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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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próxima al mismo.<br />

Emily comprendió que se trataba <strong>de</strong>l castillo que La Voisin les había indicado anteriormente como propiedad <strong>de</strong>l marqués Villeroi, a cuya mención su padre se había inquietado tanto.<br />

—¡Ah!, todo esto está ahora <strong>de</strong>solado —continuó La Voisin—, pero era un lugar hermoso, lo recuerdo bien.<br />

Emily le preguntó cuál había sido la causa <strong>de</strong> aquel cambio, pero el hombre guardó silencio, y Emily, cuyo interés se había <strong>de</strong>spertado por <strong>los</strong> temores que había expresado antes y, sobre todo, al recordar la<br />

agitación <strong>de</strong> su padre, repitió la pregunta y añadió:<br />

—Si no tenéis miedo <strong>de</strong> sus habitantes y no sois supersticioso, ¿cómo es posible que temáis el pasar cerca <strong>de</strong>l castillo en la oscuridad<br />

—Tal vez sea algo supersticioso, y si supierais lo que yo sé también lo seríais vos. Aquí han pasado cosas extrañas. Vuestro buen padre parecía haber conocido a la difunta marquesa.<br />

—¿Podríais informarme <strong>de</strong> lo que sucedió —dijo Emily con una emoción que apenas podía contener.<br />

—Por favor —contestó La Voisin—, no me preguntéis. No me correspon<strong>de</strong> a mí <strong>de</strong>scubrir <strong>los</strong> secretos familiares <strong>de</strong> mi señor.<br />

Emily, sorprendida por las palabras <strong>de</strong> aquel viejo y por el tono en que las había dicho, <strong>de</strong>cidió no repetir su pregunta. Un interés más próximo, el recuerdo <strong>de</strong> St. Aubert, ocupó sus pensamientos y la llevó<br />

a recordar la música que había oído la noche antes, <strong>de</strong>talle que mencionó a La Voisin.<br />

—No fuisteis la única, ma<strong>de</strong>moiselle —replicó—, yo también la oí, pero me ha ocurrido tantas veces, a la misma hora, que ya no me sorpren<strong>de</strong>.<br />

—Sin duda creéis que esa música tiene algo que ver con el castillo —dijo Emily <strong>de</strong> pronto—, y que, en consecuencia, se relaciona con la superstición.<br />

—Es posible, pero hay otras circunstancias relacionadas con el castillo que recuerdo, y bastante tristes también.<br />

Se le escapó un suspiro, pero Emily contuvo con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za la curiosidad que sus palabras <strong>de</strong>spertaban y no volvió a preguntarle.<br />

Al llegar a la casa se renovaron todas las violencias <strong>de</strong> su dolor. Parecía que había podido escapar a su pesada presión sólo mientras se mantuvo alejada. Entró inmediatamente en la habitación en la que<br />

yacía el cuerpo <strong>de</strong> su padre y cedió a la angustia <strong>de</strong> un dolor sin esperanza. La Voisin consiguió al fin persuadirla para que abandonara la habitación y volvió a la suya, don<strong>de</strong>, agotada por <strong>los</strong> sufrimientos y<br />

quehaceres <strong>de</strong>l día, no tardó en encontrarse profundamente dormida y se <strong>de</strong>spertó consi<strong>de</strong>rablemente recuperada.<br />

Cuando llegó la hora dolorosa en que <strong>los</strong> restos <strong>de</strong> St. Aubert <strong>de</strong>bían ser separados <strong>de</strong> ella para siempre, acudió sola a la habitación para mirar su rostro una vez más, y La Voisin, que esperaba<br />

pacientemente al pie <strong>de</strong> las escaleras, hasta que cediera su <strong>de</strong>sesperanza, con el respeto <strong>de</strong>bido al dolor, no quiso interrumpirla, pero sorprendido por el largo tiempo que llevaba, las dudas vencieron sus<br />

escrúpu<strong>los</strong> y subió para hacerla salir <strong>de</strong> la habitación. Dio unos golpes suaves en la puerta, sin recibir contestación. Escuchó atentamente sin oír suspiros' o sollozos y, alarmado por este silencio, abrió la puerta y<br />

encontró a Emily que yacía sin conocimiento a <strong>los</strong> pies <strong>de</strong> la cama, cerca <strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba el féretro. Llamó pidiendo ayuda y la llevaron a su habitación, don<strong>de</strong> consiguieron al fin reanimarla.<br />

Durante su estado inconsciente, La Voisin había dado instrucciones para que fuera cerrado el ataúd y consiguió convencer a Emily para que no volviera a la habitación. Ella comprendió que <strong>de</strong>bía aceptarlo y<br />

también la necesidad <strong>de</strong> reforzar su ánimo y reunir fuerzas suficientes para soportar la escena que se aproximaba. St. Aubert había expresado su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que sus restos fueran enterrados en la iglesia <strong>de</strong>l<br />

convento <strong>de</strong> St. Clair, y mencionando la parte norte <strong>de</strong>l presbiterio, cerca <strong>de</strong> la vieja tumba <strong>de</strong> <strong>los</strong> Villeroi, había señalado el lugar exacto en don<strong>de</strong> <strong>de</strong>seaba su <strong>de</strong>scanso. El superior había accedido a ello y, en<br />

consecuencia, la triste procesión empezó su recorrido, que había <strong>de</strong> encontrarse, en la entrada <strong>de</strong> la iglesia, con el venerable sacerdote, seguido <strong>de</strong> una fila <strong>de</strong> frailes. Todas las personas, al oír el solemne canto<br />

<strong>de</strong>l himno y <strong>los</strong> acor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l órgano que empezó a sonar cuando el cuerpo entró en la iglesia, y al ver también <strong>los</strong> débiles pasos con <strong>los</strong> que avanzaba Emily, prorrumpieron en llanto. Ella no, pero caminó con el<br />

rostro parcialmente cubierto por un fino velo negro, entre dos personas que la sostenían, precedida por la aba<strong>de</strong>sa y seguida por las monjas, cuyas voces implorantes dulcificaban la conmovedora armonía <strong>de</strong>l<br />

canto fúnebre. Cuando la procesión llegó a la tumba, la música cesó. Emily se cubrió la cara enteramente con el velo y en una pausa momentánea, entre el himno y el final <strong>de</strong>l acto religioso, sus sollozos fueron<br />

claramente audibles. El santo padre comenzó las oraciones y Emily dominó sus sentimientos, hasta que el ataúd fue introducido en la tumba y oyó cómo caía la tierra sobre la tapa. Entonces, mientras temblaba,<br />

un gemido brotó <strong>de</strong> su corazón y tuvo que apoyarse en las personas que estaban cerca <strong>de</strong> ella. No tardó en recuperarse, y en oír aquellas afectuosas y sublimes palabras: «Su cuerpo es enterrado en paz y su<br />

alma vuelve a Él, que se la dio». Su angustia se <strong>de</strong>shizo en lágrimas.<br />

La aba<strong>de</strong>sa la condujo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la iglesia a su propio locutorio y allí le ofreció todo el consuelo que la religión y la amable simpatía pue<strong>de</strong>n alcanzar. Emily luchaba contra el peso <strong>de</strong>l dolor y la aba<strong>de</strong>sa, tras<br />

observarla atentamente, or<strong>de</strong>nó que le prepararan una cama y le recomendó que se retirara a <strong>de</strong>scansar. También le hizo prometer amablemente que se quedaría unos días en el convento, y Emily, que no tenía<br />

<strong>de</strong>seo alguno <strong>de</strong> volver a la cabaña, que era el escenario <strong>de</strong> todos sus sufrimientos, al no tener la presión que suponía el tener algo en qué ocuparse, se sintió indispuesta e incapaz <strong>de</strong> iniciar <strong>de</strong> inmediato el viaje.<br />

Mientras tanto, el afecto maternal <strong>de</strong> la aba<strong>de</strong>sa y las atenciones <strong>de</strong> las monjas hicieron todo lo que era posible para calmar su espíritu y <strong>de</strong>volverle la salud. Pero esta última se había visto afectada, a través<br />

<strong>de</strong> las preocupaciones <strong>de</strong> su mente, para reaccionar con rapi<strong>de</strong>z. Se quedó varias semanas en el convento, bajo la influencia <strong>de</strong> una lenta fiebre, <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> volver a casa y, sin embargo, incapacitada para ello.<br />

A veces incluso inquieta por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> abandonar el lugar en que yacían las reliquias <strong>de</strong> su padre y con la i<strong>de</strong>a que asaltaba su mente <strong>de</strong> que si muriera allí sus restos reposarían junto a <strong>los</strong> <strong>de</strong> St. Aubert.<br />

Mientras tanto, envió cartas a madame Cheron y a su vieja ama <strong>de</strong> llaves, informándoles <strong>de</strong>l triste acontecimiento que había tenido lugar y <strong>de</strong> su propia situación. De su tía recibió una respuesta más abundante<br />

en condolencias <strong>de</strong> cumplido que en impresiones <strong>de</strong> auténtico dolor, en la que le indicaba que enviaría a un criado para que la condujera a La Vallée, ya que estaba tan ocupada con sus invitados que no tenía la<br />

posibilidad <strong>de</strong> realizar aquel largo camino. Aunque Emily prefería La Vallée a Toulouse, no fue insensible a la in<strong>de</strong>corosa y poco amable conducta <strong>de</strong> su tía, al no tener en cuenta sus sufrimientos por regresar a<br />

un lugar don<strong>de</strong> ya no tenía parientes que la consolaran o la protegieran; una conducta que era más culpable aún, puesto que St. Aubert había <strong>de</strong>signado a madame Cheron como guardián <strong>de</strong> su hija huérfana.<br />

El criado <strong>de</strong> madame Cheron hizo que no fuera necesaria la ayuda <strong>de</strong>l bueno <strong>de</strong> La Voisin, que había sentido aquello como una obligación para él, como una atención con su padre fallecido, así como para<br />

ella, pero se alegró <strong>de</strong> no tener que hacer lo que a su edad habría sido un viaje incómodo.<br />

Durante la estancia <strong>de</strong> Emily en el convento, la paz y la santidad que respiraba el lugar, la tranquila belleza <strong>de</strong>l escenario en que se encontraba y las <strong>de</strong>licadas atenciones <strong>de</strong> la aba<strong>de</strong>sa y <strong>de</strong> las monjas, fueron<br />

circunstancias tan favorables para su ánimo que casi estuvo tentada a abandonar un mundo en el que había perdido sus más queridos amigos y <strong>de</strong>dicarse al claustro, en un lugar que consi<strong>de</strong>raba sagrado por<br />

estar en él la tumba <strong>de</strong> St. Aubert. El entusiasmo reflexivo, también, tan natural a su carácter, había <strong>de</strong>rramado una bella ilusión sobre el retiro santificado <strong>de</strong> las monjas, que casi ocultó a su vista lo que tenía <strong>de</strong><br />

egoísmo en su seguridad. Pero aquel<strong>los</strong> toques, con fantasía melancólica, ligeramente teñida por la superstición, que le había dado el escenario monástico, comenzaron a <strong>de</strong>saparecer según su ánimo se<br />

recuperaba y le trajeron una vez más a su corazón una imagen que sólo había sido borrada transitoriamente. Se <strong>de</strong>spertaba así a la esperanza, al consuelo y a <strong>los</strong> dulces afectos; visiones <strong>de</strong> felicidad brillaban<br />

ligeramente en la distancia, y aunque sabía que eran ilusiones, no pudo ignorarlas para siempre. Era el recuerdo <strong>de</strong> Valancourt, <strong>de</strong> sus gustos, <strong>de</strong> su talento y su rostro lo que <strong>de</strong>terminaba quizá que volviera al<br />

mundo. La gran<strong>de</strong>za y las sublimes escenas, entre las que se habían encontrado, habían influido en su fantasía y contribuido imperceptiblemente para que Valancourt le pareciera más interesante al <strong>de</strong>scubrir en él<br />

aspectos que correspondían al paisaje. También la estima que St. Aubert había expresado repetidamente por él confirmaba su bondad. Pero, aunque su rostro y su actitud habían expresado continuamente su<br />

admiración por ella, no la había <strong>de</strong>clarado <strong>de</strong> otro modo e incluso la esperanza <strong>de</strong> volverle a ver estaba tan distante que no se daba cuenta <strong>de</strong> ello, y menos aún <strong>de</strong> lo que había influido en su conducta en aquella<br />

ocasión.<br />

Varios días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l criado <strong>de</strong> madame Cheron, Emily se sintió suficientemente recuperada para iniciar su regreso a La Vallée. La tar<strong>de</strong> anterior a su marcha fue a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> La Voisin y<br />

<strong>de</strong> su familia y a expresarles su agra<strong>de</strong>cimiento por sus amabilida<strong>de</strong>s. Encontró al hombre sentado en un banco a la puerta <strong>de</strong> su casa, entre su hija y su yerno, que acababa <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> su trabajo diario y que<br />

tocaba un caramillo que por el tono se parecía al oboe. El viejo tenía a su lado una jarra <strong>de</strong> vino y, ante él, sobre una pequeña mesa, fruta y pan, y estaban ro<strong>de</strong>ándola varios <strong>de</strong> sus nietos, unos chicos<br />

sonrosados que iban a cenar mientras su madre les distribuía <strong>los</strong> alimentos. Al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la pequeña zona ver<strong>de</strong> que se extendía ante la casa estaba el gafl4ldo y unos pocos cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>scansando bajo <strong>los</strong><br />

árboles. El paisaje quedaba iluminado por la suave luz <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, cuyos largos rayos cruzaban a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques e iluminaban las torres distantes <strong>de</strong>l castillo. Emily se <strong>de</strong>tuvo un momento, antes <strong>de</strong><br />

salir <strong>de</strong> la sombra, para contemplar el feliz grupo que tenía ante ella, con la complacencia reflejada en el rostro <strong>de</strong> La Voisin; la ternura maternal <strong>de</strong> Agnes, al mirar a sus hijos, y la inocente satisfacción infantil<br />

reflejada en sus sonrisas. Emily volvió a mirar a aquel viejo venerable y a la cabaña. El recuerdo <strong>de</strong> su padre se impuso con fuerza en su mente y dio unos pasos hacia <strong>de</strong>lante con rapi<strong>de</strong>z, temerosa <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse<br />

un momento más. Se <strong>de</strong>spidió afectuosamente <strong>de</strong> La Voisin y <strong>de</strong> su familia. Él parecía quererla como a una hija y se le escaparon unas lágrimas. A Emily también, y no quiso entrar en la casa porque sabía que<br />

reviviría emociones que no podría superar.<br />

Aún le quedaba una escena dolorosa, ya que <strong>de</strong>cidió hacer una nueva visita a la tumba <strong>de</strong> su padre, <strong>de</strong> modo que no pudiera ser interrumpida u observada en su tierna melancolía. Demoró hacerlo, hasta que<br />

todos <strong>los</strong> habitantes <strong>de</strong>l convento, excepto la monja que le había prometido llevarle la llave <strong>de</strong> la iglesia, se había retirado a <strong>de</strong>scansar. Emily estuvo en su habitación hasta que oyó las doce en la campana <strong>de</strong>l<br />

convento, cuando vino la monja, como habían convenido, con la llave <strong>de</strong> una puerta privada <strong>de</strong> la iglesia y <strong>de</strong>scendieron juntas la estrecha escalera <strong>de</strong> caracol que conducía a la misma. La monja se ofreció a<br />

acompañar a Emily hasta la tumba, añadiendo: «Resulta muy triste ir sola a esta hora», pero, dándole las gracias por su consi<strong>de</strong>ración, le indicó que no podía acce<strong>de</strong>r a que nadie fuera testigo <strong>de</strong> su dolor. La<br />

hermana, tras abrir la puerta, le entregó la lámpara y le dijo:<br />

—Recordad que en el corredor <strong>de</strong>l este, que tenéis que cruzar, hay una tumba abierta recientemente; sostened la luz cerca <strong>de</strong>l suelo, no vayáis a caer o tropezar en <strong>los</strong> montones <strong>de</strong> tierra.<br />

Emily le dio las gracias <strong>de</strong> nuevo, cogió la lámpara y entró en la iglesia, mientras la hermana Mariette se marchaba. Emily se <strong>de</strong>tuvo un momento en la puerta; le asaltó un miedo imprevisto y regresó al pie <strong>de</strong><br />

la escalera, don<strong>de</strong>, al oír <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> la monja que subía, y mientras levantaba la lámpara y veía su velo blanco moviéndose sobre la balaustrada en espiral, estuvo tentada <strong>de</strong> llamarla. Aún dudaba cuando el<br />

velo <strong>de</strong>sapareció, y un momento <strong>de</strong>spués, avergonzada por sus miedos, regresó a la iglesia. El aire frío <strong>de</strong> <strong>los</strong> corredores la hizo temblar y un profundo silencio lo envolvió todo. Un débil rayo <strong>de</strong> luna entraba<br />

por una ventana gótica distante y habría <strong>de</strong>spertado en cualquier otro momento sus temores supersticiosos, pero ahora el pesar ocupaba toda su atención. Casi no oyó el susurrante eco <strong>de</strong> sus propios pasos, ni<br />

pensó en la tumba abierta hasta que se encontró en su mismo bor<strong>de</strong>. Habían enterrado a un fraile <strong>de</strong>l convento la tar<strong>de</strong> anterior, y cuando estaba sentada sola en su habitación a la hora <strong>de</strong>l crepúsculo, había<br />

oído a <strong>los</strong> monjes entonar un réquiem por su alma. Todo aquello trajo a su memoria las circunstancias <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su padre y cómo las voces, mezclándose con <strong>los</strong> bajos trémo<strong>los</strong> <strong>de</strong>l órgano, afectaron las<br />

visiones que se presentaron en su mente. Lo recordó todo y, apartándose para evitar la parte abierta <strong>de</strong>l suelo, se dirigió con paso rápido a la tumba <strong>de</strong> St. Aubert, cuando a la luz <strong>de</strong> la luna que entraba por la<br />

parte más remota <strong>de</strong> la nave le pareció ver una sombra moviéndose entre las columnas. Se <strong>de</strong>tuvo para escuchar, y al no oír paso alguno, convencida <strong>de</strong> que había sido engañada por su fantasía y ya sin temor a<br />

ser observada, continuó su camino. St. Aubert había sido enterrado bajo una <strong>los</strong>a <strong>de</strong> mármol, en la que sólo habían grabado su nombre y las fechas <strong>de</strong> $U nacimiento y muerte, próxima al pie <strong>de</strong>l monumento<br />

funerario <strong>de</strong> <strong>los</strong> Villeroi. Emily se <strong>de</strong>tuvo antela tumba, hasta que una campana, que llamaba a <strong>los</strong> monjes a las primeras oraciones, la avisó que <strong>de</strong>bía retirarse. Lloró sobre la tumba en su última <strong>de</strong>spedida y se<br />

obligó a retirarse <strong>de</strong> aquel lugar. Tras aquella hora <strong>de</strong> complacencia voluntaria en su dolor, se recuperó con un sueño más profundo que el que había logrado últimamente, y al <strong>de</strong>spertar se sintió más tranquila y<br />

resignada <strong>de</strong> lo que había estado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> St. Aubert.<br />

Pero cuando llegó el momento <strong>de</strong> su marcha <strong>de</strong>l convento, volvió todo el dolor; el recuerdo <strong>de</strong> su padre muerto y el afecto por <strong>los</strong> vivos que la ligaban a aquel lugar; y por el suelo sagrado en el que habían

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