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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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cae alre<strong>de</strong>dor silencioso y sobre el risco <strong>de</strong> la montaña,<br />

la ola fulgurante, y el esquife <strong>de</strong>scubierto en la distancia,<br />

extien<strong>de</strong> el velo gris <strong>de</strong> tintes dulces y armoniosos.<br />

Así cae sobre la Aflicción el rocío <strong>de</strong> la lágrima piadosa<br />

oscureciendo sus solitarias visiones <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />

Paseando, Emily llegó hasta el árbol favorito <strong>de</strong> St. Aubert, don<strong>de</strong> con tanta frecuencia, a aquella misma hora, se sentaban juntos bajo su sombra y conversaban sobre el futuro con su querida madre.<br />

¡Cuántas veces, también, había expresado su padre el consuelo que se <strong>de</strong>rivaba <strong>de</strong> creer que se encontrarían en otro mundo! Emily, conmovida por estos recuerdos, abandonó el refugio <strong>de</strong>l árbol y, al apoyarse<br />

pensativa en el muro <strong>de</strong> la terraza, vio a un grupo <strong>de</strong> campesinos que bailaban alegremente en las orillas <strong>de</strong>l Garona, que se extendía a todo lo largo y reflejaba la última luz <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. ¡Cómo contrastaba aquel<br />

grupo con la <strong>de</strong>solada, infeliz Emily! Se les veía alegres y <strong>de</strong>bonnaire, como les gustaba estar cuando ella también se sentía alegre, cuando St. Aubert se paraba a escuchar su música, con el rostro irradiando<br />

satisfacción y benevolencia. Tras mirar un momento aquella festiva banda, Emily se volvió, incapaz <strong>de</strong> soportar <strong>los</strong> recuerdos que le traían. Pero, ¿dón<strong>de</strong> podría mirar que no encontrara nuevos <strong>de</strong>talles que<br />

agudizaran su dolor<br />

Según caminaba lentamente hacia la casa, se encontró con Theresa.<br />

—Querida ma<strong>de</strong>moiselle —dijo—, os he estado buscando por arriba y por abajo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace más <strong>de</strong> media hora. Temía ya que os hubiera ocurrido algún acci<strong>de</strong>nte. ¿Cómo podéis pasear en este aire <strong>de</strong> la<br />

noche Entrad en la casa. Pensad en lo que habría dicho mi pobre amo si pudiera veros. Estoy segura <strong>de</strong> que cuando murió mi pobre amo no hubo caballero que sufriera en su corazón como él, pero bien sabéis<br />

que no echó una lágrima.<br />

—Por favor, Theresa, no continúes —dijo Emily <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> interrumpir aquel<strong>los</strong> comentarios equivocados pero llenos <strong>de</strong> buena intención. Sin embargo, la locuacidad <strong>de</strong> Theresa no era fácil <strong>de</strong> contener.<br />

—Y cuando estabais tan apenada —añadió—, solía <strong>de</strong>cir que os equivocabais, porque mi ama era feliz. Y si ella era feliz, estoy segura <strong>de</strong> que él lo es también, porque las oraciones <strong>de</strong> <strong>los</strong> pobres, según<br />

dicen, llegan al cielo.<br />

Durante este discurso, Emily había seguido silenciosa hasta el castillo y Theresa la alumbró por el vestíbulo hasta el salón, don<strong>de</strong> puso un mantel con un solitario cuchillo y un tenedor para la cena. Emily ya<br />

estaba <strong>de</strong>ntro antes <strong>de</strong> que se diera cuenta <strong>de</strong> que no era su habitación, pero controló la emoción que la inclinaba a abandonarla y se sentó silenciosa ante la pequeña mesa. El sombrero <strong>de</strong> su padre colgaba en<br />

el muro opuesto y, mientras lo miraba, sintió un <strong>de</strong>sfallecimiento. Theresa la miró, y <strong>de</strong>spués al objeto que atraía la atención <strong>de</strong> su mirada, y se dirigió allí para quitarlo. Emily la <strong>de</strong>tuvo con un gesto <strong>de</strong> la mano.<br />

—No —dijo—, déjalo. Iré a mi habitación.<br />

—No ma<strong>de</strong>moiselle, la cena está lista.<br />

—No puedo tomarla —replicó Emily—, me voy a mi habitación y trataré <strong>de</strong> dormir. Mañana me encontraré mejor.<br />

—¡No <strong>de</strong>béis hacer eso! —dijo Theresa—. ¡Querida señorita, tomad algún alimento! He preparado un faisán que tiene muy buen aspecto. El viejo monsieur Barreaux lo envió esta mañana, porque le vi ayer<br />

y le dije que veníais. Y no he visto a nadie que haya estado tan preocupado como él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se enteró <strong>de</strong> las tristes noticias.<br />

—¿Sí —dijo Emily con la voz llena <strong>de</strong> ternura, mientras que su corazón se colmó por un momento con el calor <strong>de</strong> aquel rayo <strong>de</strong> afecto.<br />

Poco a poco su ánimo se conmovió por completo y se retiró a su habitación.

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