radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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eran famosos en Provenza. La belleza <strong>de</strong> su tinte y su <strong>de</strong>licado trabajo <strong>de</strong>cidieron al con<strong>de</strong> a respetarla y regresó a la principal, junto a la escalera trasera, que fue forzada, entrando en la antecámara, seguido<br />
por Henri y algunos pocos criados <strong>de</strong> mayor coraje, mientras el resto esperaba conocer <strong>los</strong> acontecimientos en el rellano o en las escaleras.<br />
Todo estaba silencioso en las habitaciones que cruzaba el con<strong>de</strong>, y al llegar al salón llamó con fuerza a Ludovico, tras lo cual, al no recibir respuesta, abrió la puerta <strong>de</strong> la alcoba y entró.<br />
El profundo silencio interior confirmó sus temores por Ludovico, porque ni siquiera se oía la respiración <strong>de</strong> alguien que estuviera durmiendo. Sus dudas no concluyeron porque las contraventanas estaban<br />
cerradas y la habitación <strong>de</strong>masiado oscura para distinguir objeto alguno.<br />
El con<strong>de</strong> hizo una señal a un criado para que abriera las ventanas, quien, al cruzar la habitación para hacerlo, tropezó con algo y cayó al suelo. Su grito ocasionó tal pánico entre sus compañeros que se<br />
habían aventurado hasta allí, que huyeron <strong>de</strong> inmediato, y el con<strong>de</strong> y Henri se quedaron so<strong>los</strong> hasta concluir la empresa.<br />
Henri corrió al otro extremo <strong>de</strong> la habitación y abrió las contraventanas. Vieron que el hombre que había caído, había tropezado en una butaca cerca <strong>de</strong> la chimenea en la que Ludovico había estado<br />
sentado, ya que no estaba allí ni pudo ser localizado en la imperfecta luz que entraba en la habitación. El con<strong>de</strong>, seriamente preocupado, abrió otras ventanas que permitieran un examen más completo, y<br />
Ludovico siguió sin aparecer. Se quedó quieto un momento, conmovido por el asombro y casi sin confiar en sus sentidos, hasta que su mirada tropezó con la cama y avanzó para examinar si había alguien<br />
durmiendo. No había nadie y pasó entonces al mirador, don<strong>de</strong> todo estaba como la noche anterior, pero Ludovico no fue encontrado.<br />
El con<strong>de</strong> controló su sorpresa, consi<strong>de</strong>rando que Ludovico podía haber abandonado las habitaciones durante la noche, vencido por el terror que su aspecto solitario y <strong>los</strong> comentarios relativos a ella le<br />
habrían inspirado. Sin embargo, si había sido así, lo natural es que hubiera buscado compañía y sus compañeros habían <strong>de</strong>clarado que no lo habían visto. La puerta general <strong>de</strong> entrada también había sido<br />
encontrada cerrada, con la llave puesta por <strong>de</strong>ntro. Por tanto, era imposible que hubiera pasado por ella y, tras revisar todas las otras puertas, comprobaron que permanecían cerradas y con <strong>los</strong> cerrojos<br />
echados y las llaves puestas por <strong>de</strong>ntro. El con<strong>de</strong> se sintió inclinado a creer que podría haberse escapado por las ventanas, por lo que se <strong>de</strong>cidió a examinarlas, pero todas las que eran suficientemente amplias<br />
para que pudiera pasar el cuerpo <strong>de</strong> un hombre, estaban cuidadosamente aseguradas con barrotes <strong>de</strong> hierro o por contraventanas, y no vio vestigio alguno <strong>de</strong> que alguien hubiera intentado cruzar por ellas.<br />
Tampoco era probable que Ludovico hubiera corrido el riesgo <strong>de</strong> romperse la cabeza saltando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> alguna <strong>de</strong> ellas cuando podía haber salido tranquilamente por la puerta.<br />
La sorpresa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> no era <strong>de</strong>scribible, pero volvió una vez más a examinar la alcoba, en la que todo estaba en su sitio, excepto la silla que se había caído, cerca <strong>de</strong> la cual había una mesa pequeña, y<br />
encima <strong>de</strong> ella la espada <strong>de</strong> Ludovico, su lámpara, el libro que había estado leyendo y <strong>los</strong> restos <strong>de</strong>l vino. Junto a la mesa, la cesta con parte <strong>de</strong> las provisiones y leños.<br />
Tanto Henri como el criado manifestaron su asombro sin reservas, y, aunque el con<strong>de</strong> dijo poco, había tal seriedad en sus a<strong>de</strong>manes que expresó mucho. Daba la impresión <strong>de</strong> que Ludovico había<br />
abandonado aquellas estancias por algún pasadizo secreto, ya que el con<strong>de</strong> no creía que algo sobrenatural pudiera ser la causa. No obstante, si existía tal pasadizo, parecía inexplicable que lo hubiera utilizado, y<br />
era igualmente sorpren<strong>de</strong>nte que no quedara vestigio alguno que permitiera <strong>de</strong>scubrir su <strong>de</strong>saparición. En las <strong>de</strong>más habitaciones todo permanecía en el mismo or<strong>de</strong>n con que lo <strong>de</strong>jaron.<br />
El con<strong>de</strong> ayudó a retirar <strong>los</strong> tapices <strong>de</strong> la alcoba, <strong>de</strong>l salón y <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las antecámaras, que pudieran ocultar alguna puerta secreta, pero tras una busca laboriosa, no encontraron ninguna, por lo que<br />
finalmente abandonó las estancias tras echar la llave <strong>de</strong> la primera antecámara. Dio entonces ór<strong>de</strong>nes para que se hiciera un registro riguroso en busca <strong>de</strong> Ludovico no sólo en el castillo, sino en <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores,<br />
y, retirándose con Henri a su salón, permanecieron conversando durante mucho tiempo, y cualquiera que fuera el tema <strong>de</strong> su conversación, lo cierto es que Henri <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento perdió mucha <strong>de</strong> su<br />
vivacidad y su comportamiento fue particularmente grave y reservado siempre que surgía el tema que había llenado a la familia <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> admiración y alarma.<br />
Con la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Ludovico, el barón St. Foix parecía afirmarse en sus opiniones anteriores concernientes a la probabilidad <strong>de</strong> las apariciones, aunque era difícil <strong>de</strong>scubrir qué posibles conexiones<br />
podría haber entre ambos temas, o, para consi<strong>de</strong>rar sus efectos <strong>de</strong> otro modo, que no fuera la sospecha <strong>de</strong> que el misterio que ro<strong>de</strong>aba a Ludovico reducía la imaginación a un estado <strong>de</strong> sensibilidad que la<br />
hacía más favorable a la influencia <strong>de</strong> la superstición en general. Sin embargo, lo cierto es que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces el barón y sus familiares se hicieron más fanáticos que antes, mientras el terror <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados <strong>de</strong>l<br />
con<strong>de</strong> aumentó a tal extremo que provocó el que muchos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> abandonaran el castillo inmediatamente y el resto permaneció únicamente hasta que otros pudieran ocupar sus puestos.<br />
Una más completa investigación sobre Ludovico fracasó y, tras varios días <strong>de</strong> búsqueda infatigable, la pobre Annette se abandonó a la <strong>de</strong>sesperación y <strong>los</strong> otros habitantes <strong>de</strong>l castillo al asombro.<br />
Emily, cuya mente había estado profundamente afectada por el <strong>de</strong>sastroso <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la fallecida marquesa y con las <strong>misterios</strong>a relación que imaginaba entre ella y St. Aubert, estaba especialmente<br />
impresionada por el extraordinario acontecimiento y profundamente afectada por la pérdida <strong>de</strong> Ludovico, cuya integridad y leales servicios reclamaban su estima y gratitud. Deseaba ardientemente regresar al<br />
tranquilo retiro <strong>de</strong>l convento, pero sus indicaciones eran recibidas con profunda pena por Blanche y afectuosamente apoyadas por el con<strong>de</strong>, por el que sentía casi el amor respetuoso y la admiración <strong>de</strong> una hija,<br />
y al que, tras el consentimiento <strong>de</strong> Dorothée, había mencionado al fin la aparición <strong>de</strong> la que habían sido testigo en la alcoba <strong>de</strong> la fallecida marquesa. En cualquier otro momento el con<strong>de</strong> habría sonreído ante su<br />
relato y creído que el hecho había existido únicamente en la fantasía alterada <strong>de</strong> su narradora; pero ahora había escuchado a Emily seriamente, y cuando concluyó le pidió que prometiera que guardaría silencio<br />
sobre el asunto.<br />
—Cualquiera que sea la causa y el origen <strong>de</strong> estos acontecimientos extraordinarios —añadió el con<strong>de</strong>—, sólo el tiempo pue<strong>de</strong> explicar<strong>los</strong>. Me mantendré alerta sobre todo lo que suceda en el castillo y<br />
trataré por todos <strong>los</strong> medios <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir lo que le ha sucedido a Ludovico. Mientras tanto <strong>de</strong>bemos ser pru<strong>de</strong>ntes y guardar silencio. Me ocuparé <strong>de</strong> vigilar yo mismo las habitaciones <strong>de</strong>l lado norte, pero no<br />
diremos nada hasta que llegue la noche, cuando me proponga hacerlo.<br />
El con<strong>de</strong> llamó a Dorothée y le hizo prometer también su silencio en relación con lo que ya había visto o lo que pudiera ver <strong>de</strong> carácter extraordinario, y la vieja criada le contó <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> la<br />
marquesa De Villeroi, algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuales ya conocía, mientras que ante otros se mostró evi<strong>de</strong>ntemente sorprendido y agitado. Tras escuchar esta narración, el con<strong>de</strong> se retiró a sus habitaciones, don<strong>de</strong><br />
permaneció varias horas y, cuando regresó, la solemnidad <strong>de</strong> su comportamiento sorprendió y alarmó a Emily, pero <strong>de</strong>cidió no seguir pensando en ello.<br />
A la semana siguiente a la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Ludovico se marcharon todos <strong>los</strong> invitados <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, excepto el barón, su hijo monsieur St. Foix y Emily, que se vio conmovida y confundida por la llegada <strong>de</strong><br />
otro visitante, monsieur Du Pont, lo que le hizo <strong>de</strong>cidir su inmediata retirada al convento. La satisfacción que aparecía en su rostro cuando se encontró con él, le hizo ver que regresaba con la misma pasión<br />
ardorosa que le hizo anteriormente abandonar el Chateau-Ie-Blanc. Fue recibido con ciertas reservas por Emily y con satisfacción por el con<strong>de</strong>, que se lo mostró con una sonrisa que parecía que apoyaba su<br />
causa, y que abandonó la esperanza por su amigo ante la agitación que ella <strong>de</strong>svelaba.<br />
Pero monsieur Du Pont, con simpatía sincera, pareció compren<strong>de</strong>r tal reacción y su rostro perdió rápidamente la vivacidad, sumiéndose en la langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la contrariedad.<br />
Sin embargo, al día siguiente buscó una oportunidad para <strong>de</strong>clararle el propósito <strong>de</strong> su visita y renovar su petición; una <strong>de</strong>claración que fue recibida por Emily con verda<strong>de</strong>ra preocupación, que trataba <strong>de</strong><br />
suavizar el dolor que podría infligirle con un segundo rechazo, con afirmaciones <strong>de</strong> estima y amistad, aunque le <strong>de</strong>jó en un estado <strong>de</strong> ánimo que reclamó y excitó su más tierna compasión. Más sensible que nunca<br />
a lo impropio <strong>de</strong> permanecer más tiempo en el castillo, buscó al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> inmediato y le comunicó su intención <strong>de</strong> regresar al convento.<br />
—Mi querida Emily —dijo él—, observo, con extrema preocupación la ilusión que estás alimentando, una ilusión común a las mentes jóvenes y sensibles. Tu corazón ha recibido una fuerte sacudida; crees<br />
que nunca podrás recuperarte <strong>de</strong>l todo, y animarás esta creencia hasta que la costumbre <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r a la pena sea dominada por la fuerza <strong>de</strong> tu mente y <strong>de</strong>scubra tu visión <strong>de</strong>l futuro con melancolía y reproche.<br />
Deja que disipe esa ilusión y que <strong>de</strong>spierte al sentido <strong>de</strong> tu peligro.<br />
Emily sonrió con tristeza.<br />
—Sé lo que queréis <strong>de</strong>cirme, mi querido señor —dijo—, y estoy preparada para contestaros. Siento que mi corazón no podrá conocer nunca un segundo afecto y que no <strong>de</strong>bo esperar siquiera que recobre<br />
su tranquilidad si me veo envuelta en un segundo compromiso.<br />
—Sé que sientes todo eso —replicó el con<strong>de</strong>—, y sé también que el tiempo superará esos sentimientos, a menos que <strong>los</strong> ahogues en la soledad, y, perdóname, en romántica ternura. Entonces,<br />
verda<strong>de</strong>ramente, el tiempo sólo confirmará la costumbre. Tengo gran experiencia para hablarte <strong>de</strong> este asunto y para compren<strong>de</strong>r tus sentimientos —añadió el con<strong>de</strong> con aire solemne—, porque he sabido lo<br />
que es amar y lamentar el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> mi amor. Si —continuó con <strong>los</strong> ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas—, ¡he sufrido!, pero aquel tiempo ha pasado, ¡hace mucho que ha pasado!, y ahora puedo contemplarlo con<br />
emoción.<br />
—Mi querido señor —dijo Emily tímidamente—, ¿qué significan esas lágrimas Me temo que hablan otro lenguaje, pi<strong>de</strong>n por mí.<br />
—Son lágrimas débiles, porque son inútiles —replicó el con<strong>de</strong> secándoselas—, te consi<strong>de</strong>ro superior a tales <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s. Sin embargo, éstas son débiles muestras <strong>de</strong> un dolor que, <strong>de</strong> no haber sido<br />
dominado por un largo y continuo esfuerzo, me habrían llevado al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la locura. Juzga, entonces, si tengo o no razón para advertirte <strong>de</strong> una concesión que pue<strong>de</strong> producir efectos tan terribles y que con<br />
seguridad, si no se evita, enturbiará <strong>los</strong> años que <strong>de</strong> otro modo podrían haber sido felices. Monsieur Du Pont es un hombre sensible y cariñoso, que lleva largo tiempo inclinado por ti; su familia y su fortuna son<br />
intachables. Después <strong>de</strong> lo que he dicho, es innecesario añadir que gozaría con vuestra felicidad y que creo que monsieur Du Pont te la proporcionaría. No llores, Emily —continuó el con<strong>de</strong> cogiendo su mano<br />
—, hay una felicidad que está reservada para ti. —Se mantuvo en silencio durante un momento y <strong>de</strong>spués añadió con voz más firme—: No <strong>de</strong>seo que hagas un esfuerzo violento para sobreponerte a tus<br />
sentimientos. Lo único que te pido por el momento es que controles <strong>los</strong> pensamientos que te llevan a recordar el pasado; que te comprometas a pensar en el presente; que te permitas a ti misma creer en la<br />
posibilidad <strong>de</strong> ser feliz, y que alguna vez pienses con complacencia en el pobre Du Pont, y que no le con<strong>de</strong>nes al estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, <strong>de</strong>l que, mi querida Emily, trató <strong>de</strong> liberarte.<br />
—¡Ah! mi querido señor —dijo Emily, que seguía llorando—, no hagáis que la benevolencia <strong>de</strong> vuestros <strong>de</strong>seos puedan confundir a monsieur Du Pont con la esperanza <strong>de</strong> que algún día pueda aceptar su<br />
mano. Si conozco mi corazón, eso no ocurrirá nunca. Puedo obe<strong>de</strong>cer vuestras instrucciones en casi todos <strong>los</strong> otros <strong>de</strong>talles que no sean el adoptar algo contrario a mi creencia.<br />
—Déjame que comprenda tu corazón —replicó el con<strong>de</strong> con una leve sonrisa—, si me conce<strong>de</strong>s el favor <strong>de</strong> guiarte por mis consejos en otros asuntos, perdonaré tu incredulidad respecto a tu futura<br />
conducta hacia monsieur Du Pont. Ni siquiera insistiré en que permanezcas más tiempo en el castillo que el que permita tu propia satisfacción; pero aunque me prohíbo oponerme a tu presente retiro, insistiré en<br />
reclamar la amistad <strong>de</strong> tus futuras visitas.<br />
Lágrimas <strong>de</strong> gratitud se mezclaron con las <strong>de</strong> tierno pesar cuando Emily agra<strong>de</strong>ció al con<strong>de</strong> las numerosas pruebas <strong>de</strong> amistad que había recibido <strong>de</strong> él; le prometió seguir todos sus consejos excepto uno y<br />
le aseguró el placer con el que aceptaría en el futuro la invitación <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa y <strong>de</strong> él mismo, si monsieur Du Pont no estuviera en el castillo.<br />
El con<strong>de</strong> sonrió ante esta condición.<br />
—Así será —dijo—, mientras tanto el convento está tan cerca <strong>de</strong>l castillo que mi hija y yo te visitaremos a menudo, y si alguna vez nos atrevemos a llevarte otro visitante, ¿nos perdonarás<br />
Emily le miró contrariada y permaneció silenciosa.<br />
—Bien —continuó el con<strong>de</strong>—, no insistiré en el tema y <strong>de</strong>bo ahora pedirte que me perdones por haberlo hecho. Sin embargo, me harás la justicia <strong>de</strong> creer que he hablado así únicamente por una sincera<br />
preocupación por tu felicidad y por la <strong>de</strong> mi estimado amigo monsieur Du Pont.<br />
Emily, cuando se separó <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, acudió a informar a la con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> su marcha, que se opuso con expresiones corteses <strong>de</strong> pesar, tras lo cual envió una nota informando <strong>de</strong> ello a la madre aba<strong>de</strong>sa,