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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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Gwen y Riley han llenado ya sus platos y están sentadas en una mesa

dispuesta para cuatro personas. Se acerca y pregunta con educación:

—¿Puedo sentarme con vosotras?

Las dos mujeres le miran, sorprendidas. Dos pares de ojos nerviosos que le

miran con atención. Riley tiene los ojos vidriosos por haber bebido tanto y tan

rápido, presume él. Se da cuenta de que Gwen es aún más guapa de cerca. Su

cara es pálida y fina y tiene un precioso pelo moreno. Sus rasgos son más

sutiles que llamativos, el tipo de rostro que imagina que podría quedarse

mirando durante mucho rato. Se sorprende al pensarlo. Acaba de conocerla.

De repente, desea que ella hubiese estado sola este fin de semana, como él, y

que hubiesen podido conocerse más el uno al otro. Pero tal y como están las

cosas, resulta bastante incómodo, sobre todo porque su amiga Riley no parece

que prefiera tener compañía.

Ve que Gwen mira a Riley, que se encoge de hombros. Ni sí ni no. No resulta

maleducada, pero tampoco cordial. Gwen vuelve a mirarlo.

—Sí, claro. Por favor, siéntate.

Se sienta junto a Riley, enfrente de Gwen, para poder mirarla.

—¿Has venido solo? —pregunta ella antes de sonrojarse ligeramente. Él está

encantado al ver el color que aparece en sus mejillas.

—Sí —responde—. Estoy solo. He venido para escaparme y poder pensar. —

No está seguro de por qué le está contando eso.

—Entiendo —dice ella con tono cortés.

Él se siente incómodo hablando de sí mismo, pero no quiere parecer tampoco

demasiado entrometido preguntándole por ella. Se da cuenta de que eso no

les deja muchos temas de conversación.

—Eres abogado defensor —comenta Gwen cuando el silencio empieza a

resultar incómodo.

—Sí —contesta. Curiosamente, no se le ocurre decir nada más. Descubre que

se ha quedado sin palabras. Normalmente no es así, pero siente que su amiga

rezuma cierta hostilidad velada y eso le desconcierta.

—Debe de ser interesante —dice Gwen con tono vivaz—. Y estimulante.

Aunque, probablemente, también sea agotador.

—Sí —asiente él. Por un momento solo se oye el tintineo de los cubiertos

sobre la porcelana mientras cenan su carne asada. David se descubre

mirando el parpadeo de la luz de las velas reflejado en el cristal de las

ventanas—. ¿Qué os ha traído por aquí este fin de semana? —pregunta por

fin. Quizá su amiga se suba y ellos puedan sentarse delante de la chimenea a

charlar. Eso le gustaría.

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