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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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Candice se quita las gafas de lectura y se frota los ojos. Quizá necesite un

descanso. Continuará después de la cena. Habrá vino en la cena.

Se vuelve a decir a sí misma que tenía que alejarse de su madre para

terminar el manuscrito. Está tratando de no sentirse culpable por ello. Tiene

que escribir las últimas diez mil palabras, pero también tiene que comer.

Candice lleva mucho tiempo con este libro. Es lo primero realmente suyo que

escribe desde hace años. Durante casi dos décadas se ha ganado la vida a

duras penas como autora de libros de ensayo, pero últimamente, cada vez con

más frecuencia, ha escrito de forma anónima textos que otros han firmado.

Todo tipo de libros, desde autoayuda hasta libros del mundo de los negocios.

Pero la mayor parte de estos genios no han tenido precisamente mucho éxito,

así que nunca ha pensado que su sabiduría valiera más que el papel sobre el

que iba impresa. Mientras le pagaran, no le importaba. Cuando empezó,

estaba bien. Tenía tiempo para ella y conocía a gente interesante. Podía viajar

—con los gastos pagados— y, cuando era más joven, eso suponía un incentivo.

Ahora le gustaría viajar mucho menos y que le pagaran mucho más.

Espera que este libro —suyo de verdad— le haga ganar una fortuna.

Tras cerrar el portátil, Candice se levanta, se mira con desaprobación en el

espejo de cuerpo entero y decide que no puede bajar con las mallas. Se pone

una falda decente y unas medias y un pañuelo de seda en el cuello. Se cepilla

el pelo y se hace una nueva coleta bien peinada, se pinta otra vez los labios y

baja.

Viernes, 19:00 horas

A la hora de cenar, todos pasan al comedor. La cena se ha dispuesto a modo

de bufé. Hay una mesa larga en una pared llena de calientaplatos de plata con

tapaderas, bandejas de ensalada y cestos con varios tipos de pan y bollería.

Una reluciente lámpara de araña proyecta una luz suave. Hay varias mesas

dispersas por el comedor —algunas para dos, otras para cuatro— con

manteles blancos. Enseguida se oye el ligero repiqueteo de cubiertos contra

la porcelana buena cuando los huéspedes empiezan a coger platos para

servirse.

David Paley llena despacio su plato, entreteniéndose ante la carne asada, la

salsa de rábano picante y distintas guarniciones calientes —elige patatas

gratinadas y espárragos— mientras se pregunta dónde debería sentarse.

Supone que podría sentarse con cualquiera salvo la pareja de prometidos, que

parece que quieren estar a solas y ya han ocupado una mesa para dos en el

rincón. Una mujer a la que no ha visto antes, de su edad más o menos —debe

de ser la escritora—, ha ocupado una mesa para dos. Supone que puede

sentarse con ella, pero parece bastante intimidante con la mirada fija en una

revista que tiene en la mesa mientras come. No ha saludado a nadie cuando

ha entrado en el comedor. Lo que más le gustaría es sentarse con Gwen, la

mujer del pelo oscuro, y su nerviosa amiga.

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