radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo
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Su pobreza era aún más <strong>de</strong>sesperada, puesto que les <strong>de</strong>tendría en la zona don<strong>de</strong>, incluso en una ciudad, casi no podrían consi<strong>de</strong>rarse libres <strong>de</strong> Montoni. Sin embargo, a <strong>los</strong> viajeros no les quedaba otra<br />
salida que continuar y enfrentarse con el futuro y así lo hicieron marchando por el sen<strong>de</strong>ro a través <strong>de</strong> valles oscuros y silvestres, cubiertos por las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles que impedían la entrada <strong>de</strong> <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong> la<br />
luna; paisajes tan <strong>de</strong>solados que a la primera mirada parecían no haber sido hollados por persona humana. Incluso el camino que seguían parecía confirmar esta impresión, porque las altas hierbas y otras<br />
vegetaciones excesivamente crecidas <strong>de</strong>cían claramente que no habían sido pisadas por viajero alguno.<br />
De la distancia les llegó el débil sonar <strong>de</strong> las esquilas <strong>de</strong>l ganado, y poco <strong>de</strong>spués vieron <strong>los</strong> rebaños, <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>dujeron que estaban cerca <strong>de</strong> alguna zona habitada. La luz que Ludovico había visto y que<br />
suponía <strong>de</strong> una ciudad quedaba oculta por las montañas. Animados con esta esperanza, aceleraron el paso por el sen<strong>de</strong>ro estrecho que recorrían y que se abrió a uno <strong>de</strong> esos valles pastoriles <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos,<br />
que podían haber sido pintados para una escena <strong>de</strong> la Arcadia y cuya belleza y sencillez formaban un contraste encantador con la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> las cumbres nevadas <strong>de</strong> las montañas que se extendían por encima.<br />
La luz <strong>de</strong> la mañana, que asomaba en el horizonte, se mostró débilmente en la distancia, por encima <strong>de</strong> una colina que parecía mirar «con <strong>los</strong> ojos entornados <strong>de</strong>l nuevo día». La ciudad que buscaban<br />
apareció y no tardaron en alcanzarla. Tuvieron algunas dificulta<strong>de</strong>s para encontrar una casa que pudiera acogerles, así como a sus cabal<strong>los</strong>, y Emily indicó que sólo <strong>de</strong>bían <strong>de</strong>scansar lo necesario para<br />
recuperarse. Su apariencia <strong>de</strong>spertó cierta curiosidad, porque no llevaba tocado alguno, al haber tenido tiempo únicamente para coger su velo antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l castillo, un <strong>de</strong>talle que le forzó a lamentar <strong>de</strong><br />
nuevo la falta <strong>de</strong> dinero, sin el cual era imposible que se procuraran lo necesario.<br />
Ludovico, tras examinar su bolsa, comprobó que era incluso suficiente para pagar el refrigerio, y Du Pont se aventuró a informar al dueño <strong>de</strong> la casa, cuyo rostro parecía simple y honesto, <strong>de</strong> su exacta<br />
situación, solicitándole que les ayudara a proseguir su camino, un propósito que él prometió aten<strong>de</strong>r en la medida <strong>de</strong> lo posible cuando supo que eran prisioneros que escapaban <strong>de</strong> Montoni, al que odiaba por<br />
muchas razones. Pero, aunque accedió a prestarles cabal<strong>los</strong> <strong>de</strong> refresco que les pudieran llevar a la ciudad siguiente, su propia escasez le impedía facilitarles dinero alguno. Lamentaban <strong>de</strong> nuevo su pobreza,<br />
cuando Ludovico, que había estado con <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> para que <strong>de</strong>scansaran, entró en la habitación medio loco <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong> la que participaron sus oyentes. Al quitarles las sillas a <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>, en uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong><br />
había encontrado una pequeña bolsa que contenía sin duda el botín <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> condottieri, que había regresado <strong>de</strong> una <strong>de</strong> sus excursiones, poco antes <strong>de</strong> que Ludovico saliera <strong>de</strong>l castillo. Sin duda el caballo<br />
había quedado en el patio interior mientras su amo se entretenía en beber, y había ocultado allí el tesoro que consi<strong>de</strong>raba el premio a su expolio.<br />
Al contarlo, Du Pont comprobó que había más que suficiente para que llegaran todos a Francia, a don<strong>de</strong> <strong>de</strong>cidió que iría acompañando a Emily, tanto si se enteraba <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> estaba su regimiento o no;<br />
porque, aunque tenía gran confianza en la integridad <strong>de</strong> Ludovico, no le conocía lo suficiente para confiarle el cuidado <strong>de</strong> su viaje o, tal vez, no tuvo suficiente <strong>de</strong>cisión para privarse <strong>de</strong>l peligroso placer que se<br />
podría <strong>de</strong>rivar <strong>de</strong> su presencia.<br />
Les consultó sobre el mejor puerto al que podrían dirigirse, y Ludovico, mejor informado <strong>de</strong> la geografía <strong>de</strong>l país, dijo que Liorna era el más próximo, <strong>de</strong>l que Du Pont también sabía que era el mejor <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong> Italia para asistirles en su plan, puesto que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí salían continuamente barcos para todas las naciones. En consecuencia, fue <strong>de</strong>cidido que se dirigirían allí.<br />
Emily compró un sombrero <strong>de</strong> paja <strong>de</strong> <strong>los</strong> que llevan las muchachas campesinas <strong>de</strong> Toscana y algunas otras pequeñas cosas necesarias para el viaje y, tras el cambio <strong>de</strong> <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> cansados por otros<br />
mejores, continuó su camino, mientras el sol ascendía sobre las montañas. Recorrieron aquel paisaje romántico durante varias horas y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>scendieron al valle <strong>de</strong>l Amo. Allí, Emily contempló <strong>los</strong> encantos<br />
<strong>de</strong>l paisaje selvático y pastoril, adornado con las elegantes villas <strong>de</strong> <strong>los</strong> nobles florentinos y con la variedad <strong>de</strong> sus ricos cultivos. ¡Qué hermosos arbustos cubrían las entradas <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques, dispuestos como en<br />
un anfiteatro a lo largo <strong>de</strong> las montañas!, y sobre todo, ¡qué perfil tan elegante ofrecían <strong>los</strong> Apeninos, suavizando el aspecto salvaje que exhibían en las regiones interiores! Hacia el este, en la distancia, Emily<br />
<strong>de</strong>scubrió Florencia, con sus torres elevándose en un horizonte brillante y extendiéndose en toda su gran<strong>de</strong>za al pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> Apeninos, salpicada <strong>de</strong> jardines y <strong>de</strong> villas magníficas, o iluminada con <strong>los</strong> grupos <strong>de</strong><br />
naranjos y limoneros, <strong>los</strong> viñedos, <strong>los</strong> maizales y las plantaciones <strong>de</strong> olivos. Hacia el oeste, el valle se abría hacia las aguas <strong>de</strong>l Mediterráneo, tan distantes que sólo se percibían como una línea azul que surgía<br />
sobre el horizonte y por la bruma <strong>de</strong>l mar que aparecía por encima.<br />
Con el corazón lleno <strong>de</strong> alegría, Emily saludó a las olas que la llevarían <strong>de</strong> regreso a su país natal, cuyo recuerdo, no obstante, la llenó <strong>de</strong> dolor, porque ya no le quedaba hogar alguno ni parientes que le<br />
dieran la bienvenida, pero iba, como un triste peregrino, a llorar sobre un lugar triste, don<strong>de</strong> él, su padre, yacía enterrado. Tampoco se levantó su ánimo cuando consi<strong>de</strong>ró lo que podría tardar en ver a<br />
Valancourt, tal vez acuartelado con su regimiento en alguna parte distante <strong>de</strong> Francia y que, cuando se encontraran, sólo podrían lamentar el éxito <strong>de</strong> la villanía <strong>de</strong> Montoni. Con todo, sintió una satisfacción<br />
inexpresable ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> verse <strong>de</strong> nuevo en el país <strong>de</strong> Valancourt, aunque fuera incierto el que pudieran encontrarse.<br />
El intenso calor, ya que había llegado el mediodía, obligó a <strong>los</strong> viajeros a buscar un refugio en la sombra, don<strong>de</strong> pudieran <strong>de</strong>scansar durante unas horas, y <strong>los</strong> campos próximos, llenos <strong>de</strong> uvas silvestres,<br />
frambuesas e higos, les prometían suficiente alimento. Poco <strong>de</strong>spués se dirigieron a una enramada que con su espeso follaje les libraría <strong>de</strong> <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong>l sol, y don<strong>de</strong> un manantial que salía <strong>de</strong> las rocas refrescaba<br />
el aire, así que <strong>de</strong>smontaron y <strong>de</strong>jaron en libertad a <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>. Annette y Ludovico corrieron a recoger fruta y pronto volvieron con una buena provisión. Los viajeros se sentaron en el césped bajo la sombra<br />
<strong>de</strong> las ramas <strong>de</strong> un pino y <strong>de</strong> <strong>los</strong> cipreses, ro<strong>de</strong>ados con tal profusión <strong>de</strong> flores fragantes que Emily casi no había visto nunca, incluso en <strong>los</strong> Pirineos, y tomaron su sencilla comida, contemplando con satisfacción<br />
bajo la oscura sombra <strong>de</strong> <strong>los</strong> pinos gigantes el brillante paisaje que se extendía hacia el mar.<br />
Emily y Du Pont quedaron cada vez más pensativos y silenciosos, pero Annette estaba llena <strong>de</strong> júbilo y locuacidad, y Ludovico muy alegre, sin olvidar la respetuosa distancia que <strong>de</strong>bía a sus acompañantes.<br />
Al terminar la comida, Du Pont recomendó a Emily que tratara <strong>de</strong> dormir durante aquellas horas más pesadas, y propuso lo mismo a <strong>los</strong> criados, mientras él montaba la guardia. Sin embargo, Ludovico le liberó<br />
<strong>de</strong> ello, y Emily y Annette, cansadas por el viaje, trataron <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar mientras él se quedaba <strong>de</strong> guardia con el trabuco.<br />
Cuando Emily se <strong>de</strong>spertó reconfortada por el <strong>de</strong>scanso, encontró al centinela dormido en su puesto y a Du Pont atento, pero perdido en melancólicos pensamientos. Como el sol estaba aún <strong>de</strong>masiado alto<br />
para que les permitiera continuar su camino y, por otra parte, era necesario que Ludovico, tras las agitaciones y problemas que había sufrido, concluyera su sueño, Emily aprovechó la oportunidad para<br />
preguntar a Du Pont cómo había llegado a ser hecho prisionero por Montoni, y él, contento por el interés que la pregunta implicaba y por la excusa que le daba para hablarle <strong>de</strong> sí mismo, satisfizo<br />
inmediatamente su curiosidad.<br />
—Vine a Italia —dijo Du Pont—, sirviendo a mi país. En una avanzada por las montañas, nuestro grupo se enfrentó a <strong>los</strong> <strong>de</strong> Montoni y fue <strong>de</strong>rrotado, y yo, con algunos <strong>de</strong> mis compañeros, hecho<br />
prisionero. Cuando me dijeron <strong>de</strong> quién estaba cautivo, el nombre <strong>de</strong> Montoni me sorprendió, porque recordé que madame Cheron, vuestra tía, se había casado con un italiano <strong>de</strong> ese mismo nombre y que vos<br />
<strong>los</strong> habíais acompañado a Italia. Sin embargo, pasó algún tiempo antes <strong>de</strong> que pudiera convencerme <strong>de</strong> que se trataba <strong>de</strong>l mismo Montoni y que estabais bajo el mismo techo que yo. No os molestaré<br />
<strong>de</strong>scribiéndoos cuáles fueron mis inquietu<strong>de</strong>s al <strong>de</strong>scubrirlo, gracias a un centinela que ya había logrado que se pusiera <strong>de</strong> mi parte y que me concedió muchas liberta<strong>de</strong>s, una <strong>de</strong> las cuales era muy importante<br />
para mí y muy peligrosa para él; pero insistió en negarse a llevaros una carta o informaros <strong>de</strong> mi situación, porque temía ser <strong>de</strong>scubierto y la venganza consecuente <strong>de</strong> Montoni. No obstante, me permitió veros<br />
más <strong>de</strong> una vez. Os sorprendéis señora, pero os lo explicaré. Mi salud y mi ánimo sufrían extremadamente ya que necesitaba aire y ejercicio y, por fin, logré conmover su piedad o su avaricia y me ofreció la<br />
oportunidad <strong>de</strong> pasear por la terraza.<br />
Emily escuchó atentamente la narración <strong>de</strong> Du Pont, que continuó:<br />
—Al acce<strong>de</strong>r a ello sabía que no tenía nada que temer en cuanto a que pudiera escaparme <strong>de</strong>l castillo, que estaba fuertemente vigilado, y porque la terraza más próxima a la que salía daba a un corte vertical<br />
<strong>de</strong> la roca. También me mostró una puerta oculta en un lado <strong>de</strong> la cámara en la que estaba recluido, que me enseñó cómo abrir y que conducía a un pasadizo, formado en el espesor <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros, que se<br />
extendía a lo largo <strong>de</strong>l castillo y salía por un rincón oscuro a la muralla <strong>de</strong>l lado este. He sido informado <strong>de</strong> que hay muchos pasadizos como ése ocultos en <strong>los</strong> muros prodigiosos <strong>de</strong>l edificio y que, sin duda,<br />
fueron construidos con el propósito <strong>de</strong> facilitar las huidas en tiempo <strong>de</strong> guerra. A través <strong>de</strong> ese pasadizo, a medianoche, salí muchas veces a la terraza, con la mayor precaución posible para evitar que mis pasos<br />
pudieran <strong>de</strong>scubrirme a <strong>los</strong> centinelas que estaban en <strong>los</strong> extremos, ya que esta zona, protegida por edificios más altos, no estaba bajo el control <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados. En uno <strong>de</strong> esos paseos nocturnos vi luz en uno<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> ventanales que se abren sobre la muralla y comprobé que era el inmediatamente superior al <strong>de</strong> mi habitación. Pensé que pudierais estar en aquel cuarto y, con la esperanza <strong>de</strong> veros, me situé frente a la<br />
ventana.<br />
Emily, recordando la figura que había visto aparecer en la terraza y que le había ocasionado tanta ansiedad, exclamó:<br />
—Erais vos entonces, monsieur Du Pont, quien me ocasionó temores innecesarios. Mi ánimo estaba entonces tan agitado por largos sufrimientos que se conmovía ante cualquier indicio.<br />
Du Pont, tras lamentar haber sido el causante <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> temores, añadió:<br />
—Me apoyé en el muro frente a vuestra ventana y la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> mi propio estado y vuestra situación melancólica me obligó a musitar lamentaciones involuntarias que supongo llegaron hasta vos. Vi a<br />
una persona que creí que erais vos. ¡Oh!, no diré nada <strong>de</strong> mis emociones <strong>de</strong> aquel momento. Quise hablar, pero la pru<strong>de</strong>ncia me contuvo, hasta que <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> un centinela me forzaron a abandonar el lugar.<br />
Pasó algún tiempo antes <strong>de</strong> que tuviera otra oportunidad <strong>de</strong> pasear, ya que sólo podía salir <strong>de</strong> mi prisión cuando coincidía la guardia <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres que me custodiaban. Mientras tanto me convencí por<br />
algunos <strong>de</strong>talles que me contó <strong>de</strong> que vuestra habitación estaba sobre la mía, y, cuando volví a salir, me situé <strong>de</strong> nuevo ante vuestra ventana, don<strong>de</strong> os vi pero sin atreverme a hablaros. Os saludé con la mano y<br />
<strong>de</strong> pronto <strong>de</strong>saparecisteis. Olvidé mi pru<strong>de</strong>ncia y volví a lamentarme. Aparecisteis una vez más, os oí, ¡oí el bien conocido acento <strong>de</strong> vuestra voz!, y en aquel momento mi discreción se habría visto traicionada<br />
<strong>de</strong> no haber oído <strong>los</strong> pasos que se aproximaban <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados, por lo que me alejé <strong>de</strong> inmediato, aunque no antes <strong>de</strong> que él me viera. Me siguió por la terraza y me alcanzó tan rápido que me obligó a<br />
usar <strong>de</strong> una estratagema bastante ridícula para salvarme. Había oído que muchos <strong>de</strong> esos hombres son muy supersticiosos y produje un ruido extraño con la esperanza <strong>de</strong> que mi perseguidor me confundiera con<br />
algo supernatural y <strong>de</strong>sistiera <strong>de</strong> sus propósitos. Por suerte para mí, acerté. Parece que aquel hombre sufría <strong>de</strong> ataques y el terror que sintió le hizo caer en uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, lo que aproveché para escapar. La i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong>l peligro <strong>de</strong>l que había escapado y el aumento <strong>de</strong> la vigilancia que mi aparición había ocasionado entre <strong>los</strong> centinelas, me impidió incluso atreverme a pasear por la terraza; pero, en la tranquilidad <strong>de</strong> la noche,<br />
me entretuve con frecuencia con un viejo laúd que me consiguió un soldado, y a veces cantaba con la esperanza <strong>de</strong> que me oyerais; <strong>de</strong> ello tuve noticias hace unos días y me pareció que llegaba vuestra voz con<br />
el viento, llamándome. No me atreví a replicar temiendo que el centinela <strong>de</strong> puerta me oyera. ¿Estaba en lo cierto, señora, en mi sospecha, <strong>de</strong> que erais vos quien hablaba<br />
—Sí —dijo Emily con un suspiro involuntario—, estabais en lo cierto.<br />
Du Pont, al observar las emociones que había removido, cambió <strong>de</strong> tema.<br />
—En una <strong>de</strong> esas incursiones por el pasadizo, que he mencionado, oí una extraña conversación —dijo.<br />
—¡En el pasadizo! —dijo Emily sorprendida.<br />
—Lo oí en el pasadizo —dijo Du Pont—, pero procedía <strong>de</strong> una habitación que cruzaba por el muro, y la capa era tan fina en las pare<strong>de</strong>s y estaba tan <strong>de</strong>teriorada que pu<strong>de</strong> distinguir todas las palabras que<br />
se dijeron al otro lado. Montoni y sus acompañantes estaban juntos en la habitación, y él empezó a relatar la extraordinaria historia <strong>de</strong> la señora que fue su pre<strong>de</strong>cesora en el castillo. Mencionó algunas<br />
circunstancias sorpren<strong>de</strong>ntes y su conciencia dirá si respon<strong>de</strong>n o no exactamente a la verdad, aunque me temo que se <strong>de</strong>cidiera en contra <strong>de</strong> él. Pero vos, señora, tenéis que haber oído hablar <strong>de</strong> ese asunto al<br />
que se refería en relación con el <strong>misterios</strong>o <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la dama.