Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
Libro de suspenso completo
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
26
Riley se alegra de que David se haya ido. Piensa que es un insensato, pero se
alegra de que se haya marchado. Puede que así consiga que lo maten.
Oye el sonido apagado de una puerta que se cierra en algún lugar del hotel y
los nervios se le disparan.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta, asustada.
Henry responde con nerviosismo.
—Probablemente no sea más que Matthew o David.
Se esfuerza por escuchar qué pasa fuera de su pequeño círculo, pero lo único
que oye es el viento que golpea contra las ventanas. Cese o no la tormenta
mañana, tienen que tratar de salir a la carretera principal para conseguir
auxilio, por muy despacio que lo hagan o por muy difícil que sea.
Piensa en su terapeuta, Donna, la mujer que la ha estado ayudando a
recuperar el control de su vida o, al menos, lo ha intentado. Con el apoyo de
Donna, ha tratado de aprender a controlar sus pensamientos negativos. Sin
duda, no le gustaría nada ver el modo en que Riley se ha estado valiendo del
alcohol para enfrentarse a este fin de semana. Pero está atrapada en un hotel
remoto con un puñado de desconocidos y han asesinado a dos personas. Se
imagina en la consulta de Donna, contándoselo todo. «Has sufrido unas
experiencias terribles», le diría. Sí, así ha sido. «Debido a ello, tu mente te
juega malas pasadas», le diría.
—¿Estás bien? —le pregunta Gwen de repente. Gwen está ahora justo delante
de ella. No recuerda haber visto que se moviera del sofá. Pero está ahora
agachada frente a Riley, mirándola directamente a los ojos, con la
preocupación dibujada en su rostro.
—No lo sé —susurra Riley. Gwen la mira, asustada—. No lo sé —repite Riley
con tono más insistente. Está en un lugar desconocido. El infierno no es cosa
de la imaginación. Es real. Es un lugar real y es también una condición
anímica. Y puede verse a sí misma caer en el pozo, puede sentir cómo se
adueñan de ella el miedo, la paranoia, la necesidad de reaccionar. No quiere
que eso le pase. Aquí no, por Dios. Ahora no. Agarra la mano de Gwen con
fuerza—. Quédate conmigo —dice.
—Claro —contesta Gwen, y se sienta a su lado mientras, al parecer, la tensión
entre las dos queda olvidada, al menos, por ahora—. No voy a dejarte sola —le
promete Gwen.
Dentro de la leñera, un repentino traqueteo que viene de la puerta que da al