strong>sagrado como le fue posible mostrar, la razón <strong>de</strong> su visita.<br />

—¡Ah, Emily! —dijo Valancourt—, esa música, esas palabras. Tengo poco que esperar. Cuando <strong>de</strong>jaste <strong>de</strong> estimarme, también <strong>de</strong>jaste <strong>de</strong> amarme.<br />

—Así es, señor —replicó Emily tratando <strong>de</strong> dominar la voz—, y si hubierais valorado mi estima no me habríais dado esta nueva ocasión <strong>de</strong> inquietud.<br />

El rostro <strong>de</strong> Valancourt cambió <strong>de</strong> pronto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ansiedad <strong>de</strong> la duda a la expresión <strong>de</strong> sorpresa y <strong>de</strong>smayo. Se quedó silencioso un momento y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

—Esperaba una recepción muy diferente. ¿Es cierto entonces, Emily, que he perdido tu consi<strong>de</strong>ración para siempre ¿He <strong>de</strong> creer que aunque tu estima por mí pueda regresar, tu afecto no lo hará ¿Ha<br />

podido meditar el con<strong>de</strong> la crueldad que me tortura ahora con una segunda muerte<br />

El tono en el que lo dijo alarmó a Emily tanto como le sorprendieron sus palabras, y con impaciencia temblorosa le rogó que las explicara.<br />

—¿Es necesaria una explicación' —dijo Valancourt—. ¿No sabes con qué crueldad se ha hablado <strong>de</strong> mi conducta, <strong>de</strong> las acciones <strong>de</strong> las que me has creído culpable (y, ¡oh, Emily, cómo pudiste<br />

<strong>de</strong>gradarme en tu opinión aunque fuera por un momento!), esas acciones que yo aborrezco tanto como tú ¿Ignoras verda<strong>de</strong>ramente que el con<strong>de</strong> De Villefort ha <strong>de</strong>tectado a <strong>los</strong> traidores que me robaron todo<br />

lo que me era más querido en la tierra y que me ha invitado aquí para que te explicara mi conducta anterior ¡Es totalmente imposible que no estés informada <strong>de</strong> esas circunstancias y <strong>de</strong> que me vea <strong>de</strong> nuevo<br />

torturándome con una falsa esperanza!<br />

El silencio <strong>de</strong> Emily confirmó esta suposición, ya que la profunda oscuridad no permitía que Valancourt distinguiera la alegría sorprendida y dudosa que cubría su rostro. Durante un rato fue incapaz <strong>de</strong><br />

hablar. Después, tras un profundo suspiro que pareció dar algún consuelo a su ánimo, dijo:<br />

—¡Valancourt!, ignoraba hasta este momento todo lo que has contado; la emoción que sufro en estos momentos pue<strong>de</strong> asegurarte la verdad <strong>de</strong> ello, y que, aunque había cesado <strong>de</strong> estimarte, no había<br />

logrado olvidarte.<br />

—Este momento —dijo Valancourt en voz baja e inclinándose para buscar apoyo en la ventana—, ¡este momento me trae una convicción que me domina! ¡Mi Emily, sigues apreciándome, sigues pensando<br />

en mí!<br />

—¿Es necesario que te lo diga —replicó—, ¿es necesario que diga que éstos son <strong>los</strong> primeros momentos <strong>de</strong> alegría que he conocido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que te marchaste y que me compensan <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> sufrimientos<br />

que he pa<strong>de</strong>cido en el intervalo<br />

Valancourt suspiró profundamente y no fue capaz <strong>de</strong> replicar; pero, según acercaba la mano a sus labios, las lágrimas que cayeron sobre ella hablaron con un lenguaje que no pue<strong>de</strong> ser confundido y en el<br />

que las palabras son innecesarias.<br />

Emily, algo tranquilizada, propuso que regresaran al castillo, y entonces, por primera vez, recordó que el con<strong>de</strong> había invitado a Valancourt allí para explicar su conducta y que hasta el momento no lo había<br />

hecho. Pero mientras lo reconocía, su corazón no le permitía dudar ni un momento <strong>de</strong> la posibilidad <strong>de</strong> que Valancourt no fuera merecedor <strong>de</strong> su estima; su mirada, su voz, sus maneras, todo hablaba <strong>de</strong> la noble<br />

sinceridad que le había distinguido en el pasado; y <strong>de</strong> nuevo se permitió ce<strong>de</strong>r a las emociones <strong>de</strong> la alegría más sorpren<strong>de</strong>nte y po<strong>de</strong>rosa que jamás había experimentado.<br />

Ni Emily ni Valancourt fueron conscientes <strong>de</strong> cómo llegaron al castillo, <strong>de</strong> si habían sido transferidos allí por el encanto <strong>de</strong> un hada, porque no pudieron recordar nada, y hasta que no entraron en el vestíbulo<br />

no tuvieron conciencia <strong>de</strong> que había otras personas en el mundo a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. El con<strong>de</strong> se acercó sorprendido para dar la bienvenida a Valancourt y rogarle que le perdonara la injusticia que había cometido.<br />

Poco <strong>de</strong>spués monsieur Bonnac se unió al feliz grupo, y él y Valancourt fueron mutuamente felices <strong>de</strong> encontrarse.<br />

Cuando pasaron las primeras felicitaciones y la alegría general se serenó, el con<strong>de</strong> se retiró con Valancourt a la biblioteca. Valancourt se justificó claramente <strong>de</strong> la parte criminal que le había sido imputada y<br />

confesó cándidamente y lamentó <strong>de</strong> modo tan sentido las locuras que había cometido que el con<strong>de</strong> se confirmó en la creencia <strong>de</strong> su inocencia, a la vez que advertía las nobles virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Valancourt y<br />

confirmaba que la experiencia le había enseñado a <strong>de</strong>testar la locura que anteriormente no había admirado, y no tuvo reparo en creer que pasaría por la vida con la dignidad <strong>de</strong> un hombre sabio y bueno y<br />

confiar a su cuidado la futura felicidad <strong>de</strong> Emily, a quien informó <strong>de</strong> inmediato, Mientras Emily escuchaba atentamente el <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> <strong>los</strong> servicios que Valancourt había prestado a monsieur Bonnac, sus ojos se<br />

nublaron con lágrimas <strong>de</strong> satisfacción, y la conversación con el con<strong>de</strong> De Villefort disipó todas sus dudas sobre la pasada y futura conducta <strong>de</strong> Valancourt, al que restituyó sin temor la estima y el afecto con el<br />

que le había recibido en el pasado.<br />

Cuando regresaron al comedor, la con<strong>de</strong>sa y Blanche recibieron a Valancourt con felicitaciones sinceras, y Blanche estaba tan animada al ver que Emily recuperaba su felicidad que olvidó por un momento<br />

que monsieur St. Foix no había llegado aún al castillo, aunque se le esperaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía horas. Pero su simpatía generosa fue premiada poco <strong>de</strong>spués con su aparición. Se había recobrado perfectamente <strong>de</strong> las<br />

heridas recibidas durante su peligrosa aventura por <strong>los</strong> Pirineos, cuya mención sirvió para enaltecer a <strong>los</strong> participantes con el sentido <strong>de</strong> su presente felicidad. Se cruzaron nuevas felicitaciones entre el<strong>los</strong> y<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa apareció un grupo <strong>de</strong> rostros, sonriendo felices, pero con una felicidad que tenía diferente carácter en cada uno. La sonrisa <strong>de</strong> Blanche era franca y alegre; la <strong>de</strong> Emily, tierna y pensativa; la<br />

<strong>de</strong> Valancourt, alternativamente apasionada, suave y alegre; monsieur St. Foix estaba feliz, y la <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, mientras miraba a <strong>los</strong> que le ro<strong>de</strong>aban, expresaba la complacencia atemperada <strong>de</strong> la consi<strong>de</strong>ración;<br />

mientras que <strong>los</strong> rostros <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa, Henri y monsieur Bonnac <strong>de</strong>scubrían rasgos más leves <strong>de</strong> animación. El pobre monsieur Du Pont no impuso sobre la compañía una sombra <strong>de</strong> tristeza con su presencia,<br />

porque cuando <strong>de</strong>scubrió que Valancourt era merecedor <strong>de</strong> la estima <strong>de</strong> Emily, <strong>de</strong>cidió seriamente tratar <strong>de</strong> dominar su afecto sin esperanza y se había retirado <strong>de</strong>l Chateau-Ie-Blanc, una conducta que Emily<br />

comprendía ahora y que premió con su admiración y piedad.<br />

El con<strong>de</strong> y sus invitados continuaron juntos hasta muy tar<strong>de</strong>, cediendo a las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> la alegría social y a las dulzuras <strong>de</strong> la amistad. Cuando Annette se enteró <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> Valancourt, Ludovico tuvo<br />

algunas dificulta<strong>de</strong>s en prevenir que fuera corriendo al comedor para expresar su alegría, porque <strong>de</strong>claró que nunca se había regocijado tanto en un acci<strong>de</strong>nte como en éste, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había reencontrado a<br />

Ludovico.

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