Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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parte posterior del hotel, a la izquierda de la magnífica escalera, detrás de la
sala de estar. Es como si hubiese salido de una novela victoriana, un cruce
entre librería y sala de fumadores solo para hombres. Como el bar de la parte
delantera del hotel, es bastante elegante. Hay una chimenea grande en la
pared oeste. Sobre ella cuelga un rifle de caza antiguo. Por encima de él, la
cabeza de un ciervo con un impresionante despliegue de cuernos. Le mira con
ojos de vidrio. Hay una desgastada alfombra persa en el suelo de madera. En
ángulo recto a la chimenea, está un viejo sofá y, enfrente de él, dos sillones.
Unas puertas francesas parecen abrirse a una galería exterior, pero cuesta
saberlo con seguridad, pues fuera está muy oscuro. En el rincón más cercano
a la puerta hay un gran escritorio que David se queda admirando brevemente.
Pero lo que más le gusta son las preciosas estanterías de libros. David las
acaricia admirando su fabricación artesanal. Las estanterías están llenas de
todo tipo de volúmenes, desde colecciones viejas forradas en piel hasta
ejemplares de tapa dura y otros en rústica y deshilachados. Está todo muy
ordenado, con pequeñas placas metálicas en las que pone: «FICCIÓN»,
«MISTERIO», «ENSAYO», «HISTORIA», «BIOGRAFÍA». Piensa en Bradley,
sospecha que todo eso ha sido labor suya. Saca un libro que le llama la
atención de un estante de abajo —en realidad, un libro ilustrado de esos que
se usan sobre todo para decorar— lleno de fotografías de la fallida expedición
de Shackleton. Parece extrañamente apropiado para esta sala. La lámpara del
techo proyecta una tenue luz, pero David enciende también otra que está
apoyada sobre una mesita y se sienta en un hondo sillón de cuero. ¿Qué
puede ser más agradable que sentarse junto a una chimenea, en una
habitación tan bonita, para leer sobre las dificultades de la desafortunada
tripulación del Endurance en el Polo Sur? Pero no han encendido la chimenea
y la habitación está un poco fría.
Se lamenta al pensar en Gwen. Qué mala suerte que su amiga sea una maldita
periodista del Times. Se mantendrá alejado de las dos el resto del fin de
semana. No necesita que nadie se ponga a sacar a la luz su pasado.
Se concentra en su libro hasta que le interrumpe el sonido de una voz de
mujer.
—¿Eres tú, David?
Es Gwen y, a pesar de la decisión que antes ha tomado, el corazón le da un
brinco.
—Sí.
Se gira para mirarla, de pie en la puerta, y ve que está sola.
—Me he acordado de que has dicho que ibas a venir a la biblioteca.
Qué guapa está, piensa él a la vez que se levanta del sillón.
—Es perfecta —dice ella mirando a su alrededor.
—Sí, ¿verdad? —asiente él. En cierto modo, él sabía que a ella también le iba