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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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o la música a <strong>los</strong> mares <strong>de</strong> Venecia.<br />

Suave como aquel<strong>los</strong> <strong>de</strong>stel<strong>los</strong> plateados, que duermen<br />

sobre el seno tembloroso <strong>de</strong>l Océano;<br />

tan suave, tan fiel, tierno Amor llorará,<br />

tan suave, tan fiel, contigo reposará.<br />

La ca<strong>de</strong>ncia con la que pasó <strong>de</strong> la última estrofa a la repetición <strong>de</strong> la primera; la suave modulación con la que su voz se <strong>de</strong>tuvo en el primer verso, y la energía patética con que pronunció el último, tuvieron la<br />

fuerza que sólo pue<strong>de</strong> conseguir un gusto exquisito. Cuando concluyó, entregó el laúd a Emily con un suspiro y ella, para evitar cualquier apariencia <strong>de</strong> afectación, comenzó a tocar <strong>de</strong> inmediato. Cantó una<br />

pequeña aria melancólica, una <strong>de</strong> las canciones populares <strong>de</strong> su provincia natal, con tal sencillez y sentimiento que la hizo encantadora. Pero aquella melodía tan conocida le trajo con tal fuerza el recuerdo <strong>de</strong><br />

escenas y personas, entre las que la había oído con frecuencia, que se conmovió, le tembló la voz y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> cantar mientras las cuerdas <strong>de</strong>l laúd eran tañidas por una mano incontrolada; hasta que, avergonzada<br />

por haber revelado sus emocionas, pasó <strong>de</strong> inmediato a una canción tan alegre y movida que <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> la danza casi parecían un eco <strong>de</strong> las notas. De <strong>los</strong> labios <strong>de</strong> su encantada audiencia se disparó<br />

instantáneamente un Bravissimo! Se vio obligada a repetir el aria. Entre <strong>los</strong> elogios que siguieron, <strong>los</strong> <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> no fueron <strong>los</strong> menos significativos, y cuando concluyeron, Emily entregó el instrumento a la signora<br />

Livona, cuya voz lo acompañó con un gusto auténticamente italiano.<br />

A continuación, el con<strong>de</strong>, Emily, Cavigni y la signora, cantaron canzonettes, acompañados por un par <strong>de</strong> laú<strong>de</strong>s y algunos otros instrumentos. En ocasiones <strong>los</strong> instrumentos cesaban <strong>de</strong> pronto y las voces<br />

caían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su total armonía a un canto apagado; entonces, tras una pausa, se elevaban poco a poco, incorporándose <strong>los</strong> instrumentos uno tras otro, hasta que el coro completo se elevaba <strong>de</strong> nuevo hacia el<br />

cielo.<br />

Mientras tanto, Montoni, que estaba harto <strong>de</strong> aquella armonía, pensaba en cómo podría apartarse <strong>de</strong>l grupo o retirarse al casino con aquel<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>de</strong>searan jugar. En una pausa <strong>de</strong> la música, propuso que<br />

regresaran a la playa, en lo que fue secundado <strong>de</strong> inmediato por Orsino, pero a lo que el con<strong>de</strong> y otros caballeros se opusieron apasionadamente.<br />

Montoni siguió meditando cómo podría excusarse <strong>de</strong> no seguir atendiendo al con<strong>de</strong>, para él el único ante el que consi<strong>de</strong>raba necesario hacerlo, y en cómo podría regresar a tierra, hasta que el gondolero <strong>de</strong><br />

un barco vacío, que regresaba a Venecia, saludó a su gente. Sin volver a preocuparse por buscar un pretexto, aprovechó la oportunidad para alejarse <strong>de</strong> allí y encomendando el cuidado <strong>de</strong> las damas a sus<br />

amigos, se marchó con Orsino, mientras Emily, por primera vez, sintió que se lo hiciera, ya que consi<strong>de</strong>raba su presencia como una protección, aunque sabía que no tenía nada que temer. Montoni <strong>de</strong>sembarcó<br />

en San Marcos y se dirigió <strong>de</strong> inmediato al casino, no tardando en per<strong>de</strong>rse en el grupo <strong>de</strong> jugadores.<br />

Mientras tanto, el con<strong>de</strong> había enviado a uno <strong>de</strong> sus criados en el barco <strong>de</strong> Montoni para reclamar su propia góndola y sus músicos. Emily oyó, sin estar enterada <strong>de</strong> su proyecto, la alegre canción <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

gondoleros que se aproximaban sentados en el barco, y vio la luz oscilante <strong>de</strong> la luna en las olas que agitaban su remo. De inmediato oyó el sonido <strong>de</strong> instrumentos y una sinfonía completa se extendió por el aire.<br />

Los barcos se encontraron y <strong>los</strong> gondoleros se saludaron. El con<strong>de</strong> explicó cuáles eran sus proyectos y el grupo se trasladó a su góndola, que estaba engalanada con todos <strong>los</strong> adornos que permite el buen<br />

gusto.<br />

Mientras, tomaron un refrigerio <strong>de</strong> frutos y helados, y la orquesta, que les seguía a distancia en el otro barco, interpretó las músicas más dulces y encantadoras. El con<strong>de</strong>, que se había vuelto a sentar junto a<br />

Emily, le prestó su continua atención y, a veces en voz baja y <strong>de</strong>sapasionada, musitó galanterías que ella no pudo malinterpretar. Para evitarlas, conversó con la signora Livona y su comportamiento con el con<strong>de</strong><br />

asumió una ligera reserva, que, aunque digna, era <strong>de</strong>masiado suave para <strong>de</strong>tener su insistencia. No era capaz <strong>de</strong> ver, oír o hablar con persona alguna que no fuera Emily, lo que era observado por Cavigni con<br />

<strong>de</strong>sagrado y por Emily con inquietud. No <strong>de</strong>seaba otra cosa que volver a Venecia, pero era ya casi la medianoche cuando las góndolas se aproximaron a la plaza <strong>de</strong> San Marcos, llena <strong>de</strong> voces y <strong>de</strong> alegres<br />

canciones. Los distintos sonidos les llegaron cuando aún estaban a consi<strong>de</strong>rable distancia, y al no haber una luna brillante que les <strong>de</strong>scubriera la ciudad, con sus terrazas y torres, se podría haber creído en las<br />

maravillas fabu<strong>los</strong>as <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong> Neptuno que surgían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> las aguas.<br />

Desembarcaron en San Marcos, don<strong>de</strong> la alegría <strong>de</strong>l ambiente y la belleza <strong>de</strong> la noche hizo que madame Montoni se sometiera <strong>de</strong> buen grado a la propuesta <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> a él en un paseo para <strong>de</strong>spués<br />

tomar algo todos juntos en su villa. Si algo podía disipar la inquietud <strong>de</strong> Emily habría sido la gran<strong>de</strong>za, alegría y novedad <strong>de</strong> la escena que les ro<strong>de</strong>a.ba, adornada con <strong>los</strong> palacios <strong>de</strong> Palladio y <strong>los</strong> animados<br />

grupos <strong>de</strong> máscaras.<br />

Finalmente, llegaron a la villa, que estaba <strong>de</strong>corada con un gusto infinito y en la que habían preparado un espléndido banquete. La reserva <strong>de</strong> Emily hizo ver al con<strong>de</strong> que para sus intereses le convenía<br />

ganarse el favor <strong>de</strong> madame Montoni, que, por la con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia que ya le habría mostrado, no parecía que fuera un logro difícil. En consecuencia, transfirió parte <strong>de</strong> su atención a Emily hacia su tía, que se<br />

sintió <strong>de</strong>masiado complacida con la distinción como para ocultar sus emociones, y antes <strong>de</strong> que concluyeran la reunión, el con<strong>de</strong> había conseguido enteramente la estima <strong>de</strong> madame Montoni. Cada vez que se<br />

dirigía a ella, su rostro poco agraciado se llenaba <strong>de</strong> sonrisas y asentía a todo lo que él proponía. La invitó, como al resto <strong>de</strong>l grupo, a tomar café en su palco <strong>de</strong> la ópera [22] a la tar<strong>de</strong> siguiente, y Emily oyó<br />

que la invitación era aceptada. Con gran ansiedad pensó en cómo podría excusarse para no acompañar a madame Montoni.<br />

Era ya muy tar<strong>de</strong> cuando fue pedida su góndola y la sorpresa <strong>de</strong> Emily fue tremenda cuando al salir <strong>de</strong> la villa vio que el sol se elevaba ya por el Adriático, mientras la plaza <strong>de</strong> San Marcos seguía aún llena<br />

<strong>de</strong> gente. Había sentido sueño, pero la brisa <strong>de</strong>l mar la hizo revivir y se habría marchado lamentándolo <strong>de</strong> no haber sido porque el con<strong>de</strong> seguía interpretando su papel y se impuso en acompañarlas a casa. Al<br />

llegar se enteraron <strong>de</strong> que Montoni aún no había regresado; y su esposa, retirándose contrariada a sus habitaciones, liberó finalmente a Emily <strong>de</strong> la fatiga <strong>de</strong> seguir atendiéndola.<br />

Montoni regresó a última hora <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong> muy mal humor por haber perdido mucho en el juego y, antes <strong>de</strong> retirarse a <strong>de</strong>scansar, tuvo una reunión en privado con Cavigni, cuyo comportamiento, al día<br />

siguiente, parecía indicar que el tema no había sido <strong>de</strong> su agrado.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, madame Montoni, que, durante el día había observado un sombrío silencio hacia su marido, recibió la visita <strong>de</strong> algunas damas venecianas, cuyas dulces maneras encantaban particularmente a<br />

Emily. Tenían un aire tranquilo y amable hacia <strong>los</strong> extranjeros, como si hubieran sido amigos íntimos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo, y su conversación era grata, sentimental y alegre. Madame, aunque no se sentía inclinada<br />

a tales conversaciones, y cuya vulgaridad y egoísmo producía a veces un curioso contraste con el excesivo refinamiento <strong>de</strong> sus visitas, no pudo quedar <strong>de</strong>l todo insensible a lo cautivador <strong>de</strong> sus maneras.<br />

En una pausa <strong>de</strong> la conversación, una dama que se llamaba signora Herminia cogió el laúd y comenzó a tocar y a cantar con tanta sencillez y alegría como si hubiera estado sola. Su voz era <strong>de</strong> un tono muy<br />

rico y variado en la expresión; sin embargo, no parecía tener conciencia <strong>de</strong> su influjo y no trataba <strong>de</strong> exhibirlo. Cantó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo alegre <strong>de</strong> su corazón, según estaba sentada con el velo a medias echado<br />

hacia atrás, cogiendo con gracia el laúd, bajo las ramas y flores <strong>de</strong> algunas plantas que crecían en cestos y que se cruzaban en <strong>los</strong> balcones <strong>de</strong>l salón. Emily, retirándose un poco <strong>de</strong>l grupo, hizo un dibujo <strong>de</strong> su<br />

aspecto, con el escenario que la ro<strong>de</strong>aba y logró un cuadro muy interesante, que, aunque tal vez no habría podido superar la crítica, tenía espíritu y gusto suficiente para animar la fantasía y llegar al corazón.<br />

Cuando lo terminó, se lo mostró al bello original, que quedó encantada con el regalo tanto como con el sentimiento que lo animaba, y aseguró a Emily, con una sonrisa llena <strong>de</strong> dulzura cautivadora, que lo<br />

conservaría como muestra <strong>de</strong> su amistad.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, Cavigni se unió a las damas, pero Montoni tenía otros compromisos, y embarcaron en la góndola hacia San Marcos, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> mismos grupos alegres se divertían como la noche anterior. La<br />

fresca brisa, el mar cristalino, el suave sonido <strong>de</strong> sus olas y el dulce murmullo <strong>de</strong> la música distante; <strong>los</strong> hermosos pórticos y arcadas y <strong>los</strong> alegres grupos que se agitaban bajo el<strong>los</strong>, todo aquello con cada <strong>de</strong>talle<br />

y circunstancia <strong>de</strong> la escena, se unió para complacer a Emily, que no se veía asediada por las oficiosas atenciones <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Morano. Pero, al levantar la vista sobre el mar iluminado por la luna, ondulándose a<br />

lo largo <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> San Marcos y al observar durante un momento aquel<strong>los</strong> muros, cogidos en la canción dulce y melancólica <strong>de</strong> un gondolero sentado en su barca, esperando a su señor, su mente se<br />

volvió hacia <strong>los</strong> recuerdos <strong>de</strong> su casa, <strong>de</strong> sus amigos, y <strong>de</strong> todo aquello que le era tan querido en su país.<br />

Tras pasear durante algún tiempo, se sentaron a la puerta <strong>de</strong> una quinta y, mientras Cavigni les obsequiaba con café y helados, se unió a el<strong>los</strong> el con<strong>de</strong> Morano. Miró a Emily con un gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>licada<br />

impaciencia, y recordando todas las atenciones que había tenido con ella la noche anterior, <strong>de</strong>cidió cambiar su asiduidad por una reserva tímida, excepto cuando conversaba con la signora Herminia y otras<br />

damas <strong>de</strong> su grupo.<br />

Era casi medianoche cuando se dirigieron a la ópera, don<strong>de</strong> Emily no se sintió tan encantada sino que, al recordar la escena que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar, sintió que todo el esplendor <strong>de</strong>l arte era infinitamente<br />

inferior a la sublimidad <strong>de</strong> la naturaleza. Su corazón no se vio afectado, las lágrimas <strong>de</strong> admiración no brotaron <strong>de</strong> sus ojos, como cuando veía la amplia expansión <strong>de</strong>l Océano, la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> <strong>los</strong> cie<strong>los</strong> y<br />

escuchaba el correr <strong>de</strong> las aguas y que una débil música, a interva<strong>los</strong>, se mezclaba con sus rugidos. Al recordar todo esto, la escena que tenía <strong>de</strong>lante resultaba insignificante.<br />

Todo transcurrió sin ningún inci<strong>de</strong>nte en particular y Emily <strong>de</strong>seaba que concluyera, que pudiera escapar <strong>de</strong> las atenciones <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y <strong>de</strong>l mismo modo que cosas opuestas se ven atraídas con frecuencia en

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