Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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la luz. Ahora tenía a Ian. No podía permitir que Dana lo echara todo a perder.
Tenía que asegurarse de que no dijera nada.
Durante el resto de la velada, su mente fue un torbellino. Dejó que Ian la
follara en la escalera de servicio, pero su mente estaba en otra parte. «¿Iba
Dana a contar algo?».
Se dijo a sí misma que Dana también tenía mucho que perder. Estaba a punto
de casarse y, claramente, iba a ser con un hombre con dinero. Lauren estaba
segura de que Matthew no conocía el pasado de Dana. Sin duda, Dana se lo
habría ocultado. No iba a querer que un hombre como Matthew supiera cuál
era su procedencia. Pero Dana sabía algo de Lauren que esta no podía
permitir que se supiese.
Qué mala suerte, joder.
Con qué facilidad había vuelto todo a su mente esa noche. Aquella época tan
terrible de su vida. Estaba llena de rabia. La habían sacado de la casa de su
familia y la habían llevado a un centro de acogida al otro lado de la ciudad.
Sus padres no podían controlar su rebeldía y ella había creído que querían
darle una lección. Los odió por eso. Su padre se había hartado de ella, pero su
madre…, su madre pensaba que Lauren simplemente era infeliz. Su pobre y
sufridora madre. Nunca comprendió de verdad quién era Lauren.
El centro había sido un espanto. Ni siquiera tenía una habitación para ella
sola y había tenido que compartirla con otras dos chicas. Una de ellas era
Dani, alta, delgaducha y despiadada. Nunca supo qué le había pasado a Dani.
Nunca hablaban de sus casas ni de cómo habían terminado en ese tugurio. El
baño lo compartían entre seis. Nadie parecía limpiarlo nunca. La comida
apenas podía comerse. Pero, aun así, lo hacía. Y se odiaba por engullirla
tratando de encontrar consuelo allá donde pudiese encontrarlo.
Se subían al tejado. Ahora le parece imposible, increíble, que, cuando estaban
bajo tutela, pudiesen escalar por la torre de la antena de la televisión que
había en el patio de atrás para subirse al tejado. La casa estaba al final de la
calle y, si se colocaban en la parte posterior del tejado, nadie las veía. Se
reunían allí, a fumar los cigarrillos que Dani le robaba a la señora Purcell, la
mujer que se suponía que tenía que cuidarlas. Una tarde, uno de los chicos,
Lucas —de trece años, pero parecía menor— subió detrás de ellas y le pidió
una calada a Dani.
Dani le mandó a la mierda.
Él se quedó. Siguió fastidiándolas hasta que Dani le dijo que sus padres eran
drogadictos y que nunca irían a por él porque había oído que la trabajadora
social le decía a la señora Purcell que habían muerto por sobredosis y que
ahora era huérfano. Podía ser una verdadera zorra desalmada.
—¡Mentira! —gritó él, mientras unas lágrimas de furia le caían por la cara—.
¡Voy a chivarme!