Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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—No te acerques —le advierte David.
Se pone de pie con dificultad y mueve la linterna a su alrededor. Ve algo
oscuro tirado en la nieve. Se lanza a por ello. Una forma oscura con manchas
de sangre. Lo ha visto antes. Le es familiar. Lo mira un poco más y, entonces,
lo reconoce. Es el raspador de hierro para el calzado que había en el porche
delantero. Alguien lo ha cogido y ha debido de usarlo para asesinar a Bradley.
¿Quién? ¿Cuándo? ¿Un desconocido? «¿O alguno de los que han salido a
buscar a Riley?».
Se da la vuelta para mirar a los demás.
Lauren se acerca al pequeño círculo de luz y se detiene de repente. Baja la
vista hacia Bradley y hacia su padre, agachado junto a él en la nieve.
—Dios mío —susurra al verlos—. ¿Está…?
—Está muerto —contesta David con voz débil.
—Dios mío, deja que…
—No te acerques —repite David—. No se puede hacer nada por él. Es
demasiado tarde.
—¿Estás seguro? —pregunta, histérica—. ¡No puede estar muerto! ¡No puede
ser! —Trata de abrirse paso hasta Bradley—. ¡Puede que siga vivo! ¡Puede
que aún podamos ayudarle!
Él niega con la cabeza y sigue delante de ella, bloqueándole el paso. Ella
empieza a llorar y golpea las manos contra el pecho de David entre sollozos.
—No podemos hacer nada —dice él.
Oye que alguien se acerca con respiración pesada. Ian aparece ante ellos y
mira la escena.
—Ay, no —susurra.
Ian ve a James llorando sobre el cuerpo de su hijo. Sus hombros se mueven
con sacudidas espasmódicas al sollozar. Le recuerda al lloro incesante de su
madre, a su implacable dolor. Aparta la mirada.
—No podemos dejarlo aquí —dice David por fin, en voz baja.
No tiene por qué expresar lo que todos están pensando. Si lo dejan fuera
durante la noche, los animales vendrán a por él. Los coyotes, los lobos. «Y
Dios sabe qué más», piensa Ian en silencio.
Por fin, James se deja caer sobre la nieve con la mirada perdida.