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BOLETIN Tomo LXVIII Núms. 277-278 Julio-diciembre

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POSESIONES<br />

93<br />

Y a continuación de esta profesión de fe el monje glosador escribe<br />

una sublime plegaria dirigida a Dios que sale de lo más hondo de su<br />

ser henchido de fervor religioso: “Facanos Deus Omnipotes tal serbitio<br />

fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen”.<br />

Oración que se podría traducir con estas palabras: “Háganos Dios<br />

Omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos.<br />

Amén”.<br />

Lo notable de estos textos, además de su estructura gramatical, es<br />

su profundo contenido espiritual. Mientras el primer documento escrito<br />

en italiano es un alegato jurídico para defender la propiedad de<br />

unas tierras que pertenecían al monasterio de Montecasino, y el primer<br />

texto escrito en lengua inglesa es un contrato comercial, el primer texto<br />

en español es una oración. Es decir, nuestra lengua nació hablándole<br />

a Dios. Y lo siguió haciendo con donaire en obras de la más elevada<br />

espiritualidad.<br />

Pero mientras se iba alumbrando un lenguaje en la zona nororiental<br />

de la Península, en el lado opuesto se producía un acontecimiento que<br />

tendría efectos notables sobre la lengua romance que se estaba<br />

gestando. En el siglo IX un ermitaño descubrió la tumba del apóstol<br />

Santiago el Mayor en un sitio que luego vino a ser conocido como<br />

Campostela, expresión derivada del latín Campus Stellae (Campo de la<br />

Estrella). A partir de ese hallazgo, las peregrinaciones hasta el lugar<br />

donde se encontraron los restos del mártir cristiano se multiplicaron en<br />

forma impresionante. Gentes de todos los países europeos accedían a<br />

la península por el sur de Francia y recorrían luego el llamado Camino<br />

de Santiago, convirtiéndolo en una ruta turística que estimuló el negocio<br />

de los hostales, dinamizó la actividad económica, pero sobre todo<br />

trajo nuevas formas de cultura que portaban los peregrinos.<br />

Con el arribo de los monjes de Cluny y sus acompañantes se fueron<br />

incorporando a la lengua de la gente palabras del romance que se<br />

hablaba al otro lado de la frontera, una región conocida como la<br />

Occitania francesa. Entre los términos nuevos traídos por los francos al<br />

lenguaje peninsular podemos mencionar: fraile, monje, preste, hereje,<br />

peaje, hostal, doncel, y muchos más.<br />

Como caso curioso el nombre “español” con que hoy se denomina<br />

a nuestro idioma en todo el mundo no es de origen castellano sino<br />

occitano. El término nace como el gentilicio “hispaniolus” utilizado

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